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Authors: Caroline L. Jensen

Tags: #Humor

Una vecina perfecta (12 page)

BOOK: Una vecina perfecta
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El Diablo rió en su interior.

—Bienvenida al club de los grandes pensadores. Hay infinidad de filósofos que han pensado justamente eso respecto al libre albedrío. Pero lo bueno no es siempre sólo una alternativa: existe la opción más buena, la casi más buena, etc., sin que ninguna de ellas sea por definición mala. A la larga traería consigo una especie de amontonamiento en el otro lado: todos los que no escogieran lo más bueno sino sólo lo casi más bueno serían «malos» a ojos de los demás, y vuelta a empezar con todo el razonamiento de por qué Dios ha creado al ser humano con la capacidad de hacer el mal.

—Sí, si no recuerdo mal, Kant lo explicó todo como si fuera una cosa de experiencia y hacer méritos. Que el sufrimiento y la maldad en el mundo es lo que en verdad nos permite desarrollar nuestra moral. Pero entonces el sufrimiento y la maldad, a la larga, son buenos. Siempre según su propósito, claro. O bien son simplemente necesarios y punto —dijo la señora Bengtsson.

—¡Sí! Y si la maldad y el sufrimiento son necesarios para que las personas desarrollen su moral y alcancen el Paraíso, ¿no sería la Creación mejor (o sea, menos mala) si Dios no hubiese creado al ser humano, directamente? Así, Dios habría sido más bueno porque podría haberse ahorrado incluir también la maldad y el sufrimiento. Podría haber creado el entorno del Paraíso de una vez por todas y dejarlo así.

—Pero entonces, ¿a qué conclusión llegamos? O sea, ¿tú qué dices, como futura sacerdote?

Satanás respondió:

—Si todos pudieran ir al cielo después de las pruebas y de todo el sufrimiento terrenal, entonces no habría ningún problema. Pero según la Biblia eso ni siquiera es seguro. Yo creo que Dios se arrepiente del libre albedrío tal como es hoy en día. Por cierto, la Iglesia opina lo mismo. Puede que haya otro Diluvio Universal. No lo sé. Al menos hace tiempo que no veo ningún arco iris.

—No sería la primera vez —pensó la señora Bengtsson en voz alta—. Bueno, pues entonces, para ser infalible como Dios hay que hacer cosas de las que después te arrepientas.

«¡Toma! —pensó Satanás—. Gracias por abandonar el grupo de los grandes pensadores.» La reflexión le iba que ni pintada.

—Aunque entonces acabarás haciendo lo que Dios quiere, por mucho que intentes evitarlo. Si sólo haces el bien, sigues a Dios. Si en tu búsqueda pecas a diestro y siniestro porque sabes que te vas a arrepentir, también haces lo que Dios quiere, una vez que te arrepientes. Yo creo que la única manera de poner distancia respecto a Dios es hacer cosas de las que te deberías arrepentir, pero de las que luego no te arrepientes. Supongo que ahí tienes el no va más en comportamiento anticristiano, por así decirlo. ¡Uff! —soltó para fingir rechazo.

El ama de casa toqueteaba distraída con los dedos los papeles que tenía delante.

—Me parece que tengo que consultarlo con la almohada. —La señora Bengtsson cerró la libreta—. Todavía me quedan un montón de preguntas, pero mi cerebro ya no da para más. La cabeza me da vueltas.

Podríamos hablar un rato de cualquier otra cosa y, si te parece, nos vemos otro día y seguimos.

El Diablo asintió en silencio y mientras se terminaban el vino hablaron del gatito que la diabólica Rakel quería llevar a casa, y sobre
Rufs,
al que echaba tanto de menos.

Cuando se acostó, la señora Bengtsson se enfadó con el Señor aún más que la noche anterior, y se durmió pensando en el colmo de la actitud anticristiana.

Capítulo 15

Martes otra vez.

Es decir, había transcurrido una semana entera desde la muerte de nuestra ama de casa. Una semana cuyas promesas e intenciones sobre aumentar su conocimiento y su búsqueda se habían visto frustradas por la inesperada aparición de Correcaminos en la historia.

La señora Bengtsson amaneció con la cabeza flotando en vino un otoño que llegaba más pronto de lo habitual y cuya gama de grises casaba muy bien con los de la propia mujer. Tenía el cuerpo gris grafito y matices gris plomizo en las bolsas de los ojos, por no habar de sus patosos movimientos. Cuando entró en el cuarto de baño le sacó la lengua al espejo. Gris coralino. Como un estropajo viejo y sucio.

Para no hurgar más en su deprimente despertar se metió —para ser exactos: se arrastró— en la ducha (la bañera de la planta baja permanecía sin usar desde el suceso de la semana anterior, aunque no por una decisión premeditada, sino porque, simplemente, no se había bañado). No se miró mucho el pelo y decidió darle un poco de color a su cuerpo. Antes de que el agua que le resbalaba por la piel hubiese tenido tiempo de calentarse del todo abrió la boca bajo el chorro y tragó cantidades ingentes de la lluvia gris plateada. Y creedlo o no, pero cuando salió había conseguido, gracias a un concienzudo
peeling
general, sacarle unas llamas rosáceas a la mayor parte de su cuerpo. Pese a ello, el mundo exterior se mantuvo gris y ventoso.

Al otro lado de la calle, Rakel
la Milagrosa
abrió la puerta que daba al porche y dejó salir a la gata callejera que a primera hora de la mañana había llamado a casa para hablar un poco sobre cómo estaban las cosas allí fuera. La gata era blanca con rayas negras, lo cual también podía considerarse una especie de gris.

Así que con una mañana tan llena de grises no era de extrañar que tardaran poco en reunirse de nuevo la diabólica Rakel, con sus uñas y rizos rojos, y la señora Bengtsson, con su cuerpo carmesí de tanto frotar.

Puede que algunas partes de la naturaleza miraran un poco de reojo a la última cuando cruzó la calle aquella mañana. Y es que instantes después se pudo ver la primera hoja roja del otoño, aparecida en el serbal más lozano del vecindario. Cuando Dios echó un vistazo a la calle Fröjd, su atención quedó atrapada por la hojita.

Sonrió. Y se fue de allí.

Cuando abrió la puerta de Rakel, Satanás se sintió complacido, animado y sorprendido por la dedicación que ponía la señora Bengtsson en su búsqueda religiosa.

—Manda huevos, por Su culpa, ni siquiera podemos hablar entre nosotros —la saludó la señora Bengtsson, agitando sus apuntes antes de entrar por la puerta.

En el tiempo que Rakel tardó en preparar café quedó claro que lo que ahora reconcomía a la señora Bengtsson era el undécimo versículo del Libro Primero de Moisés. La Torre de Babel. La confusión de lenguas.

—¡Escucha esto! —Leyó— : «Es un solo pueblo y tienen todos la misma lengua. Esto es únicamente el comienzo. Ahora nada les es imposible, sea cual sea su propósito. Descendamos para crear confusión en su lengua para que el uno no comprenda lo que dice el otro.»

—Sí —se rió Satanás—. Imagínate que se lo hubiese tomado al pie de la letra y hubiese creado una lengua para cada persona. ¡Menudo caos!

—Ya, pero es que… ¡Estaban construyendo una casa! ¡Una casa! ¡Huy! ¡No veas qué peligro!

—Una casa la hostia de alta —le recordó Satanás.

—Sí, pero aun así. Gracias. —Tomó una taza—. ¿Qué más daba? Teniendo en cuenta el tiempo que hace que ocurrió…

—Hace unos seis mil años, más o menos —la ayudó la poseída.

—Sí, eso. ¿Qué altura podrían haber alcanzado?

—¡Una altura celestial! —respondió Correcaminos, en plan ocurrente.

—¿Y qué más daba? Mira todos los rascacielos de hoy en día. No tienen ninguna importancia. ¿O acaso Dios se sintió amenazado por el ser humano? Casi lo pone abiertamente en el texto. ¿Por qué no se sintió orgulloso y punto? Sentir envidia por el ser humano es más bien una niñería de Satanás, ¿no?

La señora Bengtsson tuvo suerte de dar un trago al café cuando terminó la frase porque cerró los ojos por un segundo. Todo el desprecio del Diablo, todo su rencor acumulado por la humanidad, afloró de repente, e igual que con el canario —en paz descanse— el cuerpo se le infló, pues no pudo controlar su ego. Cuando la mesa se levantó un par de centímetros del suelo comprendió lo que estaba a punto de suceder y se apresuró a controlarse. La única forma de reprimir su deseo de sacarle los ojos a la señora Bengtsson con las uñas nuevas por su desvergonzada condescendencia fue pensar en el objetivo último de su existencia. «Niñerías de Satanás.» No le resultó fácil, pero tragó.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó la señora Bengtsson desconcertada cuando la mesa topó contra su estómago.

—¿Qué? ¿El qué? —preguntó el Diablo con inocencia al tiempo que se la imaginó bañándose en uno de sus muchos mares de fuego.

Pero ni podía ni quería matar a la señora Bengtsson. Lo único que quería era hacerle comprender cuán dependiente se esperaba que fuera como microbio humano, o bueno, como una de las criaturas de Dios. Lo que Satanás buscaba era cierta afinidad para, a la larga, sentirse reconocido por alguien. Alguien que rompería las cadenas para liberarse igual que hizo él, una pérdida para Dios. Aunque para ello le tuvieran que echar una pequeña mano.

—¿No lo has notado? Casi me ha parecido un terremoto. Pequeñito.

—No. No he notado nada. —Sonrió y se lamió los labios de Rakel.

—Qué raro. Bueno. No importa. ¿Por qué? Es evidente que Dios se sintió amenazado porque la gente estaba construyendo una torre. Tan amenazado que Él mismo dice que «Ahora nada les es imposible». ¿Qué quiere decir con eso? Al fin y al cabo, Él sigue siendo Dios, ¿no?

—Como puede que ya hayas adivinado, depende de a quién le preguntes. El cristiano que lo es por comodidad dice, más o menos, que es cierto que el texto hace referencia a un temor de Dios de que el ser humano se vuelva invencible, y de ahí que Dios siembre el caos con la confusión de lenguas. Pero luego se justifica enseguida diciendo que el texto probablemente sólo quiera explicar por qué hay tantas lenguas y culturas diferentes en el mundo. Ahí volvemos a eso de levantar el sombrero a lo Lutero y saltarse partes de la Biblia. O sea, no tienen una respuesta consistente de por qué Dios hace eso, y deciden ignorar el problema, culpando a los escritores de la Biblia otra vez.

»Los hay que dicen que el relato de la Torre de Babel cuenta que las personas deben colaborar entre ellas en un esfuerzo compartido, pero que nunca debemos olvidar que nuestro objetivo más importante en la vida, con diferencia, es cuidar nuestra relación con Dios. Por tanto, una interpretación habitual, y que yo comparto, es que la Torre de Babel es un símbolo de la soberbia humana y sus infantiles delirios de grandeza.

—Pero eso es sólo la mitad de la historia, ¿verdad? Sí, me puedo creer eso de que las personas se obsesionaran tanto con la construcción de la torre que se olvidaron de lo que realmente importa. Pero ¡venga, ya! En mi opinión, Dios es un poco quisquilloso.

Satanás abrió la boca de Rakel, pero la cerró al instante. Mostrar acuerdo habría quedado demasiado fuera de lugar y podría despertar sospechas.

—Se podría enfocar desde ese punto de vista para poder entenderlo. Puede parecer quisquilloso, pero los delirios de grandeza del ser humano hay que considerarlos aún peores. El fin y los medios, ya sabes.

La señora Bengtsson soltó un bufido.

—Pues yo opino que Dios, más que nadie, debería haber encontrado una vía más astuta y más benévola para resolver el dilema. —Tras una breve pausa añadió— : ¿Nunca te pones triste con todo esto?

—¿Por qué?

—No sé bien cómo decirlo… Yo siento una especie de vacío por dentro, aunque no puedo decir exactamente dónde. Un poco más grande cada vez que encuentro estos errores en Dios, o como se les pueda llamar. Lo que sentí hace unos días, y que supongo he sentido durante toda mi vida (consuelo, alegría y una especie de amor por ese Dios sabio, paciente y justo), se va reduciendo constantemente. Todo porque he decidido leer el libro que se considera la base de todo. Es triste.

—Creo que yo no lo he vivido así porque nunca me he hecho ilusiones con Dios —respondió Satanás.

—Pero crees de todos modos.

—Sí.

—¿Lo amas?

El corazón angelical de Satanás se detuvo por un segundo.

La pregunta formulada de manera directa era insoportable. Hubo un tiempo en que amó a Dios con todas sus fuerzas y las de los otros ángeles juntos. Independientemente de cómo estuvieran las cosas en el momento presente, había sido una época bastante buena. Una época tranquila y feliz. A pesar del odio que acarreaba ahora, aquella época y aquel sentimiento no habían desaparecido por completo de su recuerdo. Así que no mintió al cien por cien cuando respondió:

—Sí.

Pero la señora Bengtsson sabía interpretar a las personas y la duda que vio y el indicio de asco que vislumbró en la cara de Rakel cuando contestó le sirvió para confirmar un poco más que el amor a Dios era una cosa difícil, e incluso puede que peligrosa.

—Es que no lo puedo evitar. Me entran como unas vibraciones terroristas con la manía esta de idealizarlo todo constantemente. Ya sabes, el terrorista de unos es el libertador de otros, y todo eso. En cuanto se habla o se piensa en las acciones de Dios, toda la energía se acaba centrando en el objetivo, justo como la retórica de los terroristas. El vínculo con el amor y la bondad y demás placeres parecen de pronto cada vez más lejanos.

«Créeme, sé perfectamente a qué te refieres», quería responder el Diablo. Ni que decir tiene que no lo hizo. Lo sustituyó por:

—Pero el amor no es querer a alguien a pesar de sus defectos, sino quererlos también a ellos.

—Anda, ahora pareces la columna de consejos de un diario.

Satanás rompió a reír a carcajadas.

—¿Ah, sí? Vaya, pues no he leído nunca ninguna. Interesante.

—Supongo que la diferencia es que si yo decido no amar a una persona porque no consigo soportar sus defectos, el castigo no será mayor de lo que pueda aguantar. Las personas no pueden negarle a uno la entrada al Paraíso.

»En cambio, todo ese amor se vuelve… obligatorio en cuanto se trata de Dios. No encaja muy bien con mi concepción del amor, te tengo que decir.

Ahora Rakel y Satanás respondieron por turnos:

—Pero un amor que es tan fuerte como el amor puro hacia Dios se vuelve obligatorio por sí solo. No por mandato sino por su propia fuerza.

—¿Como las mujeres que aman a los maltratadores y se quedan con ellos?

—Más o menos, sí. Al final no sabes si amas porque Dios considera que debes hacerlo o si el amor se vale por sí solo. Antes has mencionado a Satanás, y, para ser honestos, su único objetivo era liberarse de la obligación. La obligación de Dios, pero también de la obligación interior. Él descubrió que su entusiasmo se había convertido en dependencia… «Ven, maldad. Sé mi bondad», se supone que dijo. Lo que pretendía con esa frase era reflejar la única vía posible para su liberación: hacer lo que a los ojos de Dios era el mal.

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