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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (17 page)

BOOK: Velo de traiciones
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Una explosión apagada sonó cerca, proyectando nubes de astringente humo blanco y asustando aún más a los manifestantes en fuga.

Qui-Gon comprendió enseguida que la detonación sólo era una distracción. El auténtico peligro provenía del otro lado de la plaza, donde ya corrían dos asesinos más armados con pequeñas pistolas láser. Cuando cayó otro guardia, uno de los asesinos disparó a la abertura que se había abierto en el cordón protector de Valorum. Adi desvió dos de los dardos energéticos, pero un tercero consiguió pasar.

Valorum hizo una mueca de dolor y cayó de lado.

Un guardia del Senado avanzó disparando su rifle y derribando a los dos asesinos.

Qui-Gon oyó al aerotaxi iniciando un rápido descenso, con su forma redonda arrastrando un trío de cables de rescate. Un twi’leko y los dos rodianos se abrieron paso hasta llegar a una zona despejada de la plaza y se agarraron a los cables.

Qui-Gon sacó de uno de los bolsillos de su cinturón un lanzador de cables líquidos y lo disparó mientras corría. El gancho se hundió profundamente en el taxi, y el cable de monofilamento empezó a desenrollarse. Qui-Gon se agarró al cable, apretó el mecanismo de enrolle y ascendió al cielo, con el sable láser extendido en la mano derecha.

Al ponerse a la altura de los dos rodianos, cortó sus cables con el sable láser, haciéndolos caer de vuelta a la plaza. Pero el twi’leko seguía estando por encima de él. Y se dio cuenta de que nunca lo alcanzaría a tiempo. El aerotaxi ya se inclinaba hacia el borde norte de la plaza, resultando obvio que esperaba poder quitarse de encima a su pasajero en una de las simas que se abrían entre edificios.

Cuando estuvo a la altura de una de las estatuas más altas de los Fundadores del Núcleo, el Jedi se soltó y aterrizó en los hombros de la estatua, saltando luego a la base del pedestal y finalmente a la plaza.

Uno de los rodianos corría casi de espaldas, disparando de forma continua y cayó en manos de dos guardias del Senado, que lo arrojaron sin miramientos al suelo de piedra; una pierna rota mantenía al otro rodiano en el lugar en que había caído.

Qui-Gon giró sobre sus talones y corrió hacia Valorum. Los guardias que quedaban habían formado un perímetro infranqueable a su alrededor, clavando los pies al suelo y apuntando hacia fuera con sus armas. Adi vio a Qui-Gon y pidió a los guardias que lo dejaran pasar.

El costado derecho de la túnica de Valorum mostraba una gran mancha de sangre.

—Tenemos que llevarlo a un centro médico —dijo Adi apresuradamente.

Qui-Gon puso la mano derecha bajo el brazo izquierdo de Valorum y lo levantó. Adi lo sostuvo por el otro lado. Con los sables láser aún encendidos, se dispusieron a llevar al Canciller Supremo de vuelta al edificio del Senado mientras los guardias cubrían su retirada.

Capítulo 15

Q
uienes se dedican a ese tipo de cosas han postulado la teoría de que uno podría caerse desde lo alto de la cúpula del Senado y aterrizar directamente en el centro médico donde los delegados disfrutan de privilegios exclusivos, siempre y cuando, claro está, que los vientos que en ese momento soplasen entre los desfiladeros de Coruscant fueran los adecuados, y que la persona que cayese no fuera atropellada por los vehículos que pasasen al atravesar las pistas de tráfico.

Un método más seguro y eficaz de llegar intacto al Centro Médico del Senado Galáctico era tomar un turboascensor en el hemiciclo, o bien llegar allí mediante un aerocoche, tal y como había hecho el senador Palpatine.

El Centro Médico ocupaba los dos pisos superiores de un edificio corriente que se alzaba escarpado en los niveles medios del planeta. Sus numerosas entradas estaban codificadas, ya fuera mediante colores u otros medios, de acuerdo a las diferentes especies, ya que muchas de ellas requerían atmósferas y gravedades específicas, tal y como pasaba en muchos de los palcos del hemiciclo del Senado.

Sale Pestage pilotó el aerocoche hasta el compartimento desocupado de una plataforma de aterrizaje anclada a la entrada, codificada para humanos y casi humanos, sin duda la más adornada de todas las zonas rectangulares de admisión.

—No pierdas tiempo —dijo Palpatine desde el asiento trasero—, pero sé discreto.

—Délo por hecho —repuso Pestae, asintiendo con la cabeza.

El senador de Naboo salió por la parte trasera del aerocoche circular, se ajustó el frontal de su adornada toga, y desapareció por la entrada. En el vestíbulo se encontró con el senador Orn Free Taa.

—Me dijeron que estaría aquí —comentó Palpatine.

El corpulento twi’leko agitó la enorme cabeza en lo que aparentaba ser un gesto de pesar.

—Un suceso trágico. En verdad terrible.

Palpatine alzó una ceja.

—De acuerdo —bufó Taa—. La verdad es que Valorum ha estado bloqueando mis peticiones de reducir las tarifas de exportación de ryll desde Ryloth. Si visitándolo en el Centro Médico consigo suavizar las cosas, le visito.

—Todos hacemos lo que debemos —dijo Palpatine en tono cortés.

—¿Debo asumir que su visita está motivada por una preocupación genuina? —repuso Taa tras estudiarlo un momento.

—El Canciller Supremo es la voz de la República, ¿verdad?

—Por el momento —repuso con tono desagradable.

Había guardias del Senado apostados por toda la zona de admisión, así que Palpatine tuvo que identificarse no menos de seis veces antes de ser conducido a una sala de espera reservada para los visitantes de Valorum. Una vez allí, intercambió saludos con Bail Antilles, un hombre alto y apuesto, de cabellos negros y delegado de Alderaan en el Senado, así como con el igualmente distinguido senador de Núcleollia, Com Fordox.

—Ya se habrá enterado de a quién se culpa de lo sucedido —preguntó Fordox apenas se sentó Palpatine en el sofá situado ante él.

—Sólo que el Frente de la Nebulosa parece estar implicado.

—Tenemos evidencias confirmadas de su implicación —dijo Antilles.

—Un acto incomprensible —comentó Fordox. Sus rasgos reflejaban ira y confusión.

—Un acto que no puede quedar sin castigo —concedió Antilles.

Palpatine se compadeció con ellos, apretó los labios y negó con la cabeza.

—Una terrible señal de los tiempos que corren —dijo.

La mayoría de los males que acababan conduciendo a los delegados al Centro Médico solían ser consecuencia de excesos comiendo o bebiendo, o bien lesiones recibidas en las pistas de scoopball, en accidentes de aerotaxi o a consecuencia del ocasional duelo de honor. Rara vez acudían a él delegados padeciendo alguna enfermedad, y menos a consecuencia de un intento de asesinato.

Palpatine se consideraba culpable de lo sucedido.

Debió darse cuenta durante su encuentro con Havac de lo que se avecinaba. El joven militante había insistido más de una vez en la necesidad de que Valorum se diera cuenta de lo peligroso que era el Frente de la Nebulosa. Pero Palpatine nunca había supuesto que estuviera tan desesperado como para recurrir al asesinato.

El hecho de que Havac también fuera imprudente lo hacía doblemente peligroso. ¿De verdad creía que las cosas le irían mejor al Frente de la Nebulosa con alguien que no fuera Valorum al cargo del Senado? ¿No se daba cuenta de que Valorum era la mejor esperanza que tenían de contener a la Federación de Comercio, mediante impuestos y otros medios? Con ese intento de asesinato, no sólo había reforzado la afirmación de la Federación de que el Frente era una amenaza sino que había dado más peso a la petición de los neimoidianos de aumentar sus defensas.

Havac necesitaba que le recordaran quiénes eran sus enemigos.

A no ser, claro está, que Havac fuera más listo de lo que aparentaba ser
, se dijo Palpatine. ¿Podía la actitud agradable pero indefinida de Havac ocultar un intelecto astuto?

Palpatine meditó en ello mientras Fordox y Antilles visitaban a Valorum.

Seguía pensando en ello cuando Sei Taria en la sala de espera.

—Qué alegría verla, Sei. ¿Se encuentra bien?

—Ahora estoy bien, senador. Pero ha sido terrible —contestó ella forzando una sonrisa alegre.

Palpatine adoptó un aire grave.

—Todos hacemos lo que podemos para proteger al Canciller Supremo.

—Sé que usted lo hará.

—¿Cómo se encuentra él?

—Impaciente por verlo —respondió ella, mirando a la puerta.

Guardias armados flanqueaban la puerta del cuarto de Valorum, un cubículo circular sin ventanas lleno de sistemas de control supervisados por un androide médico bípedo equipado con servopinzas y un vocalizador semejante a una mascarilla respiradora.

Valorum estaba pálido y ceñudo, pero se había sentado en el lecho, con el brazo derecho metido desde el hombro a la muñeca en un tubo blando lleno de bacta. El bacta es un fluido transparente y gelatinoso, producido por una especie alienígena insectoide con la capacidad de acelerar la curación y el rejuvenecimiento de las células, normalmente sin dejar cicatriz alguna. Palpatine había pensado más de una vez que esa maravillosa sustancia era tan vital como los Jedi para la supervivencia de la República.

—Canciller Supremo —dijo, acercándose al lecho—. Vine en cuanto me enteré.

Valorum hizo un gesto con la mano izquierda, para quitarle importancia.

—No debió molestarse. Hoy mismo me dejarán irme. ¿Sabe lo que hicieron los guardias cuando me trajeron aquí? —Le hizo un gesto a su amigo para que se sentara—. Echaron a todos los pacientes de la sala de urgencias, vaciando luego todo este piso, sin preocuparse para nada por el estado de gravedad de quienes estaban aquí.

—Lo requería la seguridad. Los asesinos debían saber que le traerían aquí de fallar en su atentado y bien pudieron estacionar una segunda partida en la zona de admisiones.

—Es posible, pero dudo que los actos de mis protectores me hayan valido nuevos aliados —repuso Valorum, frunciendo el ceño—. Y lo que es peor, he debido sufrir la transparente preocupación de delegados como Orn Free Taa.

—Hasta el senador Taa comprende que la República os necesita.

—Tonterías. Hay muchos perfectamente cualificados para tomar mi lugar: Bail Antilles, Ainlee Teem… hasta usted, senador.

—Difícilmente, Canciller Supremo —repuso Palpatine fingiendo una expresión de sorpresa.

Valorum sonrió.

—No pude dejar de fijarme en la manera en que reaccionaron los delegados ante usted durante la sesión especial.

—El Borde Exterior está desesperado por tener una voz. La mía sólo es una más entre muchas.

—Es más que eso —respondió él, negando con la cabeza, antes de hacer una breve pausa—. En todo caso, quiero agradecerle el mensaje que me entregó su ayudante en el podio. Pero, ¿por qué no me informó por adelantado de su plan de proponer una reunión en la cumbre?

Palpatine abrió sus gráciles manos.

—Fue una idea del momento. Debía hacerse algo antes de que la propuesta de los impuestos pasase a un comité donde habría sido inevitablemente aplastada.

—Una idea brillante —comentó, antes de guardar silencio por un largo momento—. El Departamento Judicial me ha informado que mis atacantes eran miembros del Frente de la Nebulosa.

—Yo también lo he oído.

—Voy viendo a qué se enfrenta la Federación de Comercio —repuso el Canciller con un suspiro.

Palpatine no dijo nada.

—Pero, ¿cuál fue el motivo del Frente de la Nebulosa para atacarme? Yo hago lo que puedo para encontrar una solución pacífica a todo esto.

—Es evidente que vuestros esfuerzos no son suficientes para ellos.

—¿Tan convencidos están de que Antilles o Teem actuarían de otro modo?

Palpatine formuló cuidadosamente su respuesta.

—El senador Antilles sólo piensa en los mundos del Núcleo. No cabe duda de que apoyaría una política de no intervención. En cuanto al senador Teem, seguramente concedería a la Federación cualquier petición referente a armamento avanzado o franquicias adicionales.

—Igual me equivoqué al no invitar al Frente de la Nebulosa a participar en la Cumbre de Eriadu —dijo Valorum tras meditarlo un momento—. No quise dar la impresión de que la República los reconocía como una entidad política válida. Y lo que es más, no podía imaginármelos sentados a la misma mesa que los neimoidianos. —La confusión nubló sus ojos—. Pero, ¿qué podían esperar ganar con mi muerte?

Palpatine recordó a Havac quejándose por no haber sido invitado a la Cumbre.
Necesitamos un Canciller Supremo más fuerte
, había dicho Havac.

—Me he estado haciendo esa misma pregunta. Pero tenía razón al no solicitar su participación. Son peligrosos, y no atienden a razones.

—No podemos arriesgarnos a que interfieran en la Cumbre de Eriadu. Hay demasiado en juego. Debemos hacer que los sistemas fronterizos hablen por sí mismos, sin miedo a represalias de la Federación de Comercio o del Frente de la Nebulosa.

Palpatine juntó los dedos, reflexionando, recordando su reciente encuentro con Havac, volviendo a escuchar todas sus palabras…

—Quizá sea el momento de solicitar ayuda a los Jedi —dijo por fin.

Valorum le miró durante un largo instante.

—Sí, puede que los Jedi estés dispuestos a intervenir. —Su semblante se alegró un poco—. Dos de ellos ayudaron a frustrar mi intento de asesinato.

—¿De verdad?

—El Senado tendrá que autorizar la intervención de los Jedi. ¿Querría usted proponer la moción?

Una sonrisa brilló es los ojos de Palpatine.

—Lo consideraría un gran honor, Canciller Supremo.

Al dejar la plataforma de amarre del hospital, Sate Pestage aceleró su nave hasta situarse en una pista de tráfico del nivel medio, ascendiendo luego con cada intercambio vertical para llegar a las autovías superiores, entrando en una zona de limusinas y aerocoches privados. Era un nivel donde rara vez se encontraba un taxi, y mucho menos un vehículo de reparto, dado que quienes residías en las alturas poseían vehículos propios y todas las mercancías se entregaban en los pisos inferiores del edificio, subiéndose a las alturas mediante turboascensor.

Pestage siguió ascendiendo hasta llegar a la pista superior, restringida a aerocoches que los escáneres de tráfico móvil identificaban como poseedores de privilegios diplomáticos, cosa que sucedía con el vehículo del senador Palpatine.

Pilotó el coche hasta la plataforma de un lujoso rascacielos de un kilómetro de alto y atracó allí. Cogió dos bolsas de aspecto costoso del portaequipajes del vehículo. La más grande era cuadrada y con asas, la otra era una esfera del tamaño de una sandía que encajaba perfectamente en usa bolsa diseñada a tal efecto y que llevaba al hombro.

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