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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje I. Tatuaje (5 page)

Oyó ruido de pisadas en el pasillo y se incorporó sin soltar el viejo volumen sobre las tradiciones celtas. La sonrisa de anticipación se le borró de golpe al comprobar que se trataba nuevamente de David y no de Jana, como había supuesto. Le pareció que el muchacho estaba más pálido aún de lo habitual, y notó por primera vez las dos medialunas moradas que oscurecían su piel, justo debajo de los ojos.

—Pasa algo? —preguntó, sin pararse a pensar.

—Jana ha temido que salir —repuso el chico con voz apagada—. Te pide disculpas, ha sido un imprevisto.

Algo relacionado con el trabajo?

David sonrió con cansancio.

—Más o menos. Espero que no tarde mucho, no me gusta que salga a estas horas. El barrio… Ya sabes. Álex asintió, incomodo. A él tampoco le gustaba la idea de que Jana hubiese salido ella sola a la oscuridad de aquellas calles siniestras colgadas sobre el acantilado. No conseguía imaginar qué podía ser tan urgente como para obligarla a abandonar su casa de ese modo, cerca de las cinco de la madrugada, y justo después de haberle invitado a entrar con ella. Todo aquello era de lo más extraño… Pero si se podía sacar alguna conclusión, era que para Jana había cosas mucho más importantes que atender a su invitado, a pesar de la pasión con que le había besado unos minutos antes.

—Creo que será mejor que me vaya a casa —dijo—. Espero encontrar el camino…

—No—le interrumpió David con viveza— Jana quiere que duermas aquí. Para alguien que no conoce la Colonia, sería peligroso volver a la calle a estas horas. Aunque supongo que, si quiere que te quedes, no será solo por eso… ¿Tienes que avisar a tu familia?

—Le dejaré un mensaje a mi hermana para que no se preocupe. Pero, de todas formas, no sé si es muy buena idea…

—Hacer lo que Jana quiere que hagas? Si estás interesado en ella, es buena idea, créeme.

Álex sonrió y se encogió de hombros.

—De acuerdo, entonces acepto.

—Ven, te enseñaré donde está el cuarto de invitados.

Álex devolvió el libro que estaba hojeando a la estantería.

Sabes que en la biblioteca de mi padre hay un libro muy parecido a este? Tiene el mismo barco en el lomo, con la misma melladura en forma de medialuna. ¿A que es curioso?

—Sí, lo es —dijo David, mirándolo con atención.

—Pero el contenido es diferente. Este trata de las tradiciones celtas, y el de mi padre creo recordar que iba sobre astronomía. Supongo que los publicaría el mismo editor en fechas cercanas.

—Me gustaría ver la biblioteca de tu padre, algún día murmuro sonriendo el hermano de Jana. Había algo sombrío en aquella sonrisa, una especie de desconfianza repentina que sorprendió a Álex.

—Te interesan los libros antiguos? —preguntó.

—Solo algunos fue la respuesta del muchacho.

Luego, sin añadir nada más, se dio la vuelta y salió de la biblioteca para guiar a su huésped hasta la habitación de invitados. Álex lo siguió, intrigado.

—Un nudo celta sería perfecto para tu tatuaje —dijo sin volverse—. Se lo comenté a Jana antes y la idea le encantó. Mañana, si quieres, podemos hacértelo… Solemos tener bastante trabajo los sábados, pero a los clientes no les gusta madrugar así que a primera hora estaría bien.

Habían llegado al final del pasillo. David abrió una puerta blanca y apretó el interruptor de la luz. Álex parpadeó mirando a la lámpara esmaltada del techo, con sus tres pequeñas pantallas blancas y media docena de lágrimas de cristal colgando de sus brazos.

La habitación estaba decorada con un papel de bandas de color marfil y azul celeste. Su único mobiliario se componía de una cama de forja con una vieja colcha de patchwork y una cómoda de madera con una jarra y una palangana encima, al estilo de los viejos lavabos.

—Eso de ahí es un aseo —dijo David, señalando a una puerta corrediza situada en la pared del fondo, junto a la cómoda—. Puedes usarlo para ducharte por la mañana.

Hay toallas debajo del lavabo, en el armario… ¿Qué más? La cama está hecha, has tenido suerte.

Tienes un despertador? No me gustaría que se me pegaran las sabanas… David puso una mano sobre el radiador que había bajo la ventana y la retiró enseguida, complacido. Al parecer, estaba suficientemente caliente.

—No te preocupes por eso dijo— Jana dormirá hasta tarde. Cuando te despiertes, vete a buscarme al taller. Está en el piso de abajo, al final del pasillo. Hay un vestíbulo con un cuadro muy gracioso de mi bisabuela… La puerta de enfrente.

Estarás allí?

—Sí. Despertaremos a Jana y, después de desayunar, nos pondremos con tu nudo celta. ¡Qué duermas bien! Espero que no te den miedo los fantasmas… Álex oyó la risa de David mientras se alejaba por el pasillo, dejándolo solo en aquella habitación. Casi inmediatamente, apago la luz. Sin saber porque, también él, entonces, se echó a reír. La ventana daba al exiguo jardín de la casa. Álex se aproximó a ella, la abrió y, al tercer intento, consiguió desatrancar los postigos de madera. El tronco de la palmera que había visto al entrar ascendía hacia el cielo, recto y flexible, a muy poca distancia de la habitación. El viento jugaba con las hojas largas y crujientes de la copa, y a lo lejos, como un eco, se oía el rumor del mar mezclado con el de los coches en la autopista. Sacando medio cuerpo al exterior, Álex alzo la mirada para atisbar un retazo de cielo. Allá arriba, como un gajo de plata, brillaba la luna. Respiró hondo un par de veces, se estiró como un gato y, tras quitarse las zapatillas, se tendió vestido sobre la cama. Estaba en casa de Jana, escuchando la brisa que se enredaba en la palmera de su jardín, y Jana le había besado.

Pronto volvería a verla, y dejaría que ella eligiese un tatuaje que lo marcase para siempre, que le recordase durante toda su vida aquella extraña noche en la Antigua Colonia… Toda su piel se estremeció de placer. Recordó los ojos grandes y serios de Jana, la humedad de sus labios, la perfección rosada de sus uñas, y por un momento imaginó que aquellas uñas dibujaban sobre su espalda una especie de flor de pétalos redondos, clavándose en su piel a medida que avanzaban hasta hacerle daño. Nunca antes se había hecho un tatuaje. ¿Qué se sentiría?

Pensando en ello, se quedó dormido.

Capítulo 4

Al salir de la habitación, a la mañana siguiente, le llegó un agradable olor a café y a pan tostado. Mecánicamente, se pasó los dedos de ambas manos por el pelo húmedo, echándoselo hacia atrás, y se dirigió a las escaleras. Abajo hacía más frio que en el piso de arriba. A través de la puerta de la cocina, la luz del sol bañaba el pasillo, clara y helada. Álex avanzó hasta el vestíbulo que le había indicado David la noche anterior y se detuvo ante el cuadro de la bisabuela de los dos hermanos, boquiabierto. Aquella joven de cabellos cortos, medio desnuda bajo un chal de colores salvajes y sentada de espaldas a una ventana, tenía exactamente los mismos rasgos que Jana. En realidad, si David no le hubiese explicado quién era, habría jurado que se trataba de ella. Por lo demás, el cuadro, que recordaba el estilo de Matisse, era de gran calidad, o al menos eso le pareció al muchacho. Sus jóvenes dueños debían de tenerle un gran aprecio, de lo contrario, lo habrían vendido… Le pareció oír un ruido a sus espaldas y se volvió bruscamente, como si le hubiesen sorprendido haciendo algo malo. Sin embargo, no vio a nadie… Las tres puertas que daban al distribuidor se hallaban cerradas. Una de ellas tenía un cristal polvoriento en la parte de arriba, a través del cual se filtraba la luz de la mañana. A su derecha había un espejo ovalado, sin marco.

Alex se miro un momento y en su rostro apareció una sonrisa irónica. Lo cierto era que no tenía muy buen aspecto. Aunque se había duchado, la ropa arrugada e impregnada aun del humo de la fiesta le hacía sentirse sucio, y el color ceniciento de su cara parecía reflejar la mugre de las paredes que le rodeaban. Intentando quitarse aquella impresión de encima cuanto antes, Álex llamo a la puerta que había frente al cuadro, suponiendo que era la del taller. Pasados unos segundos, como no le llegaba ninguna respuesta, empujo el picaporte hacia abajo y entró.

Dentro de la habitación reinaba una penumbra espesa a la que sus ojos tardaron en acostumbrarse. Cuando lo hicieron, Álex retrocedió un par de pasos, aturdido. Se había equivocado… Aquello no era el taller de David, sino un dormitorio, y sobre la cama dormía una chica completamente desnuda.

Estaba de espaldas, pero, aun así, Álex supo inmediatamente que se trataba de Jana. Sus largos cabellos castaños, esparcidos sobre la almohada, apenas dejaban entrever su perfil, Su respiración suave y acompasada era como la de un niño pequeño. La sabana, enroscada a sus pies, parecía haberse enganchado en la ajorca de plata que rodeaba uno de sus tobillos. Y sobre su espalda, descendiendo desde la base del cuello hasta la parte inferior de la espina dorsal, refulgía el tatuaje de una serpiente larga y sinuosa, una serpiente dibujada hasta en sus mínimos detalles, con miles de escamas perfectamente definidas reflejando la escasa luz que se filtraba a través de los postigos cerrados.

Álex se quedó un buen rato contemplando fijamente aquel tatuaje, paralizado. Sobre la piel blanca de Jana, el cuerpo interminable del reptil refulgía en ondas doradas que casi parecían vivas.

La danza del sol sobre las escamas transformaba su aspecto a cada instante, dando la impresión de que se estaban moviendo. El muchacho se pasó una mano por los ojos para obligarse a dejar de mirar. Luego, caminando de espaldas, buscó el picaporte de la puerta y salió bruscamente, haciendo más ruido del que habría querido.

En el vestíbulo, apoyado en la pared del cuadro, David lo observaba sin sonreír.

Qué estabas haciendo? Te dije la puerta junto al cuadro, recuerdas?

Álex cerró la puerta del cuarto de Jana con suavidad, sin apartar los ojos de David.

—Me dijiste la puerta de enfrente —repuso en voz baja.

La expresión de gravedad de David se disolvió en una sonrisa burlona.

Estás seguro? No sé, puede que me equivocara. El taller es este.

Abrió la puerta que tenía a su derecha y se dirigió al fondo de la estancia para subir las persianas. Álex lo siguió, todavía intensamente turbado por la imagen de Jana desnuda sobre la cama, con aquel extraño tatuaje que parecía vivo. Observó a David mientras el muchacho tiraba de las cuerdas de las persianas sin prestarle atención. Era muy raro… ¿Por qué lo había guiado a propósito hasta el cuarto de su hermana?

La habitación no tardó en inundarse de luz. Era un espacio amplio, acristalado y decorado con plantas, la mayoría bastante escuálidas y polvorientas. Contenía varias estanterías, un par de caballetes, mesas de dibujo y una especie de banco de masaje forrado de cuero rojo, que tenía un taburete y varias mesitas de distintas alturas, cubiertas de juegos de agujas y tinteros, junto a la cabecera.

—No la despertamos? —pregunto Álex sin moverse de la puerta.

David había cogido una bata negra de un perchero y se la estaba poniendo.

A Jana? No sé, si quieres… Pero, si es por el diseño, no hace falta. Ayer cuando volvió, le dije lo de tu tatuaje y se vino aquí directamente. Estaba agotada, pero dijo que le había venido una idea y que sabía exactamente lo que quería para ti. Se empeñó en acabarlo antes de acostarse, dijo que si no se le iría la idea. Ha debido de quedarse hasta las tantas… Pero lo ha terminado, ¿ves? Es este. Un tatuaje muy especial… Un nudo de amor celta. David avanzó hacia Álex y le tendió un papel vegetal con un pulcro dibujo en su centro. Se componía de tres círculos oscuros imbricados entre sí, el del medio algo más grande que los dos de los lados. Les tres estaban unidos por un complejo diseño de curvas interiores de color marfil. No era la primera vez que Álex veía aquella clase de símbolos tribales heredados de uno de los más antiguos pueblos europeos. Sin embargo, el dibujo de Jana le pareció mucho más complejo y hermoso que los que él conocía.

—Creí que tenía que quedarse a solas con el cliente un buen rato para hacerle un diseño a su medida —dijo, defraudado.

—Normalmente, si. Pero, por lo visto, a ti te conoce bien.

A Álex le vine a la memoria el cuerpo desnudo de Jana tendido sobre las sabanas, con la serpiente dorada dormida sobre su piel.

Era absurdo. Deseaba volver a ver aquella serpiente más que nada en el mundo. Necesitaba quitarse esa idea de la cabeza cuanto antes.

No desayunamos antes de empezar? —preguntó, por decir algo—. Puede que, mientras tanto, Jana se despierte.

David se dirigió a uno de los muebles de cajoncitos y extrajo un par de frascos de tinta. Luego, empezó a examinar varios tipos diferentes de agujas. Todas se encontraban empaquetadas en envoltorios de celofán transparente.

—Qué pasa? Tienes miedo? —preguntó, decidiéndose por uno de aquellos punzantes objetos después de examinarlo atentamente al sol.

Alex no se esperaba aquella pregunta.

—Por qué iba a tenerlo? —dijo, sonriendo.

David alzó sus ojos verde azules hacia él y le devolvió la sonrisa.

—Es un tatuaje mágico… No quieres saber lo que hace?

—Sí, claro. Espero que no me convierta en un sapo, ni nada por el estilo.

—No, no te preocupes. Jana no querría eso para ti.

El muchacho había logrado despertar la curiosidad de Álex. No se había tomado en serio lo de la magia de los tatuajes en ningún momento, pero le divertía la insistencia algo cínica con la que David defendía su historia. Si quería que le siguiera el juego, se lo seguiría.

—Has dicho que se llama un ³nudo de amor —comenzó, el hermano de Jana asintió con la cabeza.

—Es un diseño muy poderoso. He estado puliéndolo un poco antes de que llegaras.

Ya te dije que Jana hace el trabajo psicológico y yo el artístico… No es que ella no dibuje bien, pero yo soy mejor.

Y quién hace la magia? —Preguntó Álex, luchando por permanecer serio—. Bueno…, los dos. Cada parte del proceso tiene su lado mágico.

Con un gesto, David lo invitó a tenderse sobre la camilla de cuero. Álex obedeció y se tumbó boca abajo. Ahora, los frascos de pigmento de la mesita auxiliar se encontraban justo a la altura de sus ojos, y podía observar los colores que contenían y los rótulos de sus etiquetas. «Verde agua», «Rosa seco», «Naranja pastel», «Marfil», «Azul jeans», «Gris plata»… Todas las etiquetas tenían una cabeza de dragón dibujada, y los nombres de los pigmentos estaban impresos en letra gótica.

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