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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (9 page)

Su destino final era una gruta oscura y húmeda, antítesis de los brillantes puentes de mando de los cargueros de la Federación. En el lugar había varios ejemplares de flora exótica abandonados a sus propios medios para que obtuvieran del sofocante aire toda la humedad que pudieran conseguir. Las curvadas paredes estaban adornadas con los emblemas gemelos de la compasión y el poder: la Llama Esférica y el Garay, el pez acorazado que simbolizaba la obediencia y la dedicación al liderazgo inteligente.

Allí le esperaban los principales consejeros de Gunray. El virrey diputado Hath Monchar y el consejero legal Rime Haako. Los dos llevaban un tocado negro adecuado a su posición. El de Monchar era una corona de triple cresta, similar a la de Gunray pero más pequeña, y el de Haako una capucha muy elaborada, con dos cuernos delanteros y una parte trasera alta y redondeada.

Ambos consejeros hicieron un gesto de deferencia a Gunray apenas la mecanosilla se inclinó para que éste pudiera tocar el suelo.

—Bienvenido, virrey —dijo Haako, caminando encorvado y cojeando hasta él, con el brazo izquierdo doblado sobre el costado—. Esperamos que no haya venido en vano.

Era un neimoidiano de mejillas huecas y surcadas de arrugas en un rostro de profundas arrugas, con bolsas bajo los ojos y piel moteada por toda la barbilla y el delgado cuello.

Gunray hizo un gesto brusco para callarlo.

—Dijo que vendría. Eso basta para mí.

—Para usted —murmuró Monchar.

Gunray miró irritado a su diputado.

—Todo ha sucedido tal y como él prometió que sucedería. Los mercenarios de Cohl nos atacaron y destruyeron el
Ganancias
.

—¿Y ése es motivo para alegrarse? —preguntó Haako, agitando su prominente caja torácica—. Este plan le ha costado a la Federación de Comercio un carguero de clase-I y millones en aurodium.

Las membranas nictilantes de Gunray traicionaron su aparente calma. Parpadeó repetidamente, antes de recuperar la compostura.

—Una nave y un tesoro. Esas pérdidas serán insignificantes si nuestro benefactor es realmente quien dice ser.

Haako alzó una espasmódica mano.

—Si de verdad lo es, será algo a temer, no algo de lo que alegrarse. Y, en cualquier caso, ¿cómo estar seguros de ello? ¿Qué evidencia nos ha dado, virrey? Ha contactado con usted salido del éter, sólo mediante holograma. Podría decir que es cualquiera.

Gunray movió la sobresaliente mandíbula.

—¿Quién sería tan estúpido como para hacer una afirmación así sin poder probarla?

Cogió un holoproyector portátil y lo depositó sobre una mesa.

La primera vez que el oscuro Señor de los Sith contactó con él meses atrás, parecía saberlo todo sobre Nute Gunray y su ascenso al poder. Que Gunray había testificado ante la Federación de Comercio contra Pulsar Supertanker, compañía que en aquella época tenía participaciones en el conglomerado, acusándola de «ignorancia maliciosa ante los beneficios» y de «donaciones caritativas carentes de cualquier beneficio discernible».

De hecho, parecía ser que fue precisamente su testimonio junto con otras declaraciones similares realizadas en otros momentos lo que había llamado la atención de Darth Sidious.

En aquellos momentos, se había mostrado tan escéptico como en ese momento lo estaban sus consejeros, pese a todas las muestras de su vasta influencia y dominio que les había proporcionado Sidious. Éste había actuado en secreto para que varios planetas con recursos clave se unieran a la Federación de Comercio como signatarios, renunciando a su representación en el Senado de la República a cambio de lucrativas oportunidades comerciales y, a ser posible, de protección contra posibles traficantes y piratas. Y, en cada caso, se las había arreglado para que todo pareciera ser obra de Gunray, contribuyendo de este modo a consolidar su creciente autoridad y garantizando así su nombramiento como miembro de la Directiva.

Pero Gunray no habría sabido decir si la influencia de Sidious era achacable o no a los poderes Sith, y le daba igual, dado lo poco que sabía de los Sith, una antigua orden, puede que legendaria, de magos negros que llevaba mil años ausente de la galaxia.

Algunos se referían a los Sith como el Lado Oscuro de los Jedi; otros afirmaban que habían sido los Jedi quienes acabaron con el reino de los Sith, tras una guerra en la que se enfrentaron la luz y la oscuridad. Y había quien afirmaba que los Sith se habían matado unos a otros en su búsqueda de poder. Gunray no sabía cuál de todas esas cosas era cierta y esperaba que siguiera siendo así.

Miró fijamente al holoproyector, se acercaba el momento concertado.

Apenas había acabado ese pensamiento, del aparato se alzó la cabeza y los hombros de una aparición envuelta en una capa cuya capucha le tapaba los ojos, revelando sólo una barbilla profundamente hendida y un rostro con papada y bastantes años. Un intrincado broche le cerraba la capa a la altura del cuello.

Cuando la figura habló, su voz era como una carraspera prolongada.

—Virrey, veo que ha reunido a sus esbirros como le pedí —empezó a decir Darth Sidious.

Gunray sabía que la palabra esbirros no sería bien recibida por Monchar y Haako. Aunque podía hacer poco al respecto, pensó que lo mejor sería intentar rectificar la situación.

—Mis consejeros, Lord Sidious.

El rostro encapuchado se mantuvo impasible.

—Sus consejeros… por supuesto —dijo, e hizo una pausa, como si sondeara la incalculable distancia que los separaba—. Percibo cierto recelo en el ambiente. ¿No le ha complacido el resultado de nuestro plan?

—No, en absoluto, Lord Sidious —tartamudeó Gunray, mirando a continuación a sus consejeros—. Es que la pérdida del carguero y de los lingotes de aurodiun es motivo de preocupación para algunos.

—Los demás carecen de su visión para los objetivos a largo plazo, virrey —repuso Sidious con una nota de desdén—. Quizá debamos familiarizarlos con nuestro intento de despertar simpatías por la Federación de Comercio dentro del Senado. Por eso informamos a los militantes del Frente de la Nebulosa de la existencia de un cargamento de aurodium. La pérdida de los lingotes sólo beneficiará a nuestra causa. Pronto tendréis a políticos y burócratas comiendo de vuestra mano, consiguiendo así la Federación el ejército de androides que necesita. Baktoid, Ingenierías Haor Chall y los Collicoides esperan una señal para satisfacer vuestros pedidos.

Gunray empezó a inquietarse.

—¿Ejército, Lord Sidious?

—Las riquezas del Borde Exterior esperan a quien tenga el valor de apoderarse de ellas.

—Pero, Lord Sidious, quizá no sea el momento adecuado para iniciar esas acciones…

—¿Que no es el adecuado? Es vuestro destino. ¿Quién se atreverá a cuestionar la autoridad de Neimoidia para controlar las rutas espaciales cuando os respalde todo un ejército de androides?

—Daremos la bienvenida a poder defendernos contra piratas y agitadores —se arriesgó a decir Rune Haako—. Pero no deseamos violar los términos de nuestro tratado comercial con la República. No cuando el precio para conseguir un ejército de androides es que se cobren impuestos por las zonas de libre comercio.

—Así que estáis al tanto de las intenciones del canciller Valorum —dijo el Sith.

—Sólo que está dispuesto a apoyar plenamente esa propuesta —repuso Gunray.

Sidious asintió.

—Virrey, puede estar seguro de que Valorum es nuestro principal aliado en el Senado.

—¿Lord Sidious tiene influencias en el Senado? —preguntó Haako con cuidado.

Pero éste era demasiado astuto para morder el anzuelo.

—Acabaréis viendo que hay muchos dispuestos a hacer mi voluntad. Comprenden, como acabaréis comprendiendo vosotros, que la mejor manera de servirse a sí mismos es sirviéndome a mí.

Haako y Monchar intercambiaron una mirada rápida.

—Los demás miembros de la directiva de la Federación de Comercio no estarán dispuestos a invertir unos beneficios conseguidos con mucho esfuerzo en comprar androides —dijo Monchar—. De hecho, consideran que los neimoidianos somos innecesariamente recelosos.

—Soy muy consciente de la opinión de sus socios —chirrió Sidious—. Le recuerdo que los amigos imprudentes no son mejores que los enemigos.

—Aun así, se opondrán a ese arreglo.

—Entonces habrá que buscar la manera de convencerlos.

—No quisiera parecer ingrato, Lord Sidious —se disculpó Gunray—, pero es que… Es que no sabemos quién es usted realmente, ni lo que es capaz de proporcionarnos. Podría ser un poderoso Jedi que busca tendernos una trampa.

—Un Jedi. Ahora se burla de mí. Pero verá que soy generoso. En cuanto a su preocupación por mi identidad, mi herencia más bien, digamos que mis actos hablarán por mí.

Los neimoidianos intercambiaron una mirada de perplejidad.

—¿Y qué pasa con los Jedi? —preguntó Haako—. No se cruzarán de brazos.

—Los Jedi sólo harán lo que les pida el Senado. Estáis muy equivocados si pensáis que pondrán en peligro su posición en Coruscant y desafiarán a la Federación de Comercio sin la aprobación del Senado.

Gunray miró significativamente a sus consejeros antes de replicar.

—Nos ponemos en sus manos, Lord Sidious.

Sidious casi sonrió.

—Pensé que vería las cosas a mi modo, virrey. Sé que no me fallará en el futuro.

La aparición se desvaneció con la misma brusquedad con que había llegado, dejando a los tres neimoidiano para meditar sobre la naturaleza de la sombría alianza que acababan de realizar.

Capítulo 9

L
a noche era algo extraño en Coruscant. El sol se ponía igual que en todas partes, pero la luz del bosque de rascacielos resultaba tan ambiental que la verdadera oscuridad era algo que sólo se hallaba en los más profundos desfiladeros de la ciudad, o cuando la creaban intencionadamente los residentes que podían permitirse tener transparicero oscuro. La cara oculta del planeta cuando era visto desde el espacio brillaba como una sucesión de adornos trabados con formas bioluminiscentes, como los que se ven en un expositor de reliquias o en un museo dedicado al arte popular.

Las estrellas sólo aparecían en el cielo para quienes residían en los edificios más altos. Pero por las noches aparecían estrellas de un tipo muy distinto en los célebres complejos de entretenimiento de Coruscant, las de cantantes, actores, artistas y políticos. Este último grupo se había aficionado últimamente a asistir a la ópera, siguiendo el ejemplo del canciller supremo Valorum, perteneciente a una conocida familia que había sido mecenas de las artes desde que la gente tenía memoria.

Las artes culturales no escaseaban en una galaxia que albergaba a millones de especies y mil veces esa cantidad en mundos. No había momento en que no se estrenase un espectáculo en alguna parte de Coruscant. Pero muy pocas compañías o grupos teatrales de la clase que fuera tenían el privilegio de actuar en la ópera de Coruscant.

El edificio era una maravilla del barroco prerrepública, todo cristales y adornos, con un foso de orquesta al estilo antiguo, asientos escalonados y palcos privados de diseño antiguo. Y, en honor a los ciudadanos de Coruscant, hasta había una zona de galerías inferiores donde la gente corriente podía presenciar la representación mediante hologramas a tiempo real y así pretender que se codeaban con las celebridades que se sentaban encima de ellos.

La ópera del momento era
Breve reino de espectros futuros
, una producción originaria de Núcleollia pero representada por una compañía de bith que llevaban veinte años estándar recorriendo el circuito operístico de un mundo a otro.

Los bith eran una especie bípeda de cráneo grande y redondo, ojos oscuros sin párpados, narices achatadas y bolsas epidérmicas bajo la mandíbula. Eran originarios del mundo fronterizo de Clak’dor VII, y conocidos por percibir los sonidos como los humanos perciben colores.

Dado que, para empezar,
Breve reino
era una obra escrita por los padres de Finis Valorum, resultaba de lo más adecuado que el Canciller Supremo acudiese a su muy esperada reposición en Coruscant. El mero hecho de que asistiera había elevado el precio de las entradas haciendo que fueran tan difíciles de conseguir como los cristales de Adegan. Por tanto, el edificio estaba más abarrotado que nunca de luminarias.

Como era habitual, Valorum retrasó su llegada para asegurarse de que sería el último en sentarse. El público, deseoso de verle, se puso en pie emitiendo un prolongado aplauso cuando éste se asomó al adornado palco que llevaba más de quinientos años reservado para los miembros de la familia Valorum.

Valorum había prescindido de su habitual entorno de guardias senatoriales con capas y cascos azules para acudir acompañado sólo por su ayudante administrativo Sei Tarta, una mujer pequeña a la que doblaba en edad, de ojos rasgados y piel del color del grano de burrmillet, que iba vestida con un conjunto de septsilk borgoña.

Tal y como era habitual en Coruscant, los rumores empezaron a circular incluso antes de que Valorum pudiese tomar asiento. Pero el Canciller Supremo era inmune a toda insinuación, además de por su educación aristocrática por el hecho de que prácticamente todos los senadores habían tomado por costumbre aparecer en público con consortes jóvenes y atractivas, fuera cual fuese su estado marital.

Valorum saludó graciosamente e inclinó la cabeza en gesto de benigno sufrimiento. Entonces, antes de sentarse finalmente, dirigió una segunda inclinación hacia un palco privado situado al otro lado del anfiteatro.

La docena de asistentes con aspecto próspero que se hallaban en el palco distinguido por Valorum devolvieron la reverencia y permanecieron en pie hasta que Sei Tarta se sentó, tarea ésta nada sencilla para el senador Orn Free Taa, propietario del palco, que se había vuelto tan corpulento durante su estancia en Coruscant que su masa llenaba el espacio equivalente a tres asientos separados.

Taa tenía un enorme rostro ovalado y una papada del tamaño de una bolsa de forraje para banthas, la piel cerúlea, ojeras abultadas y labios rojos. Era un twi’leko de ascendencia rutiana, y las colas del lekku de su cabeza le colgaban hasta el enorme pecho como serpientes ahítas, gordas por la grasa. Sus ropas chillonas eran del tamaño de una tienda de campaña. Exhibía a la consorte que tenía a su lado, una twi’leko de lethan, núbil y de pómulos altos, con el rojo cuerpo envuelto en relámpagos de shimmersilk pura.

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