–¡Qué bueno estaba! – exclamó Seldon entusiasmado-. ¡Infinitamente mejor que la comida que nos trajo Nube Gris!
–Debes tener en cuenta que la mujer de Nube Gris tuvo que prepararla sin previo aviso y en mitad de la noche -comentó Dors, razonable, e hizo una pausa para añadir-: Me gustaría que dijeran esposa. Hacen que este mujer suene como una propiedad, como mi casa o mi túnica. Es degradante por completo.
–Lo sé. Resulta indignante. Pero también harían que mi esposa sonara lo mismo. Es su modo de vida y a las Hermanas no parece importarles. Tú y yo vamos a cambiarlo dando conferencias… A propósito, ¿viste cómo lo hicieron las Hermanas?
–Sí, y consiguieron que todo pareciera muy fácil. Yo dudaba que pudiera recordar todo cuanto hicieron, pero insistieron en que tendría que conseguirlo. Yo podría defenderme limitándome a calentar los alimentos. Descubrí que el pan tenía algún microderivado, añadido al hornearlo, que levantaba la masa y le daba esa consistencia crujiente y su sabor cálido. ¿No crees que pudiera ser algo de pimienta?
–No sabría decirlo, pero fuera lo que fuese, me supo a poco. ¿Y la sopa? ¿Reconociste alguna de las verduras?
–No.
–¿Qué carne era la que estaba cortada a rodajas? ¿Lo sabes?
–En realidad, no creo que fueran rodajas de carne. Me recordó un plato de cordero que tenemos en Cinna.
–Pero no era cordero.
–Ya he dicho que no creí que se tratara de carne. Además, pienso que, fuera de Mycogen, nadie come así. Estoy segura de que ni siquiera el Emperador. No sé lo que los mycogenios venden, mas estoy dispuesta a apostar que venden lo peor de lo que producen. Guardan lo mejor para ellos. No nos quedemos mucho tiempo aquí, Hari. Si nos acostumbramos a comer así, jamás podremos volver a habituarnos a esas horribles cosas que sirven fuera… -Y se echó a reír.
Seldon también rió. Bebió otro sorbo de zumo de fruta, que sabía mucho mejor que cualquier zumo de fruta que hubiera bebido antes, y comentó:
–Oye, cuando Hummin me llevó a la Universidad, paramos en un comedor de carretera y tomamos algo que estaba fuertemente sazonado. Tenía sabor a… Bueno, el sabor no importa, pero entonces se me hacía inconcebible que los microalimentos tuvieran ese gusto. Ojalá las Hermanas siguieran aquí. Hubiera sido correcto darles las gracias.
–Creo que se dieron cuenta de lo que sentiríamos. Comenté sobre el maravilloso aroma que despedían los guisos y me dijeron, satisfechas, que el sabor sería aun mejor.
–De seguro que lo dijo la mayor.
–Sí, y la más joven se rió… Mañana volverán. Van a traerme un
kirtle
, a fin de que pueda salir de tiendas con ellas. Y también han dejado muy claro que deberé lavarme bien la cara si debo ser vista en público. Me enseñarán cómo comprar
kirtles
de buena calidad, para mí sola, y dónde puedo comprar comidas ya preparadas. Lo único que deberé hacer será calentarlas. Me explicaron que las Hermanas decentes no lo harían así, que lo cocinarían todo en casa. En realidad, parte de lo que prepararon para nosotros fue calentado y pidieron perdón por ello. Pero insinuaron que no podía esperarse de los tribales que apreciaran el verdadero arte de la cocina; es decir, la comida preparada y calentada serviría para nosotros… Sin embargo, dan por sentado que yo haré todas las compras y cocinaré.
–Como se suele decir: «Cuando estés en Trantor, haz lo que hacen en Trantor».
–Sí, estaba segura de cuál sería tu actitud en este caso.
–Soy humano -confesó Seldon.
–La excusa habitual -murmuró Dors con una sonrisa.
Seldon se recostó, con una sensación de satisfactorio bienestar.
–Hace dos años que vives en Trantor, Dors, y deberías comprender ciertas cosas que yo no entiendo. En tu opinión, ¿crees que este curioso sistema social de los mycogenios forma parte del punto de vista
supernaturalista
que tienen?
–¿Supernaturalista?
–Sí. ¿Lo habías oído decir?
–¿Qué quieres decir con «supernaturalista»?
–Lo que es obvio. Una creencia en entidades que son independientes de la ley natural, que no están obligadas por la conservación de la energía, por ejemplo, o por la existencia de una acción constante.
–Ya. Estás preguntando si Mycogen es una comunidad religiosa.
–¿Religiosa? – se asombró Seldon.
–Sí. Es un término arcaico, pero nosotros, los historiadores, lo empleamos… Nuestros estudios están repletos de términos arcaicos. «Religioso» no es que sea equivalente a «supernaturalista», aunque contiene ricos elementos supernaturalísticos… No podría, sin embargo, responder a tu pregunta específica porque nunca me he dedicado a una especial investigación de Mycogen. Aunque, por lo poco que he visto del lugar y por mi conocimiento de las religiones en la Historia, no me sorprendería que la sociedad mycogenia fuera de carácter religioso.
–En tal caso, ¿te sorprendería que las leyendas mycogenias fueran también de carácter religioso?
–No, no me sorprendería.
–Y, por tanto, no estarán basadas en la Historia.
–No necesariamente. El núcleo de las leyendas podría ser auténticamente histórico, si dejamos aparte la distorsión y la mezcla naturalista.
–¡Ah! – se limitó a decir Seldon, aparentemente sumido en sus pensamientos.
Al fin Dors rompió el silencio.
–No es tan raro, ¿sabes? En muchos mundos hay un considerable elemento religioso. Se ha ido haciendo más fuerte en los últimos siglos, a medida que el Imperio se volvía más turbulento. En mi mundo de Cinna, una cuarta parte de la población, por lo menos, es triteísta.
Seldon volvió a sentirse dolorosa y lamentablemente consciente de su ignorancia de la Historia.
–¿Hubo tiempos en la historia pasada en que la religión fuese más relevante que hoy? – preguntó.
–Desde luego. Además, constantemente surgen nuevas variantes. La religión mycogenia, que desconozco, podría ser relativamente nueva y estar restringida al propio Mycogen. No sabría decírtelo sin hacer un estudio profundo.
–Pero estamos llegando a la cuestión, Dors. En tu opinión, ¿tienden las mujeres a ser más religiosas que los hombres?
Dors Venabili alzó las cejas.
–No estoy segura de que podamos asumir algo tan simple como esto… -Reflexionó un instante-. Sospecho que aquellos elementos de la población que tengan una menor participación en el mundo material, natural, tienden más a encontrar solaz en lo que tú llamas supernaturismo: los pobres, los desheredados, los pisoteados. Hasta donde el supernaturismo coincide con la Religión, puede que sean más religiosos. Es obvio que habrá muchas excepciones en ambos campos. Muchos de los ricos, poderosos y satisfechos pueden tener una religión; muchos de los oprimidos, no tenerla.
–Pero, en Mycogen -terció Seldon-, donde las mujeres son tratadas como seres inferiores…, ¿no sería lógico suponer que practicarían la religión más que los hombres?, ¿que estarían más sometidas a esas leyendas que la sociedad ha conservado?
–No apostaría mi vida por ello, Hari, aunque estoy dispuesta a apostar la paga de una semana.
–Bien -aceptó Seldon, pensativo.
Dors le sonrió.
–He aquí un poco de tu psicohistoria, Hari. Regla número 47.854: los oprimidos son más religiosos que los satisfechos.
Seldon agitó la cabeza.
–No te burles de la psicohistoria, Dors -protestó-. Sabes que no voy a la zaga de pequeñas reglas sino de inmensas generalizaciones, y mediante la manipulación. No busco una religiosidad comparativa como resultado de cien reglas especificas. Quiero algo de lo que, una vez manipulado mediante algún sistema de lógica matemática, pueda decir: «Muy bien, este grupo de gente tenderá a ser más religioso que este otro siempre y cuando se sigan los siguientes criterios, y que, por consiguiente, cuando la Humanidad tropiece con estos estímulos, reaccione con estas respuestas.
–¡Qué horrible! – exclamó Dors- Estás describiendo a los seres humanos como simples aparatos mecánicos. Pulse este botón y conseguirá ese rictus.
–No, porque habrá muchos botones pulsados a un tiempo, en grados variables, y requerirán tantas respuestas de diferente tipo que las predicciones generales del futuro serán de naturaleza estadística, lo cual hará que el ser humano siga siendo un agente libre.
–¿Cómo puedes saberlo?
–No lo sé -confesó Seldon-. Lo siento así. Considero que es como las cosas deben ser. Si soy capaz de encontrar los axiomas, las Leyes Fundamentales de la Humanística, por así decirlo, y el necesario enfoque matemático, habré encontrado mi psicohistoria. He demostrado que, en teoría, se puede…
–Pero no es práctica, ¿verdad?
–Siempre digo lo mismo.
Una sonrisa curvó los labios de Dors.
–¿Es eso lo que estás haciendo, Hari?, ¿buscando alguna solución a este problema?
–No lo sé. Te juro que no lo sé. Pero Chetter Hummin está tan impaciente por encontrar la solución, que, por alguna razón, estoy impaciente por complacerle. ¡Es un hombre tan persuasivo!
–Sí, lo sé.
Seldon dejó pasar el comentario, aunque su rostro se ensombreció.
–Hummin -prosiguió- insiste en la decadencia del Imperio, en que éste se derrumbará, que la psicohistoria es su única esperanza de salvación, o de mejora, y que, la Humanidad, sin ella, será destruida o, por lo menos, sufrirá una prolongada aflicción. Parece que me carga a mí la responsabilidad de evitarlo. Ahora bien, el Imperio me sobrevivirá, eso desde luego, pero si quiero seguir mi vida tranquilo, debo desprenderme de esta responsabilidad. Tengo que convencerme, y convencer a Hummin, de que la psicohistoria no es la salida práctica; que, pese a la teoría, no puede desarrollarse. Así que debo seguir todas las pistas que pueda y demostrar que cada una de ellas tiene algún fallo.
–¿Pistas? ¿Cómo retroceder en la Historia a la época en que la sociedad humana era más pequeña que ahora?
–Mucho más pequeña, y bastante menos compleja.
–Y demostrar que la solución sigue sin ser práctica.
–En efecto.
–¿Y quién va a describirte el mundo primitivo? Si los mycogenios tienen alguna imagen coherente de la primitiva Galaxia, Amo del Sol jamás se lo revelaría a un tribal. Ningún mycogenio lo haría. Ésta es una sociedad muy introvertida (¿cuántas veces lo he dicho ya?), y sus miembros sospechan de las tribus hasta la paranoia. No nos dirán nada.
–Tendré que hallar el modo de persuadir a algún mycogenio para que me hable. Las Hermanas, por ejemplo.
–Ni siquiera querrán oírte, macho que eres, como Amo del Sol no querrá escucharme a mí. Incluso si te hablaran, ¿qué sabrían ellas sino alguna frase que otra?
–Debo empezar por alguna parte.
–Bien, pensemos. Hummin dice que debo protegerte y yo lo interpreto en el sentido de que debo ayudarte cuanto pueda. ¿Qué sé yo de religión? No se parece en nada a mi especialidad. Siempre he tratado con fuerzas económicas más que con fuerzas filosóficas, pero la Historia no puede ser dividida en pequeñas y ordenadas divisiones independientes. Por ejemplo, las religiones tienden a acumular riqueza cuando la suerte las sonríe y esto tiende, a la larga, a falsear el desarrollo económico de una sociedad… Ahí, por incidencia, se encuentra una de las numerosas reglas de la historia humana que deberás deducir de tus Leyes Humanísticas Básicas, o como les llames. Pero…
La voz de Dors se apagó cuando ella se perdió en sus reflexiones. Seldon la observaba con atención. Los ojos de Dors se pusieron vidriosos como si mirara en lo más profundo de sí misma.
–No es una regla invariable -explicó ella al fin-, pero me parece que, en muchas ocasiones, una religión tiene un libro, o libros, de gran significado, libros que reflejan sus rituales, sus opiniones de la Historia, su poesía sagrada, y quién sabe cuántas cosas más. Esos libros suelen estar a disposición de todo el mundo y son un medio de hacer proselitismo. Otras veces, son secretos.
–¿Crees que hay libros de ese tipo en Mycogen?
–Para serte sincera, debo decirte que no he oído hablar de ninguno. De haber existido públicamente, yo lo sabría; lo cual significa que, o no existen o los mantienen secretos. En cualquier caso, me parece que no vas a verlos.
–Pero, al menos, es un punto de partida -concluyó Seldon.
Las Hermanas regresaron dos horas después de que Hari y Dors hubieran terminado el almuerzo. Las dos sonreían, y Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, la más seria, tendió un
kirtle
a Dors para su inspección.
–Es muy bonita -admitió Dors con una amplia sonrisa y moviendo la cabeza con cierta sinceridad-. Me gusta este inteligente bordado.
–No tiene importancia -gorjeó Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco-. Es una de las mías y no te sentará muy bien porque eres más alta que yo. Pero, de momento, te servirá y te llevaremos a la mejor
kirtlería
para conseguir algunas que te vayan bien y concuerden con tus gustos. Ya verás.
Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, sonriendo nerviosa, sin decir palabra y con la mirada fija en el suelo, tendió una
kirtle
blanca a Dors. Estaba primorosamente doblada. Dors ni siquiera intentó desdoblarla sino que se la pasó a Seldon.
–Por el color, yo diría que es para ti, Hari.
–Es de suponer, pero devuélvesela. No me la ha dado a mí.
–Oh, Hari -musitó Dors, sacudiendo la cabeza.
–No -dijo Seldon con firmeza-. No me la ha entregado a mí. Devuélvesela y esperaré a que ella me la dé.
Dors vaciló, luego inició el gesto de pasársela otra vez a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres.
La Hermana escondió las manos a su espalda y se apartó con el rostro descompuesto. Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco dirigió una fugaz mirada a Seldon, muy rápida, para acercarse a continuación a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres y rodearla con sus brazos.
–Venga, Hari -dijo Dors-, estoy segura de que las Hermanas tienen prohibido hablar a los hombres no emparentados con ellas. ¿De qué te sirve atormentarla? No puede hacer otra cosa.
–No lo creo -insistió Seldon con dureza-. Si tal prohibición existe, será aplicable sólo a los Hermanos. Dudo mucho de que haya conocido algún otro miembro tribal.
Dors se dirigió a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres.
–¿Habías conocido a otro miembro de tribu, varón o hembra, antes de ahora? – preguntó con dulzura.
Una vacilación interminable; luego, un lento movimiento negativo con la cabeza.