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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (27 page)

—¿No necesitará por casualidad un par de manos, capitán? —preguntó el más alto.

—No necesito ningún técnico. ¿Qué otras habilidades poseéis?

—Las mismas que tiene la actual tripulación de Cohl, capitán —respondió el alto con creciente seguridad—. Manejo de armas pesadas y ligeras, armas de lucha cuerpo a cuerpo, explosivos, lo que haga falta.

—Guerras pequeñas y revoluciones —añadió el otro.

—Se lo comunicaré al capitán Cohl —dijo el Jedi asintiendo.

El más alto le dio un codazo a su compañero en cómplice anticipación.

—Se lo agradecemos, capitán.

—¿Puede decirnos en qué consiste el plan? —preguntó el otro—. Sólo para saber cómo debemos prepararnos.

El Jedi meneó la cabeza con gesto firme.

—Lo comprendemos —dijo el más alto frunciendo el ceño—. Es que sólo sabemos que es un trabajo de exterminación.

Qui-Gon no dijo nada, manteniendo el rostro inexpresivo.

—Bueno, ya sabe dónde encontrarnos, capitán —dijo el bajo.

Qui-Gon dejó que dieran unos pasos hacia la salida antes de hablarles.

—Por cierto, ¿iba Havac con ellos?

Resultó evidente que la pregunta los desconcertaba.

—No conocíamos ese nombre, capitán —dijo el más bajo—. Sólo iban Cohl, su compañero rodiano y los hombres que contrató.

El otro hombre sonrió abiertamente.

—Y la mujer.

Qui-Gon alzó las cejas.

—Así que ella también iba.

—Si las miradas pudieran matar, ¿eh, capitán? —añadió el alto con una breve carcajada.

Qui-Gon apenas miró a su discípulo antes de que la pareja se alejara del muelle. Pero Cindar ya había empezado a actuar.

—Eres un hombre con mucha suerte —dijo el humanoide, apuntándolos con una pistola láser.

—No desde mi actual posición —dijo Qui-Gon.

—No debíais haber oído nada de eso. No sabía que Cohl hubiera venido a Karfeddion.

—Así que sólo pretendías mantenernos lejos de Eriadu.

—Sí, y tu viaje se acaba aquí, Jedi —añadió Cindar con una sonrisa—. Lástima que os dejaseis los sables láser a bordo.

Qui-Gon cruzó los brazos.

—Teníamos que hacer que te sintieras seguro para que sacaras la pistola láser y te descubrieras.

—¿Qué?

Obi-Wan causó un pequeño sonido en la nave, y Cindar se giró hacia él. Cuando volvió a apuntar a los dos Jedi, éstos ya se habían movido.

Localizó a Obi-Wan a diez metros a su derecha y le disparó, pero Qui-Gon usó la Fuerza para mover la mano que sostenía el arma, haciéndole fallar el disparo. En ese mismo instante, el joven Kenobi saltó sobre la cabeza de Cindar, aterrizando justo detrás de él.

El humanoide giró sobre sus talones, dispuesto a disparar.

Obi-Wan movió la pierna derecha trazando un círculo hacia delante que hizo saltar el arma de la mano de su enemigo. A continuación se agachó y movió un pie para golpearle las piernas y derribarlo al suelo.

El grueso humanoide cayó de costado, pero se puso en pie de un salto y avanzó hacia el joven con una combinación de puñetazos y patadas que éste bloqueó con antebrazos y rodillas.

Frustrado, Cindar rodeó a Obi-Wan con las manos intentando un abrazo frontal, pero acabó abrazándose a sí mismo cuando el muchacho se encogió y escapó. Desequilibrado, el nikto se tambaleó hacia delante y chocó contra una de las patas del tren de aterrizaje del
Halcón Murciélago
.

Obi-Wan dio un salto y aterrizó delante de su contrincante, el cual volvió a cargar contra él, pero con segundas intenciones. Anticipándose al siguiente salto de Obi-Wan, Cindar se paró en seco y lanzó una potente patada al aire. Alcanzado en el pecho justo cuando aterrizaba. Obi-Wan rodó a un lado por la fuerza del golpe, aterrizando limpiamente sobre ambos pies, ante Cindar. El humanoide volvió a cargar, recibiendo de lleno en la mandíbula el impacto de la voltereta hacia atrás del muchacho.

El nikto se tambaleó hacia atrás, para chocar contra el mismo tren de aterrizaje de antes. Consiguió evadir los siguientes golpes de Obi-Wan con sucesivos movimientos y contorsiones, hasta que se agachó para intentar cogerlo por el tobillo derecho. Pero Obi-Wan volvió a alejarse de él con otra voltereta hacia atrás.

Esa pausa momentánea en su pelea era todo lo que necesitaba Cindar. Sacó una pistola de una cartuchera del tobillo.

El primer disparo alcanzó al joven Jedi en la pierna derecha y le hizo clavar una rodilla en tierra. Qui-Gon apareció de pronto para apartarlo del siguiente disparo. Cargas compactas de energía luminosa se abrieron paso por todo el hangar, dañando paredes y techo.

Cindar intentaba dar a los Jedi, pero se movían demasiado rápido para él.

Sus siguientes disparos rozaron el vientre del
Halcón Murciélago
y rebotaron enloquecidamente en el suelo.

Entonces los disparos cesaron.

Cindar estaba rígido ante Qui-Gon y Obi-Wan, con la mirada desenfocada y la boca desencajada en un rictus de sorpresa. Cuando cayó boca abajo, vieron que en el centro de su espalda se encontraba la quemadura de un láser rebotado.

Qui-Gon se acercó a él y buscó signos de vida.

—Nos ha dicho todo lo que podía decirnos.

Obi-Wan se levantó del suelo apoyándose en la pierna sana.

—¿Qué hacemos ahora, Maestro? —preguntó.

El Maestro Jedi movió al cabeza en dirección al
Halcón Murciélago
.

—Seguir al capitán Cohl hasta Eriadu.

º º º

—¿A Karfeddion? —exclamó Yoda desconcertado—. ¿En otra misión ha ido?

—Ni más ni menos que la misma que le preocupa desde hace un mes —replicó Saesee Tiin tras mirar a Yaddle.

Yoda se tocó los labios con el dedo índice, cerró los ojos y meneó la cabeza apesadumbrado.

—El capitán Cohl otra vez.

En la torre estaban reunidos once de los doce miembros del Consejo Jedi.

El sol desaparecía por la curva occidental de Coruscant en una erupción de colores. El lugar de Adi Gallia estaba vacío.

—No es propio de Qui-Gon desafiar la voluntad expresa del Consejo y del Canciller Supremo —dijo Plo Koon.

Yoda abrió los ojos de pronto y alzó su bastón.

—No, propio de Qui-Gon esto es. Con la Fuerza Viviente, siempre está. A los actos de Qui-Gon el futuro acomodarse deberá.

—El único peligro aquí es que haga algo que aumente el distanciamiento que ya existe entre la República y el sector Senex —dijo Oppo Rancisis—. Pero me temo que lo sucedido en Asmeru ya pone al Canciller Supremo en una posición difícil.

—Y en un momento muy crítico —añadió Even Piell—. Vandron y las demás casas nobles de Senex podrían considerar que lo de Asmeru es un ejemplo del desprecio que siente la República por los sectores independientes. Eso podría subvertir las intenciones de Valorum de crear entre los sistemas fronterizos un clima de confianza en la República.

Mace Windu se disponía a decir algo cuando Ki-Adi-Mundi salió del turboascensor.

—Siento interrumpir, Maestro Windu —dijo el cercano—, pero hemos recibido un comunicado urgente de Qui-Gon Jinn.

—¿Qué dice el comunicado? —preguntó Mace Windu.

—Que se dirige a Eriadu a bordo del
Halcón Murciélago
en compañía de Obi-Wan.

Yoda abrió mucho los ojos en un gesto teatral de sorpresa.

—¡En capitán Cohl, Qui-Gon se ha convertido!

Capítulo 24

C
omo puerto comercial, Eriadu estaba acostumbrado a ver sus polucionados cielos llenos de naves. Pero la Cumbre había conseguido que se batiera el récord de tráfico, tanto en órbita como por debajo de ella. Entre las miles de naves ancladas en el lado luminoso del planeta había un viejo carguero corelliano, en aquel momento principal objeto de interés de la aeropiqueta fuertemente armada que portaba el emblema del Departamento de Aduanas e Inmigración de Eriadu. Entre la aeropiqueta y el carguero se desplazaba una pequeña nave de un ala, cuyo tamaño doblaba el de los cazas normales.

Rella y Boiny observaban la aproximación de la nave desde uno de los miradores de estribor. Los dos vestían del mismo modo, con botas que les llegaban a la rodilla, pantalones abolsados, chalecos y suaves capas cortas; parecían pilotos veteranos.

—Haremos esto según las reglas —dijo Rella, mirando a Boiny—. Los oficiales de aduanas no se entrenan para ser desagradables, ya nacen así. ¿Quieres que lo repasemos?

El rodiano negó con la cabeza.

—Seguiré tu ejemplo.

Fueron a la escotilla de estribor y esperaron a que se abriese. Poco después, subieron a bordo tres humanos de coloridos uniformes acompañados de un saurio cuadrúpedo de mal genio con un collar electrónico. La bestia sacaba la lengua y lamía el aire por el tajo que era su boca.

El inspector de aduanas resultó ser una mujer esbelta y de complexión clara, tan alta como Rella. Llevaba el cabello rubio tirante y recogido en una larga trenza tras la cabeza.

—Llevaos a Chack a popa e id avanzando hacia delante —ordenó a sus dos compañeros—. Dejad que se tome su tiempo. Marcad todo lo que le llame la atención y nos ocuparemos de cada cosa por separado.

Los dos agentes de aduanas y su sabueso se dirigieron a la parte trasera de la nave. La inspectora vio cómo se alejaban antes de seguir a Rella y Boiny al compartimento delantero del carguero.

—El manifiesto de carga —pidió ella, extendiendo la mano derecha hacia Rella.

Rella cogió una tarjeta de datos del bolsillo superior del chaleco y lo plantó en la mano de la mujer. Ésta insertó la tarjeta en un lector portátil y estudió la pequeña pantalla del aparato.

En popa se oyó un gruñido repentino. La inspectora de aduanas miró por encima del hombro.

—Su sabueso ha debido encontrar las cocinas —dijo Boiny alegremente. La severa expresión de la mujer no se alteró.

—No comprendo nada de esto —dijo ella un momento después, haciendo un gesto con la mano en dirección a la pantalla. Miró a Rella con sospecha—. ¿En qué consiste exactamente su carga, capitán?

—En problemas —dijo Rella apuntándole con una pistola.

A la mujer se le desorbitaron los ojos por la sorpresa. Ruidos detrás de ella la indujeron a mirar otra vez por encima del hombro. Dos robustos humanos y un gotal respondieron con sonrisas malévolas a su evidente sorpresa.

—Tenemos a los otros dos en la popa —dijo Lope—. El animal está muerto.

—Buen trabajo —dijo Rella, desarmando diestramente a la mujer. Presionó la pistola contra las costillas de la inspectora de aduanas y la condujo hasta la consola de comunicaciones del carguero.

—Quiero que alertes a tu nave —le dijo, mientras caminaban—. Dile a quien sea que esté al cargo que has descubierto una carga de contrabando y que necesitas que toda la tripulación suba cuanto antes a bordo.

La mujer intentó zafarse del control de Rella, pero ésta se mantuvo firme y la empujó hasta el asiento situado ante la consola.

—Venga, hazlo.

La mujer dudó, pero aceptó resignada.

—¿Toda la tripulación? —preguntó alguien incrédulo desde la nave piqueta—. ¿Tan grave es?

—Sí que lo es.

Rella cortó entonces la comunicación y retrocedió un paso para estudiar a la mujer.

—Voy a necesitar tu uniforme.

—¿Mi uniforme?

Rella le dio unos golpecitos en el hombro.

—Buena chica —dijo, volviéndose hacia Boiny y los demás—. Situaos ante la escotilla y disponeos a recibir compañía.

Los mercenarios sacaron sus pistolas y se alejaron.

Un cuarto de hora después. Rella entró en el puente de la aeropiqueta llevando el uniforme de la mujer y examinó los mandos. La inspectora de aduanas la seguía, prisionera de Boiny, llevando unos electrogrilletes en las muñecas y las ropas de Rella en el resto del cuerpo.

Boiny empujó a la mujer hasta el asiento del copiloto, presionando luego con sus dedos con ventosas el comunicador que llevaba oculto en la oreja derecha.

—Lope quiere saber lo que hace con el equipo de inspectores.

—Dile que los meta en la bodega de popa del carguero —respondió Rella mientras seguía estudiando los mandos.

Se sentó en el asiento del piloto y lo ajustó a su gusto. El parduzco planeta Eriadu llenó el mirador delantero. Rella conectó el sistema de comunicaciones e hizo girar el asiento para mirar a la inspectora de aduanas.

—Envía un mensaje diciendo que bajas con un cargamento de mercancía confiscada. Di que quieres que la carga sea transferida de inmediato al edificio de aduanas para su inspección, y que tengan hovertrineos preparados para cuando llegues.

—Eso va contra el procedimiento —dijo la mujer sonriendo—. No lo harán.

—Gracias por el aviso —repuso Rella sonriendo a su vez—. Pero esta vez lo harán porque los hombres del edificio de aduanas están conmigo. Puedes mirarme todo lo que quieras, inspectora, pero acabarás por hacerlo.

La mujer se inclinó hacia el transmisor esperando probarle que se equivocaba. Pero, tras escuchar su comunicado, la voz en el otro extremo replicó que tendrían los hovertrineos esperando.

La inspectora de aduanas continuó mirando escéptica a su captora.

—¿Crees que nadie sabe que hemos abordado vuestra nave?

—Somos conscientes de ello. Pero no necesitamos todo el día para hacer lo que vinimos a hacer.

Tras decir esto, ajustó el arnés del asiento de su prisionera de tal manera que ella apenas podía moverse. A continuación aceptó una tira adhesiva que le ofrecía Boiny y la pegó en la boca de la mujer.

—Quédate aquí quieta por un rato —dijo Rella agachándose para ponerse al nivel de los ojos de la mujer—. No tardaremos mucho.

Boiny y ella se dirigieron a popa, a los pequeños compartimentos traseros de la aeropiqueta. Cohl y los mercenarios ya estaban allí apretados entre media docena de tubos de carga de dos metros de alto traídos desde el carguero. Todos ellos llevaban respiradores y trajes extravehiculares con chalecos de pliegueblindaje debajo.

—¿Es esto necesario? —le preguntaba uno de los humanos a Cohl, gesticulando hacia los tubos de carga.

—Supongo que prefieres abrirte paso a tiros por la aduana, ¿no?

—No, capitán. Es que no me gustan los lugares cerrados.

—Pues acostúmbrate a ellos —repuso Cohl con una carcajada pesarosa—. A partir de este momento, todo serán apreturas. Venga, adentro.

El hombre abrió reticente la escotilla del estrecho tubo y se apretó en su interior.

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