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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (34 page)

Pero le pegué un tiro en la cara sin dudar.

Dios mío, ¿en qué me convertía eso?

Bunny y Top, que estaban detrás de mí, también abrieron fuego. Todos teníamos los silenciadores en las pistolas, por lo que la batalla se convirtió en un baile sangriento sin sonido. Los caminantes que estaban al final del grupo gruñeron… y sonaba muy bajo y distante. Los de las primeras filas chillaban como gatos y el sonido de nuestras pistolas era como si alguien hiciese «¡Psst!» para llamar la atención de todo el mundo. Incluso cuando estábamos disparando, aquel momento seguía pareciendo irreal.

En mi lado del pasillo había al menos veinte y, probablemente, mis hombres tendrían otros tantos. La estrechez del corredor no nos dejaba salida alguna, pero también hacía que ellos tuviesen que marchar en filas de dos. No podían rodearnos aún siendo muchos más que nosotros. El cargador de mi Beretta de nueve milímetros tenía quince balas y las utilicé para matar a ocho caminantes: una en el pecho para detenerlos y luego otra en el cerebro. Después le disparé al cartero y luego a la adolescente. Disparé a dos hombres con traje y a un vagabundo harapiento. Mi bala número quince derribó al niño.

Tiré el cargador y metí otro lo más rápido que pude, rapidez que había conseguido tras años de práctica, pero aun así estuvieron a punto de pillarme. Una veinteañera que podría estar a punto de graduarse se había subido sobre el montón de cuerpos y estaba en cuclillas preparándose para saltar cuando levanté mi arma. Le di en la garganta y salió volando contra los demás, que se estaban agrupando detrás de ella. Aquello me dio tiempo para apuntar para el siguiente disparo. Y para el siguiente.

Detrás de mí oía a Bunny decir sin parar «¡Que te den!», una y otra vez, mientras vaciaba el cargador y cogía uno nuevo. Top luchaba en silencio, pero me pareció sentir que de él emanaban vibraciones de terror mientras disparaba.

Tumbé a dos más y mi parte del pasillo estaba llena de muertos. Los caminantes que estaban otro lado de la montaña de cadáveres arañaban y rasgaban los cuerpos al pasar.

El camino estaba prácticamente bloqueado. Tiré el segundo cargador y busqué el tercero, pero ahora me temblaban las manos y estuvo a punto de caérseme. Lo agarré, lo puse en su sitio, saqué el seguro, levanté la pistola y pum, pum, pum…

—¡Despejado! —gritó Top, y al girarme vi que el fuego combinado de ambos había derribado a todos los caminantes de su lado.

No dudé.

—¡Vamos, vamos! —dije, empujándolos delante de mí y empezamos a subir por encima de la montaña de cadáveres. Top miraba hacia delante y yo hacia atrás mientras nos abríamos paso con dificultad entre el humo de los disparos y la maraña de brazos y piernas. De esa maraña salió de repente una mano que agarró a Top por el tobillo. Le di una patada y lo soltó, y luego le disparó al montón de cuerpos. Quizá le dio a su objetivo, o quizá no… pero no se quedó para averiguarlo.

—Estamos jodidos —murmuró Bunny mientras apartaba a un hombre gordo con una camisa de bolos. Nuestros trajes Hammer estaban llenos de sangre y sentía las gotas quemándome la cara. Oí un ruido detrás de mí y, al girarme, se me encogió el estómago de terror.

—Ahí vienen —dije al ver al primero de los caminantes trepando por encima de los cadáveres que había al otro extremo del pasillo. Me apoyé en una rodilla y le disparé dos tiros. Su cuerpo al caer taponó el agujero, lo cual nos permitió ganar unos segundos.

Corrimos. Delante de nosotros había una puerta abierta de la que salió un hombre que nos apuntó con una AK-47. Era el mismo hombre que había discutido con el poli. Top le pegó dos tiros antes de que pudiese dispararnos.

El pasillo terminaba en otro cruce en «T». El pasillo de la izquierda terminaba en una pared de ladrillos; a nuestra derecha había unas puertas de acero entreabiertas. Un hombre estaba intentando cerrarlas cuando Bunny saltó sobre él, lo agarró por el pelo y el hombro, y le aplastó la cara contra la pared. Bunny le pegó tres ganchos con saña en los riñones. El hombre gruñó y cayó de rodillas. Si vivía después de todo esto estaría meando sangre durante un mes.

—Metedlo dentro —ordené. Top vigilaba el pasillo mientras Bunny lanzaba al hombre mareado como un saco de patatas en la habitación de al lado. Flanqueamos la puerta para protegernos del fuego cruzado. Había cuatro personas en aquella sala, un gran laboratorio atestado de mesas de trabajo y estanterías de metal llenas de productos químicos y otros materiales. Contra una pared había dos cajas azules que me resultaban familiares. Ambas puertas seguían cerradas. Tres de los hombres eran de Oriente Próximo; dos de ellos llevaban batas de laboratorio y el tercero unos pantalones vaqueros y una camiseta sin mangas. El hombre de la camiseta tenía una 45 milímetros y estaba levantando el cañón cuando le pegué tres tiros: dos en el pecho y uno en la cabeza. Los hombres con batas de laboratorio no iban armados, pero el que estaba más cerca de mí tenía en la mano un dispositivo negro de plástico. El otro ya había levantado las manos en señal de rendición.

El cuarto hombre era Ollie Brown. Estaba atado a una silla y tenía la cara cubierta de sangre.

Apunté con mi arma al hombre que tenía el artefacto de plástico.

—¡No lo haga! —grité en farsi y en otras lenguas.

—Seif al Din! —gritó él en voz alta y llena de histeria, y entonces hizo un movimiento. Le disparé en el hombro para intentar detenerlo y que no pulsase el botón de lo que parecía ser un detonador, pero no sirvió de nada: tenía un interruptor de seguridad. Aunque mis balas le hicieron pedazos el hombro y abrió la mano, la señal se envió.

De repente se produjo una explosión sorda en el otro extremo del edificio y todo él tembló hasta los cimientos. El suelo del laboratorio se abrió bajo nuestros pies. Los equipos de laboratorio vibraban hasta el borde de las mesas y, a continuación, caían al suelo armando un gran estruendo.

El hombre al que le había disparado se retorcía de dolor, pero sonreía triunfante mientras seguía canturreando Seif al Din.

La espada del fiel. El arma sagrada de Dios.

El rugido profundo de la explosión fue decayendo poco a poco.

—¡Por el amor de Dios! —dijo Bunny sin aliento.

—Eso debió de ser un aviso para que acuda la caballería —dijo Top. Se escuchó un sonido en el pasillo y se asomó—. Mierda, tenemos compañía.

—¿Caminantes? —pregunté.

De repente oyeron silbar y rebotar un aluvión de balas y Top se retiró de la puerta y la cerró con la espalda. Podía sentir las balas chocar contra el duro acero.

—Creo que no —dijo Top con un tono seco.

—Eso son AK —dijo Bunny escuchando el tiroteo—. No son de los nuestros.

—La caballería siempre llega tarde —murmuró Top mientras echaba los cerrojos.

Bunny agarró lo que quedaba del científico, le dio un puñetazo en el estómago y luego le puso unas esposas de plástico.

—Me ocuparé de ti más tarde, pedazo de mierda. —Fue hacia Ollie y le cortó las cuerdas con una navaja de bolsillo—. ¿Cómo estás, colega?

Ollie escupió sangre al suelo.

—He tenido días mejores.

64

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.32 a. m.

—Señora, he perdido la señal —informó el técnico que estaba encorvado sobre el tablero de comunicaciones dentro de una de las ambulancias. Lo intentó con una línea tras otra—. Las líneas de los móviles tampoco funcionan. Todavía no tenemos línea de teléfono normal para las operaciones. Estamos ciegos y sordos. Un transmisor muy potente lo está bloqueando todo. Tiene que ser de nivel militar, no hay nada más que pudiese incomunicarnos tanto.

Grace se inclinó para mirar la pantalla y luego pulsó el botón de su auricular y solo oyó un siseo.

—Señora —repitió el técnico—, justo antes de perder el audio capté un cambio en el sonido ambiente. Creo que las unidades de refrigeración han sido desconectadas. Recibí diez segundos de señales térmicas antes de perder la conexión y parece que la temperatura en el interior del edificio está subiendo vertiginosamente.

Allenson, el segundo al mando de Grace, le lanzó una mirada inquisitiva.

—El señor Church dijo que el capitán Ledger solicitó apoyo si pasaban más de diez minutos sin comunicación.

Ella se giró hacia el técnico.

—¿Tenemos ya esa línea de teléfono?

—Negativo. Tiempo estimado cinco minutos.

—A la mierda con todo —dijo, y luego se dirigió a Allenson—: Todo esto va mal, creo que el equipo Eco tiene problemas.

Allenson sonrió y dijo:

—El equipo Alfa está listo para entrar en acción.

Grace señaló a un técnico que estaba sentado delante de una pantalla que solo mostraba ruido blanco.

—¡Usted! ¡Usted será el mensajero! Encuentre al señor Church, dígale que hemos perdido la comunicación. Infórmele del cambio de temperatura. Necesitamos que intervenga un equipo completo y lo necesitamos ya. Dígale que el próximo sonido que escuchará será el del equipo Alfa llamando a la puerta. ¡Muévase!

El mensajero saltó de la furgoneta y atravesó el aparcamiento corriendo hacia la falsa camioneta de informativos que estaba aparcada al otro lado de las puertas.

Grace Courtland cogió su casco.

—Vamos.

Cuando el equipo se hubo reunido en la puerta, uno de sus hombres ya tenía una carga junto al pomo.

—¡Fuego en el hoyo! —gritó, y todo el mundo se replegó hacia atrás mientras explotaba la manilla. La puerta se abrió violentamente, pero al otro lado de ella había una pared gris plana. El agente la golpeó con el puño.

—Planchas de acero. Va a hacer falta un big bang para atravesar esto.

Un rato después, hubo una segunda explosión mucho más fuerte, pero esta vez procedía del interior del edificio. Destrozó los cristales de las ventanas e hizo temblar las paredes, hasta irse transformando poco a poco en un silencio amenazante.

—Eso ha sido dentro —dijo Allenson.

A continuación escucharon otro sonido: unas pesadas compuertas de acero se cerraron sobre cada una de las ventanas del edificio. Grace soltó una sarta de blasfemias y esperó que Church enviara pronto los refuerzos.

—Hágame un hueco, cabo —soltó, pero el hombre ya estaba introduciendo el lápiz detonador en su sitio.

Dios, rezaba mientras se alejaba de los explosivos, no dejes que esto se convierta en otro St. Michael. Y por un momento cerró los ojos y se imaginó a Joe Ledger acosado por un mar de demonios necrófagos de rostros pálidos. Por favor, Dios.

El lateral del edificio explotó.

65

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.33 a. m.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté a Ollie.

Él movió la cabeza como un perro que se sacude las pulgas.

—No lo sé. Me cogieron desprevenido. Quizá me dispararon con un táser. Recuerdo mucho dolor y luego todo se puso negro. Lo siguiente fue que estaba atado a una silla y que un gilipollas me estaba golpeando en la cara y chillando en árabe.

Top lo revisó rápidamente y encontró una marca de quemadura reciente en la garganta, justo encima del cuello de la camisa, y tenía la espalda de la camisa empapada.

—Parece que te han disparado con un táser de chorro, chico.

—Maldita sea. No pensaba que esas cosas funcionasen tan bien.

—Con un poquito bastará —dijo Top arrodillado junto al científico al que le había disparado, y le aplicaba compresas en las heridas.

Las balas seguían sonando al otro lado de la puerta, pero tan lejos que parecía que no podrían entrar, y finalmente cesó el fuego. No sé si Bunny, Ollie o Top pensaban que era extraño, pero yo sí. Fuera había un lector de tarjetas. ¿Cómo es que nadie intentaba abrir la puerta? Estuve a punto de decirles algo a los demás, pero decidí guardármelo de momento. Como dice esa frase: «Que estés paranoico no excluye que no te estén siguiendo». Había demasiadas cosas en este lugar que no tenían lógica.

—Las tropas deberían llegar en cualquier momento —dije. Miré las ventanas tapiadas situadas en lo alto de la pared—. Apuesto lo que sea a que entrarán por ahí, así que sed prudentes cuando entren. Si os piden que dejéis las armas, hacedlo. Recordad, lo primero que van a pensar es que nos han matado o que estamos infectados. No les demos razones para que aprieten el gatillo.

—Estoy con usted, jefe —dijo Bunny.

—¡Eh! —dijo Ollie mientras se ponía de pie un tanto aturdido—. ¿Dónde está Skip?

Bunny me miró.

—No lo sé —dije—. Desapareció más o menos igual que tú. —Ollie parecía estar a punto de hacer una pregunta, pero me di la vuelta y miré al científico moribundo—. ¿Qué tal está, Top?

—Este tío la está palmando. Si quiere hacerle preguntas este sería el momento.

Me puse de cuclillas.

—Te estás muriendo —dije en farsi—. Tienes una oportunidad para hacer algo bueno, cambiar las cosas antes de morir. Dime qué es Seif al Din.

Me miró con desprecio y dijo:

—Todos los infieles se ahogarán en ríos de sangre.

—Sí, sí, vale. Quiero que me hables de la espada del fiel.

Él se rió.

—Ya ha visto su poder. Consumirá todo su país —dijo asintiendo con gran alegría, feliz con solo imaginarlo.

—Amigo, si esta cosa es una plaga, también consumirá a su gente.

Soltó una carcajada y le brotó sangre de los labios.

—Alá protegerá a su pueblo.

Murmuró algo más, pero lo único que entendí fueron las palabras «generación doce» y no tenía ni idea de lo que significaba.

Me acerqué más.

—Ahora mismo hay unos doscientos soldados de las fuerzas especiales de camino. Ninguno de vuestros sujetos infectados saldrá de aquí. Ni uno. Todo en lo que ha estado trabajando se acabará aquí y ahora.

Intentó escupirme, pero le fallaron las fuerzas. Se moría rápido y miré a Top, que sacudió la cabeza.

—No han conseguido detener nada —susurró el hombre moribundo, y luego repitió la última palabra, saboreándola—. Nada.

—¿Hay otro laboratorio? ¿Otra célula?

—Ese momento… ya es cosa del pasado —dijo con una sonrisa sangrienta—. El Mujahid ya está llegando blandiendo la espada del fiel. Blande la espada del fiel. Llegan demasiado tarde. Muy pronto el Islam quedará… liberado… de ustedes.

Luego dejó caer la cabeza hacia atrás y gritó el nombre de Dios con tanta fuerza que perdió el último hilo de vida que le quedaba. Cayó desplomado contra Top y la cabeza le quedó colgando hacia un lado.

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