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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje I. Tatuaje

 

Algunos tatuajes son algo más que un simple adorno en la piel. Su magia podría unirte para siempre a la persona que deseas… O impedir que la toques y convertirse en tu peor pesadilla.

Álex tiene dieciséis años y está perdidamente enamorado de una misteriosa chica de su clase, Jana. Nunca podría haber imaginado que, tras seguirla después de una fiesta, su vida cambiaría tanto. Jana, huérfana de padres, vive con su hermano, el esquivo David, y se rumorea que ambos sobreviven gracias a un extrañísimo oficio: el de los tatuajes mágicos. Álex no tardará en comprobar su poder, que le llevará a descubrir la existencia de los clanes medu. Estos inquietantes seres han vivido mucho tiempo infiltrados entre los humanos y enfrentándose entre sí, pero ahora saben que deben unirse para derrotar a su más temido adversario: el Último Guardián, destinado a borrar a los clanes de la faz de la tierra.

Ana Alonso, Javier Pelegrín

Tatuaje

Tatuaje I

ePUB v1.0

rodricavs
 
07.08.12

Título original:
Tatuaje

Ana Alonso y Javier Pelegrín, 2009

Editor original: rodricavs (v1.0)

ePub base v2.0

LIBRO PRIMERO
Jana
Capítulo 1

No iba a ser una noche como las otras. Lo supo en cuanto abrió la puerta de su casa y se encontró a Erik al otro lado, con los ojos pintados de negro y una sonrisa retadora en el semblante. Detrás de él, junto al deportivo de su padre (que Erik solo tomaba prestado en ocasiones especiales) esperaban dos chicas vestidas de tiros largos. Álex identificó enseguida a la más alta; era Marta, la eterna incondicional de Erik. A la otra, una pelirroja de ojos grandes y asustados, no la había visto nunca.

—No voy a aceptar un no, así que ni lo intentes —le espetó Erik, colándose en el vestíbulo sin ceremonias y buscando con la mirada la cazadora de su amigo en el perchero—. Es la fiesta del Molino Negro, me llamaron esta tarde… Este año se ha adelantado para evitar que coincida con el principio de curso. No puedes perderte la fiesta del Molino Negro. Además, va de rollo emo, así que seguro que te gusta.

Mientras hablaba, Erik había localizado la cazadora de Álex debajo de un abrigo de su madre y se la había tirado a la cara. Incapaz de oponer resistencia a la arrolladora seguridad de su amigo, Álex se la puso maquinalmente y lo siguió a la calle. Las dos chicas le saludaron con la mano. Él les devolvió el saludo y luego volvió la vista hacia el interior iluminado de la casa, sin decidirse a cerrar la puerta.

—Erik, ni siquiera sé si me apetece —acertó a protestar—. Además, no le he dicho nada a mi madre, y se preocupará si llega y no me encuentra…

—No seas idiota, Al. Ni siquiera se dará cuenta de que no estás. ¿Alguna vez entra en tu cuarto al volver del laboratorio?

—Se fía de mí —repuso Álex sonriendo, aunque con un relámpago de advertencia en la mirada—. Ya no soy un crío.

—No se dará ni cuenta de que no estás —resumió Erik—. Oye, nos vamos a quedar aquí parados toda la noche? No quiero llegar tarde…

Álex siguió al muchacho hasta el flamante BMW metalizado. Marta ya se había subido al asiento del copiloto, y la otra chica esperaba indecisa, con la puerta de atrás abierta.

—Esta es Irene —dijo Erik, deslizando una rápida caricia por el cabello de la pelirroja—. Irene, este es Álex. No te fíes de su cara de alelado, es un disfraz… En el fondo es un verdadero tiburón, así que ten cuidado con él si no quieres que te devore. ¿O sí quieres?

Riéndose de su propio chiste, Erik se subió al asiento del conductor mientras los otros dos, algo incómodos, ocupaban los asientos traseros. Marta se giró para saludar a Álex con una deslumbrante sonrisa en su rostro mofletudo y grotescamente maquillado para la ocasión.

El coche arrancó con un gruñido suave y enfiló la carretera de la Ciudad Vieja. Fuera, las siluetas oscuras de los árboles se sucedían a toda velocidad, entremezclándose en algunos tramos con los porches iluminados de las casas.

—Te voy a pintar —dijo de pronto Irene. Su voz tenía un timbre levemente metálico, que sonaba como el de una mujer mayor—. No puedes plantarte en una fiesta emo sin maquillaje. Suerte que me lo he traído todo. A ver… ¿Cómo te sientes hoy? Deja que lo adivine. Lo malo es que no te veo bien…

Sin aminorar la velocidad, Erik abrió la guantera, sacó una linterna de bolsillo y la lanzó por encima de su hombro. El artilugio rebotó en la falda negra de Irene, que lo encendió y lo enfocó directamente sobre el rostro de Álex quien cerró los ojos y gimió como un niño.

—Eres guapo —dijo Irene en voz alta, para que la oyeran los de delante—. Pero no tan guapo como tu colega.

Marta soltó una breve risita, mientras su amiga agarraba con fuerza el mentón de Álex y, con una sombra de ojos, comenzaba a maquillarle los párpados.

Álex se dejó hacer con una mezcla de inquietud y excitación que ni él mismo comprendía. Las fiestas del Molino Negro solo se celebraban una vez al año y eran míticas en la ciudad. Los jóvenes propietarios del viejo molino invitaban para la ocasión a varias bandas de rock y de hip-hop y creaban distintos ambientes en el recinto ruinoso de la granja. Durante toda la noche, los invitados deambulaban en la oscuridad de una habitación a otra, de un patio a otro, bailando como sonámbulos y bebiendo sin parar. Eso era, al menos, lo que le habían contado a Álex, porque hasta entonces nunca había tenido la suerte de asistir a una de aquellas fiestas.

—Me dejarán entrar? —preguntó.

Sentía las uñas largas de Irene firmemente clavadas en su mejilla mientras ella intentaba mantener firme el pulso para aplicarle la máscara de pestañas.

Estás de broma? —Gruñó Erik—. Vas conmigo.

Sí, había sido una pregunta estúpida. Después de todo, él era el amigo de Erik, y Erik podía entrar en todas partes. Era desenvuelto, era inteligente, era rico. Y, sobre todo, era insultantemente guapo, y jamás aceptaba un «no» por respuesta.

El coche abandonó la carretera principal y se internó en un polígono industrial abandonado. Era un atajo perfecto para llegar hasta la playa. Las sombras rectangulares de las fábricas se sucedían unas a otras, iluminadas brevemente por los haces de luz de los faros. Erik maniobraba sin vacilaciones por aquel laberinto de calles perpendiculares, todas vacías y desangeladas. Parecía saber perfectamente adonde se dirigía.

Cuando Irene terminó con los ojos, revolvió en su neceser floreado buscando el colorete. Álex observó las formas casi indistinguibles de los tubos y cajitas que componían el arsenal de su joven maquilladora. Del neceser emanaba un olor desagradable a talco y a perfume barato.

Pronto sintió la caricia de una suave brocha en su mejilla derecha, deslizándose rítmicamente desde el borde externo del pómulo hasta la comisura de los labios. Tratando de no pensar en nada más, cerró los ojos y se entregó por completo al infantil placer de aquel cosquilleo. Una chica le estaba pintando la cara; una chica que no estaba nada mal, por lo poco que había podido ver hasta entonces, y que además parecía bastante interesada en él, y bastante lanzada. Y, por otro lado, al fin iba a poder ver con sus propios ojos lo que era una fiesta en el Molino Negro… No, decididamente no iba a ser una noche cualquiera.

Entonces, de repente, se acordó de Laura.

—Tendría que haber avisado a mi hermana —dijo, buscando la mirada de Erik en la penumbra del retrovisor—. Ni siquiera me he despedido…

—Ya la he avisado —contestó Erik, con los ojos fijos en la carretera—. Le mandé un SMS diciéndole que te había secuestrado. Y me contestó… Léelo, anda.

Álex cogió el móvil que le tendía Erik y apretó el icono de los mensajes. Sí, allí estaba el mensaje de Laura. «Estupendo —decía—. Cuídalo». Álex arrojó el teléfono sobre el asiento de mal humor. ¿Desde cuándo su hermana pequeña y su mejor amigo conspiraban para organizarle la vida a sus espaldas?

—Estate quieto ahora —le susurró Irene con voz insinuante—. Voy a pintarte los labios de rojo sangre. En una fiesta emo todo el mundo tiene que llevar los labios pintados del color de su corazón. Y eso va por ti también, Erik… Cuando paremos, tienes que dejar que Marta te los pinte.

—Marta no va a pintarme los labios, a que no, preciosa?

Marta emitió un gorjeo confuso a modo de respuesta. Álex chasqueó la lengua lo suficientemente alto para que Erik pudiera oírlo. No le gustaba que su amigo utilizase la adoración que Marta sentía por él de esa manera. Marta era un poco pesada y un poco cotilla, pero de todas formas no se merecía aquello. Ella se habría dejado matar por Erik, y él, que lo sabía, insistía en invitarla a salir una y otra vez, cuando en realidad no le interesaba en absoluto aquella relación.

Marta sacudió su media melena de un lado a otro con brusquedad. Era como si quisiese deshacerse de un mal pensamiento.

—Sabéis quién va a venir a la fiesta? —dijo con su timbre infantil de niña malcriada—. No os lo podéis ni imaginar. Jana…

A Álex le dio un vuelco el corazón. De modo que era eso. Jana. Jana iba a ir a la fiesta. Y allí estaba él, pintado como un payaso, junto a una chica a la que acababa de conocer y que un momento antes incluso le había parecido atractiva.

Un violento acelerón lo arrojó contra el respaldo del asiento. La barra de labios de Irene resbaló sobre su piel, desde la boca hasta la mejilla.

—Qué haces, Erik? —preguntó Irene, indignada—. Casi le saco un ojo al pobre Álex.

—Llegamos tarde —replicó Erik con frialdad.

Siguió apretando el acelerador hasta dejar atrás el polígono industrial y llegar a las primeras urbanizaciones turísticas. Dentro del coche reinaba un incómodo silencio. En un principio, Irene había decidido dejar el trazo de pintalabios sobre la mejilla de Álex, para darle un toque más original a su creación. Pero luego, después de estudiar con detenimiento el rostro del muchacho, cambió de opinión y le limpió la mejilla.

—Mírate —le susurró—. Estás muy cambiado…

Álex se miró en el espejito polvoriento que le tendía la chica. Aquel rostro pálido y demacrado, con grandes sombras negras alrededor de los ojos y la boca ensangrentada, parecía salido de un videoclip de los años ochenta. El resultado no le desagradó tanto como había previsto. Al contrario… Se preguntó qué pensaría Jana cuando lo viera.

—Con quién va a ir? —preguntó de repente Erik.

Álex supo de inmediato a quién se refería. Y, por el silencio de Marta, intuyó que ella lo sabía también.

—Ella nunca va a ninguna fiesta —insistió Erik—. O casi nunca… Alguien ha tenido que invitarla.

—No sé quién la ha invitado —contestó Marta en tono monocorde—. Solo sé que va a venir… Me llamó para preguntarme si tenía invitación, y me ofreció una.

Habían llegado al antiguo paseo marítimo, al final del cual se encontraba la carretera sin asfaltar que conducía hasta el molino. Un par de motos los adelantaron, y empezaron a oír acercarse otros coches procedentes de distintas direcciones. En la carretera del viejo molino, pasaron junto a varios grupos de jóvenes que se dirigían andando hacia la fiesta.

Erik encontró un sitio perfecto para aparcar, a la entrada del huerto.

Un rítmico fondo de percusión los saludó al abrir la puerta, mezclado con murmullos de voces y risas. La brisa del mar, fría y húmeda, los abofeteó en el rostro. Los cuatro se quedaron parados un momento, contemplando los fascinantes juegos de luces que bailaban sobre las copas de los frutales. A la izquierda, el edificio principal del molino emitía un suave resplandor rojo a través de sus ventanas.

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