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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (26 page)

—No observé disturbio alguno —repuso el Canciller frunciendo el ceño—. Había una multitud de manifestantes en el espaciopuerto, pero…

—Ah, sí. Por supuesto, no pudo verlos porque desviamos el convoy en el último momento.

Valorum no supo cómo debía responder.

—Debo decirle que nos inquietamos mucho al enterarnos de ese reciente atentado contra su vida, Canciller Supremo. Pero supongo que todos tenemos nuestros propios problemas internos. Ryloth tiene sus contrabandistas, el rey Veruna de Naboo sus detractores y Eriadu tiene a la Federación de Comercio y la posibilidad de que se imponga un impuesto a las rutas comerciales.

Valorum era consciente de las miradas de escasa bienvenida que le brindaban algunos de los invitados de Tarkin.

—Las noticias de mi intento de asesinato no parecen haberme proporcionado muchas simpatías en esta sala.

Tarkin hizo un gesto para quitarle importancia.

—Esos impuestos renuevan nuestro temor a un incremento de la corrupción, que es lo que siempre sucede cuando se imponen nuevas capas burocráticas entre aquellos que tienen el poder y los que no lo tienen. Pero eso tampoco implica que estemos a favor del separatismo, o que apoyemos una rebelión abierta. En Eriadu, al igual que otros mundos de la ruta de Rimma, hay muchos partidarios del Frente de la Nebulosa, pero yo no soy uno de ellos, como no lo son los miembros de la administración del gobernador. Las amenazas de insurrección deben responderse con la fuerza. Buscar el momento adecuado y atacar.

Tarkin aligeró su diatriba con una risita humilde.

—Disculpe los desvaríos de un simple teniente de gobernador, Canciller Supremo. Me doy cuenta de que no es propio de la República responder a la violencia con más violencia.

—Yo pensaba lo mismo, hasta hace poco —comentó alguien cercano.

El desdén y la provocación se mezclaban en la voz gentil y femenina. Quien hablaba era una dama hasta el último centímetro, desde la cola de su carísimo vestido hasta la deslumbrante tiara enjoyada.

Tarkin sonrió débilmente mientras ofrecía su brazo a la corpulenta mujer y la presentaba.

—Canciller supremo Valorum, tengo el placer de presentarle a Lady Theala Vandron, del sector Senex.

Pillado con la guardia baja, un sonrojado Valorum asintió e hizo una cortés reverencia.

—Lady Vandron —dijo sin emoción.

—Quizá le interese saber, Canciller Supremo, que la situación de los rehenes en Asmeru está ya, digamos que resuelta.

—¿Asmeru? —dijo Tarkin—. ¿A qué se refiere?

Valorum recuperó rápidamente la compostura.

—La República envió una delegación de paz compuesta por judiciales y algunos Jedi para tratar con los agentes del Frente de la Nebulosa allí estacionados.

—¿Para tratar o luchar? —preguntó Tarkin con sospecha.

—Lo que se considerase apropiado.

—Así que por eso fueron llamados a Eriadu varios judiciales y Jedi —repuso Tarkin con el rostro iluminado—. Bueno, en cualquier caso, parece que al final nuestras políticas no son tan encontradas, Canciller Supremo.

—A raíz del intento de asesinato, el Canciller Supremo llevó a cabo una acción directa en espacio que no era de la República —dijo Lady Vandron mirando a Tarkin—. Nos vemos forzados a felicitarle por su deseo de aventurarse tan lejos de casa en estos tiempos difíciles.

Valorum aceptó con reservas el sesgado cumplido.

—Pueden estar seguros, señora, y teniente de gobernador Tarkin, que Coruscant está en buenas manos.

Si bien Valorum no gozaba de respaldo universal ni siquiera en Coruscant, la verdad es que su ausencia era notada, sobre todo en el distrito gubernamental, donde había cierto olor a traición en el aire.

Los miembros del Senado Galáctico se habían concedido unos cuantos días libres mientras se celebraba la Cumbre de Eriadu. Pero había unos pocos que acudían diligentes a sus despachos en los edificios del Senado, aunque sólo fuera para ponerse al día en el papeleo atrasado.

Bail Antilles era uno de ellos.

Había pasado la mañana redactando una propuesta que calmase las tensiones comerciales existentes entre su nativa Alderaan y el vecino mundo de Delaya. Cuando hizo una pausa para almorzar, en lo único que pensaba era en un vaso alto de cerveza gizer en su restaurante predilecto, junto al edificio de los Tribunales. Pero la política frustró su plan en la persona del senador Orn Free Taa, que se cruzó con él en el más público de los pasillos del Senado.

El corpulento twi’leko azul iba a bordo de un hovertrineo.

—¿Permite que me deslice a su lado por unos momentos, senador Antilles? —le preguntó.

Antilles hizo un gesto de aceptación.

—¿Qué sucede? —dijo, con evidente desagrado.

—Yendo directamente a la cuestión, debo decir que ha llegado a mis manos una información bastante interesante. Pensé en mostrárselo al senador Palpatine, pero él me sugirió que debía hablar con usted, ya que es el presidente del Comité de Actividades Internas.

Antilles empezó a protestarse, pero suspiró resignado.

—Continúe, senador.

Las gruesas colas de la cabeza de Taa temblaron ligeramente por la anticipación.

—Como ya sabe, hace poco que soy miembro del Comité de Asignaciones, y como tal he estado buscando precedentes legales para la propuesta impositiva del Canciller Supremo a las zonas de libre comercio. Es evidente que ese impuesto tendrá consecuencias y ramificaciones inesperadas, pero esperamos poder abortar cualquier posible corrupción adelantándonos a cualquier eventualidad que pudiera tener lugar de aprobarse la propuesta.

—Estoy seguro de ello —murmuró Antilles.

Taa encajó el sarcasmo sin parpadear.

—El Canciller Supremo ha manifestado su deseo de que un porcentaje de los ingresos que se obtengan con el impuesto a las rutas comerciales, y que a todos los efectos es un impuesto a la Federación de Comercio, se destinen a ayudas sociales y tecnológicas para cualquiera de los mundos de los Bordes Medio y Exterior que puedan verse negativamente afectados por dicho impuesto.

»Algo que, no obstante, presenta un dilema. Si la moción se ratifica y la Federación de Comercio se ve forzada a ceder una parte de su control de las rutas espaciales, habrá muchas empresas pequeñas que se beneficiarán por ello, no sólo porque se creará un nuevo mercado más competitivo, sino por los impuestos que se supone deben destinarse al desarrollo de los sistemas fronterizos.

Antilles permitió que su desconcierto fuera evidente.

—No estoy seguro de ver el dilema.

—Entonces, permítame que se lo aclare con un ejemplo específico. La base de datos del Comité de Asignaciones ha realizado una búsqueda de las corporaciones del Borde que tiene más posibilidades de beneficiarse con este impuesto, y ha cruzado los resultados con los datos del Comité de Consignaciones, del que también soy miembro. Y de la lista de miles de corporaciones compiladas, sólo ha coincidido una: una empresa de transportes con base en Eriadu que ha recibido una repentina y, permítaseme añadir que sustanciosa, inyección de capital.

—Algo que no me sorprende —dijo Antilles—. Los inversores atentos estarán haciendo lo mismo que hace su comité, con la diferencia de que ellos buscan oportunidades financieras.

—Exacto. Son especuladores. Pero, en este caso, el dilema surge del hecho de que esa empresa es propiedad de parientes del canciller supremo Valorum.

Antilles se detuvo de pronto y se volvió hacia el flotante twi’leko. Taa mostró las palmas de sus grandes manos.

—Permita que le aclare que no estoy sugiriendo nada impropio por parte del Canciller Supremo. Estoy seguro de que es consciente de que cualquier persona que disponga de información privilegiada sobre propuestas legislativas o contratos de construcción está sometida al estatuto 435, subestatuto 1759 de la Ley de Propiedades a fin de que no se aproveche de esa información, ya sea realizando inversiones o de cualquier otra manera.

Antilles entrecerró los ojos.

—Pero está sugiriendo algo al no sugerirlo.

—Yo sólo encuentro curioso que el Canciller Supremo no haya llevado al Senado este aparente conflicto de intereses. Estoy seguro de que el dilema desaparecerá una vez se determine el origen de la inversión y comprobemos que no hay relación alguna entre esos inversores y el Canciller Supremo.

—¿Ha descubierto alguna cosa al respecto?

—Eso es otra cosa igualmente peculiar. Cuanto más busco su origen, más callejones sin salida encuentro. Es casi como si alguien no quisiera que se supiera en dónde o con quién se originó esa inversión. Mi falta de éxito se explica parcialmente por el hecho de que carezco del permiso necesario para acceder a los archivos financieros relevantes. Un permiso que sólo tienen personas de posición mucho más elevada que la mía. Personas como, bueno, como usted.

Antilles le miró.

—Supongo que habrá reunido los datos pertinentes, senador.

—De hecho, da la casualidad de que llevo una copia encima —repuso Taa conteniendo una sonrisa.

Le entregó un holocrón de datos que Antilles cogió prestamente.

—Veré lo que puedo descubrir.

Capítulo 23

E
l requisado
Halcón Murciélago
se acercaba a Karfeddion, que en ese momento era un semicírculo moteado de verde que llenaba los miradores delanteros de la fragata. Qui-Gon se sentaba a los controles de la achatada cabina. Iba vestido con un poncho, una bufanda y unas botas que había cogido en Asmeru, asumiendo el aspecto que tenía cualquier miembro del Frente de la Nebulosa.

Obi-Wan estaba tras el asiento del copiloto, quitándose su capa parda.

—Pon ahí tus ropas —le dijo Qui-Gon, señalando el asiento vacío del navegador—. Junto con tu sable láser.

El discípulo se detuvo.

—¿Mi sable láser?

—Debemos asegurarnos de no causar una impresión equivocada una vez estemos en tierra.

Obi-Wan lo meditó un momento, asintiendo luego inseguro para separar el cilindro de su cinturón. Desconectó por completo el sable láser y se deslizó al asiento del copiloto.

—Maestro, ¿hicimos lo que debíamos en Asmeru? —preguntó, rompiendo un silencio prolongado—. ¿Pudo evitarse la violencia, como deseaba la Maestro Yaddle?

—¿Cómo evitar aquello cuya finalidad está trazada por la Fuerza?

El muchacho guardó silencio otro largo instante.

—¿Es peligroso pensar mucho en el Lado Oscuro?

—Tengo la mirada fija en la luz, padawan, pero responderé a tu pregunta. Pensamiento y acción son cosas muy diferentes.

—Pero, ¿cómo estar seguros de que nuestros pensamientos no afectan a nuestros actos? El sendero que recorremos es a veces muy estrecho.

Qui-Gon conectó el piloto automático y se volvió para mirar a su aprendiz.

—¿Quieres que te lo explique tal como hizo Yoda conmigo cuando yo era más joven que tú?

—Sí, Maestro.

Qui-Gon centró los ojos en el mirador mientras hablaba.

—En la lejana Generis había un bosque de árboles sallap especialmente oscuro, denso y casi impenetrable. Durante muchas generaciones había sido necesario recorrer una larga distancia rodeando el bosque para llegar a un hermoso lago de profundas aguas que había al otro lado. Pero entonces, un Señor Sith pensó en abrir con fuego un paso entre los árboles, esperando obtener así un camino más rápido al lago. Como ya supondrás, sólo unos pocos tomaron ambas rutas y sobrevivieron para contar sus experiencias. Y todos estaban de acuerdo en que si bien el camino por el bosque oscuro era más corto, no llegaba hasta el mismo lago. Mientras que el camino que bordeaba el bosque, pese a ser largo y arduo, no sólo conducía a sus playas, sino que era un destino en sí mismo.

Sin mirar a su discípulo, el Maestro Jedi preguntó:

—Estando en Asmeru, ¿te aventuraste por ese bosque oscuro, o permaneciste en la luz, teniendo a la Fuerza como compañera y aliada?

—No tenía ningún destino en mente, aparte de ir por donde me guiase la Fuerza.

—Entonces ya tienes la respuesta.

Obi-Wan giró el asiento para mirar a las estrellas.

—Los Sith existieron antes de los tiempos de Yoda, ¿verdad?

—Nada fue anterior a los tiempos de Yoda —repuso Qui-Gon a punto de sonreír.

El padawan miró hacia la parte de atrás de la fragata.

—Maestro, respecto a Cindar…

—No, no confío en él.

—¿Por qué venimos entonces a Karfeddion?

—Debemos empezar por algún lado, Obi-Wan. Con el tiempo, hasta las mentiras de Cindar revelarán sus verdaderas intenciones.

—¿A tiempo de impedir que el capitán Cohl haga lo que sea que le ha encomendado Havac?

—Eso no puedo decirlo, padawan.

En ese momento, Cindar entró en la cabina y se fijó en las ropas y los sables láser abandonados por los Jedi.

—¿No os sentiréis desnudos sin ellos?

Obi-Wan alejó el asiento de la consola para mirarlo.

—Queremos asegurarnos de no causar una falsa impresión.

—Es una buena idea —dijo el nikto—. Y más cuando ésta es mi primera visita a Karfeddion y no tengo ni idea de por dónde empezar a buscar a Cohl o a Havac.

—No te preocupes por eso —repuso Qui-Gon mirándolo—. Sospecho que ya tenemos por dónde empezar.

Una vez atracada la fragata en el muelle, los dos Jedi y Cindar bajaron por la rampa de desembarco y se dispusieron a hacer preguntas en las cantinas y tabernas de dudosa reputación que rodeaban el espaciopuerto. Apenas se habían alejado veinte metros de la nave cuando una pareja de técnicos de mantenimiento los interceptaron en la salida a la calle.

—Es el
Halcón Murciélago
, ¿verdad? —le dijo el más alto a Qui-Gon. El Jedi le miró a los ojos.

—¿Quién lo pregunta?

—Sin ánimo de ofender, capitán —dijo el otro, alzando las manos en gesto apaciguador—. Solo queríamos decirle que acaba de cruzarse con él.

Obi-Wan empezó a decir algo, pero se lo pensó mejor.

—¿Que nos hemos cruzado con él?

—Salió hace unas horas —replicó el más alto—, con tripulación completa y en un viejo carguero corelliano.

—Ah, esa nave —dijo Qui-Gon.

—¿Van a participar los tres en el asunto de Eriadu? —dijo el técnico más bajo con aire de conspirador.

—¿Tu qué crees? —repuso el Jedi retóricamente.

Los técnicos intercambiaron una mirada significativa.

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