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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (29 page)

Valorum dio unos pasos alejándose del Jedi, girando luego sobre los talones.

—Entonces, me corresponde convencer a los delegados de los sectores fronterizos de que aflojen el yugo a que les ha sometido el Frente de la Nebulosa y la Federación de Comercio.

—Canciller Supremo —intervino Adi—, ¿aceptaría posponer su discurso de inauguración hasta que podamos descubrir cuál es el plan del Frente de la Nebulosa? Puede que los asesinos se hayan infiltrado ya en la seguridad de Eriadu.

—No pienso hacer nada de eso —repuso Valorum negando con la cabeza—. Tal como están las cosas, cualquier cambio del protocolo podría interpretarse como debilidad o como dudas. Lo siento. Me doy cuenta de que tienen las mejores intenciones en mente, pero no puedo permitir que interfieran en el proceso. Por el bien de la República.

Adi inclinó la cabeza.

—Honraremos sus deseos, Canciller Supremo.

Los tres Jedi dieron media vuelta y salieron de la sala.

—Habrá que ir directamente a donde se va a celebrar la Cumbre y ver lo que podemos descubrir allí —dijo Qui-Gon apenas se cerró la puerta tras ellos.

Capitulo 26

–S
i el atentado no convirtió a Valorum en el centro de atención de esta Cumbre, desde luego lo es ahora por lo de Asmeru —le decía el senador Bor Gracus de Sluis Van a Palpatine mientras se movían con el paso lento de los delegados que se dirigían a los escáneres de inmigración del espaciopuerto de Eriadu.

Fueran humanos o alienígenas, casi todos ellos iban envueltos en túnicas y capas de la mejor tela, incluidos Palpatine y su compañero temporal en la serpenteante cola, los cuales vestían de manera similar, con túnicas ricamente adornadas de espaciosas mangas y elevados cuellos dobles.

Sate Pestage y Kinman Doriana, igualmente vestidos con túnicas negras, iban muy cerca detrás de Palpatine.

—Me han llegado rumores de que hay muchos delegados del Núcleo y del Borde Interior que creen que la intervención del Canciller Supremo en Asmeru sólo era una manera de ganarse el favor de la Federación de Comercio.

Gracus era un humano robusto de ojos saltones y nariz bulbosa. Su mundo natal tenía pequeños pero florecientes astilleros. Al igual que los demás mundos cercanos a la Ruta Comercial de Rimma, Sluis Van consideraba predestinada su futura importancia.

—Los rumores sólo son de utilidad cuando son certeros, senador —repuso Palpatine un momento después—. El canciller supremo Valorum no suele defender las políticas comerciales injustas.

—¿Injustas, dice? No vi que usted se levantara y aplaudiera cuando Valorum hizo ese discurso defendiendo las ventajas de un impuesto a las zonas de libre comercio.

—Eso no significa que piense de otro modo —dijo Palpatine con voz controlada—. Pero, al igual que a usted, mi posición me obliga a representar la opinión de aquellos a los que represento, y por el momento, Naboo sigue sin pronunciarse.

Gracus le miró de lado.

—¿Quiere decir que el rey Veruna aún no se ha pronunciado?

—Lo único seguro es que sus problemas van en aumento. Nuestro regente está demasiado envuelto en el escándalo como para pensar en el futuro de Naboo. Olvida que nuestro mundo depende de la Federación de Comercio para muchas de sus importaciones industriales, además de para buena parte de sus alimentos. Naboo arriesga tanto como cualquier otro sistema fronterizo que se oponga activamente a la Federación, cuando no más. Sólo tras muchas discusiones y debates pude convencer al rey Veruna de la importancia que tenía mi asistencia a esta Cumbre.

—Es usted muy juicioso, senador —dijo Gracus, de una manera en la que se mezclaban tanto admiración como cierta irritación—. Ha respondido a mi pregunta sin llegar a contestarla. Apoya a Valorum, al tiempo que no lo apoya. —Cuando se hizo evidente que Palpatine no pensaba responder, continuó hablando—. Tengo entendido que usted participó en la decisión del Canciller Supremo de enviar una fuerza armada a Asmeru.

—Una delegación diplomática —le corrigió Palpatine.

—Llámela como quiera, que eso no cambiará lo que sucedió allí. Y no podrá negar que lo sucedido huele más a la fuerza que a la diplomacia.

—Los detalles que se han comunicado del incidente son con mucho superficiales, senador —dijo Palpatine, desechando la idea con un gesto—. Y, lo que es más, ignora el hecho de que el Frente de la Nebulosa pasó a ser asunto de la República en el mismo momento en que atentó contra su Canciller Supremo.

—Eso afirma Valorum.

—La delegación fue atacada casi de inmediato, y respondió de la forma adecuada.

—La típica justificación —bufó burlonamente Gracus—. Valorum empleó el incidente para lanzar un ataque preventivo y así anular la capacidad del Frente de la Nebulosa para interrumpir la Cumbre, al tiempo que fuerza a la Federación de Comercio a aceptar el impuesto. Y sospecho que también le movían otros motivos. Todo el mundo esperaba que las casas de Senex protestasen por la violación de su territorio, pero han guardado demasiado silencio. No me sorprendería descubrir que Valorum ha hecho un trato con la casa Vandron. Si no protesta por lo sucedido en Asmeru, el Senado, o al menos Valorum, pasarán por alto sus continuas violaciones de los Derechos de los Seres Inteligentes y anularán las restricciones que impiden al sector Senex comerciar con los mundos de la República.

—Los mundos del Núcleo se interesan bien poco por las injusticias que asolan el Borde Exterior, sean éstas de esclavismo o de tráfico de especia —repuso Palpatine en tono cansino—. La República estaría encantada de comerciar con el sector Senex, al margen de cualquier violación de esos derechos, si el sector Senex tuviera algo de valor que ofrecer a cambio. Si fuera así, ya haría tiempo que se habría acabado con la Federación de Comercio. Pero la verdad es que tanto los neimoidianos como los demás miembros de su Directiva han sabido hacerse imprescindibles con las mercancías que llevan hasta el Núcleo.

—Aun así —balbuceó Gracus desconcertado—, en estos momentos los mundos del Borde Externo andan muy revueltos. Hasta quienes no apoyan abiertamente al Frente están en contra de la intervención de la República en Asmeru.

Palpatine sonrió de forma ambigua.

—Estoy seguro de que el Canciller Supremo calmará las preocupaciones de todos cuando se dirija a los delegados.

—Estaremos todos impacientes por oír lo que tenga que decirnos —replicó el senador de Sluis Van con desdén—, dado que, por un lado, pretende castigar con impuestos a la Federación de Comercio, mientras, por el otro, les acaricia erradicando al antagonista más peligroso que tienen.

—Uno debe hacer los ajustes que considere necesario —repuso Palpatine con un buen humor que no parecía abandonarlo—. Nadie puede preverlo todo, por mucho que planee las cosas. El paisaje en el que habitamos cambia continuamente. —Una mirada distraída asomó a sus ojos—. En este instante estamos en la luz, y al siguiente estaremos en la oscuridad, buscando cada uno su propio camino en ella. Quizá cuando puedan adivinarse los acontecimientos, cuando alguien obtenga un poder así, quizá entonces pueda dirigirse el futuro por un camino u otro. Pero mientras eso no pase, sólo podemos avanzar tropezando, palpando ciegamente en busca de la verdad.

Gracus lanzó un bufido.

—Entonces, quizá debería pensar en presentarse al puesto de Canciller, senador.

—Estoy contento con mi participación detrás de las candilejas —repuso Palpatine desechando la idea.

—Sospecho que sólo de momento —dijo Gracus, mientras Palpatine se adelantaba en la cola.

º º º

Los ojos rojos de Nute Gunray se pasearon por la cola de delegados que esperaban a ser escaneados por las primitivas máquinas de Eriadu. Su mirada se fijó en dos senadores humanos, uno rotundo y plebeyo, el otro muy erguido y refinado, enzarzados en lo que parecía una conversación animada. Miró al senador Lott Dod desde lo alto de su mecanosilla.

—¿Quién es el humano de la túnica azul, ése de allí, que habla con el más grueso?

—El senador Palpatine de Naboo —dijo Dod, tras seguir el índice del virrey.

—¿Es amigo nuestro?

—Da toda la impresión de mantenerse en medio, virrey —contestó, negando dubitativo con la cabeza—. Pero dicen que animó a Valorum a enviar a los judiciales al sector Senex.

—Entonces, es un amigo en potencia.

—Pronto sabremos en qué posición está todo el mundo.

Detrás de ellos estaba la lanzadera que les había bajado a la superficie, una nave de aspecto orgánico con un cuarteto de trenes de aterrizaje segmentados y con forma de garra, una pareja de troneras para el generador que parecían ojos y un escudo deflector trasero que se alzaba del cuerpo aplanado de la nave como si fuera una cola erizada.

Gunray y Dod vestían túnicas, mantos y tiaras; carmesí y cordobán la del virrey, púrpura oscuro y lavanda la del senador. Delante, detrás y a sus flancos desfilaban androides de seguridad, con sus rifles láser montados tras el hombro derecho. Los androides eran la respuesta neimoidiana a la oferta de Eriadu de proporcionarles protección. Además, la Directiva de la Federación de Comercio había insistido en que se instalara un pequeño generador de escudos en el palco que se les había asignado en la Cumbre.

Una simple mirada a los manifestantes que se pegaban al perímetro de las instalaciones del espaciopuerto le indicó a Gunray que los miembros de la Directiva habían tomado una decisión prudente, pese al ridículo a que se habían visto sometidos en el Senado Galáctico.

Los otros seis miembros de la Directiva, protegidos por los agentes de seguridad de Eriadu, lideraban el cortejo de la Federación de Comercio mientras se dirigían a la terminal. Encabezando la fila iban los cuatro miembros humanos de la Federación: dos de Kuat, uno de Balmorra y el otro de Filve. Tras ellos iban los miembros de Sullusta y de Gran, todos ellos llevando costosas túnicas y tocados, aunque muy distantes de las extravagancias que solían usar Gunray y Dod.

—¿Podemos considerar ese asunto de Asmeru como una señal de que Valorum está secretamente de nuestro lado? —preguntaba el sullustano al gran.

—Sólo si Valorum nos sorprende a todos retirando su propuesta impositiva —replicó el gran.

—Mis letrados me aseguran que la República no tiene ningún derecho legal a imponer impuestos a las zonas de libre comercio —dijo Gunray en básico, desde lo alto de su trono ambulante.

Uno de los humanos de Kuat miró al neimoidiano por encima del hombro y lanzó una carcajada.

—La República hará lo que quiera, virrey. Y usted será idiota si cree otra cosa. Valorum es tan enemigo nuestro como lo ha sido siempre.

Gunray sufrió la humillación en silencio. Se preguntó qué opinaría el kuati del comentario de Darth Sidious de que Valorum era el principal aliado que tenía la Federación en el Senado. ¿Se habría apresurado tanto a burlarse de él?

Gunray lo dudaba.

Ni el arrogante humano ni los demás estaban al tanto del acuerdo secreto que tenía Gunray con el Señor Sith. Consideraban la continuada compra de androides mejorados de los neimoidianos como un gasto inútil, y un claro síntoma de la creciente paranoia de esa raza. Pero rara vez discutían los costes, ya que esas armas aportaban una protección añadida a la flota. Del mismo modo, tampoco estaban al tanto del plan de Sidious para que la Federación ampliara su esfera de influencia más allá de los sistemas fronterizos, llegando hasta el mismo Borde Galáctico.

Aún así, Gunray estaba inquieto.

El Señor Sith sólo se había comunicado una vez con él desde el encuentro entre los neimoidianos y los fabricantes de armas de Baktoid y de Haor Chall. La comunicación había sido breve y unilateral, con Sidious recalcando la importancia de que Gunray asistiera a la Cumbre, y asegurándole, como siempre, que todo iba según el plan previsto.

—La forma de derrotar a Valorum —decía el otro kuati— es convenciendo a nuestros miembros con voto de que no ganarán nada dejándonos para buscar representación individual en el Senado.

—Aunque eso requiera ofrecerles lucrativos incentivos comerciales —añadió el sullustano.

—Pero nuestros beneficios… —farfulló Gunray, pese a sus esfuerzos por controlarse.

—Los impuestos de la República tendrán que ser absorbidos por los sistemas fronterizos —dijo el directivo de Balmorra—. No queda otro remedio.

—¿Y si los impuestos son demasiado exorbitantes como para ser absorbidos por los sistemas fronterizos? —preguntó el gran—. Perderíamos una buena parte del mercado. Esto puede dejarnos en muy mala situación.

Esa vez, Gunray se las arregló para contenerse.

Todo es una charada
, le había dicho Sidious.
Los impuestos sólo son un obstáculo menor en nuestro camino a una gloria mayor. Deja que tus compañeros de la Directiva digan y hagan lo que quieran, pero contente y evita responderles, sobre todo en la Cumbre.

Nuestro camino
, pensó Gunray.

Pero, ¿participaba él en una verdadera sociedad, o en una donde Sidious acabaría siendo el Señor de los neimoidianos? ¿Por cuánto tiempo se conformaría un Señor Sith con tener sólo poder económico? ¿Y qué sería del virrey Nute Gunray una vez Darth Sidious pusiera sus miras en un objetivo mucho más digno de sus oscuros conocimientos?

El virrey diputado Hath Monchar y el comandante Dofine ya le habían hecho partícipe de sus dudas respecto a esa alianza, dándose poca cuenta de que era una sociedad prácticamente impuesta a Gunray desde el mismo momento en que se le ofreció.

El Señor Sith le había prometido que volvería a comunicarse con él antes de que diera inicio la Cumbre. Puede que entonces se lo revelase todo, ansiaba el virrey.

Capítulo 27

H
avac y su grupo volvieron a la sala principal del almacén de aduanas y al distante rumor de naves despegando. Los cinco mercenarios reclutados por Cohl estaban sentados en el borde de los hovertrineos que les habían llevado hasta el almacén. Lope supo que había pasado algo inesperado al ver el nerviosismo con que se movía Havac.

—Cohl ha salido por detrás, pero os desea suerte —repuso Havac, dirigiéndose luego a Lope, antes de que nadie pudiera hacerle alguna pregunta—. ¿Cuál es el arma que prefieres?

Lope miró por segunda vez al pasillo por el que había llegado, antes de volver a clavar los ojos en los trineos.

—Cuchillos, del tamaño que sean.

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