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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje I. Tatuaje (3 page)

Un agujero. Había un agujero muy estrecho y bastante profundo en la tierra, como el que podría haber hecho un tacón de aguja al clavarse sobre el montículo… Álex no se lo pensó dos veces y retrocedió para tomar impulso. De un par de saltos, se plantó en lo alto de los escombros, y desde allí, ayudándose con las manos, logró izarse hasta el borde erosionado de la cerca de piedra. Antes de descender, trató de sondear la oscuridad del parque en busca de la silueta de Jana. Ni rastro. Solo arboles susurrantes y el crujido de las primeras hojas secas arrastrándose sobre la arena de los senderos. A lo lejos, el rumor de una fuente… Y aquí y allá, alguna que otra escultura silenciosa.

Por un momento se quedó inmóvil, desorientado. Recordaba haber estado una vez en aquel parque para ver de cerca, junto con sus compañeros de clase y bajo la supervisión de su profesora, los arboles exóticos que el Ayuntamiento había ordenado plantar en conmemoración del décimo aniversario del terremoto. Entonces debía de tener nueve o diez años, y el lugar le había parecido siniestro. Sobre todo por el viejo cementerio que ocupaba toda la parte oriental del parque, detrás de la iglesia. Cientos de tumbas diseminadas bajo los cipreses y los tejos, todas resquebrajadas y desgastadas por el paso de los años. Intentó distinguir las cruces erguidas bajo los árboles, pero la masa oscura del solitario templo ensombrecía todo lo que se encontraba tras ella.

Entonces le pareció oír una risa que procedía justamente de aquella zona, y, sin pensárselo dos veces, saltó al césped. En cuanto logró recuperar el equilibrio, corrió por la hierba hasta llegar a un descuidado sendero de arena que conducía directamente hasta la iglesia del cementerio. La subida por aquel camino resultaba más fatigosa de lo que se había imaginado… Acababa de detenerse para recuperar el resuello cuando vio salir a un tumultuoso grupo de uno de los laterales de la iglesia.

Instintivamente, se echó a un lado y se agazapó tras unos arbustos con el fin de no ser descubierto. A pesar de la distancia y de la oscuridad de la noche, se dio cuenta enseguida de que aquellos tipos eran muy extraños. Se movían con una elasticidad felina, y hablaban entre ellos intercalando gruñidos en sus expresiones, como si aquello fuese la cosa más natural del mundo. Antes incluso de distinguir sus caras, Álex comprendió que pertenecían a la tribu urbana de los ghuls, una panda de freakies que practicaban la modificación corporal extrema para asemejarse lo más posible a ciertos animales.

Preocupado por Jana, el muchacho gateó hasta la verja exterior del cementerio y se detuvo justo enfrente de la rectoría, que ocupaba la parte posterior de la iglesia. Los ghuls seguían parados ante su puerta, palmeándose unos a otros en la espalda y despidiéndose con frases inconexas, como si acabasen de salir de una fiesta. De cerca, su aspecto resultaba francamente perturbador. Algunos se habían operado la mandíbula para darle un aspecto más protuberante, otros tenían la frente huidiza y las cejas abultadas, y más de uno exhibía una antinatural abundancia de vello oscuro en los brazos desnudos.

El que parecía oficiar como anfitrión, sin embargo, era muy diferente de los otros. Mientras permanecía sonriente en el umbral de la rectoría, esperando a que sus invitados se dispersaran, Álex tuvo tiempo de estudiar con detenimiento sus facciones. Lo cierto era que, si llevaba alguna prótesis implantada en el rostro, apenas se le notaba,.. Su apariencia era la de un hombre bastante apuesto, aunque inequívocamente agresivo. Lo que más destacaba de sus rasgos eran sus ojos almendrados, de un inquietante color dorado. Por lo demás, el único rasgo reseñable de su rostro eran las pobladas patillas grises que cubrían buena parte de sus mejillas.

De modo que eran okupas. Estaba claro que unos cuantos se habían instalado en la rectoría del cementerio de forma permanente, porque, cuando los invitados se fueron, ellos se retiraron al interior del edificio como si se tratase de su casa. Por lo que le habían contado, Álex sabia que en la Antigua Colonia habían unos cuantos edificios ocupados por okupas, pero le sorprendía que algunos hubiesen tenido la osadía de instalarse en la iglesia.

Después de todo, era un lugar demasiado público.

Cuando finalmente llegó hasta la verja, miró a su alrededor. A esas alturas había perdido completamente la pista de Jana. Si la muchacha había atravesado el parque, probablemente ya habría salido de él hacía tiempo. Por mucho que se empeñara, ya no la encontraría… No conocía aquella parte de la ciudad, y, ahora que había dejado de oír sus pasos, no tenía sentido seguir buscándola.

Por un instante pensó en volver a la fiesta, pero enseguida desechó la idea. ¿Para qué iba a volver? Jana ya no estaba allí, sino muy cerca de él, en alguna de las ruinosas calles que descendían por la ladera sur de la Antigua Colonia. Aunque no llegase a encontrarla, caminar por aquellas calles, con su olor a cipreses y a rosas marchitas, le haría sentirse más cerca de ella. En cierto modo, sería como invadir a escondidas su intimidad… Aquella idea le produjo un leve y agradable cosquilleo en la nuca.

Sin embargo, al franquear la verja entreabierta del cementerio sus ánimos flaquearon. La calle en la que se encontraba no tenía ninguna farola, y el único signo de vida que conservaba eran los raíles metálicos de una antigua línea de tranvía incrustados en el emprendido de la calzada, que brillaban de un modo extraño bajo el resplandor anaranjado del cielo nocturno.

Álex comenzó a descender siguiendo la línea ligeramente curva de los raíles. De vez en cuando llegaba hasta sus oídos el ruido lejano de algún coche, pero el resto del tiempo reinaba un opresivo silencio. El muchacho caminaba con los ojos fijos en las ruinosas fachadas de color pastel, tratando de descubrir alguna señal de actividad tras los cristales rotos de los miradores o en las oscuras ventanas de las torres. Quizá Jana estuviese detrás de alguna de aquellas puertas que en otra época habían sido blancas, pero ¿Cómo saberlo? Se le ocurrió que podía preguntar una por una en todas las casas. Los deslustrados llamadores en forma de león o de mano cerrada que brillaban sobre las puertas parecían invitarle a romper aquel silencio tan angustioso… Sin embargo, resistió la tentación de utilizarlos.

Hacia la mitad, la calle por la que estaba bajando dibujaba una pronunciada curva hacia la izquierda. Justo en aquel lugar, la acera de la derecha se interrumpía, dejando paso a una barandilla metálica que formaba una especie de mirador sobre la parte baja de la ciudad.

Álex se asomo a la barandilla y contuvo el aliento. A sus pies brillaban las luces de los rascacielos del centro financiero, apiñados en lo que, desde arriba, parecía un espacio bastante reducido, aunque no lo era. Allí estaba la torre Sharpe, con su forma de vela hinchada al viento, y el edificio de la compañía Barnett, cuya estructura, en forma de pirámide invertida, constituía una verdadera hazaña arquitectónica, según les habían explicado en clase. La torre Landis, las oficinas de los estudios Maverick, la silueta cilíndrica y achaparrada del auditorio…

Conocía muy bien todos aquellos edificios, pero nunca los había visto así, desde las alturas, reducidos a pequeñas figuras geométricas que brillaban como joyas resplandecientes en medio de la noche.

Un ruido de pasos en la distancia le hizo volverse con brusquedad. Sonaban rápidos y decididos, y pertenecían a una rujar calzada con tacones, no había duda. Parecían venir de la parte alta de la calle, pero, al mirar en esa dirección, Álex no vio a nadie.

Quizá procediesen de alguna de las calles adyacentes. Atravesando la calzada, buscó con la mirada una bocacalle en la acera opuesta. Un poco más abajo, efectivamente, descubrió una; le falto tiempo para lanzarse en aquella dirección, pero cuando se encontró en la nueva vía, mucho más estrecha que la anterior; descubrió que también se hallaba desierta. Los pasos seguían oyéndose, aparentemente a su espalda. Quizá fuese un efecto del eco, porque ya había comprobado que no podían venir de allí.

Desconcertado, Álex continuó caminando por aquella calle oscura y llana, tropezando de vez en cuando en los adoquines desencajados del suelo. Los pasos cada vez sonaban más cerca, pero, en las dos ocasiones en que se volvió a mirar no vio a nadie, y el sonido cesó. ¿Acaso se habían cambiado las tornas, y ahora era Jana quien lo seguía a él? La creía perfectamente capaz de hacer algo así, sin duda. Y si lo que quería era hacerle sentir la incomodidad de sentirse espiado por alguien que no desea dar la cara… Bueno, desde luego, lo estaba consiguiendo.

Al llegar al final de la calle, se encontró con que desembocaba en una casa más grande que las otras, con una torre de tres pisos colgada directamente sobre el acantilado. Por allí no se podía seguir, de modo que tendría que volver por donde había venido.

Al detenerse, le pareció que los pasos sonaban ahora más cerca que nunca a sus espaldas. La tenía muy cerca, estaba seguro. En cuanto se diera la vuelta, la vería avanzando hacia él, probablemente sonriendo con expresión burlona. Se giró con brusquedad… Y dejo escapar una maldición al ver que la calle continuaba vacía—. Me estabas siguiendo? —dijo una voz detrás de él. Álex volvió a girarse lentamente sobre sus talones, Apoyada en la historiada reja de la casa que cerraba la calle, Jana lo miraba sin sonreír. La blancura de su rostro resplandecía como un faro en la oscuridad.

—Me estabas siguiendo —repitió, esta vez sin entonación interrogativa—. Sería una estupidez que lo negaras.

La verdad es que, al final, he tenido la sensación de que eras tú quien me seguía a mí.

En serio? —Jana lo miré con curiosidad—. Estas calles son extrañas. El eco… Ya sabes.

Sí, supongo que habrá sido eso.

Álex dio un paso hacia la chica. Jana no se movió. La brisa agitaba levemente el borde de su vestido negro alrededor de sus piernas, y también sus cabellos.

Y por qué me seguías? pregunto ella en voz baja.

¿Era necesario explicarlo?

—Hace tiempo que te sigo —contestó Alex, lanzándose al vacio—. Con la mirada.

Siempre que puedo… Lo abras notado, en el colegio…

Ella tardó un momento en contestar.

—Todo el mundo me mira —repuso, clavando sus ojos oscuros y salvajes en los de él—. Lo habrás notado, en el colegio… Álex asintió, resistiendo su mirada.

Sí. Pero no te miran como yo.

Le pareció que ella se estremecía imperceptiblemente.

—Eso es cierto —dijo.

Sus ojos se desviaron un momento hacia la calle vacía y oscura, a sus espaldas.

Y ahora qué? —Preguntó en tono desafiante—. Qué se supone que tiene que pasar?

Álex pensó un momento su respuesta.

—No lo sé —admitió al fin—. Lo que tú quieras. Solo lo que tú quieras.

Ella le dio la espalda y empezó a caminar por la acera, acariciando con la mano extendida los barrotes de la reja de hierro en la que un momento antes se apoyaba.

—Esta es mi casa —dijo, deteniéndose y volviéndose una vez más a mirarle—. Qué te parece?

Álex alzo la mirada hacia la torre de color azul pálido, con sus tres pisos de galerías blancas. La pintura no parecía demasiado envejecida. Junto a la torre, al otro lado de la reja, crecía una palmera escuálida, de una altura inverosímil.

—Es un sitio extraño para vivir —dijo con sinceridad—. Has vivido aquí siempre? —Siempre. Al menos es la única casa que recuerdo.

Álex volvió a avanzar dos pasos hacia ella y se detuvo. No trato de sonreír. No quería fingir que no pasaba nada, que no estaba asustado, ansioso por acariciarla, dispuesto a cualquier cosa con tal de estar cerca de ella. No quería engañarla. Era mejor que ella supiese que iba en serio.

—Estás muy raro con el maquillaje. Te hace parecer… no sé, más triste.

Álex se limpio mecánicamente el parpado derecho y sintió la picazón del rímel al deslizarse en el interior del ojo. Que absurdo… Se había olvidado por completo de que iba maquillado.

—Ahora se te ha corrido toda la pintura. Esta horrible —dijo Jana, sonriendo por primera vez.

Fue ella quien, entonces, avanzo hacia él, para detenerse justo a un paso del muchacho. Al menos era diez centímetros más baja que Álex, a pesar de los tacones.

Sabes? De noche, por esta zona, suele haber bandas de pandilleros.

Te refieres a los ghuls? Los he visto hace un rato, en el viejo cementerio. Sin saberlo, me guiaron hasta la salida. Pero luego volví a perderme… Este barrio parece un laberinto, por eso me he retrasado un poco. Dijo aquello como dando por sentado que ella había estado esperándole, aunque Jana no pareció fijarse. Y tampoco lo miraba con preocupación, a pesar de su alusión a los ghuls… Más bien con una intensa curiosidad.

Sin embargo, no hizo ninguna pregunta.

—Ellos odian el maquillaje —explicó—. Lo consideran una especie de burla… Veo que no te ha ido mal en el primer encuentro, pero, por si acaso, yo en tu lugar me lavaría un poco antes de volver a casa. Esos tipos están más locos de lo que parece.

Alzó los ojos hacia Álex y sonrió de nuevo. Esta vez había cierta timidez en su sonrisa.

—Me estas invitando a entrar a tu casa para lavarme? —preguntó el muchacho, incrédulo.

Ella rebuscó en el bolsillo de su chaqueta negra y sacó una llave diminuta.

—Si —dijo, dándole la espalda mientras introducía la llave en el candado de la verja—. Te estoy invitando a entrar.

Capítulo 3

El interior de la casa olía a fuego de leña y a pintura fresca, o quizá a algún tipo de barniz. Los ojos de Álex tardaron unos segundos en habituarse a la penumbra del vestíbulo, iluminado por una pequeña lámpara de cristales multicolores situada sobre una consola descascarillada, en el descansillo de la escalera. Se notaba enseguida que aquella casa había sido lujosa en otro tiempo. La desgastada alfombra persa que protegía los peldaños de madera, el balaustre de caoba labrada, los pesados marcos dorados de los cuadros… Todo tenía un aire refinado y decadente, acentuado por la mezcla de reflejos verdosos y rosados de la lámpara. No se veían telas de araña, ni el más leve rastro de tamo gris… Pero aquella limpieza resaltaba de un modo extraño el desgaste de los materiales del suelo y las paredes.

—Ven conmigo. El único cuarto de baño que funciona está arriba —dijo Jana en voz baja.

Empezaron a ascender en silencio. Detrás de Jana, Álex subía con los ojos clavados en la figura de la chica, fijándose en cada uno de sus movimientos. Le fascinaban la perfección de sus caderas y la delgadez de su cintura. Resultaba delicioso poder recrearse en aquellos detalles así, sin ser visto, sin tener que dar explicaciones, ni siquiera con la mirada… Cuando llegaron al descansillo, ella se detuvo de pronto y, volviéndose, deslizo sus dedos por el brazo de Álex en una larga caricia hasta llegar al cuello. Después, lo atrajo muy despacio hacia sí. Se besaron… Los labios de Jana ardían, húmedos y tentadores como un fruto prohibido.

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