—Por supuesto. ¡Brindemos por ello!
—Sí. ¡Chinchín!
Bebieron.
—Pero ¿cómo encaja con…? Ya sabes, ¿el resto de tu vida?
—¿A qué te refieres?
—O sea, con el tema del seminario. Con la movida del cristianismo.
—No hay ningún problema con… ser… cristiana —dijo Rakel, dio un trago largo e hizo unas muecas. Cada vez le resultaba más fácil esquivar aquellas situaciones. Se estaba acostumbrando—. ¡Buen vino! Soy yo la que he estado demasiado tensa. No es nada que te exija la Iglesia. Hoy en día, no.
—¿Ah, no?
«Mierda —pensó el Diablo—, eso ha sonado como si la Iglesia de estos humanos miserables tuviera algo de bueno.»
—O sea, hay un montón de normas sobre qué aspecto puedes y no puedes tener —mintió—. Pero soy yo la que me he exigido seguirlas como una esclava. He empezado a pensar que a lo mejor no es ni necesario ni positivo.
«Que me parta un rayo», pensó la señora Bengtsson.
—Creo que yo necesito un poco de ayuda precisamente con eso. Para tener más claro qué hay que seguir o creer y qué no. Para que cuente, por así decirlo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el Diablo, que ya veía lo fácil que se lo estaba poniendo la vecina.
—Ya, supongo que debería empezar por el principio. No se lo he contado a nadie, excepto a mi marido, claro. Pero… ¿quedará entre nosotras?
—¡Por supuesto! Somos amigas. —Rakel se inclinó hacia adelante llena de expectación.
—Bueno, el martes, el martes pasado… pues… Bah, ¡va a sonar tan tonto! A ver. Me preparé una bañera. —Le dio un sorbo al vino.
—Vale.
—Y me… O sea… Me morí. Un poco. —La señora Bengtsson esperó tensa la carcajada, o todos los argumentos que su marido había utilizado para contradecirla, pero Rakel sólo dijo:
—¡Vaya! ¿Cómo pasó?
—Fue en la bañera. Me estaba bañando y no sé cómo se me enganchó el pelo y… me ahogué.
—¡Joder! —Todavía plena aceptación—. Y ¿qué pasó después?
—La verdad es que no lo sé. Me desperté otra vez. Mi marido dice que ésa es la prueba de que no morí sino que sólo perdí la conciencia. Pero yo lo sé. Me morí. Y después resucité.
Hubo un momento de silencio.
—Entonces creo que Dios debió intervenir —sugirió Rakel.
—¿Tú crees?
—Sí. No hay otra explicación. Tú crees en Dios, ¿verdad? —Se pasó las uñas rojas por los rojizos rizos.
—Sí. Eso es lo que después me estuve preguntando. Pero sí. He llegado a la conclusión de que sí creo. Así que a lo mejor no suena tan inverosímil. Pero ¿por qué iba a hacerlo? Intervenir, me refiero. Yo no soy nadie en especial, y antes de esto ni siquiera sabía si creía en Él o no. Así que, ¿por qué iba a querer salvarme?
—Ah, amiga. ¿Por qué hace todo lo que hace? A lo mejor el plan era que murieras para que te dieras cuenta de que eres creyente. Peores cosas ha hecho para que la gente se trague la fe en él. —Rakel vació su copa y se la llenó de nuevo—. ¡Pero qué buen vino, oye!
—Ehmm, sí… La verdad es que ha funcionado, porque como consecuencia directa he empezado a leer la Biblia. Ya sabes, empiezas a pensar en qué pasa realmente cuando mueres y en si hay alguien que lo dirige todo.
—Pero has dicho que tu duda no era la de si es así o no, sino la de en qué hay que creer o hacer, ¿o cómo lo has dicho?
—Exacto. La cosa es así: ahora que he leído el Libro Primero de Moisés, ya sé que no es mucho pero algo es, sólo me he sentido más y más… ¡Apenas me atrevo a decirlo en voz alta! —Y susurró— : Cabreada. —Miró al techo como si un rayo fuera a partirla por la mitad.
Rakel soltó una estruendosa carcajada que casi era demasiado grande como para caber en su pequeño cuerpo.
—¡Cabreada! ¡Sí! —Una vez más aplaudió a la altura de su cara como una niña excitada—. Lo que yo me pregunto es cómo puede una dejar de sentirlo.
«Contrólate, contrólate», pensó el Diablo y luego continuó:
—No tomo vino muy a menudo, quizá me esté animando a soltar cosas que normalmente no me atrevo a decir. Pero ¿quién no se ha cabreado alguna vez leyendo la Biblia? Sobre todo cuando crees que crees en algo —sintió un escalofrío—, bueno…
—¡Sí, exacto! No sabes cómo deseaba que dijeras algo así. Dios, qué alivio. Tengo que contestar que me daba miedo que… me juzgaras.
—Eso sería anticristiano por mi parte —dijo Satanás con un bufido.
La señora Bengtsson sintió que las dudas de si debía hablar con Rakel sobre ese tema se desvanecían en su interior. Se sintió más ligera y allí mismo decidió que Rakel había sido la elección acertada. La chica podía guiarla, la chica sabía, la chica conocía, la chica comprendía. Y la chica se hizo con el poder que le correspondía.
Incluso Satanás pudo ver el cambio. Pasó de «¿De verdad me atrevo? Quizá debería guardarme algunas cosas» a «Me lanzo a tus brazos. ¡Guíame!». La poseída sintió otro escalofrío. De placer y de confirmación, señal de que aún estaba en forma. Qué fácil le resultaba descarriar a estas débiles criaturas. Por lo visto, en seis mil años nada había cambiado. Continuó hablando a través de Rakel:
—Has dicho algo de que para que cuente…
—Sí, o sea, como cristiana. El tema es que no reconozco a mi Dios. Por lo menos no al que yo conocía antes de leer la Biblia. Yo creía en alguien bueno, indulgente, animoso y paciente. Y lo sentía. Pero no, no reconozco a mi Dios del Antiguo Testamento. Juzga y esclaviza, promete cosas que no cumple y se pone celoso. Me cuesta creer que ésa sea la realidad. O lo que me pasa es que no quiero aceptarlo. ¿Me entiendes? Entonces, ¿soy cristiana si no quiero creer en toda la Biblia?
—Sí, te entiendo perfectamente. Es casi como si Dios fuera el único que no tiene que comportarse como un cristiano.
—¡Exacto! Aparte, yo sé que el Nuevo Testamento es el importante para nosotros los luteranos, pero aun así. Dios es el mismo, ¿no?
—¡Puedes poner la mano en el fuego! La Iglesia sueca sugiere a veces que no hace falta creer en toda la Biblia para ser cristiano. Creo que alguien puso el ejemplo de que los discípulos eran cristianos sin creer en la Biblia, puesto que en su tiempo ni siquiera la habían terminado. Lutero mismo escribió en algún sitio que algunas cosas de la Biblia hay que saltárselas y seguir leyendo. Pero eso es pura mierda… perdón, puras bobadas. Dios es Dios, y créeme, Él no cambia sólo porque las personas, que son quienes han escrito el libro sobre Él, hayan cambiado de punto de vista. O se hayan centrado en otra cosa, o como lo quieras llamar.
—Pero… ¿Dios es… cruel?
—¿Qué opinas tú?
—Es lo que me puede parecer cuando leo. Pero… nunca pensé que tú fueras a decirlo.
—Eso tampoco significa que deje de creer en Él.
—No. Eso está claro. —La señora Bengtsson se sumió en sus cavilaciones y el Diablo fue a buscar un cenicero.
—Gracias, pero no debería. Sólo puedo fumar los fines de semana.
—¿Quién lo dice?
—Yo misma.
—Ah —respondió Rakel ofreciéndole una vieja pitillera de madera moteada y oscura con tres marcas distintas de cigarrillos para escoger.
—Pero en realidad lo que importa no es el día de la semana. Lo que hace que sólo fume los fines de semana es que me gusta fumar los días de fiesta.
—Lo de ahora se puede interpretar como una fiesta, ¿no? Quiero decir, ¿cuándo nos tomamos un vino juntas tú y yo? Puedes no fumar el viernes o el sábado.
Sólo quiero ser una buena anfitriona, y me siento un poco tonta si rechazas mi generosidad.
Evidentemente, no quería parecer desagradecida. Y Rakel tenía razón en que podía cambiar uno de los dos días. ¿Qué más daba? Cogió un cigarrillo y lo encendió.
Satanás se retorció de gustito.
—¿Qué son esos papeles que has traído?
—Ah, sí, a lo mejor es un poco tonto, pero he tomado algunos apuntes mientras leía. Sobre algunas cosas que te quería preguntar.
—Vaya. Eso suena… muy meditado.
—Sí, o sea, tú dime si no tienes tiempo o si estás cansada. Si te parece una chorrada o si te da pena, lo entenderé.
El cigarrillo sabía bien y le dio una buena calada.
—¡No, no! Yo estoy para estas cosas. ¿Verdad? —Satanás sonrió y dio otro trago a su copa mientras la señora Bengtsson buscaba la primera de sus anotaciones—. Será divertido —reconoció.
La señora Bengtsson se quitó las zapatillas de una patadita, subió las piernas al sofá y encontró la primera página de los apuntes, pero antes de empezar a leer se puso la libreta en el regazo y dijo:
—A ver. Lo primero, casi que no es una pregunta específica sobre ningún pasaje en concreto, sino más bien una duda general sobre toda la base. Cómo decirlo… No es que dude de la base en sí, sino de la descripción que se hace de ella en la Biblia.
—¿Qué quieres decir?
—Sí, lo de Adán y Eva. Los relatos de la Creación. Tanto del mundo como del ser humano… Por muchas vueltas que le dé, la única conclusión a la que consigo llegar es que las historias de la Creación nos quieren explicar algo a nivel simbólico. Que hay que leer el significado oculto: que Dios ha creado el mundo y el ser humano, pero que no hay que tomarse eso de los seis días y lo de la costilla al pie de la letra.
La parte rakeliana de la actual Rakel estaba pensando que lo que la señora Bengtsson acababa de decir era casi una reproducción perfecta de lo que se enseñaba en la Iglesia sueca. Para justificar los avances de la ciencia y lo mal que encajaban con la Biblia, se decía que las personas que escribieron esos tempranos pasajes de la Biblia simplemente no lo supieron hacer mejor. Querían decir algo sobre que Dios nos ha creado a todos, pero no sabían cómo lo había hecho, y entonces se lo inventaron a partir de los conocimientos que se tenía en aquella época. Satanás, que era el único de los allí presentes que conocía de primera mano la realidad, dijo:
—Pero es que eso fue lo que pasó.
—¿Ah, sí? Pero…
—El ser humano siempre quiere las cosas fáciles, ¿sabes? Le encanta aferrarse a todas sus convicciones conflictivas, aunque eso implique que se tenga que inventar alguna explicación para alguna de las partes más importantes de Su obra.
»Se ha llegado tan lejos que incluso algunas personas dentro de la Iglesia sueca aseguran, igual que tú, que a lo que debemos acudir es a la esencia de la Creación. Pero son pocas —mintió—. Las que estamos un poco más metidas, las que nos hemos sumergido más en la religión, sabemos que si quieres ser cristiano, y si realmente crees en Dios, no puedes pasar por alto algunos pasajes por mera comodidad.
La señora Bengtsson empezó a sudar.
Pero se acogió al hecho de que la chica había dicho que algunas personas dentro de la Iglesia sueca por lo visto opinaban como ella y, por tanto, aprobaban su forma de pensar.
Aunque Rakel parecía muy segura cuando había dicho que eso fue lo que pasó. Tanto, que resultaba difícil no creerla.
—Pero entonces, ¿no se está de acuerdo ni siquiera dentro de la Iglesia?
—Sí, sí. No son muchos los cristianos de verdad que ponen en duda los textos de la Creación. Igual que tampoco necesitamos cuestionarnos si Dios es cruel, como hemos comentado antes.
»Los de aquí abajo somos demasiado insignificantes. ¿Por qué íbamos a creer que tenemos una respuesta mejor, una alternativa mejor, y por qué creemos que podemos modificar la palabra de Dios, o que nosotros podemos decir si habría sido mejor que Dios fuera de esta manera o de otra?
»Dios es como es, el mundo y el ser humano fueron creados tal como se dice en la Biblia, y o eres tan cristiana que sabes que eso fue lo que pasó, o tienes que dejar de llamarte cristiana.
Satanás bebió de su copa.
—Pero eso sí que es cruel. Quizá yo no entienda (mejor que Dios, quiero decir) el sentido de que las cosas sean como son, ¡pero sí que puedo entender las preguntas que hago! Por tanto, ¿no es muy traicionero crearme con la capacidad de cuestionar pero sin la habilidad de hallar respuestas?
—Puede ser. Pero, por otro lado, las respuestas ya están dadas. Se trata precisamente de la fe. No del conocimiento. Tú tienes problemas con tu fe porque la confundes con el conocimiento. Dios no funciona así.
—Pero tú sí pareces saber.
Satanás dejó que Rakel respondiera:
—Sí. Creo que yo diría que lo sé. Pero empezó como fe para mí también. Y creo que es el único camino, el único punto de partida, que funciona para el ser humano. Primero, la fe. Luego, a pesar de todo, la certeza.
La señora Bengtsson se quedó pensando. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Se desmoronaba con eso toda su fe renacida? Se sentía pequeña ante la fuerte convicción de Rakel y hojeó su libreta en silencio unos segundos. A la señora Bengtsson no le gustaba, como ya se ha visto, sentirse más pequeña que los demás, menos informada.
Y mientras pasaba las primeras páginas que había escrito —detalles que la irritaban o que se cuestionaba— descubrió que las palabras que acababa de pronunciar sobre cómo se había formado su fe contradecían todo lo que había apuntado.
Por ejemplo, si no creía en Adán y Eva, sus anotaciones deberían haber girado en torno a su existencia, a la verdad de esos pasajes de las Escrituras. Pero no era el caso. En sus apuntes había escrito cosas como:
« 1 Moisés 2:16— 17 habla de que al ser humano se le dio una única orden en el Paraíso: “No comas de la fruta de la sabiduría, ese día morirás.”
»Cuando Adán y Eva comieron del Árbol de la Sabiduría y fueron castigados con la mortalidad, ¿por qué no corrieron a comer del Árbol de la Vida para volver a ser inmortales? Podrían haberlo pensado después de comer del Árbol de la Sabiduría.»
Por tanto, era ella quien, de forma lógica y de boquilla, aseguraba que no creía en la existencia de Adán y Eva, ¡pero su nota parecía presuponer que sí creía en ello! Si no, podría haber escrito:
«¿Cómo pudieron comer Adán y Eva del Árbol de la Sabiduría cuando ni ellos ni el árbol existían? ¿Dónde hay pruebas de que estos dos personajillos existieran de verdad?»
Sus apuntes la sorprendían. Páginas y páginas de preguntas, pero nunca el cuestionamiento básico sobre la veracidad de las Escrituras, sino siempre dudas en torno a si podía aceptar con agrado las cosas que aparecían en la Biblia, si coincidían con la imagen que ella tenía de Dios, o si su idea alternativa de lo que se podría haber hecho no era mejor y más inteligente.
—Supongo que soy más cristiana de lo que pensaba —dijo desconcertada y un poco triste, y se sirvió otra copa de vino.