Read Tatuaje I. Tatuaje Online

Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje I. Tatuaje (8 page)

—Te sientes bien? —pregunto Jana.

Despego los parpados con brusquedad.

Sí, sí. Es solo que me siento… Iba a decir que se sentía un poco raro, pero se interrumpió al notar la ansiedad de Jana, su curiosidad, las docenas de preguntas que pugnaban por salir de sus labios y que ella retenía con voluntad de hierro. Estaba preocupada; habría dado cualquier cosa en ese instante por saber exactamente lo que él sentía. Y, justo por eso, decidió que no iba a decírselo. Mientras Jana no confiase en él, él tampoco confiaría en ella.

—Me siento mal por todo lo que ha pasado —terminó, improvisando con agilidad—.

Por haber caído en la trampa del tatuaje… Y, sobre todo, por haberme dejado sugestionar. Una sombra de sospecha atravesó el semblante de Jana. Álex no estaba acostumbrado a mentir… Quizá su explicación no había sonado demasiado sincera. Oyeron un coche rodando lentamente sobre el desigual empedrado de la calle. Álex se levantó de la silla y sofocó una vez más su deseo de acercarse a Jana, de hundir su rostro entre sus cabellos castaños.

—Oye, Álex, quiero pedirte una cosa. Todo esto de los tatuajes… Prefiero que no se lo comentes a nadie. Sobre todo a nadie del colegio. No quiero mezclar las cosas, ¿entiendes? Y en especial, toda esta historia de los tatuajes mágicos…

—No te preocupes, guardaré el secreto.

Se sonrieron. El taxi se había detenido junto a la puerta, y no tenía sentido alargar la despedida.

—Nos veremos el lunes en la inauguración del curso —dijo Álex—. Irás, supongo.

—Sí. Si, por supuesto. Pero, oye, todavía no tengo claro si quiero que nos vean hablando o no. Estoy hecha un lío, necesito tiempo… Álex sondeó la oscuridad aterciopelada de sus ojos.

Lo que tú quieras. Si así vas a sentirte más cómoda… Decide tu cuando quieras que volvamos a hablar… Y dónde. En la sonrisa de Jana se leía una gratitud que, esta vez, no tenía nada de fingida.

—Gracias, Álex. Me sorprendes. No esperaba que fueras tan… tan comprensivo.

Álex apretó los labios. En ese instante, su deseo de tocar a Jana era casi incontrolable.

—No soy comprensivo —dijo—. No se trata de eso. Se trata de que te quiero, y de que estoy dispuesto a todo para conseguirte, incluyendo el parecer comprensivo, si eso es lo que tú quieres. Jana se apoyó en la puerta principal, como dudando si dejarle marchar o no. Se la veía turbada, complacida. Juegas muy fuerte murmuró.

—Tú también.

Jana giró el pestillo de la puerta a su espalda y se apartó para dejarle pasar. La luz del exterior, otoñal, amarillenta, ponía de relieve el deterioro de las casas que se alineaban a ambos lados de la calle. El taxista tocó el claxon, impaciente, para que Álex entrase de una vez en el coche.

Lo último que vio de Jana fue su camiseta gris ondeando en la brisa y dejando al descubierto, por un instante, su cintura y su ombligo. Después, cerró los ojos. El taxi rodaba a una velocidad excesiva, teniendo en cuenta el mal estado del firme y las curvas y pendientes de las calles.

—No me gusta venir aquí —dijo con aspereza el taxista—. No me gusta nada venir aquí, y a todos mis compañeros les pasa lo mismo. Es un laberinto endemoniado. Nunca sabes por dónde tirar. Para llegar a tu casa, chico, he estado dando vueltas casi una hora. Casi una hora… Te va a salir caro, como comprenderás.

Pero ni aun así compensa meterse en este infierno. Álex miró por la ventanilla. Aquellas casas señoriales, con sus porches de columnas y sus terrazas de mármol, no parecían en absoluto el infierno. Estaban abandonadas, si, y muchas se caían a pedazos… Pero todo tenía un aire apacible, inocuo, incluso levemente melancólico. Jardines salvajes, verjas, fachadas de color pastel… ¿Cómo era posible que un sitio tan tranquilo le pareciese a alguien un lugar de pesadilla? Álex observó la considerable cantidad que marcaba el taxímetro con cierta preocupación. Era muy raro, a él la espera en casa de Jana le había parecido de unos pocos minutos… Y, sin embargo, la cifra del taxímetro indicaba claramente que el taxista no había exagerado al decir que llevaba dando vueltas una hora.

De pronto giraron a la derecha al final de una calle y se encontraron frente a la carretera de la playa, a pocos metros de la rotonda de entrada a la autopista.

—Esto es de locos. Ahora hemos salido en cinco minutos —rezongó el taxista—. En serio, no entiendo que alguien quiera vivir ahí…

—No todo el mundo tiene elección murmuró Álex.

Y notó la quemadura del tatuaje en su hombro, el tatuaje que lo ligaba para siempre a aquella chica misteriosa y extraña que vivía en la Antigua Colonia. Aunque lo que sentía por Jana habría sido lo mismo con o sin tatuaje…

Sin embargo, allí estaba, un dibujo grabado para siempre en su piel para recordarle su necesidad de Jana, su incontrolable deseo. Un dibujo mágico, que con cada metro que se alejaba de ella se volvía más ardiente, más insoportable, abriéndose en la distancia como una flor de sangre, como una negra y profunda herida.

Capítulo 6

Un pitido agudo e insistente se coló en el sueño de Álex, forzándolo a despertarse. Su mano buscó a tientas los ángulos rectos del despertador sobre la mesilla de noche, pero lo único que consiguió fue derribar un libro. Y el pitido seguía perforándole los tímpanos, implacable …

Se incorporó irritado sobre un codo y abrió los ojos. A los pies de la cama estaba sentada su hermana Laura, blandiendo con sonrisa de triunfo el estruendoso reloj que lo había devuelto a la conciencia.

Puedes apagarlo por favor? gruñó Álex, dejandose caer nuevamente sobre la almohada.

—Buenos dias a ti también —contestó Laura, presionando uno de los botones del artilugio.

El pitido cesó, dejando un desagradable eco en los oídos del muchacho.

—Qué hora es? No recuerdo haber puesto el despertador…

—Lo he puesto yo. Son las dos de la tarde; hora de comer.

—Te has tirado toda la mañana durmiendo.

Álex se sentó de nuevo sobre el colchón y clavo una mirada llena de mal humor en su hermana. A sus doce años, Laura se daba unos aires de adulta que a veces resultaban exasperantes. Pero otras veces, Álex casi se lo agradecía. Después de todo, estaba bien que se preocuparan por uno. Y su madre tenía siempre demasiado trabajo como para prestarles atención… Al menos, esa era su excusa.

El pelo rubio y lacio de Laura le caía sobre el hombro derecho en una gruesa coleta. Llevaba puesto un jersey verde de algodón y unos vaqueros, y en su sonrisa no se leía ningún reproche. El enfado de Álex se fue disipando poco a poco.

—Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó, reprimiendo un bostezo.

—No sé. Cinco minutos más o menos. Verte dormir es muy aburrido, sabes?

—Me lo imagino. Por eso pusiste el despertador?

Laura se encogió de hombros.

—Supongo. Oye, dónde te metiste anoche?

—Te dejé un mensaje… No lo has visto?

Sí. A las cuatro o las cinco de la mañana… ¡Vaya horas para dejarle un mensaje a tu hermana pequeña!

Lo siento. Te desperté? Supuse que mamá no tendría el móvil encendido. Nunca lo tiene. Por cierto, ¿la has avisado?

—De qué? De que no estabas? No ha preguntado, Álex —contestó la niña—. Salió esta mañana a las diez, a poner unos cultivos o no sé qué en el laboratorio. La sonrisa se había borrado de su rostro. De repente parecía mayor, casi una adulta.

—Un sábado? —preguntó Álex—. Era una pregunta estúpida. Su madre trabajaba todos los sábados, y todos los domingos. En teoría, no tenía ninguna obligación de hacerlo, pero siempre le surgía algo en el último instante que la obligaba a irse a la facultad. Cualquier cosa con tal de no estar en aquella casa que tanto la entristecía… y de evitar los recuerdos.

—Dijo que vendría a comer, pero ya la conoces. Dentro de un rato llamará para decir que se le ha hecho tarde y que pidamos unas pizzas. Lo de siempre.

Álex sacó las piernas de debajo del edredón y buscó con los pies descalzos el contacto suave de sus zapatillas. El tatuaje ya no le dolía, y tampoco le asaltaban aquellas sensaciones visuales y olfativas tan intensas que casi resultaban dolorosas. Sin embargo, allí seguía, sobre su piel… No necesitaba mirarse a un espejo para saberlo.

Se alegró de que la camiseta que llevaba fuese lo bastante cerrada como para no dejar al descubierto el borde de aquel dibujo que David había trazado sobre su hombro. No quería ni pensar en las preguntas que tendría que responder cuando Laura lo viera.

—Todavía no me has dicho dónde estuviste —insistió la muchacha.

Álex, ya calzado, se dirigió a la ventana y, tirando de la cuerda de la persiana, la subió de golpe. El sol de mediodía inundó su habitación, revelando sin piedad el desorden de libros y ropa apilados de cualquier manera sobre las sillas y el escritorio.

—Estuve en casa de Erik —contestó, buscando con la mirada su camisa de cuadros en aquel desbarajuste—. Qué raro, creí que la había dejado por aquí…

—Erik llamó hace un rato para preguntar por ti. Quería saber si anoche habías llegado bien a casa. Parecía preocupado.

Laura se detuvo, esperando una respuesta con la terquedad infantil que a veces la caracterizaba. Álex resopló, incómodo. Habría preferido no tener que dar más explicaciones, al menos de momento.

—Vale, estuve en casa de Jana —farfulló atropelladamente—. Es eso lo que querías saber?

La explosión de reacciones de Laura casi llegó a alarmarle. Palmoteaba, reía con deleite, pero a la vez sus ojos se habían agrandado de preocupación.

Jana! Jana! Lo sabía. Sabía que te gustaba… Bueno, a todos les gusta, pero no es eso. ¿Y ella? No me imaginaba que… O sea que le gustas. ¡Te invitó a su casa! Debes de gustarle mucho para eso.

—No me invitó a su casa, surgió así… Era muy tarde, y estábamos en su barrio. No había autobuses ni taxis para volver… Eso fue todo.

—Ya murmuró Laura, dando a entender que no se creía ni una palabra.

Se había vuelto a sentar en la cama, y miraba a su hermano con una mezcla de admiración y perplejidad que no dejaba de resultar enternecedora.

—Jana! —Repitió, intentando acostumbrarse a la idea—. Mis amigas se van a quedar de piedra cuando se enteren…

—Laura, ni se te ocurra contarles nada de esto a tus amigas! Ni a tus amigas, ni a Erik, ni a nadie. No hay nada todavía, ¿me entiendes? Solo fue una casualidad, algo que paso.

—¡Todavía! O sea, que lo habrá… ¿Te acostaste con ella, aunque fuese «por casualidad»?

—¡Laura! Tienes doce años, ¿crees que te lo contaría si hubiese pasado?

—O sea, que no te acostaste con ella.

—Álex soltó un bufido, rindiéndose. Con Laura era imposible tener secretos. Extraía tanta información de lo que decías como de lo que no decías.

—Me gusta mucho, pero no la conozco bien —admitió, abandonando todo intento de parecer indiferente—. Es… Es muy especial. Laura soltó una carcajada burlona.

—Especial! Sí, eso puedes jurarlo. Mis amigas dicen que parece una bruja. Aquella observación irritó a Álex más de lo razonable.

—Ya, bueno, teniendo en cuenta que hace unos años llevabais pañales y le escribíais cartas a Papa Noel, no me extraña que todavía creáis en brujas… Se interrumpió, sintiendo que había ido demasiado lejos.

Por qué te pones así? le preguntó Laura, observándole con atención. Es lo que dicen de ella, yo no tengo la culpa. Y no es que yo crea en brujas, pero, Álex… Hay algo oscuro en Jana, ¿no lo has notado? Es como… como si tuviese una sombra por dentro. No sé explicarlo, pero eso es lo que siento cuando la miro.

Álex sintió una violenta punzada en el hombro. Si, él también lo había sentido, allí en el jardín, mientras escuchaba el crujido de la tierra bajo las patas de las hormigas y la música de bronce de las hojas secas. Había sentido su oscuridad como algo inmenso, inabarcable, amenazándolo todo. Y seguía sintiéndolo. Era el único efecto del tatuaje que aún persistía. Lo demás (la agudeza de los sentidos, la nitidez de las imágenes) parecía haberse disuelto en el sueño.

Pero ¿y Laura? ¿Cómo era posible que también lo hubiera notado? Conocía a Jana solo de verla por los pasillos del colegio, y nunca había hablado con ella. Sin embargo, había captado aquella amenaza que, para él, solo se había vuelto perceptible bajo el efecto del tatuaje mágico. La intuición de su hermana nunca dejaba de sorprenderle.

—Jana ha tenido mala suerte, eso es todo —replicó, enfadado consigo mismo por estar ocultándole a Laura sus verdaderos pensamientos—. Perdió muy pronto a sus padres, a los dos… Y luego toda la historia de la expulsión de su hermano. Eso, y su cara… Provoca muchas envidias, es demasiado guapa. Laura asintió pensativa.

—Sí, en eso tienes razón. Hay muchas niñas monas en el colegio, pero ella es guapa de una forma… distinta.

—De una forma ³Oscuraª —bromeó Álex.

Sí. De una forma oscura. Oye, ¿te vienes a comer? No vale la pena esperar a mamá, y la pasta se va a enfriar.

Al final has hecho pasta? Creí que íbamos a pedir unas pizzas…

—No podemos vivir de pizzas. Hay que metérselo a mamá en la cabeza. Bueno, ¿vienes?

Álex, que por fin había encontrado su camisa debajo de la mochila del portátil, esbozó una mueca de disculpa.

—Prefiero comer más tarde. Ahora me apetece darme una ducha.

Laura meneo la cabeza con desaprobación.

—Vale, tú mismo. Yo no quiero comerme los macarrones fríos.

Ya estaba junto a la puerta cuando Álex la detuvo, asiéndola por la muñeca.

—Oye, tú sabes donde guarda mamá la llave del estudio? —preguntó.

Laura se desasió con brusquedad y le miró de arriba abajo.

—Del estudio de papá? —preguntó en voz baja.

—Sí. Quiero buscar un libro, y hace siglos que no entro.

Laura lo observaba con el ceño fruncido.

—No empieces otra vez con eso, por favor murmuró—. Ahora que las cosas están empezando a ser normales…

Se interrumpió, sin saber cómo seguir.

—Que no empiece otra vez? —Repitió Álex, sonriendo con incredulidad—. Pero si yo soy el único que nunca he entrado ahí desde lo de papá…

—Ya lo sé —le interrumpió su hermana—. Justamente por eso. Ahora que mamá está empezando a superarlo, es mejor no volver a removerlo todo. No quiero volver a pasar por lo mismo…

—Estás exagerando un poco, no? Solo voy a buscar un libro. Mamá no tiene por qué enterarse. Lo dejaré todo tal y como está. Tú sabes donde guarda la llave, ¿no? Laura asintió de mala gana.

Other books

It's Alive! by Richard Woodley
Cut, Crop & Die by Joanna Campbell Slan
Anathema by Bowman, Lillian
A Reading Diary by Alberto Manguel
Theo by Ed Taylor
Barracoon by Zora Neale Hurston
InformedConsent by Susanna Stone
Red Harvest by Dashiell Hammett


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024