–Yo sí habría puesto mi mano en tu muslo -dijo Seldon.
–¿Estás seguro?
–Por completo.
–¿Aunque tu nivel de decencia en la playa sea más alto que los nuestros?
–Sí.
Dors se sentó en su cama, luego, se echó con las manos cruzadas detrás de la cabeza.
–¿De modo que no te turba demasiado que lleve puesto un camisón con muy poco debajo?
–No estoy especialmente escandalizado. En cuanto a sentirme turbado, depende de la definición de la palabra. Me doy perfecta cuenta de cómo estás vestida.
–Bien, pero si vamos a estar encerrados aquí durante cierto tiempo, tendremos que aprender a ignorar todo eso.
–O aprovecharnos de ello -observó Seldon riendo-. Y me agrada tu cabello. Después de verte calva todo el día, me gusta tu pelo.
–Bueno, pero no lo toques. Todavía no me lo he lavado. – Entrecerró los ojos-. Es interesante. Has separado el nivel informal del formal de la respetabilidad. Lo que estás insinuando es que Helicón es más respetable en su nivel informal que Cinna, y menos respetable en el nivel formal. ¿Lo he dicho bien?
–En realidad, sólo hablaba del muchacho que puso su mano en tu muslo, y de mí. No sabría decirte lo representativos que son los de Cinna y los de Helicón respectivamente. Puedo imaginar a ciertos individuos perfectamente decentes en ambos mundos…, y algunos descarados, también.
–Estamos hablando de presiones sociales. No es que yo sea una viajera galáctica, pero he tenido que verme mezclada en mucha historia social. En el planeta de Derowd, hubo un tiempo en que las relaciones premaritales eran del todo libres. El sexo múltiple estaba autorizado para los solteros y sólo se censuraba el sexo en público si bloqueaban el tráfico. Sin embargo, después del matrimonio, la monogamia era absoluta, inquebrantable. Se partía de la teoría de que si se permitía uno todas las fantasías en un principio, después, uno encajaba perfectamente en el lado serio de la vida.
–¿Y funcionaba?
–Hace unos trescientos años se acabó, pero algunos de mis colegas dicen que cesó por las presiones exteriores de otros mundos que perdían beneficios turísticos en favor de Derowd. También existe la total presión social galáctica.
–O presión económica, como en este caso.
–Quizás. Además, estando en la Universidad, tengo la oportunidad de estudiar presiones sociales, sin ser una viajera galáctica. Conozco a gente de muchos sitios de dentro y fuera de Trantor. Una de las diversiones preferidas del departamento de Ciencias Sociales es la comparación de las presiones sociales.
»Aquí en Mycogen, por ejemplo, tengo la impresión de que el sexo se halla estrictamente controlado y sólo está permitido bajo las reglas más rígidas, tanto más duras cuanto que no se discuten nunca. En el Sector de Streeling, el sexo tampoco se discute, pero no es condenado. En el Sector de Jennat, donde pasé una semana investigando, el sexo se discutía de manera incesante, pero sólo para condenarlo. Me figuro que no hay dos sectores en Trantor, ni en otros dos mundos fuera de Trantor, en que la actitud hacia el sexo se duplique por completo.
–¿Sabes lo que haces que parezca? – preguntó Seldon-. Como…
–Te diré lo que parece -le interrumpió Dors-. Toda esta conversación sobre el sexo pone en claro una cosa: no voy a perderte de vista nunca más.
–¿Qué?
–Te he dejado suelto dos veces: la primera, por propio error; la segunda, porque te empeñaste en ello. Ambas, se trató de una terrible equivocación. Recuerda lo que te ocurrió la primera vez.
–Sí, pero no me ha ocurrido nada en la segunda -protestó Seldon indignado.
–Has estado en un tris de meterte en un gran lío. Supón que te hubieran pillado en una escapada sexual con una Hermana.
–No fue sexual…
–Tú mismo me has dicho que estaba con una gran excitación sexual.
–Pero…
–Estaba mal. Por favor, métete esto en la cabeza, Hari: de ahora en adelante, no irás a ninguna parte sin mí.
–Óyeme -cortó Seldon, glacial-, mi propósito era buscar algo sobre la historia de Mycogen y como resultado de mi seudoescapada sexual con una Hermana, tengo un libro…, el
Libro
.
–¡El
Libro
! Cierto, hay un libro. Veámoslo.
Seldon se lo pasó y Dors lo miró pensativa.
–Puede que no nos sirva, Hari. No parece que vaya a encajar en ningún proyector conocido. O sea, que no tendrás más remedio que pedir un proyector mycogenio y querrán saber para qué lo quieres. Entonces, descubrirán que tienes el
Libro
y te lo quitarán.
–Si tus suposiciones fueran correctas -sonrió Seldon-, tu conclusión sería irrebatible, pero resulta que éste no es el tipo de libro que piensas. No es para ser proyectado. Está impreso en sus páginas, y las mismas se van volviendo. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres me lo fue explicando.
–¡Un libro impreso! – Era difícil decir si Dors estaba impresionada o divertida-. ¡Pero si esto es de la Edad de la Piedra!
–Pre-imperial, aunque no del todo. ¿Has visto alguna vez un libro impreso?
–¿Considerando que soy una historiadora? Pues claro, Hari.
–Ya. ¿Pero como éste?
Entregó el libro a Dors y ésta, sonriendo, lo abrió; luego, volvió la página, después, pasó otras.
–¡Si está en blanco! – exclamó.
–Parece, estarlo. Los mycogenios son obcecadamente primitivistas, aunque no en todo. No ponen objeciones a servirse de la tecnología moderna para modificar lo que les convenga. ¿Quién sabe?
–Puede que sí, Hari, pero no comprendo lo que me estás diciendo.
–Las páginas no están en blanco, sino cubiertas de microimpresión. Ven, dámelo. Si aprieto esta plaquita que hay en el borde interior de la cubierta…, ¡observa!
Al instante, la página por donde el libro estaba abierto se llenó de líneas impresas que se movían hacia arriba con lentitud.
–Puedes ajustar la velocidad del movimiento ascendente para que se adapte a tu ritmo de lectura torciendo ligeramente la plaquita a un lado o al otro -explicó Seldon-. Cuando las líneas llegan al borde superior, es decir, cuando tú llegues a tu última línea, vuelven a bajar y se detienen. Entonces, pasas a la página siguiente y continúas.
–¿De dónde sale la energía que hace todo esto?
–Lleva incluida una batería de microfusión que dura el tiempo que el libro dure.
–Entonces, cuando se acaba…
–Te deshaces del libro, que a lo mejor te reclaman antes de que se agote, por lo mucho que se utiliza, y te dan otro ejemplar. Nunca se cambia la batería.
Dors cogió el libro por segunda vez y lo miró por todos lados.
–Debo confesar que nunca había oído hablar de un libro como éste -dijo ella.
–Ni yo. En general, la Galaxia ha avanzado tanto en tecnología visual, que olvidó esa posibilidad.
–Esto es visual.
–Sí, pero no con efectos ortodoxos. Este tipo de libro tiene sus ventajas. Encierra mucho más de lo que suele contener un libro visual corriente.
–¿Dónde está el dispositivo…? Ah, veamos si sé hacerlo funcionar. – Dors lo abrió por una página al azar y puso las líneas en movimiento ascendente-. Me temo que no nos servirá de nada, Hari. Es pregaláctico. No quiero decir el libro, me refiero a la impresión…, al idioma.
–¿No puedes leerlo, Dors? Como historiadora…
–Como historiadora estoy acostumbrada a luchar con el lenguaje arcaico…, hasta cierto punto. Éste es demasiado antiguo para mí. Entiendo unas palabras aquí y otras allá, pero no las suficientes para que me sirvan de algo.
–Bien -exclamó Seldon-. Si es realmente antiguo, me servirá.
–No, si no puedo leerlo.
–Pero, yo sí puedo. Es bilingüe. No supondrás que Gota de Lluvia Cuarenta y Tres lee las lenguas antiguas, ¿verdad?
–Si está debidamente educada, ¿por qué no?
–Porque sospecho que las mujeres de Mycogen no se educan más allá de sus tareas domésticas. Algunos de los más cultos podrán leerlo, pero todos los demás necesitarán su traducción al galáctico. – Apretó otra plaquita-. Y esto nos lo proporciona.
Las líneas impresas pasaron al galáctico estándar.
–Delicioso -exclamó Dors admirada.
–Podríamos aprender de estos mycogenios, y no lo hacemos.
–No lo hacemos porque lo ignorábamos.
–No puedo creerlo. Ahora lo sé. Y tú también lo sabes. Debe de haber forasteros que vienen a Mycogen de vez en cuando, por comercio o política, o no habría cubrecabezas a disposición de quienes los necesiten. Así que, alguna vez, alguien ha tenido que echar un vistazo a este libro impreso y ver cómo funciona. Lo más probable es que lo haya desechado como objeto curioso que no vale la pena estudiar, simplemente porque es de Mycogen.
–¿Merece la pena estudiarlo?
–Desde luego que sí. Todo merece la pena, o debería merecerla. Probablemente Hummin señalaría que una falta tal de interés por estos libros es otro indicio de la degeneración del Imperio.
Levantó el libro y, en un arranque de entusiasmo, exclamó:
–Pero yo siento curiosidad y lo leeré. Tal vez me pueda señalar el camino de la psicohistoria.
–Así lo espero, aunque si aceptas mi consejo, primero dormirías y, descansado, lo empezarías mañana por la mañana. No aprenderás gran cosa si te duermes sobre él.
Seldon vaciló.
–¡Qué maternal eres! – comentó.
–Debo cuidar de ti.
–Ya tengo una madre, viva, en Helicón. Preferiría que fueras mi amiga.
–Respecto a eso, he sido tu amiga desde que te conocí.
Le sonrió, y Seldon titubeó como si no estuviera seguro de la respuesta apropiada.
–Entonces -concedió al fin-, aceptaré tu consejo, de amiga, y dormiré antes de leer.
Inició un gesto como para poner el libro sobre la mesita entre las dos camas, pero dudó, se dio la vuelta y lo guardó debajo de la almohada.
Dors Venabili rió por lo bajo.
–Creo que tienes miedo de que despierte durante la noche y lea algunas partes del libro antes de que tú tengas oportunidad de hacerlo. ¿No es así?
–Puede que sí -confesó Seldon, tratando de no parecer avergonzado-. Incluso la amistad tiene sus límites y éste es mi libro y mi psicohistoria.
–De acuerdo, te prometo que no pelearemos por eso. A propósito, ibas a decirme algo hace un momento cuando te interrumpí. ¿Lo recuerdas?
–No -afirmó Seldon después de pensarlo.
Ya a oscuras, sólo podía pensar en el
Libro
. Ni por asomo se acordó de la historia de la «mano-en-el-muslo». La verdad fue que se le había olvidado por completo, por lo menos de forma consciente.
Venabili despertó, y por su cinta horaria pudo decir que el período nocturno había llegado a la mitad. Al no oír roncar a Hari, dedujo que su cama estaba vacía. Si no había salido del apartamento, debía encontrarse en el baño.
Llamó ligeramente a la puerta.
–¿Hari? – dijo en voz baja.
–Entra -respondió él, ausente.
La tapadera del retrete estaba bajada y Seldon, sentado encima, tenía el
Libro
abierto sobre las rodillas.
–Estoy leyendo -anunció sin necesidad.
–Sí, ya lo veo, ¿por qué?
–Lo siento. No podía dormir.
–Pero, ¿por qué aquí?
–Si hubiera encendido la luz, te hubiera despertado.
–¿Estás seguro de que el libro no puede iluminarse?
–Bastante seguro. Cuando Gota de Lluvia Cuarenta y Tres me explicó cómo funcionaba, no mencionó la iluminación. Además, me figuro que gastaría tanta energía que la batería no duraría tanto como el libro. – Parecía disgustado.
–Entonces, ya puedes salir -dijo Dors-. Ya que estoy aquí, voy a utilizar el retrete.
Cuando entró en la alcoba, lo encontró sentado en la cama con las piernas cruzadas, leyendo, con la estancia perfectamente iluminada.
–No pareces contento. ¿Te decepciona el
Libro
?
La miró, parpadeando.
–En efecto. He leído aquí y allá. Es lo único que he podido hacer. Esto es virtualmente una enciclopedia y el índice es casi por entero una lista de personas y lugares que resultan faltos de interés para mí. No tiene nada que ver con el Imperio Galáctico, ni con los reinos pre-imperiales. Habla casi por entero de un solo mundo, y por lo que puedo deducir de lo leído, se trata de una disertación interminable de política interior.
–Quizá menosprecias su antigüedad. Puede tratarse de un período en que realmente hubiera un solo mundo…, un mundo habitado.
–Lo sé. – Seldon parecía impaciente-. Esto es lo que yo quiero…, siempre y cuando pueda estar seguro de que sea Historia, no leyenda. Me pregunto si no quiero creerlo sólo porque quiero creerlo tanto.
–Bien, lo de un único mundo original se baraja mucho hoy en día. Los seres humanos son sólo una especie que se extendió por toda la Galaxia, así que debieron originarse en alguna parte. Por lo menos éste es el punto de vista actual. No puedes tener orígenes independientes produciendo la misma especie en mundos diferentes.
–Pero yo jamás he visto lo inevitable de este argumento. Si los seres humanos surgieron en un cierto número de mundos, como cierto número de especies diferentes, ¿por qué no pudieron haberse cruzado entre ellas y producido una sola especie intermedia?
–Porque las especies no pueden cruzarse. Eso es lo que las hace especies.
Seldon lo pensó un momento; luego, se encogió de hombros.
–Bueno -dijo-, lo dejaremos para los biólogos.
–Ellos son, precisamente, los más interesados en la hipótesis de la existencia de la Tierra.
–¿Tierra? ¿Es así como llaman a ese supuesto mundo original?
–Es el nombre popular que se le da, aunque no hay medio de saber cómo se llamaba en realidad, suponiendo que tuviera un nombre. Y nadie tiene la menor idea de dónde localizarlo.
–¡Tierra! – repitió Seldon torciendo los labios-. A mí me suena como un eructo*. En todo caso, si este libro trata de ese mundo original, aún no lo he encontrado. ¿Cómo deletreas la palabra?
* El comentario de Hari Seldon se refiere a la pronunciación de la palabra Earth (Tierra) en Inglés. (Nota del Corrector Digital)
Dors se lo dijo y él buscó en el
Libro
.
–Ya lo ves, el nombre no aparece en el índice, ni con esta ortografía u otra alternativa razonable.
–¿De veras?
–Aunque se mencionan otros mundos, no se dan nombres y parece como si esos mundos no interesaran excepto porque chocan con el mundo local de que el
Libro
habla…, o por lo menos es lo que he sacado de lo leído. En un punto, hablan de «Los Cincuenta». No sé lo que significará. ¿Cincuenta dirigentes? ¿Cincuenta ciudades? Por un momento he pensado que podía tratarse de cincuenta mundos.