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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

Terra Nostra (86 page)

BOOK: Terra Nostra
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—Todo lo que cuelga, sabe y huele, nos llegó de muy lejos.

Agua, amor por agua; mares, océanos, ríos, velámenes y gobernalles, brea y lejanas golondrinas, remos y anclas, navegad, navegad, lejos de aquí, a los lugares del placer, lejos de mí, brumas inglesas, sombras españolas, lejos, lejos; aquí el placer es el mal, nacen los fantasmas en la bruma y en la sombra, tierras del sol, donde el placer es el bien, a ellas quiero ir, el oriente; las Indias, ¿quién me embarcará?, Mijail, al sur, a Andalucía, a Cádiz, partamos, amémonos en el mar, nunca debiste venir aquí, debiste quedarte cerca del mar, amor por agua…

Bebió apresuradamente de su cántaro; luego vació el resto sobre las arenas, como si quisiera inventar una playa, una orilla, un lugar desde donde zarpar, desde el encierro de su alcoba de arenas y azulejos y almohadones y en el lugar mismo donde vació el cántaro, en el centro de esa mancha de agua sobre la arena inmediatamente humedecida, algo se removió, como si la arena germinase, una planta naciendo de esta esterilidad, un brote, una semilla de vida, una oruga abriéndose paso entre las empapadas arenas, los granos mojados, un hombrecillo, ínfimo, diminuto, una raíz con vida, emergiendo con esfuerzos, bautizado por el agua que ella bebió, convocado por el agua, un nabo húmedo, la mandràgora, la que me dieron mis camareras después del suplicio en el patio, al finalizar mis treinta y tres días y medio de humillación, la mandràgora, arrancada a las tierras de la muerte, nacida de las lágrimas de un ahorcado, de un hombre quemado en vida, la mandràgora, por fin lo entiendo, arrancada de la tierra quemada al pie de las cenizas de Mijail-ben-Sama, Miguel de la Vida, cenizas mezcladas con la arena, la raíz de la mandràgora, pronto, dos cerezas en los ojos: verá, un rábano en la boca: hablará, trigo, trigo sembrado en su cabecita, no tengo eso, pan, costras de pan, migajas de pan en la cabeza: le crecerá su cabellera, verá, hablará, me dirá los secretos, sabe dónde están los tesoros, nabito. hombrecito, aquí estabas, todo este tiempo, sepultado en mi recámara, ¿de dónde vienen estas arenas?, oh, han de ser arenas de la muerte, cenizas y polvo traídos del pie de todos los potros, todas las estacas donde los hombres han muerto, mandràgora, llorando, mandràgora, para darte su vida final, gotas de lágrima, gotas de esperma, mandràgora, que el ahorcado, el quemado, el empalado, mandràgora, es cosa bien sabida, se mueren con su última erección…

El decreto

Dejó de escucharse la voz del peregrino.

Cesaron las musiquillas de flauta del ciego mendigo aragonés.

Permanecieron cerradas las cortinillas de la cama del Señor, los velos detrás de los cuales el náufrago llegado hasta la meseta castellana. Conducido por una mujer vestida de paje, había narrado su viaje al Señor y había adivinado los gestos del Señor, su temblor, su miedo, su cólera, sus deseos de interrumpir la narración, levantarse de la silla curul, dar por terminada esta inusitada audiencia, ordenar a toda la corte que regresara a sus aposentos, sus celdas, sus torres, mas no los deseos del Señor: quedarse solo con su razón mortificada, luego pedirle a Guzmán ungüentos, brebajes, anillos, piedras mágicas, luego pedirle a Inés que regresara, una vez más, una noche más…

Tembloroso y jadeante, el Señor logró incorporarse a medias. Pero si sus piernas flaqueaban, su rostro era una máscara de severa piedra, y su voz un apagado trueno:

—Estaréis advertidos todos de no consentir que por ninguna manera, persona alguna escriba cosas que toquen a las supersticiones y manera de vivir que aquí han escuchado, ni en ninguna lengua las repitan, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y nuestro…

Y derrumbándose de vuelta en la silla curul, unió las manos, se tronó los dedos y añadió, pesando cada palabra:

—Decretamos… la inexistencia… de un… mundo… nuevo…

Miró el silencio que le rodeaba.

Con un gesto desdeñoso de la mano, despidió a la compañía.

Con un gesto imperioso de la suya, Guzmán corrió, rasgándolas, una tras otra, las cortinas que ocultaban a los tres ocupantes del lecho.

—¿Qué haréis, Sire, con los portadores de estas nuevas?

—Guardias… alabarderos… ponedlos a buen recaudo… en la más honda mazmorra… de este lugar…

—La tortura, Señor; seguramente, no han dicho cuanto saben…

—Que nadie los toque. Guardadlos con celo. Más tarde yo hablaré con ellos. Ahora no. Guzmán, que salgan todos de aquí, tú también, mi fatiga es muy grande, ¡fuera, fuera todos!

Los rumores

Alguaciles y capellanes, monjes y botelleros, Julián y Toribio, Guzmán y el Comendador, los alabarderos rodeando a los tres prisioneros, el joven peregrino, el flautista ciego, la muchacha de labios tatuados vestida de paje, las monjas revoloteando detrás de la celosía, el obispo y su acompañante el monje de la orden de los agustinos, las fregonas ocultas detrás de las columnatas, los monteros, parciales de Guzmán, huyendo, murmurando, perdidos en el asombro, la duda, la burla, la sordera, la credulidad, la incomprensión, el miedo, la indiferencia, huyendo, ligeros, de la vecindad de la recámara del Señor, ¿lograste oír algo?, yo no, ¿y tú?, tampoco, ¿qué dijeron?, nada, pura fantasía, ¿qué dijeron?, nada, pura mentira, tierras de oro, tierras de ídolos, playas de perlas, sangre, sacrificios, infieles, enseñarles la verdad, los evangelios, bárbaras naciones, exterminarlos a sangre y fuego, idólatras, puñetas, sueños, mentiras, ni una prueba, no logró traerse ni una pepita áurea, joder, jodieron, dos hombres, maricones, que no, mujer disfrazada, y un viejo flautista, y un joven marinero, todos en una cama, joder, babilón, date a placer, morirás viejo; juegos pendencias y amores igualan a todos los hombres, locos, mentiras, líbrenos Dios de locos en lugar estrecho, pero en este palacio, ¿eh?, fantasías, tesoro de duende, Dios Nuestro Señor, ¿qué pasó, Madre Milagros?, nada, hijitas, nada, la fe a prueba, otra vez, siempre, desángrase la cristiandad, a batallar contra infieles, el cuerpo de Cristo, el potro de la cruz, la redención de los pecados, alabado, alabado, alabado sea; huyendo como ratillas entre las suntuosas tumbas de los antepasados, pisoteando sin darse cuenta el bulto del mutilado cuerpo de la llamada Dama Loca, evitando la vedada escalera que conduce al llano, evitando mirar el extraño cuadro traído, dícese, de Orvieto, abandonando en la helada capilla a sus solitarios habitantes, el cadáver de la Dama Loca, Don Juan, estatua de sí mismo, descansando sobre una tumba, y en otra sepulto, por propia voluntad, el príncipe bobo, y cerca de él, escondida, lloriqueando, conteniendo la rabia, la enana carcavera y pedorra, otra vez por los túneles y patios, galerías y cocinas, establos y pasillos, alcobas y mazmorras, el rumor.

«Existe un mundo nuevo, más allá del mar»

—¿Qué pruebas hay?; ninguna; enredada fábula hemos escuchado y pura leyenda es, sueño, imaginación, delirio, peligro, pues ese peregrino de todos los diablos anda concertado con otros dos, sus gemelos, y uno de éstos ha sentado sus reales en la alcoba de la Señora, y el tercero metido anda con la chusma levantisca de los talleres; —Calma, don Guzmán, y beba usted; gracias por traerme a esta muda refrescante y sombreada; y gracias, sobre todo, por comunicarme mi nombramiento de Comendador; compláceme celebrarlo con usted aquí, en este lugar de trabajo, y no en lugar de lujo y holganza, pues así conviene a nuestros propósitos, que son los del ascenso en virtud del mérito, y sin olvidar nunca nuestros bajos orígenes y duros afanes. ¿cierto, señor sotamontero?; —Yo soy hijo de algo, yo, Guzmán;

—Peor, peor; si habéis descendido, con mayor energía debéis ascender…

«Existe un mundo nuevo, del otro lado del mar»

nononono, España cabe en España, ni una pulgada más de tierra, todo aquí, todo dentro de mi palacio, alíviame, Señor Mío, Dios y Hombre Verdadero, mírame postrado de vuelta ante tu altar de misterios, óyeme esta vez, contéstame esta vez, asegúrame que cuanto existe en la materia y el alma del mundo ya está contenido en este mí palacio, la razón de mi vida, la duplicación de cuanto existe, encerrado aquí, conmigo, para siempre, yo el último, yo sin descendencia. aquí en este reducido espacio, aquí a mi mano, todo, todo, todo, no en una extensión sin límite, inalcanzable, multiplicada, el mundo se me escapa de las manos, vida breve, gloria eterna, mundo inmóvil, aquí, no me cabe una idea más, un terror más, una alegría más, un desafío más, todo, aquí, todo cercado por los muros de mi mausoleo, aquí el lujo, aquí el duelo, aquí la guerra del alma, el arte, fray Julián, la ciencia, fray Toribio, el poder, Guzmán, el honor, Madre mía, la perversión, el juego y el placer, Señora mía, el amor, Inés, tu propio proyecto de salud eterna y redención humana. Cristo Salvador, aquí, ubicado, fijado, contenido, comprensible, destilado en sus esencias finales, aquí el bien, y el mal, y el juicio final de cuanto es, ¿no promuevo así tus obras, con mi razón?, todo aquí, hasta el final, hasta que al consumarlos nos consumamos y mi proyecto se cumpla: seremos los únicos y los últimos, lo habremos tenido todo, en este escenario tendrá lugar el acto final, para que todo se resuelva, todo sea comprensible, extínganse las ambiciones, las guerras, las lujurias, las dudas, las ofensas, los crímenes, sépase aquí, de una vez por todas, quiénes serán condenados y quiénes salvados, cuál es la cara de los hombres y cuál el divino rostro, una vida, Dios mío, una vida entera dedicada a adelgazar las premuras, fatigas y locuras del hombre, encerrarlas aquí, aquí darles todas sus oportunidades, hasta agotarlas y así, apresurar el acto final del mundo: el juicio de su Soberanía, la aclaración de todos los misterios, la certidumbre de que hemos alcanzado tu reino en el cielo, para siempre, pues la tierra habrá cesado de existir, nunca más se representarán en ella las burlas y tragedias de los hombres, todo será cielo o infierno, sin la maldita etapa intermedia de la vida en la tierra, y esto será porque nadie podrá ofrecernos un don superior a nuestra extinción, a nuestra propia ofrenda de cuanto existe y existe por última vez, para culminar aquí, conmigo, con nosotros, no en el ancho y espantable azar de un mundo nuevo donde todo pueda comenzar de nuevo, nononono…

«Existe un mundo nuevo…»

—¿Por qué no, fray Julián?; si todos los cuerpos del cielo son esferas, no será la tierra excepción, y podrá ser circulada de oriente a occidente y de poniente a levante, llegándose siempre al mismo punto de partida; —Te entiendo, hermano Toribio, mas no es eso lo que me espanta, sino otras cosas; —Di; —Si el mundo nuevo descrito por ese muchacho y el nuevo universo por ti descrito son reales, entonces son inmensos y fatalmente empequeñecen a los hombres y al Dios que los creó; —Dios no necesita recompensas ni excusas ni engrandecimientos, Julián, pues si es, Él lo es todo; —Pero el hombre, Toribio, el hombre; —Ahora nos toca engrandecerle y envanecerle con el arte y la filosofía y la ciencia del hombre : no nos empequeñecerán la materia y el espacio nuevos, hermano, no nos vencerán; —El alma, Toribio; —La soberbia, Julián, no temas a la soberbia humana; —Se nos va el alma, se nos cuela, pronto, haz por tapar ese hoyo…

«Allende el océano»

—Los hilos se me escapan de las manos, el azar disuelve mis proyectos, ¿cómo iba a prever lo que este náufrago había de contarnos?, ¿qué consecuencias tendrá en el ánimo del Señor?, pruebas, pruebas, necesito pruebas… ; —¿Una máscara de plumas?; —Bah; este mozo ha hablado de fabulosas riquezas, cuartos tapizados de oro y plata, ricos adornos, playas cuajadas de perlas; quisiera ver con mis propios ojos la más diminuta pepita de oro, el más turbio y corcovado de los aljófares: nada, nada ha traído consigo, ni la menor prueba, nada sino un espejillo, unas tijeras y una máscara como puede fabricarla cualquier artesano oriental, ¡nada!, ¡no creo…!

«Existe…»

—¿Palacios de oro, templos de jade, orejeras de bronce, dices, Lolilla?; —Sí mi Ama, y playas donde crecen perlas, y todo cuanto puedan desear, en sus sueños, las más bajas fregonas cual nosotras o las más altas Damas cual vuesa merced; —Oh, Lolilla, Azucena, esta tarde lo soñé, de lejos me llega siempre el placer, todo lo que es gusto nos llegó de Oriente, antes no lo teníamos aquí, ¿qué placeres no guardarán estas nuevas tierras donde estuvo, dices, un muchacho rubio, con una cruz en la espalda y seis dedos en cada pie?, oh mis fieles, oh mis parciales, oh mis fregoncillas, y son tres, tres hombres distintos aunque iguales entre sí, ay Don Juan del alma mía, ya sé dónde buscarte, no eres único, te lo dije, nunca podrás escapar, siempre te volveré a encontrar, ay mi amo verdadero, mur, así me recompensas, me revelas la nueva tierra y sus placeres, el mundo nuevo de donde salieron mi amante, mis amantes, clavo ardiente, jugosa naranja, suave damasco, ay mi hombrecito, ay mi mandràgora, así te manifiestas ya, así empiezas a revelarme el lugar de los tesoros, eres fiel a tu leyenda; miradlo, Azucena, Lolilla, mirad lo que había enterrado en mi arena; —¡Ay, la culebra!; —No, sino su antídoto: la mandràgora: —¡Ay, el nabo pegajoso, la babeante raíz!; —No, sino el hombrecillo de los secretos; mirad cómo se anima su faz, conviér— tense en ojos las cerezas, en cabellera el pan, en boca el rábano; aparecióse él; llegóme la nueva de la tierra nueva y sus tesoros; todo concurre; mis prisiones se derrumban; ábrense los caminos de Indias, ingreso al Oriente, ay que sueño, ay que delirio, ay que mis plantas toquen esas tierras lejanas, donde todos los hombres son tú, Juan, pues si idénticos son ustedes tres entre sí, idénticos deben ser a todos los hombres del nuevo mundo, y mi placer no tendrá fin…

«Un mundo…»

—Levantáos, Sire, de esa postura inconveniente, que ésta no es hora de penitencias y quejumbres, sino de acciones por la salvación de las almas, que tarea más urgente no nos encomendó el Redentor, que por redimir las nuestras murió, que mucho hagamos por llevar la luz del Evangelio a las afligidas naciones que este joven peregrino, si verdad dice, ha dicho; —¿Quién sois, por Dios?, decídmelo vos, señor obispo, quién es este hombre que os acompaña, nunca le he visto antes, y no quiero ver nada nuevo aquí, ni cosa ni persona y menos a este ser que me habéis traído, un diablo, un demonio, el anticristo, haced por reconocerle, eso me dijo el Dulcísimo Jesús, haced por reconocerle, en ello os va la vida, y creo que éste es; —Calma, Señor, calma, es sólo el inquisidor de Teruel; —Un diablo, os digo, mirad su mirada roja, mirad cómo se le pega la piel al hueso, que el hueso es la piel y la apariencia de calavera; —Sire: debo obediencia a Vos y a mi orden, que es la del Santo Agustín, he sido profesor de teología, defensor de la fe, denunciador de herejes y, por todo ello, he sucedido en su posición al viejo inquisidor de Teruel y he seguido con admiración vuestra conducta admirable al preparar tan astuta trampa contra los heresiarcas de vuestros dominios, entregándoles a manos de vuestro padre que gloria haya después de exponer la vida uniéndoos a ellos; he celebrado vuestro celo en las campañas contra cataros pertinaces, valdenses redomados y sus deformes hijastros del norte, los adamitas de Flandes; grandes y buenas acciones todas, pero más completas fuesen si os hubiéseis valido de vuestro natural aliado, el brazo eclesiástico: no termina de erradicarse el error en Europa, y ya os veis frente a otra gigantesca empresa: la de evangelizar a las salvajes naciones de ese mundo nuevo, si existe, llevarles la luz de la fe y reconquistarlas para Cristo Rey y habiéndolo hecho, la tarea, no menor, de extirpar la idolatría pagana y proteger a la nueva fe, la nuestra, contra los peligros de la reincidencia en bárbaros y nefandos tratos, como los que hoy aquí se expusieron; —Sí, sí, eso siempre lo dije, eso siempre lo juré, guerra a la idolatría, eso nunca lo puse en duda; —Diríase, Sire, que de algo habéis dudado; —Nononono; —Levantaos, Sire, tomad mis manos, mirad conmigo al Dulcísimo Jesús en el altar de la Eucaristía y conmigo pensad que vuestras obligaciones se multiplican; —Nononono; —Que si el nuevo mundo existe deberéis cobrarlo para Vos, vuestra Hacienda y vuestra Fe ; —Nononono; —Y que si este y aquel inundo han de ser gobernables, la misma rigorosa ley deberá regir para todos, los de allá y los de acá; no debe haber, acá o allá, vasallo por más independiente de vuestra potestad que no merezca trato de súbdito inmediato y ser sujeto a vuestros mandatos, censuras, multas y cárceles; mirad, Señor, con qué concierto se manifiestan las razones de Dios: podéis, de un golpe, someter toda disidencia, las leyes contra moros y judíos extiéndeme a idólatras, y las leyes contra éstos, aplícanse igualmente a aquéllos; paguen los hijos los delitos de los padres, ¿pues no manchó la sangre del Crucificado, para siempre, la estirpe de sus verdugos?, permanezca en secreto el acusador, ¿pues debe dar razón de sus actos quien obra en nombre de Dios?, ni se enfrenten nunca acusador y acusado, ¿pues enfrentaríais a vulgar reo con el Supremo Hacedor?, ni haya publicación de testigos, ¿pues confundiríase a quienes venden su alma al diablo con quienes se la venden a Dios?; y así, hágase pesquisa de todos, hasta que todos tengan miedo hasta de oír y hablar entre sí: cautívese el entendimiento a las cosas de la Fe; e impóngase, en fin, acá y allá, silencio a todos, pues por el menor resquicio pretextado de ciencia o poesía, cuélanse las heterodoxias, los errores, las taras judaicas, arábigas e idolátricas. Sire: haced lo que queráis con las riquezas que esos nuevos territorios escondan. Pero hacedlo en nombre de la Fe, pues si no, habréis ganado el mundo, mas perdido vuestra alma, y ¿de qué os valdrá haber ganado el mundo…?

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