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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (54 page)

–Conozco muy bien lo que son las leyendas y no soy propenso a dejarme dominar por ellas y creer en cuentos de hadas. Pero cuando están respaldadas por ciertos hechos extraños que yo he visto, e incluso experimentado…

–¿Como cuáles?

–Hummin, te conocí y confié en ti desde el primer momento. Sí, me ayudaste contra aquel par de matones cuando no necesitabas hacerlo, y eso fue algo que me predispuso en tu favor, porque, en aquel momento, no me di cuenta de que estaban a tu servicio, haciendo lo que tú les habías ordenado que hicieran… Pero, dejemos esto.

–No -dijo Hummin con, por fin, un tono de voz divertido.

–Confié en ti. Fui convencido con suma facilidad de no regresar a casa, a Helicón, y de convertirme en un vagabundo sobre la faz de Trantor. Creí, sin discutirlo, cuanto tú me dijiste. Me puse por entero en tus manos. Ahora, volviendo la vista atrás, me veo como si yo no fuera yo. No soy persona que se deje arrastrar con facilidad; sin embargo, me arrastraste. Y lo peor es que ni siquiera me pareció raro comportarme de un modo tan contrario a mi forma de ser.

–Tú te conoces mejor, Hari.

–Y no hablemos sólo de mí. ¿Cómo te explicas que Dors Venabili, una bella mujer, con carrera propia, lo abandonara todo a fin de unírseme en la huida? ¿Cómo es que arriesgaba su vida para salvar la mía pareciendo adoptar, como una especie de deber sagrado, la tarea de protegerme, y con sólo esa idea en la cabeza? ¿No ocurrió así porque tú se lo pediste?

–Sí, yo se lo pedí, Hari.

–No obstante, no me parece el tipo de persona que cambie tan radicalmente su vida sólo porque alguien le pida que lo haga. Tampoco puedo creer que fuera porque se hubiera enamorado locamente de mí, a primera vista, y la pasión la arrastrara. ¡Ojalá hubiera sido así!, pero, emocionalmente, parece muy dueña de sí, y te hablo con franqueza, como yo mismo respecto de ella.

–Es una mujer maravillosa -comentó Hummin-. No te censuro.

–¿Cómo podía ser -prosiguió Seldon- que Amo del Sol Catorce, un monstruo de arrogancia, que dirige un pueblo intransigente y pagado de sí, estuviera dispuesto a aceptar a unos tribales como Dors y yo, y nos tratara tan bien como unos mycogenios podían tratar a alguien? Cuando quebrantamos todas las reglas, cometidos todos los sacrilegios imaginables, ¿cómo pudo ser que le convencieras aun de que nos dejara marchar?

»¿Cómo pudiste convencer a los Tisalver, con sus mezquinos prejuicios, para que nos acogieran? ¿Cómo puedes encontrarte bien en cualquier parte del mundo, ser amigo de todos, influir en cada uno, prescindiendo de sus peculiaridades individuales? Y, sobre todo, ¿cómo has conseguido manipular a Cleon también? Y si a él se le tiene por maleable y fácil de manejar, ¿cómo pudiste gobernar a su padre que, según todo el mundo, era un tirano, duro y arbitrario? ¿Cómo pudiste hacer todo eso?

»Además, hay otra cosa, ¿cómo es que Mannix IV de Wye pudo dedicar décadas a organizar un ejército sin rival, o a entrenarle para que sobresalga en todo, y, no obstante, desarticularlo cuando su hija intenta servirse de él? ¿Cómo pudiste persuadirles de que todos ellos la traicionaran, como habías hecho tú?

–Puede que sólo signifique el hecho de que soy una persona hábil, acostumbrada a tratar con gente de todo tipo, que me encuentro en una buena posición por haber hecho favores a gente crucial y en disposición de hacer favores adicionales en el futuro. Nada de lo que he hecho, al parecer, es de carácter sobrenatural.

–¿Nada de lo que has hecho? ¿Ni siquiera neutralizar a todo el Ejército de Wye?

–No deseaban servir a una mujer.

–Ellos tenían que saber desde hace años que, en cualquier momento en que Mannix dejara el poder, o en el caso de su muerte, Rashelle sería alcalde hereditario. No obstante, nunca mostraron señales de descontento…, hasta que tú creíste necesario que lo sintieran. Dors te describió en un momento dado como un hombre muy persuasivo. Y lo eres. Más persuasivo de lo que cualquier hombre pueda ser. Pero no eres más persuasivo de lo que un robot inmortal, con extraños poderes mentales, pudiera ser. Bien, Hummin, ¿qué me dices a esto?

–¿Qué es lo que esperas de mi, Hari? ¿Que admita que soy un robot? ¿Que mi aspecto de ser humano es sólo apariencia? ¿Que soy inmortal? ¿Que soy una maravilla mental?

Seldon se inclinó hacia Hummin, sentado en la mesa, frente a él.

–Sí, Hummin. Eso es lo que espero de ti. Espero que me digas la verdad, y tengo la fuerte sospecha de que esto que acabas de esbozar es la verdad. Tú, Hummin, eres el robot que Mamá Rittah llamó
Da-Nee
, amigo de
Ba-Lee
. Tienes que admitirlo. No te queda más alternativa.

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Fue como si se hallaran sentados en una pequeña Universidad propia. Allí, en pleno Wye, con el Ejército desarmado por las Fuerzas Imperiales, guardaban silencio. Allí, en medio de los acontecimientos que todo Trantor, y quizá toda la Galaxia contemplaba, estaba esa diminuta burbuja de total aislamiento, dentro de la cual, Seldon y Hummin libraban su juego de ataque y defensa… Seldon tratando con todas sus ansias de forzar una nueva realidad, Hummin sin hacer nada por aceptar esa nueva realidad.

Seldon no temía ser interrumpido. Estaba seguro de que la burbuja en la que se encontraba tenía unos límites que no podían ser traspasados, que las fuerzas de Hummin, no, las del robot, mantendrían a todo el mundo a distancia hasta que el juego hubiera terminado.

–Eres una persona ingeniosa, Seldon -dijo Hummin al fin-. Sin embargo, no acierto a ver por qué debo admitir que soy un robot y por qué no me queda más alternativa que hacerlo. Todo lo que has dicho puede ser verdad en cuanto a hechos: tu propio comportamiento, el de Dors, el de Amo del Sol, de los Tisalver, de los generales de Wye…, todo, todo puede haber ocurrido como has dicho, pero esto no significa que tu interpretación del sentido de los acontecimientos sea cierta. Seguro que todo lo ocurrido tiene una explicación natural. Confiaste en mí porque aceptaste lo que te dije. Dors sintió que tu seguridad era importante porque intuía que la psicohistoria era algo crucial, y eso fue así por el hecho de ser ella una historiadora. Amo del Sol y Tisalver me debían favores de los que tú nada sabes. Los generales de Wye estaban resentidos de que una mujer los gobernara. Nada más. ¿Por qué tenemos que pensar en algo sobrenatural?

–Oye, Hummin, ¿crees de verdad que el Imperio se desmorona y considera realmente importante permitir que así ocurra sin hacer nada por salvarlo, o, por lo menos, por mitigar su caída?

–En efecto.

Seldon se dio cuenta de que lo decía con sinceridad.

–¿Y deseas realmente que yo resuelva los detalles de la psicohistoria y sientes que tú mismo no puedes hacerlo?

–Carezco de esa capacidad.

–¿Y crees que sólo yo puedo encargarme de la psicohistoria…, aunque yo a veces dude de mí mismo?

–Así es.

–Y, por consiguiente, piensas que si tienes la posibilidad de ayudarme de algún modo, debes hacerlo.

–En efecto.

–Los sentimientos personales…, las consideraciones de egoísmo…, ¿no tienen nada que ver?

Una leve y breve sonrisa iluminó el rostro grave de Hummin y, por un momento, Seldon percibió un inmenso y árido desierto de cansancio detrás de aquella plácida fachada que era Hummin:

–He cimentado una larga carrera, sin prestar atención a los sentimientos personales o a las consideraciones egoístas.

–Entonces, necesito tu ayuda. Puedo resolver la psicohistoria sobre la base de Trantor, solo, aunque sé que tropezaré con muchas dificultades. Estas dificultades creo que podré superarlas, pero cuánto más fácil me resultaría si conociera ciertos datos clave. Por ejemplo, ¿fue Tierra, o Aurora, el primer mundo de la Humanidad?, ¿o fue otro mundo distinto? ¿Cuáles eran las relaciones entre Tierra y Aurora? ¿Fue una, o ambas, que colonizaron la Galaxia? Si fueron ambas, ¿cómo se decidió? ¿Hay mundos descendientes de ambos, o sólo uno? ¿Cómo fue que los robots fueron abandonados? ¿Cómo pasó Trantor a ser el mundo Imperial, y no otro planeta? ¿Qué ocurrió, entretanto, con Tierra y Aurora? Hay un millón de preguntas que podría formular ahora mismo, y cien mil que irán surgiendo a medida que vaya avanzando. ¿Permitirás que yo siga ignorante, Hummin, y que fracase en mi tarea cuando tú podrías informarme y ayudarme a tener éxito?

–Si yo fuera el robot -respondió Hummin-, ¿tendría espacio en mi cerebro para los veinte mil años de historia de millones de mundos diferentes?

–Desconozco la capacidad de los cerebros robóticos. Tampoco conozco la capacidad del tuyo. Pero, si careces de capacidad, entonces deberás tener la información que no puedes abarcar, grabada a salvo en algún lugar y de tal forma que puedas acceder a ella cuando la necesites. Si la tienes y yo la necesito, ¿cómo puedes negármela y ocultármela? Y si no me la puedes ocultar, ¿cómo puedes negar que seas un robot…, aquel robot…, el
Renegado
?

Seldon se echó hacia atrás y respiró profundamente.

–Así que, vuelvo a preguntarte: ¿Eres aquel robot? Si quieres psicohistoria, debes admitirlo. Si te empeñas en negar que eres un robot y me convences de que no lo eres, entonces, mis probabilidades de obtener la psicohistoria se reducen muchísimo. Depende de ti. ¿Eres un robot? ¿Eres Da-Nee?

Y Hummin, tan imperturbable como siempre, respondió:

–Tus argumentos son irrefutables. Soy
R. Daneel Olivaw
. La «R» significa «robot».

93

R. Daneel Olivaw
hablaba sin levantar la voz, pero a Seldon le pareció notar un cambio sutil, como si ahora que no tenía que representar ningún papel, se expresara con mayor facilidad.

–En veinte mil años -explicó Daneel-, nadie ha adivinado que yo fuera un robot, cuando no era mi intención que él o ella lo supieran. En parte, porque los seres humanos abandonaron los robots hace tanto tiempo, que muy pocos recuerdan que, en tiempos, hubieran existido. Y, en parte, porque tengo la habilidad de detectar y afectar las emociones humanas. Esta detección no me preocupa, pero afectar las emociones es difícil para mí por razones que tienen mucho que ver con mi naturaleza robótica…, aunque puedo hacerlo cuando quiero. Tengo esta capacidad, pero he de luchar contra mi propia voluntad para no hacerlo. Siempre trato de no interferir, excepto cuando no me queda más remedio. Y, si lo hago, procuro limitarme a reforzar, lo menos posible, lo que ya existe. Si puedo conseguir mi propósito sin hacerlo, lo evito.

»No fue necesario intervenir con Amo del Sol Catorce para que os aceptara; lo llamo «intervenir», lo habrás notado, porque es algo que me desagrada hacer. No tuve que intervenir con él porque me debía muchos favores y es un hombre honorable, pese a todas aquellas peculiaridades que observaste en él. Sí que intervine la segunda vez, cuando cometiste sacrilegio a sus ojos, pero no me costó mucho. A él le desagradaba entregaros a las autoridades imperiales, que no le gustan. Simplemente, exageró un poco su disgusto y os entregó a mi cuidado, aceptando los argumentos que le ofrecí, que, de lo contrario, no hubiera tenido en cuenta.

»Tampoco intervine excesivamente contigo. También desconfiabas de los imperiales. Así piensan, hoy en día, muchos seres humanos, lo que resulta un factor importante en la caída y deterioro del Imperio. Y mucho más importante: te sentías orgulloso de la psicohistoria como concepto, orgulloso de que se te hubiera ocurrido pensar en ello. No te hubiera importado que se demostrara que era una disciplina práctica. Esto hubiera alimentado tu orgullo aun más.

Seldon frunció el ceño.

–Perdona, Mr. Robot -protestó-, ¡pero no creo que yo sea tal monstruo de orgullo!

–No estoy diciendo que seas ningún monstruo de orgullo. Eres perfectamente consciente de que dejarse llevar por el orgullo no es útil ni admirable, así que tratas de dominarlo. Lo mismo podría desagradarte ser dominado por el latido de tu corazón. No puedes evitar ni uno ni otro. Aunque ocultes tu orgullo a tus propios ojos en bien de tu tranquilidad mental, a mí no puedes ocultármelo. Ahí está, por más que tú lo disimules. Y yo no hice más que reforzarlo un poquito, y al momento te sentiste dispuesto a huir de Demerzel, acto que, un poco antes, habrías rechazado. Y sentiste ansia por trabajar en la psicohistoria con una intensidad que un poco antes habrías despreciado.

»No hubo necesidad de tocar nada más y así, tú solo, has razonado el robotismo. De haber previsto tal posibilidad, pude haberlo impedido, pero mi previsión y mis habilidades no son infinitas. Aunque, en verdad, tampoco lamento haber fracasado. Tus argumentos han sido excelentes y es importante que sepas quién soy, y que me sirva de lo que soy para ayudarte.

»Las emociones, mi querido Seldon, son un poderoso motor de las acciones humanas, bastante más poderoso de lo que los mismos seres humanos creen, y no te puedes imaginar cuánto puede hacerse con una mera presión, ni lo que me disgusta hacerlo.

Seldon respiraba con fuerza, disgustado por verse como un hombre empujado por el orgullo.

–¿Por qué ese disgusto? – preguntó al robot.

–Porque sería fácil que me excediera. Tuve que impedir que Rashelle convirtiera al Imperio en una anarquía feudal. Yo podía haber doblegado mentes rápidamente, y el resultado hubiese sido un levantamiento sangriento. Los hombres son hombres…, y los generales de Wye son casi todos hombres. No se necesita mucho para despertar resentimiento y el latente miedo a las mujeres en todo hombre. Es un asunto biológico que yo, como robot, no puedo comprender del todo.

»No tuve más que forzar el sentimiento para provocar el fracaso del plan de Rashelle. Si me hubiera extralimitado un milímetro de más, habría perdido lo que quería…, un aplastamiento de la revuelta sin sangre. Sólo deseaba que no opusieran resistencia cuando llegaran mis tropas.

Daneel hizo una pausa, como tratando de elegir sus palabras.

–No deseo meterme con la matemática de mi cerebro positrónico -continuó diciendo-. Es más de lo que puedo entender, aunque quizá no más de lo que tú pudieras si te empeñaras en ello. No obstante, estoy gobernado por las Tres Leyes de la Robótica que, traducidas en palabras, son tradicionalmente, o lo fueron hace mucho tiempo, las siguientes:

»Una. Un robot no debe lastimar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.

»Dos. Un robot tiene que obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

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