Seldon abrió los brazos.
–Ya lo ves. Si hay una regla de silencio, se debe aplicar solamente a los Hermanos. ¿Nos habrían enviado a estas jóvenes, estas Hermanas, para que se ocuparan de nosotros si hubiera alguna regla que les prohibiera hablar a los tribales?
–Tal vez, Hari, quisieran que hablaran conmigo para que yo te lo transmitiera.
–Bobadas. Ni lo creo, ni lo creeré. No sólo soy un miembro de la tribu, sino, además, un huésped de honor en Mycogen, a quien Chetter Hummin desea se trate como a tal y que ha llegado hasta aquí acompañado por el mismísimo Amo del Sol Catorce. No quiero que se me trate como si yo no existiera. Me pondré en comunicación con Amo del Sol Catorce y elevaré mi más severa protesta.
Gota de Lluvia Cuarenta y Cinco empezó a sollozar y Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, sin perder su relativa pasividad se ruborizó.
Dors hizo como si apelara de nuevo a la comprensión de Seldon. Éste la detuvo con un breve y airado gesto de su brazo derecho y se quedó mirando, amenazador, a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres.
Por fin, ésta habló, sin gorjear. Más bien le temblaba la voz, enronquecida, como si tuviera que forzarla para que sonara en dirección a un varón, como si lo hiciera en contra de todos sus más íntimos instintos y deseos.
–No debes quejarte de nosotras, miembro de la tribu. Sería una injusticia. Me obligas a quebrantar la costumbre de mi pueblo. ¿Qué es lo que deseas de mí?
Seldon sonrió, conciliador, y al momento le tendió la mano.
–Dame la prenda que me has traído; la
kirtle
.
Ella alargó el brazo en silencio y depositó la
kirtle
en su mano. Seldon se inclinó ligeramente.
–Gracias, Hermana -murmuró con cálida voz.
Después, dirigió una rápida mirada en dirección de Dors, como diciendo: «¿Lo ves?» Pero Dors desvió la suya, indignada.
La
kirtle
no tenía nada que la distinguiera, descubrió Seldon al desdoblarla (por lo visto, los bordados, su decoración, eran sólo para las mujeres), aunque llevaba una faja terminada en borlas que era probable se colocara de un modo determinado. Ya lo descubriría.
–Pasaré al cuarto de baño -comentó- y me la pondré; no tardaré ni un minuto.
Entró en el pequeño recinto y se encontró con que no podía cerrar la puerta porque también Dors quería entrar con él. Cuando ambos estuvieron dentro, se pudo cerrar la puerta.
–¿Por qué lo has hecho? ¡Eres un bruto, Hari! – siseó Dors airada-. ¿Por qué has tratado así a la pobre mujer?
–Tenía que obligarla a hablarme -contestó Seldon impaciente-. Cuento con ella para informarme. Lo sabes de sobra. Siento haber tenido que mostrarme cruel…, ¿de qué otro modo podía haber disipado sus inhibiciones? – Después, le indicó que saliera.
Cuando abandonó el cuarto de baño, vio que Dors también había vestido su
kirtle
.
Ella, pese a la calvicie que le prestaba su cubrecabeza y la inherente austeridad de su
kirtle
, conseguía aparecer de lo más atractiva. El corte de la túnica sugería la figura sin revelarla lo más mínimo. Su faja, más ancha que la de él, tenía un tono de gris ligeramente distinto al de la
kirtle
. Y lo mejor era que iba sujeta delante por dos botones de brillante pedrería azul. «Las mujeres consiguen embellecerse incluso en circunstancias difíciles», pensó Seldon.
–Ahora pareces un verdadero mycogenio -comentó Dors, contemplando a Hari-. Ambos estamos a punto para que las Hermanas puedan llevarnos de compras.
–Sí, pero después quiero que Gota de Lluvia Cuarenta y Tres me lleve a dar una vuelta por las microgranjas.
Los ojos de Gota de Lluvia Cuarenta y Tres se desorbitaron y dio un paso atrás.
–Quiero verlas -insistió Seldon con toda tranquilidad.
Gota de Lluvia Cuarenta y Tres miró a Dors.
–Mujer tribal…
–Quizá no sabes nada de las granjas, Hermana -la interrumpió Seldon.
Pareció como si le hubiera pinchado el nervio. Levantó la barbilla con altivez aunque no se dirigió a él sino a Dors.
–He trabajado en las microgranjas. Todos los Hermanos y Hermanas lo hacemos en algún momento de nuestra vida.
–Bien, llévame entonces a visitarlas -ordenó Seldon-. Y no volvamos a discutir. No soy un Hermano con el que te esté prohibido hablar y con quien no puedas tener trato. Soy un miembro de tribu y un huésped de honor. Llevo este crubrecabeza y esta
kirtle
para no llamar la atención, pero soy un erudito y debo aprender mientras esté aquí. No puedo quedarme sentado en esta habitación contemplando la pared. Quiero ver la única cosa que tenéis y que el resto de la Galaxia no tiene…, vuestras microgranjas. Deberías sentirte orgullosa de mostrármelas.
–Estamos orgullosos de ellas -afirmó Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, enfrentándose ahora a Seldon mientras le hablaba-. Yo te las mostraré, aunque no creas que vas a enterarte de nuestros secretos, si es eso lo que pretendes. Te mostraré las microgranjas mañana por la mañana. Lleva tiempo preparar una visita.
–Esperaré hasta mañana, por la mañana. ¿Me lo prometes? ¿Cuento con tu palabra de honor?
–Soy una Hermana y hago lo que digo -exclamó Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, abiertamente despectiva-. Mantendré mi palabra aunque se la haya dado a un miembro de tribu.
Su voz se volvió glacial al pronunciar las últimas palabras, mientras sus ojos se agrandaban y parecían lanzar chispas. Seldon se preguntó qué estaría pasando por aquella mente, y se sintió incómodo.
Seldon pasó una noche inquieta. Para empezar, Dors había anunciado que debía acompañarle en su visita a las microgranjas y él había objetado con todas su fuerzas.
–Mi propósito es hacer que ella me hable con entera libertad; enfrentarla con un entorno desconocido para ella…, sola con un varón, aunque se trate de un miembro tribal. Una vez quebrantadas las normas hasta ese punto, quebrantarlas un poco más no le resultará tan difícil. Si tú vienes, se dirigirá a ti y yo no conseguiré nada.
–¿Y si te ocurriera algo en mi ausencia, como sucedió en Arriba?
–No ocurrirá nada. ¡Por favor! Si quieres ayudarme, aléjate. Si no lo haces, no querré saber más de ti. Lo digo en serio, Dors. Es algo muy importante para mí. Por más afecto que sienta por ti, esto no te lo consiento.
Ella tuvo que aceptar sus condiciones aunque muy a regañadientes.
–Entonces, por lo menos, prométeme que serás amable con ella -se limitó a decir.
–¿A quién debes proteger, a mí o a ella? Te aseguro que no la he tratado con dureza por puro placer, y no pienso hacerlo en el futuro.
El recuerdo de esa discusión con Dors, su primera discusión, le mantuvo despierto gran parte de la noche; eso, junto con la obsesión de que las dos Hermanas podían no llegar por la mañana, a despecho de la promesa de Gota de Lluvia Cuarenta y Tres.
Sin embargo, llegaron poco después de que Seldon hubiera tomado un escaso desayuno (estaba decidido a no engordar por causa de la gula) y se hubiera vestido con la
kirtle
, la cual le quedaba a la perfección.
Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, con algo de hielo en la mirada todavía, anunció:
–Si estás dispuesto, miembro de la tribu Seldon, mi hermana se quedará con la mujer tribal Venabili. – Su voz no era gorjeante ni bronca, como si durante la noche se hubiera hecho fuerte, practicando mentalmente, cómo hablar con alguien que, aunque varón, no era un Hermano.
Seldon se preguntó si habría perdido sueño.
–Estoy dispuesto -repuso él.
Media hora después, juntos Gota de Lluvia Cuarenta y Tres y Hari Seldon, iban bajando nivel tras nivel. Aunque según el reloj era de día, la luz resultaba escasa y más apagada que en Trantor.
No había razón alguna para que fuera así. La luz artificial que giraba lentamente alrededor de la esfera trantoriana, seguro que podía abarcar también al Sector Mycogen. «Los mycogenios deben quererlo así -pensó Seldon- para no perder un hábito primitivo». Poco a poco, los ojos de Seldon se adaptaron a la penumbra circundante.
Trató de cruzar su mirada con los ojos de los transeúntes, Hermanos o Hermanas, serenamente. Supuso que él y Gota de Lluvia Cuarenta y Tres serían tomados por un Hermano y su esposa, y que nadie se fijaría en ellos, a menos que llamaran la atención.
Por desgracia, parecía como si Gota de Lluvia Cuarenta y Tres deseara que se fijaran en ella. Le dirigía pocas palabras, dichas en voz baja y entre dientes. Resultaba claro que la compañía de un varón no autorizado, aunque sólo ella lo supiera, destruía su confianza en sí misma. Seldon estaba seguro de que si él le pedía que se relajara, la pondría más nerviosa aun. Seldon se preguntó qué haría si se cruzaba con alguien que la conociera. Se sintió más tranquilo una vez hubieron llegado a los niveles más profundos, donde se encontraron con menos personas.
Tampoco hicieron el descenso en ascensor, sino manejando rampas escalonadas que funcionaban por parejas, una para subir y otra para bajar. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, al referirse a ellas, las llamó
escálators
. Seldon no estaba seguro de haber entendido bien la palabra porque era la primera vez que la oía.
A medida que bajaban más y más niveles, la aprensión de Seldon iba en aumento. Muchos mundos poseían microgranjas y muchos mundos producían sus propias variedades de microproductos. A veces, en Helicón, había comprado condimentos en las microgranjas, notando siempre un repugnante hedor que le revolvía el estómago.
A los que trabajaban en las microgranjas no parecía importarles. Incluso cuando algún visitante arrugaba la nariz, después parecía aclimatarse. Pero Seldon era siempre en extremo susceptible al olor. Lo había sufrido antes y contaba con sufrirlo en ese momento. Trató de consolarse con la idea de que estaba realizando un noble sacrificio de su comodidad en beneficio de su necesidad de información, pero con ello no podía evitar que se le hicieran nudos en el estómago, tanta era su aprensión
Después de haber perdido la cuenta del número de niveles que llevaban bajados, pero con el aire todavía razonablemente fresco y limpio, preguntó:
–¿Cuándo llegaremos a los niveles de las microgranjas?
–Ya hemos llegado.
Seldon respiró profundamente.
–Pues no huele como si estuviéramos en ellas.
–¿Huele? ¿Qué quieres decir? – Gota de Lluvia estaba lo bastante ofendida para no darse cuenta de que había levantado la voz.
–En mi experiencia, siempre hay un olor putrefacto asociado con las microgranjas. Ya sabes, por los fertilizantes que las bacterias, levadura, hongos y saprofitos suelen necesitar.
–¿En tu experiencia? – repitió ella, aunque en esa ocasión bajó la voz-. ¿Dónde?
–En mi mundo de origen.
La Hermana contrajo su rostro con repugnancia.
–¿Y tu gente se revuelca en
gabelle
?
Seldon jamás había oído la palabra, pero por la expresión y tono, adivinó de qué se trataba.
–Bueno, una vez listos para el consumo, no huelen así -aclaró Seldon.
–Los nuestros no huelen mal en ningún momento. Nuestros biotécnicos han conseguido tipos perfectos. Las algas crecen bajo la luz más pura y en soluciones electrolíticas cuidadosamente equilibradas. A los saprofitos se les alimenta con magníficos combinados orgánicos. Las fórmulas y recetas son algo que los tribales jamás conoceréis. Bueno, ya hemos llegado. Olfatea cuanto quieras. No encontrarás nada ofensivo. Hay una razón por la que nuestros alimentos son solicitados en toda la Galaxia y por la que el Emperador, según hemos sabido, no come otra cosa; sin embargo, si quieres saber mi opinión, nuestros productos son demasiado buenos para los miembros de las tribus, aunque uno de ellos sea Emperador.
Lo dijo con una rabia que parecía directamente dirigida contra Seldon. Luego, como si temiera que él no lo hubiera advertido, añadió:
–O aunque se trate de un huésped de honor.
Salieron a un estrecho corredor, a ambos lados del cual había grandes depósitos de grueso cristal en los que se agitaba un agua verdosa llena de algas serpenteantes, movidas por la fuerza de las burbujas de gas que penetraban a chorro entre ellas. Seldon pensó que serían ricas en dióxido de carbono.
Una luz cálida y rosada iluminaba los depósitos, una luz que era mucho más brillante que la de los corredores. Lo comentó.
–Por supuesto -le explicó la Hermana-. Estas algas se hacen mejor al extremo rojo del espectro.
–Me figuro que todo estará automatizado -dijo Seldon.
Ella se encogió de hombros y ni se molestó en contestarle.
–No se ven muchos Hermanos ni Hermanas -dijo Seldon, insistente.
–Sin embargo, hay mucho trabajo que hacer y lo realizan aunque tú no les veas trabajar. Los detalles no son para ti. No malgastes tu tiempo haciendo este tipo de preguntas.
–Espera. No te enfades conmigo. No espero que se me cuenten los secretos de Estado. Sigamos, querida. – Se le escapó la palabra.
La sujetó por el brazo al ver que ella estaba a punto de marcharse. No lo hizo, pero él percibió su estremecimiento y la soltó al instante, turbado.
–Lo digo porque me parece automatizado -observó.
–Interpreta como quieras lo que veas. No obstante, aquí hay lugar para el cerebro humano, y el juicio humano. Cada Hermano y Hermana tiene ocasión de trabajar aquí en una ocasión u otra. Algunos lo tienen como profesión.
Parecía hablar menos cohibida aunque, para mayor turbación de Hari, se dio cuenta de que su mano izquierda frotaba con disimulo el punto del brazo por donde él la había sujetado, como si le hubiera hecho daño.
–Esto continúa así varios kilómetros -explicó ella-. Si torcemos por aquí, podrás ver una parte de la sección de hongos.
Siguieron caminando. Seldon se fijó en lo limpio que se veía todo. El cristal resplandecía. El suelo de mosaico parecía estar mojado pero, cuando en un momento dado se inclinó para tocarlo, observó que estaba seco. No era resbaladizo…, a menos que sus sandalias (con el dedo gordo asomando al establecido estilo mycogenio) tuvieran suelas deslizantes.
Gota de Lluvia Cuarenta y Tres tenía razón en un punto. Aquí y allí un Hermano o una Hermana trabajaba en silencio, estudiando termómetros, ajustando controles, a veces sumidos en algo tan sencillo como limpiar el equipo…; siempre absortos en lo que estuvieran haciendo.