Hacia el final de la comida, Seldon pareció despertar de su marasmo.
–Bien, señor, ¿cómo debo dirigirme a usted? – preguntó con vivacidad-. Para mí, es Chetter Hummin todavía, pero si bien lo acepto como otra persona, no puedo dirigirme a usted como «Eto Demerzel». En calidad de ello, usted tiene un título y desconozco el tratamiento apropiado. Por favor, instrúyame.
–Llámame Hummin, si no te importa -respondió gravemente el otro-. O Chetter. Sí, soy Eto Demerzel, pero para ti seguiré siendo Hummin. En realidad, ambos no son distintos. Te dije que el Imperio se está desintegrando y acabando. Yo, en ambas calidades, creo que es cierto. Te dije que quería la psicohistoria para evitar la degeneración y el fracaso, o para llevar a cabo una renovación y revigorización si ambas, la degeneración y el fracaso, siguen adelante. Lo creo también en mis dos calidades de persona.
–Pero ya me tuviste en tus manos… Supongo que te hallabas cerca cuando visité a Su Majestad Imperial.
–A Cleon. Sí, desde luego.
–Y pudiste haberme hablado entonces, exactamente igual que hiciste más tarde como Hummin.
–¿Y lograr qué? Como Demerzel, tengo un trabajo inmenso. Debo manejar a Cleon, un gobernante bien intencionado pero no muy capaz, y evitar, en lo que yo pueda que cometa errores. Tengo, no sólo que gobernar Trantor, sino también el Imperio. Y, como ves, necesito dedicar mucho tiempo a evitar que Wye haga daño.
–Lo sé -murmuró Seldon.
–No fue fácil y casi perdí. He pasado años lidiando cuidadosamente con Mannix, aprendiendo su forma de pensar y planeando una finta a cada uno de sus movimientos. En ningún momento pensé que traspasaría sus poderes a su hija en vida. Yo no la había estudiado y no estaba preparado para su absoluta falta de prudencia. Al contrario que su padre, fue educada para hacerse cargo del poder, dándolo por sentado, sin tener una idea clara de sus limitaciones. Así que se apoderó de ti y me obligó a actuar antes de que estuviera completamente preparado.
–Y, como resultado, por poco me pierdes. Me encontré por dos veces ante un desintegrador.
–Lo sé -asintió Hummin-. Y también pudimos haberte perdido en
Arriba
…, otro accidente que no pude prever.
–De acuerdo; sin embargo, no has contestado realmente a mi pregunta. ¿Por qué me enviaste huyendo por todo Trantor para escapar de Demerzel, cuando tú mismo eras Demerzel?
–Le dijiste a Cleon que la psicohistoria era un concepto puramente teórico, una especie de juego matemático sin sentido práctico. Eso pudo muy bien ser cierto, pero si me acercaba a ti de forma oficial, yo estaba seguro de que mantendrías tu punto de vista. No obstante, la idea de la psicohistoria me atraía. Me pregunté si, después de todo, no sería sino un juego. Debes comprender que no sólo pretendía utilizarte, quería una psicohistoria real y práctica.
»Así que te envié, como bien has dicho, huyendo por toda la faz de Trantor con el temido Demerzel pisándote los talones en todo momento. Esto, pensé, haría que tu mente se concentrara con fuerza. Haría de la psicohistoria algo excitante, mucho más que un juego matemático. Te esforzarías por resolverlo para el sincero idealista Hummin, cosa que no hubieras hecho para el lacayo imperial, Demerzel. También, así conocerías diferentes aspectos de Trantor y eso te ayudaría…, mucho más, por supuesto, que vivir en una torre de marfil, en un planeta lejano, rodeado únicamente de colegas matemáticos. ¿Tuve razón? ¿Has hecho algún progreso?
–¿En psicohistoria? Sí, lo he hecho, Hummin. Pensé que ya lo sabías.
–¿Cómo iba a saberlo?
–Se lo dije a Dors.
–Pero no a mí. No obstante, me lo estás comunicando ahora. Es una buena noticia.
–No del todo -objetó Seldon-. No he llegado a más que un simple principio. Sin embargo, es un principio.
–¿La clase de principio que puede explicarse a un no-matemático?
–Creo que sí. Verás, Hummin, desde el principio, he visto la psicohistoria como una ciencia que depende de la interacción de veinticinco millones de mundos, cada uno con su población media de cuatro mil millones. Es demasiado. Resulta de todo punto imposible manejar algo tan complejo. Si fuera a tener éxito, si hubiera algún modo de encontrar una psicohistoria útil, tendría, primero, que encontrar un sistema más simple. Así que decidí retroceder en el tiempo y empezar a tratar con un solo mundo, un mundo que fuera el único ocupado por la Humanidad en el oscuro pasado anterior a la colonización de la Galaxia. En Mycogen, me hablaron del mundo original de Aurora, y en Dahl del mundo original Tierra. Pensé que pudiera tratarse del mismo planeta bajo nombres distintos, pero había un punto clave en el que se diferenciaban lo bastante, por lo menos, para que aquello fuera imposible. No tenía la menor importancia. Se sabía tan poco de ambos, y ese poco estaba tan oscurecido por el mito y la leyenda, que no cabía la esperanza de servirme de la psicohistoria en conexión con ellos.
Se calló para tomar un sorbo de zumo fresco, sin apartar los ojos del rostro de Hummin.
–Bien, ¿qué más? – insistió Hummin.
–Entretanto, Dors me había contado algo que yo llamo la historia de la-mano-en-el-muslo. No tenía un significado innato, era, simplemente, un cuento humorístico y trivial. Pero, como resultado, Dors mencionó las diferentes costumbres sexuales en los diversos mundos y en los varios Sectores de Trantor. Tuve la impresión de que trataba a los diferentes Sectores trantorianos como si fueran mundos separados. Pensé, distraído, que tendría que manejar veinticinco millones, más ochocientos. Me pareció una diferencia trivial y dejé de pensar en ello.
»Pero, al viajar del Sector Imperial a Streeling, de éste a Mycogen, a Dahl y a Wye, observé por mí mismo lo diferentes que eran cada uno de ellos entre sí. La idea de Trantor, no como un mundo, sino como un complejo de mundos, fue creciendo en mi mente, aunque todavía no descubría el punto crucial.
»Fue al escuchar a Rashelle… Verás, no estuvo mal que Wye me capturara al fin, y fue bueno que el atrevimiento de Rashelle la empujara a planes grandiosos que me confió… Cuando oí a Rashelle, como he dicho, me dijo que lo único que quería era Trantor y algunos de los mundos inmediatamente adyacentes. Era un Imperio en sí, aseguró, y desechaba los mundos exteriores como «vacíos y distantes».
»Entonces, de improviso, fue cuando vi lo que había estado guardado oculto en mis pensamientos durante un tiempo considerable. Por un lado, Trantor poseía un sistema social extremadamente complejo, dado que se trataba de un mundo populoso formado por ochocientos pequeños mundos. Era, en sí, un sistema lo bastante complejo para dar sentido a la psicohistoria y, sin embargo, lo bastante simple, comparado con todo el Imperio, para hacer que la psicohistoria fuera, quizá, práctica.
»Y los Mundos Exteriores, los veinticinco millones de ellos, eran «vacíos o la nada, distantes». Desde luego, afectaban a Trantor, y Trantor les afectaba a ellos, pero todo eso eran efectos secundarios. Si pudiera hacer funcionar la psicohistoria como primera aproximación, sólo para Trantor, entonces, los efectos menores de los Mundos Exteriores podrían añadirse como modificaciones posteriores. ¿Comprendes lo que quiero decir? Yo buscaba un solo mundo en el que establecer una ciencia práctica de psicohistoria, y lo buscaba en el pasado lejano, cuando todo el tiempo el mundo único que yo quería se encontraba, ahora, bajo mis pies.
–¡Maravilloso! – exclamó Hummin, claramente aliviado y complacido.
–Pero está todo por hacer, Hummin. Debo estudiar Trantor con suficiente detalle. Debo discurrir las necesarias matemáticas con que tratarlos. Si tengo suerte y vivo una larga vida, puedo obtener las respuestas antes de morir. Si no, mis sucesores tendrán que seguirme. Tal vez el Imperio se derrumbe y se deshaga antes de que la psicohistoria sea una técnica útil.
–Haré cuanto pueda por ayudarte.
–Lo sé -reconoció Seldon.
–¿Confías en mí, pues, pese a que soy Demerzel?
–Por completo. Absolutamente. Pero que conste que lo hago porque tú no eres Demerzel.
–Lo soy -insistió Hummin.
–No lo eres. Tu personificación como Demerzel está tan lejos de la verdad, como tú lo estás de Hummin.
–¿Qué quieres decir? – Hummin abrió mucho los ojos y se separó ligeramente de Seldon.
–Quiero decir que es probable que eligieras el nombre de Hummin por un curioso sentido de honestidad. Hummin es parecido a «humano», ¿no es cierto?
Hummin no contestó. Continuó mirando a Seldon fijamente. Y éste dijo, por fin:
–Porque no eres humano, ¿no es verdad, Hummin-Demerzel? Tú eres un robot.
Seldon, Hari. – … Es costumbre pensar en Hari Seldon sólo en relación con la psicohistoria; verle como matemático y cambio social, personificados. Es indudable que él mismo favoreció esta idea, porque, en ningún momento de sus publicaciones serias, dio la menor explicación sobre cómo llegó a resolver los diversos problemas de la psicohistoria. Por lo que nos dice, sus saltos mentales pudieron ser captados en el aire. Tampoco nos habla de los callejones sin salida con que se encontró o los caminos equivocados que pudo haber tomado.
… En cuanto a su vida privada, está en blanco. Sobre sus padres y familiares, conocemos un montón de hechos sueltos, nada más. Su único hijo, Raych Seldon, se sabe que fue adoptado, pero también se desconoce cómo ocurrió. Sobre su esposa, sólo sabemos que existió. Es obvio que Seldon quería ser un número, excepto en lo concerniente a la psicohistoria. Fue como pensar que sintió, o que quería que se sintiera, que no vivió, sino que, simplemente, psicohistorificó.
Enciclopedia Galáctica
Hummin siguió sentado, tranquilo, sin mover un solo músculo, sin apartar la vista de Seldon, mientras que éste, por su parte, esperaba. Pensaba que era él, Hummin, quien debía hablar primero.
Así lo hizo Hummin, que se limitó a decir:
–¿Un robot? ¿Yo? Por robot, supongo que te refieres a un ser artificial tal como el objeto que viste en el
Sacratorium
de Mycogen.
–No del todo.
–¿No de metal? ¿No bruñido? ¿No un simulacro sin vida? – fue preguntando Hummin, sin el menor asomo lúdico.
–No. Tener vida artificial no es ser de metal necesariamente. Hablo de un robot indistinguible, en apariencia, de un ser humano.
–Si es indistinguible, Hari, ¿cómo puedes distinguirlo?
–No por su aspecto.
–Explícamelo.
–Hummin, en el curso de mí huida de ti como Demerzel, oí hablar de dos antiguos mundos, ya te lo he dicho: Aurora y Tierra. Cada uno parecía ser considerado como el primero y único mundo. En ambos casos, se habló de robots, pero con una diferencia.
Seldon miraba pensativo al hombre que tenía sentado delante, preguntándose si, de un modo u otro, daría signos de que era menos que un hombre…, o más.
–Cuando se trataba de Aurora -siguió diciendo-, se hablaba de un robot, un renegado, un traidor, alguien que había desertado de la causa. Cuando se trataba de Tierra, se hablaba de un robot como de un héroe, uno que representaba la salvación. ¿Es mucho suponer que se trataba del mismo robot?
–¿Lo era? – murmuró Hummin.
–Eso fue lo que pensé, Hummin. Pensé que Tierra y Aurora eran dos mundos separados, coexistentes en el tiempo. Ignoro cuál precedió al otro. Por la arrogancia y el consciente sentido de superioridad de los mycogenios, yo podía suponer que Aurora había sido el mundo original y que allí despreciaban a los terrícolas que emanaban de ellos…, o que degeneraban de ellos.
»Por el contrario, Mamá Rittah, que me habló de Tierra, estaba convencida de que éste fue el mundo original de la Humanidad y, ciertamente, la pequeña y aislada posición de los mycogenios en una galaxia de cuatrillones de gente que carece del extraño carácter de los mycogenios, podría significar que Tierra fue, en verdad, el mundo original y Aurora, su vástago aberrante. No puedo decirlo, pero te paso mi pensamiento para que tú puedas comprender mi conclusión final.
–Comprendo lo que estás haciendo -asintió Hummin-. Por favor, continúa.
–Ambos mundos eran enemigos. Así nos lo dio a entender Mamá Rittah. Cuando comparo los mycogenios que parecen representar a los auroranos, con los dahlitas que parecen representar a los terrícolas, imagino que Aurora, ya fuera primera o segunda, fue, no obstante, la más avanzada, la que pudo producir robots más complicados, incluso los indistinguibles de los seres humanos, en apariencia. Ese robot fue diseñado y confeccionado en Aurora. Para la gente de Tierra, fue un héroe, así que debió haberse unido a los terrícolas. ¿Por qué hizo él esto? ¿Qué motivos le impulsaron a ello? Esto es lo que no puedo decir.
–¿Querrás decir por qué ello[3] hizo esto? ¿Qué motivos lo impulsaron a ello? – murmuró Hummin.
[3] En inglés, los objetos y los animales tienen un pronombre personal (It) distinto al del hombre (He); de ahí lo expresado por Hummin.
–Tal vez sí, no lo sé bien. Teniéndote sentado frente a mí -dijo Seldon- encuentro difícil servirme de un pronombre inanimado. Mamá Rittah estaba convencida de que el robot heroico, su robot heroico, existía aún, y que él volvería cuando se le necesitara. Tuve la impresión de que no había nada imposible en la idea de un robot inmortal o, por lo menos, uno que fuera inmortal mientras sus circuitos y piezas de recambio se mantuvieran en buen uso.
–¿Incluso el cerebro? – preguntó Hummin.
–Incluso el cerebro. En realidad, no sé nada sobre robots, pero supongo que un cerebro nuevo podría ser grabado de nuevo partiendo del viejo… Y Mamá Rittah sugirió extraños poderes mentales. Entonces, yo pensé: así debe ser. En ciertos aspectos, puedo parecer un romántico, pero no lo soy tanto como para pensar que un solo robot, pasando de un mundo a otro, pueda llegar a alterar el curso de la Historia. Un robot no podía asegurar la victoria de Tierra, ni la derrota de Aurora…; a menos que hubiera algo peculiar, algo extraño, en el robot.
–¿Te has parado a pensar, Hari, que tratas con leyendas, leyendas que han sido distorsionadas a lo largo de los siglos y los milenios, hasta el extremo, incluso, de extender un velo sobrenatural sobre acontecimientos totalmente corrientes? ¿Puedes llegar a creer en un robot que no sólo parezca humano, sino que también viva eternamente y tenga poderes mentales? ¿No estás, acaso, empezando a creer en lo superhumano?