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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

Terra Nostra (112 page)

BOOK: Terra Nostra
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Todo lo callé, mi candoroso amigo, y si ahora te lo he narrado todo, es porque mi necesidad de confesarme ante ti y de hacer penitencia por los daños que te he causado, supera todos los votos de mi sacerdocio. Incluso los secretos de la confesión. Voy a irme muy lejos. Es necesario que alguien conozca estas historias y las escriba. Tal es tu vocación. La mía me lleva a otros lugares. Pero no quiero que quede trunca esta ahadit-novella, como dices que debe decirse para darle a un relato la dignidad que a la comunicación de nuevas dieron los pobladores árabes de nuestra península. A ti te entrego cuantas nuevas sé, que son todas, tal y como te las he contado desde el día en que regresaste, fatigado, vestido de limosnero, mutilado de un brazo, de la feroz batalla naval contra el turco. Imaginaste bien, amigo; no te fue dada la libertad a cambio de tu esforzado mérito en el combate; pero, manco, de poco servías en galeras. Fuiste abandonado en la costa argelina, y tomado cautivo por los árabes. Te dieron buen trato, pero, cristiano, te enamoraste de una hermosa muchacha mora, Zoraida, y ella de ti: conociste primavera en otoño. El padre de Zoraida quiso apartarla de ti; fuiste abandonado en costa valenciana por piratas de Argel y devuelto a prisión en Alicante. Hasta allí fui a buscarte, una vez que obtuve la nómina de muertos, heridos y repatriados después de la famosa batalla. Nada me costó, con mi puño ágil, fingir la firma del Señor para tu orden de liberación y menos aprovechar el sueño de don Felipe para sellarla con su anillo. Hasta aquí te traje, disfrazado de mendicante, desde las audaces terracerías del moscatel, la almendra y el higo, a lo largo de la huerta de Valencia, por los hondos garriques y arrozales, hasta la árida meseta castellana, a esta torre del estrellero Toribio, donde las tareas de la ciencia y del arte pueden guarecerse, así sea momentáneamente, de las acechanzas de la locura, el crimen, la sinrazón y el tormento que se agitan bajo nuestras miradas. Aquí lo has escuchado todo: cuanto sucedió antes de tu llegada y después de ella, desde el primer crimen de Felipe hasta el último. Te digo, iluso de mí, que te cuento la historia para que la escribas y así, quizás, la historia no se repita. Mas la historia se repite: he allí la comedia y el crimen de la historia. Nada aprenden los hombres. Cambian los tiempos, cambian los escenarios, cambian los nombres: las pasiones son las mismas. Sin embargo, el enigma de la historia que te he contado es que, repitiéndose, no concluye: mira cuántas facetas de este hadit, de esta novel la, a pesar de su apariencia de conclusión, han quedado como en suspenso, latentes, esperando, acaso, otro tiempo para reaparecer, otro espacio para germinar, otra oportunidad para manifestarse, otros nombres para nombrarse…

Celestina dio cita en París al peregrino en una fecha muy distante, el último día del presente milenio. ¿Cómo pondremos punto final a esta narración si desconocemos lo que entonces sucederá? Por eso te he revelado los secretos de la confesión a ti, y sólo a ti, porque escribes para el futuro, porque no te importa lo que hoy se diga de lo que escribes, o las risas que tus escritos provoquen: vendrá un día en que nadie se reirá de ti y todos se reirán de los reyes, príncipes y prelados que hoy acaparan respetos y homenajes. Dijo Ludovico que una vida no basta: se necesitan múltiples existencias para integrar una personalidad. Dijo otras cosas que me impresionaron. Llamó inmortales a los que reaparecen de tiempo en tiempo porque tuvieron más vida que su propia muerte, pero menos tiempo que su propia vida. Dijo que puesto que un hombre o una mujer pueden ser varias personas mentalmente, pueden volverse varias personas físicamente: somos espectros del tiempo, y nuestro presente contiene el aura de lo que antes fuimos y el aura de lo que seremos cuando desaparezcamos. ¿No ves. Cronista amigo, cómo se combinan estas razones con la repetida maldición del Señor en su testamento, su herencia de un futuro de resurrecciones, que sólo podrá entreverse en las olvidadas pausas, en los orificios del tiempo, en los oscuros minutos vacíos durante los cuales el propio pasado trató de imaginar al futuro, un retorno ciego, pertinaz y doloroso a la imaginación del futuro en el pasado como único futuro posible de esta raza y de esta tierra, las de España y todos los pueblos que de España desciendan?

Yo, Julián, fraile y pintor, te digo que así como las palabras enemigas del Señor y de Ludovico se confunden para ofrecernos una nueva razón nacida del encuentro de dos contrarios, así mismo se alian sombras y luces, silueta y volumen, color plano y honda perspectiva en un lienzo, y así deberían aliarse, en tu libro, lo real y lo virtual, lo que fue con lo que pudo ser, y lo que es con lo que puede ser. ¿Porqué habías de contarnos sólo lo que ya sabemos, sino revelarnos lo que aún ignoramos?, ¿por qué habías de describirnos sólo este tiempo y este espacio, sino todos los tiempos y espacios invisibles que los nuestros contienen?, ¿por qué, en suma, habías de contentarte con el penoso goteo de lo sucesivo, cuando tu pluma te ofrece la plenitud de lo simultáneo? Empleo bien mi verbo, Cronista, y digo: contentarte. Descontento, aspirarás a la simultaneidad de tiempos, espacios, Hechos, porque los hombres se resignan a ese paciente goteo que agota sus vidas, y no bien han olvidado su nacimiento, que ya se enfrentan a la muerte; tú, en cambio, has decidido sufrir, volando en pos de lo imposible, con las alas de tu única libertad, que es la de tu pluma, aunque atado al suelo por las cadenas de la maldita realidad que todo lo aprisiona, reduce, enflaca y aplana. No nos quejemos, amigo; es posible que sin la fea gravedad de lo real nuestros sueños carecerían de peso, serían gratuitos, y así, de escaso precio y menuda convicción. Agradezcamos esta lucha entre la imaginación y la realidad para darle peso a la fantasía y alas a los hechos, que no vuela el ave si no encuentra resistencia en el aire. Pero en algo menos que aire se convertiría la tierra si no fuese, constantemente, pensada, soñada, cantada, escrita, esculpida y pintada. Escucha lo que dice mi hermano Toribio: matemáticamente, la edad de todos es cero. El mundo se disuelve cuando alguien deja de soñar, de recordar, de escribir. El tiempo es una invención de la personalidad. No lo tienen la araña, el azor o la loba.

Dejar de recordar. Temo a la memoria sucesiva porque significa duplicar el dolor del tiempo. Vivirlo todo, amigo. Recordarlo todo. Mas una cosa es vivir recordando todo, y otra recordar viviéndolo todo. ¿Cuál camino escogerás para completar esta novella que hoy te entrego? Te miro aquí, junto a mí, adivino del tiempo, del pasado, del presente y del futuro, y miro cómo me miras, reprochándome los cabos sueltos de esta narración mientras yo te pido que me agradezcas el olvido en que he dejado tantos gestos no cumplidos, tantas palabras no dichas… Pero veo que mi sabia advertencia no sacia tu sed de adivinanza: te preguntas, ¿cuál será el futuro del pasado?

He violado para ti los secretos de la confesión. Me dirás que el secreto es igual a la muerte: el secreto es una palabra y un hecho que ya dejaron de existir. Entonces, ¿todo pasado es secreto y muerto? No, ¿verdad?, porque el pasado recordado es secreto y vive. ¿Y cómo llega a salvarse por la memoria y deja de ser pasado? Convirtiéndose en presente. Luego ya no es pasado. Luego todo verdadero pasado es secreto y muerte impenetrables. ¿Quieres que habiéndote contado cuanto del pasado quiero rescatar para convertirlo en presente, te cuente además lo que debe ser secreto y muerte para seguir siendo pasado? Y todo ello para entregarlo a lo que tú mismo desconoces: una historia que terminará en el futuro. Oh, mi indiscreto escriba, por eso fuiste a dar con tus huesos a galeras, confundes sin cesar la realidad con el papel, igual que ese mago tuerto arrojado, hecho cuartos, a las aguas del Adriático. Agradece, te digo, los cabos sueltos; acepta la verdad dicha por la Dama Loca: todo ser tiene el derecho de llevarse un secreto a la tumba; todo narrador se reserva la facultad de no aclarar los misterios, para que no dejen de serlo; y al que no le guste, que reclame su dinero…

¿Quién decía esto? ¿Quién? Espera. Un momento. El que quiera saber más, que abra la bolsa… Hay tantas cosas que yo mismo no entiendo, mi amigo. Por ejemplo, dependo, tanto como tú, de Ludovico y Celestina para comprender la historia de los tres muchachos…Para mí fueron siempre tres usurpadores, tres aliados para frustrar los propósitos del Señor y prolongar la historia más allá de los límites de muerte e inmovilidad indicados por el rey; tres herederos, tres bastardos, sí, incluso tres fundadores, como dijo Ludovico, pero, te lo juro, jamás entendí bien esta relación, estos signos. Le repetí a la Señora lo que Ludovico me pidió que repitiera: una cruz encarnada en la espalda, seis dedos en cada pie, el reino de Roma aún no termina, Agrippa, suya es la continuidad de los reinos originarios, frases, frases que repetí sin entender, cabos sueltos, acéptalos, agradécelos, te digo…

¿Las tres botellas? ¿Qué contenían las tres botellas? Tampoco lo sé, te digo, y el que quiera saber más, que… ¿Igualdad? ¿Igualdad me pides entonces, aceptas desconocer lo que yo desconozco, pero sólo me pides saber todo lo que yo conozco, ningún secreto me permites, nada me puedo llevar a la tumba sino lo que, como tú, ignoro, nada menos que este trato te permitirá, oh mi amigo, perdonarme que haya sido causa de tu daño, tus galeras, tu certeza de muerte la víspera de la batalla, tu mutilación en ella, tu entrega a los árabes, tu prisión alicantina, nada más?

Me voy muy lejos, mi pobre amigo. Nada sabré de lo que aquí suceda. Queda en tus manos, tus ojos y tus oídos continuar la historia del Señor don Felipe. A donde yo voy, pocas noticias me llegarán. Y seguramente, menos noticias, o ninguna, tendrás de mí. No sé si el mundo nuevo es. Sólo sé que lo imagino. Sólo sé que lo deseo. Para mí, en consecuencia, es. Soy un cristiano exasperado. Quiero conocer, y si existe, protegerla, y si no existe, prohijarla, una comunidad mínima de pueblos que vivan con arreglo a la naturaleza, que no tengan propiedad alguna, sino que todas las cosas les sean comunes: mundo nuevo, no porque se halló de nuevo, sino porque es o será como fue aquel de la edad primera de oro. Recuerda, mi cándido y culpable amigo, cuanto te he narrado y pregúntate conmigo, ¿qué ceguera es ésta?, llamámosnos cristianos y vivimos peor que brutos animales; y si nos parece que esta doctrina cristiana es alguna burlería, ¿por qué no la dejamos del todo? Abandono este palacio; abandono a mis amigos, tú, mi hermano Toribio; abandono al Señor. Me voy con quien más me necesita: Guzmán. Es cierto; no me mires con semejante asombro. Sé que yo voy en busca de la edad de oro feliz; sé que Guzmán va en busca de los lugares del oro, con gran malicia y codicia, y que su edad en el nuevo mundo será de hierro y peor; sé que yo busco, a tientas, la restauración del verdadero cristianismo, mientras Guzmán busca, con certeza, la instauración del guzmanismo afortunado. Más falta hago allá que acá; hará falta quien recoja las voces de los derrotados, perpetúe sus sueños fundadores, defienda sus vidas, proteja sus trabajos, afirme que son hombres con almas y no simples bestias de carga, vele por la continuidad de la belleza y el gusto de mil pequeños oficios y encauce sus ánimos para la gloria de Dios a la construcción de nuevos templos, templos del nuevo mundo, nunca vistos, una nueva floración de un nuevo arte, que derrote para siempre la fijeza del icono que refleja la verdad revelada una sola vez y para siempre, y en cambio revele un nuevo conocimiento que se despliegue en todos los sentidos y para goce de todos los sentidos, un encuentro circular de lo que ellos saben y de lo que yo sé, un arte mestizo, templos levantados a imagen y semejanza del paraíso que todos encerramos en nuestros sueños: libérense el color y la forma, expándanse y fructifiquen en celestiales bóvedas de racimos blancos, parras polícromas, frutos de plata, ángeles morenos, fachadas de azulejos, altares de hojarasca dorada, imágenes, sí, del paraíso común a ellos y a mí, catedrales para el futuro, anónima semilla de rebelión, imaginación renovadora, aspiración constante e incumplida : vasto círculo en movimiento perpetuo, amigo dulce, mis manos blancas y las manos trigueñas unidas para hacer más, mucho más de lo que yo jamás pudiera hacer en el viejo mundo, pintando secretamente cuadros culpables para turbar la conciencia de un rey: templos mestizos del nuevo mundo, solución de todas nuestras mudas herencias en un abrazo de piedra: pirámide, iglesia, mezquita y sinagoga reunidas en un solo lugar: mira ese muro de serpientes, mira esa ojiva trasplantada, mira esos azulejos moriscos, mira esos pisos de arena…

¿No hay tal lugar? No, mi amigo, no lo hay, si lo buscas en el espacio. Búscalo, mejor, en el tiempo: en el mismo futuro que indagarás en tus novelas ejemplares por escandalosas. Mis manos blancas y esas manos morenas yuxtapondrán los espacios simultáneos del viejo y el nuevo mundos para crear la promesa de otro tiempo. Asumiré, dulce, amargo, amable, desesperado amigo mío, los sueños soñados y perdidos por Ludovico y Celestina, Pedro y Simón, aquella lejana tarde en la playa del Cabo de los Desastres. Asumiré, sin que ellos lo sepan, los sueños del Señor y de Guzmán, del Comendador y del Inquisidor, pues no saben ellos y nosotros lo que hacemos, pero Dios sí, cuyos instrumentos somos. Guzmán buscará nuevos países por el deseo de oro y riquezas; el Señor aceptará los hechos para trasladar allá los pecados, la rigidez y la voluntad de extinción de acá, pero Dios, y vuestro servidor Julián, trabajaremos para más altos fines. Amigo: ¿será el nuevo mundo, en verdad, el mundo nuevo desde donde se pueda recomenzarlo todo, la historia entera del hombre, sin las cargas de nuestros viejos errores? ¿Estaremos los europeos a la altura de nuestra propia utopía?

Así, acepto tu proposición para predicar con el ejemplo: llegue yo limpio de culpables secretos y odiosas cargas al nuevo mundo. Ignoremos lo mismo, tú y yo; sepamos lo mismo; y el que quiera saber más, que abra la bolsa, y al que no le guste lo que cuento, que reclame su dinero. Esto decía aquel Juglar de ancha sonrisa pintarrajeada que divertía con sus bufonadas en el alcázar del padre del Señor, con la mueca del día moribundo en los orbes gemelos de sus ojos cerca de la caperuza hundida hasta las cejas, y cómo no iba a mirar las miradas de codicia carnal que el padre del Señor dirigía a la hermosa niña Isabel, llegada de Inglaterra tras la muerte de sus padres, a encontrar refugio y consolación al lado de sus tíos españoles: tiesas enaguas de calicó, largos rizos de tirabuzón, Elizabeth, si desde niña la deseó ese Señor incontinente y putañero que violó a todas las labriegas de la comarca, poseyó por derecho señorial a todas las honradas mozas de sus dominios, persiguió a las muchachas de Flandes mientras su esposa paría en una letrina del palacio de Brabante a su hijo, nuestro actual Señor, con loba llegó a saciar sus apetitos y apenas vio brotar las teticas y poblarse los sobaquillos de su sobrina inglesa la desvirgó a oscuras, después de jugar con ella, y ofrecerle muñecas y regalos, y quebrar sobre el piso las mismas muñecas que le regaló.

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