—El sable láser no es un arma con el que vencer a enemigos o rivales —dijo Bondara—. Con él se debe destruir la avaricia, la rabia y la locura propias. El forjador y portador de un sable láser debe vivir así, representando la aniquilación de todo lo que bloquea el sendero de la paz y la justicia —se calló y miró a su alrededor—. ¿Me comprendéis todos?
—Sí, Maestro —replicaron al unísono.
Bondara dio una sonora palmada.
—No, no lo comprendéis. Debéis aprender a sostener el sable láser aflojando vuestro asidero al mismo. Debéis aprender a avanzar rítmicamente para aprender a producir un ritmo informe. ¿Entendéis?
—Sí, Maestro —replicaron.
—No, no lo entendéis —repuso, frunciendo el ceño y sentándose al final de las filas—. Voy a contaros una historia.
»Un humano, erróneamente acusado de un delito, estaba siendo transportado hasta una prisión en un vehículo de repulsores por las llanuras desérticas de un mundo remoto. El vehículo sufrió de pronto una avería al sobrevolar una fosa que en realidad era la enorme y cavernosa boca de una criatura que habitaba en esos desiertos.
»La repentina avería lanzó a los escoltas humanos al interior de las fauces cubiertas de mucus de la criatura. El humano también se vio proyectado hacia adelante, pero en el último instante pudo aferrarse al tren de aterrizaje del vehículo. Pero no con las manos, pues las tenía esposadas a su espalda, sino con los dientes.
»Poco después pasó por allí una caravana de viajeros. Éstos se hallaban perdidos y hambrientos, y preguntaron por el paradero del centro de abastecimiento más cercano, para así poder reponer sus magros recursos.
»El humano se vio así en un aprieto. Al no responder, podía estar sentenciando a los viajeros perdidos a una muerte segura en aquellas llanuras de arena. Pero con sólo abrir la boca y proferir una palabra se aseguraba una muerte segura en el tracto digestivo de la criatura de las arenas».
Bondara hizo una pausa.
—¿Qué debía hacer el humano en esas circunstancias?
Los estudiantes sabían ya que no oirían la respuesta de labios de Anoon Bondara.
Poniéndose en pie, el Maestro de esgrima añadió:
—Mañana oiré vuestras respuestas.
Los estudiantes se doblaron por la cintura, posando la frente en la esterilla hasta que Bondara dejó la sala. A continuación se levantaron, deseosos de comparar impresiones sobre la sesión de entrenamiento, aunque nadie habló de posibles soluciones al dilema propuesto por el instructor.
Qui-Gon dio un golpecito en el hombro a Obi-Wan.
—Vamos, padawan, hay alguien con quien deseo hablar.
El aprendiz le siguió, bajando por las escaleras hasta el mullido suelo. Una vez allí se encontraron con varios Maestros Jedi que hablaban con sus padawan. Obi-Wan conocía superficialmente a alguno de los Maestros, pero la persona hacia la que se dirigía su Maestro era alguien a quien no había visto nunca.
Debía ser una de las mujeres más exóticas que había visto Obi-Wan. Tenía los ojos rasgados y muy separados, con grandes iris azules que parecían acentuar los párpados superiores. Tenía una nariz ancha y plana, y la piel del color de la madera frutal.
—Obi-Wan, te presento a Luminara Unduli.
—Maestro Jinn —dijo la mujer, tomada por sorpresa, inclinando la cabeza en gesto de respeto.
Qui-Gon devolvió el gesto.
—Luminara, éste es Obi-Wan Kenobi, mi padawan.
Ella también inclinó la cabeza en dirección a Obi-Wan. Tenía un rostro de forma triangular, cuya parte inferior estaba tatuada con pequeñas formas diamantinas que trazaban una tira vertical que iba desde su azulado y carnoso labio inferior al borde de la barbilla redonda. También tenía tatuajes en el dorso de cada mano, sobre cada nudillo.
La expresión de Qui-Gon se tornó grave.
—Obi-Wan y yo hemos tenido recientemente un encuentro con alguien que llevaba tatuajes similares a los tuyos.
—Aneen Cohl —repuso la mujer antes de que el Caballero Jedi pudiera continuar, y esbozó una sonrisa—. De haberme criado en mi mundo natal en vez de en el Templo, habría pasado toda mi infancia oyendo historias sobre él. Fue un luchador por la libertad, un héroe para nuestro pueblo durante la guerra que libramos contra un mundo vecino. Fue un gran guerrero, que hizo muchos sacrificios. Pero en cuanto nuestro pueblo recuperó la libertad, los mismos a cuyo lado había combatido lo acusaron de conspiración. Fue su manera de asegurarse de que Cohl no ascendiera a la posición de mando que nuestro pueblo deseaba que tuviera. Pasó muchos años en prisión, sometido a crueles castigos y en condiciones muy duras que endurecieron aún más a un hombre de por sí endurecido por la guerra.
»Cuando consiguió escapar de ese horrendo lugar con la ayuda de algunos de sus antiguos compañeros, se vengó de quienes le habían tratado así y juró no volver a tener nada que ver con el mundo que tanto se había esforzado por liberar, se convirtió en un mercenario, afirmando que nunca volvería a cometer los mismos errores, que por fin comprendía la naturaleza del cosmos y que siempre iría un paso por delante de quienes desearan detenerlo o fueran contra él del modo que fuera.
Qui-Gon respiró por la nariz.
—¿Sentía algún rencor especial hacia la Federación de Comercio?
Luminara negó con la cabeza.
—Tanto como cualquier otro de mi sistema natal. La Federación de Comercio nos trajo al seno de la República, pero a costa de los recursos de mi mundo. Al principio, Aneen Cohl sólo trabajó para aquellos cuya causa consideraba justa. Pero con el tiempo, sin duda debido a la sangre que llegó a derramar, se convirtió en un pirata y un asesino a sueldo más. Se dice que nunca traicionó a un amigo o aliado.
Hizo una pausa antes de continuar.
—Es una lástima que la historia acabe recordando sólo al Cohl criminal en vez de al que fue un ejemplo para todos. Fue muy triste saber que había perecido en Dorvalla.
Qui-Gon guardó silencio y Luminara preguntó:
—¿Es que no murió?
—Por el momento, sólo acepto que desapareció en Dorvalla —dijo Qui-Gon con aire preocupado.
Luminara asintió insegura.
—Esté vivo o muerto, el asunto está ahora en manos del Departamento Judicial, ¿verdad?
Qui-Gon volvió a tomarse un tiempo en responder.
—Lo único seguro es que el destino de Cohl está en manos que no son las mías.
E
l arco del hangar de estribor del
Ganancias
flotaba sobre el pálido casquete polar de Dorvalla, su superficie de carbono estriada y ampollada por la explosión que había hendido al carguero. El gran arco de duracero parecía llevar toda la vida allí, en el vacío del espacio, fuera del alcance de la sombra del planeta. La perpetua luz del sol entraba por la puerta principal del hangar allí donde habría estado la mano de ese brazo, iluminando un revoltijo de barcazas y vainas de carga.
Pero había una única lanzadera muy castigada pegada como una lapa al interior del casco. Dentro de la lanzadera, y en un estado más lastimoso aún, se hallaban los ocho componentes de su tripulación.
—Sigo esperando el perdón que me prometiste —le dijo Cohl a Rella. Ella le clavó una mirada de irritación.
—Cuando nos saques de esta situación, y si nos sacas de ella, y ni un momento antes.
Se encontraban en sus puestos, e igual sucedía con los demás, algunos de ellos dormidos, con la cabeza recostada en brazos doblados o caída hacia atrás, y boquiabiertos. La iluminación era escasa, el aire gélido y el oxígeno reciclado una y otra vez tenía un sabor metálico.
El muy castigado renovador de aire estaba acabado.
Llevaban casi cuatro días estándar dentro del brazo, subsistiendo a base de píldoras energéticas y aliviando el aburrimiento poniéndose trajes de presión y explorando el hangar. Si bien la lanzadera tenía gravedad artificial, no sucedía lo mismo con el brazo y moverse por él era como explorar un pecio naufragado en el mar. La mayoría de las vainas de carga se habían amontonado en la otra pared del brazo, pero por todas partes flotaban restos de androides y nubes de lommite. Boiny había descubierto también el cadáver de uno de los twi’lekos que no habían podido llegar a tiempo al punto de reunión, quemado por disparos láser hasta ser casi irreconocible.
No tenían previsto quedarse en el brazo hangar tras la explosión, pero una vez comprobaron que estaban fuera del tirón gravitacional del planeta, Cohl decidió que el hangar sería el lugar adecuado en el que esperar el mejor momento para actuar. El
Halcón Murciélago
y las lanzaderas de apoyo del Frente de la Nebulosa habían dejado el sistema, y ni siquiera el
Adquisidor
estaba en la zona, algo que Cohl encontraba curioso, ya que no era propio de los neimoidianos abandonar un cargamento, por muy disperso que estuviera.
Su otra opción era bajar a la superficie de Dorvalla y volver a la que fue su base antes de iniciar la operación. Pero Cohl sospechaba que podían haber descubierto la base y que en ese caso estaría fuertemente vigilada. Cuando Rella y algún otro sugirieron dirigirse al cercano Dorvalla IV, les recordó que seguramente habrían enviado naves de rescate, y que cualquier lanzadera solitaria arrastrándose por el espacio atraería una atención innecesaria.
De hecho, los grupos de salvamento habían llegado pocas horas después de la explosión. Minerías Dorvalla había empleado sus gabarras para recuperar la mayor cantidad posible de vainas de carga, aunque gran parte de la lommite se había precipitado a la atmósfera del planeta como si quisiera volver a casa. Los equipos de rescate ya habían conseguido recuperar los restos de la centrosfera y el otro brazo hangar, y no tardarían en concentrar sus esfuerzos en el brazo de estribor.
Cohl encontraba esos largos días poco más que tediosos: no eran como los años de confinamiento que soportó tras ser encarcelado bajo falsos cargos de conspiración por la misma gente junto a la que había combatido y a la que consideraba amiga. El resto de la tripulación confiaba implícitamente en él y, por tanto, también soportaba esa monotonía sin quejarse. La mayoría eran seres estoicos por naturaleza y en todo caso nada ajenos a las privaciones. De no ser así nunca habrían sido elegidos para esa operación.
Sólo Rella parecía dispuesta a decir lo que pensaba, pero le unía a Cohl una relación personal.
—¿Hay alguna comunicación? —preguntó Cohl a Boiny.
—Ni un pitido, capitán.
Rella soltó un bufido.
—¿De quién esperas noticias, Cohl? Hace ya mucho que se fue el
Halcón Murciélago
.
Cohl miró más allá de ella, en dirección al rodiano.
—¿En qué estado se encuentran los sistemas?
—Nominales.
Rella gruñó por la impaciencia.
—Puedo aguantar aquí tanto tiempo como cualquiera de vosotros, pero esta letanía me produce fiebre espacial —repuso, pasando a imitar la voz de Cohl—. ¿Cómo están los sistemas? —Después imitó a Boiny—. Nominales. ¿Es que no se te ocurre otra manera de decirlo?
—Te daré una noticia que te animará, Rella —dijo Jalan, irritado—. La órbita del brazo se está deteriorando.
Ella se obligó a abrir los ojos.
—Si lo que quieres decir es que corremos peligro de caer al planeta, tienes razón: ¡Estoy emocionada!
—El peligro no es inminente, capitán —dijo a continuación Jalan, mirando a Cohl—. Pero deberíamos ir pensando en salir de aquí.
—Tienes razón —asintió Cohl—. Ya va siendo hora de despedirse de este sitio. Nos ha sido muy útil.
Rella alzó la mirada hacia el techo, hacias a las estrellas.
—¿A dónde vamos, capitán? —preguntó Boiny.
—Abajo.
—Capitán, espero que no pienses en llevar esta cosa hasta Dorvalla —dijo Jalan—. Los grupos de rescate nos…
Cohl negó con la cabeza.
—Volveremos a la base usando nuestros propios motores.
Los miembros de la tripulación cruzaron miradas incómodas.
—Disculpe, capitán —dijo Jalan—, pero, ¿no ha dicho que seguramente la base estará bajo vigilancia?
—Estoy seguro de que es así.
—¿Has perdido la cabeza, Cohl? —dijo Rella tras mirarle por un momento—. Llevamos cuatro días viendo pasar lanzaderas del Departamento Judicial, sin mencionar a corbetas del Cuerpo Espacial de Dorvalla. Si lo que quieres es que nos cojan, ¿por qué nos has hecho pasar por… —hizo un gesto a su alrededor— esto?
Los demás murmuraron mostrándose de acuerdo.
—Incluso si llegamos enteros a la base —continuó Rella—. ¿Qué pasará entonces? Estaremos atrapados sin una lanzadera que nos saque al espacio.
—Puede que valga la pena probar lo de Dorvalla IV, capitán —añadió Jalan—. Y si conseguimos llegar allí… Bueno, el Frente de la Nebulosa debe darnos por muertos y todo este aurodium que llevamos…
Rella miró de reojo a Cohl.
—¿Estás escuchando?
Cohl apretó los labios.
—¿Y cuando el Frente de la Nebulosa sepa que hemos sobrevivido? ¿No crees que removerán todos los planetas de la galaxia hasta darnos caza?
—Igual eso no tiene importancia, capitán —dijo precavidamente Boiny—. Todo ese aurodium nos permitiría comprarnos una vida nueva en el Sector Corporativo o en donde sea.
La mirada de Cohl se ensombreció.
—Eso no pasará nunca. Aceptamos este trabajo y lo haremos. Y después cobraremos nuestra paga. —Se volvió irritado hacia Rella—. Traza un rumbo previo. Los demás, preparaos para el lanzamiento.
La pequeña lanzadera atravesó ardiendo el nebuloso envoltorio iluminado por el sol que rodeaba a Dorvalla, con el rojo morro brillando y perdiendo piezas en el enrarecido aire. La tripulación se ajustó aún más los arneses y se centró en sus respectivas tareas, por mucho que los objetos se soltasen de las consolas y atravesasen el escaso espacio de la cabina como si fueran mortíferos misiles.
Rella dirigió la traqueteante lanzadera hacia un ancho valle de la región ecuatorial, definido por dos escarpadas vertientes. Era un lugar cubierto de espesos bosques, con árboles y helechos de aspecto primitivo allí donde antaño reinaron los océanos. Las placas tectónicas del terreno habían provocado el caos en la zona y monstruosos peñascos de lisas paredes, coronados por rampante vegetación, se alzaban del boscoso suelo como si fueran islas verticales. Los peñascos, de un blanco cegador a la luz del sol, eran el lugar de nacimiento de gigantescos saltos de agua que recorrían miles de metros antes de caer en turbulentos estanques turquesa.