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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (33 page)

Bunny frunció el ceño.

—¿Una trampa?

Top Sims se giró hacia él.

—Blanco y en botella…

—¿Esto es una trampa, jefe? —preguntó Bunny sin dejar de mirar el pasillo—. Aquella pequeña actuación junto a la puerta principal podría ser tan fingida como la nuestra.

—Probablemente —dije—, pero hasta que lo sepamos seguro tenemos que intentar completar la misión que nos asignaron. Recabad información y salid de aquí de una pieza.

—Me encanta la parte de «de una pieza» —dijo Bunny.

—¡Júa! —dijo Top, pero luego me lanzó una mirada penetrante y dijo—. Que Ollie haya desaparecido y no se hayan oído disparos es un poco extraño, ¿no cree?

—Un poco.

—Todavía no sabemos quién es el topo, capitán —señaló.

—Entiendo, sargento primero, pero no voy a colocarle ninguna etiqueta a ninguno de mis hombres hasta que esté seguro.

Top sostuvo la mirada durante unos diez segundos antes de decir a regañadientes:

—Sí, señor.

—No es que quiera aguar la fiesta —interrumpió Bunny—, ¿no está todo esto un poco fuera de lugar ahora mismo? Bueno, lo digo con el debido respeto de un pobre sargento frente a sus superiores.

—Métete eso por donde te quepa, granjerito —dijo Top, pero estaba sonriendo.

Bunny se frotó los ojos.

—Tíos, este día de mierda se me está haciendo muy largo.

Hice un gesto con la cabeza señalando el pasillo por el que había desaparecido Ollie.

—Siguen vigentes las normas principales de la misión. Observar y esperar. Nada de tiros a menos que yo lo diga y, incluso en ese caso, tened cuidado al disparar y verificad los objetivos.

Fuimos hasta el cruce de pasillos y luego giramos a la izquierda. Habíamos recorrido las tres cuartas partes del pasillo cuando una de las puertas del pasillo se abrió de repente y un hombre con una bata de laboratorio blanca salió de ella con la cabeza inclinada y frunciendo el ceño mientras leía unas notas en una carpeta. Estaba a un metro de Top, aproximadamente.

No había donde esconderse ni tiempo para escapar. El hombre levantó la vista de la carpeta y abrió los ojos de par en par. Abrió la boca y pude ver cómo se le expandía el pecho mientras tomaba aire para gritar, pero Top se levantó rápido como un rayo y lo golpeó en el plexo solar con la puntera de su zapato izquierdo, que tenía punta de acero. Fue un golpe fortísimo y el cuerpo del hombre se dobló en torno al pie de Top como un globo desinflado y luego cayó al suelo con un grito ahogado.

Le rodeamos y le atamos las muñecas y los tobillos con tiras de plástico en un abrir y cerrar de ojos. Su piel oscura se había puesto morada. Top fue a la puerta por la que había salido el hombre y se asomó, luego se giró hacia mí e hizo un gesto negativo con la cabeza. Bunny agarró al hombre por la pechera y le puso el cañón de su pistola entre ceja y ceja.

—Estate callado y vivirás —susurró.

El tío todavía estaba conmocionado por el golpe y sus ojos se desorbitaron aún más cuando vio a tres hombres grandes y armados a su alrededor. Su vida estaba en nuestras manos y él lo sabía. La desesperanza total e inesperada puede ser un acontecimiento que purifica el alma. Agudiza el enfoque mental.

Me acerqué a él y le dije en farsi:

—¿Hablas inglés?

Él sacudió la cabeza, bueno, todo lo que le permitía el cañón de la pistola de Bunny. A continuación balbuceó algo en birmano. No era uno de mis idiomas.

—¿Hablas inglés? —le pregunté en mi propia lengua.

—Sí… sí, inglés. Hablo muy bien inglés.

—Mejor para ti. Voy a hacerte unas cuantas preguntas y si me dices la verdad, amigo mío, no te pegaré un tiro. ¿Entiendes?

—Sí, sí, lo entiendo.

—¿Cómo te llamas?

—Nujoma.

—¿Indio? ¿Birmano?

—Sí, soy de Rangún. De Birmania.

—¿Cuántas personas hay en este edificio?

—Yo solo soy… —Se le quebró la voz y volvió a empezar la frase—. Yo solo soy un técnico.

—No te he preguntado eso. ¿Cuántas…?

—No… no puedo. Me matarán…

Lo agarré por el cuello y le dije:

—¿Qué crees que te voy a hacer yo si no me contestas?

—Tienen a mi mujer, a mis hijos y a mi hermana. No puedo.

—¿Quién los tiene? ¿Dónde? ¿Están aquí, en este edificio?

—No, se los llevaron de mi casa. Se los llevaron.

—¿Quién se los llevó? —volví a preguntar.

Bunny le dio un golpecito en la nuca con el cañón.

—Responde a las preguntas que te hace este hombre o vas a terminar muy mal el día.

Pero la amenaza del Bunny no sirvió de nada. Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas mientras se tapaba la boca con las manos y sacudía ligeramente la cabeza. Le miré a los ojos y me pareció ver su alma. No era un terrorista, sino otra víctima más.

Retrocedí unos centímetros para intentar disminuir la impresión de amenaza y luego le dije con una voz más suave:

—Si hablas con nosotros te prometo que haremos todo lo posible para ayudar a tu familia.

Pero él sacudió la cabeza, decidido por el terror que sentía.

—Tic, tac —murmuró Top.

—De acuerdo —dije—. Aguja.

Top sacó una aguja hipodérmica del bolsillo de la pechera, le sacó la tapa de plástico y me la pasó. Los ojos del técnico se abrieron aún más y le empezaron a caer lágrimas por la cara. Cuando le coloqué la aguja sobre la garganta empezó a murmurar algo en su idioma; me incliné hacia delante para intentar captar una palabra o una frase, pero, por el ritmo de sus palabras, me di cuenta de que estaba rezando. Entonces le clavé la aguja. El tranquilizante lo dejó sin sentido en tres segundos y cayó al suelo.

—Bunny, llévalo a la puerta. Dile a Skip que avise a Church de que tenemos a su prisionero. Si ha sido infectado con la misma enfermedad de control que los demás entonces tendremos que interrogarle antes de que se active. Déjalo allí y vuelve aquí lo antes posible.

—Oído, jefe. Tío, no me gustaría estar en la piel de este paisano y ser interrogado por Church. —Levantó a Nujoma por encima de los hombros con una maniobra de bombero y corrió por el pasillo, aunque por su forma de hacerlo nadie diría que cargaba con setenta kilos.

Ahora que estábamos solos, le toqué el brazo.

—Top… parece que tienes algo en contra de Ollie. ¿Por qué él?

Él seguía mirando el pasillo.

—Bunny estaba con nosotros en la sala 12. Eso dice mucho. Ollie llegó con los demás. No me gustó que tardase tanto en responder.

—Skip hizo lo mismo.

—Skip es un crío. Sea quien sea el topo tiene experiencia de campo. Es lo suficientemente hábil como para tomarle el pelo a Church y a todo el DCM. Además, Ollie ha hecho muchos trabajos para la Agencia.

—¿Para la CIA? ¿Cómo sabes eso?

—Nos lo dijo cuando intentábamos decidir quién sería el líder del equipo. Dijo que tenía mucha experiencia en operaciones encubiertas. Es un espía y no confío en los espías.

—Podría ser cualquiera —dije—. El DCM está lleno de espías.

—Sí —asintió Top lentamente—, seguro que podría ser cualquiera. Por lo que se sabe podría ser yo. Si yo hubiese abierto esa puerta y luego hubiese vuelto a la sala 12 con usted y con Bunny, habría tenido la coartada perfecta. Entrar allí y disparar unas balas. ¿Quién sospecharía de mí?

—Y sin embargo has eliminado a Bunny porque estaba allí. ¿Eso no es doble moral, Top?

—Quizá esté intentando confundirle, capitán.

—No es así. Entonces, ¿adónde nos lleva eso?

Su rostro oscuro esbozó una sonrisa. Lo cambió, le quitó unos años de encima, pero su sonrisa no invadió su mirada.

—Supongo que nos deja a ambos en una situación difícil, capitán. Yo, personalmente, no pienso confiar en nadie.

—La confianza es algo duro en este mundo.

—Así es.

Lo dejamos y concentramos nuestra atención en la sala de la que había salido el técnico de laboratorio birmano. Encendí las luces y a nuestro alrededor vimos muchos ordenadores. Eran grandes y no dejaban de zumbar. La temperatura de la sala era aún más baja que la del resto del edificio. Un termómetro de pared marcaba 1,6 grados. Examiné el ordenador más cercano, que era aproximadamente como una máquina de Coca-Cola. Las torres estaban cubiertas de placas metálicas. Pulsé el botón del intercomunicador.

—Vaquero a Diácono.

—Diácono.

—¿Le dice algo el nombre IBM Blue Gene /L?

—Sí, ¿por qué?

—Estoy en una habitación llena de ellos. Espero su respuesta.

—Vaquero, la repuesta es que tiene un boleto de lotería con premio.

—Me alegro. La infiltración empieza a ser demasiado ruidosa. Tenemos a uno. El Gigante Verde lo está llevando hacia la puerta de atrás. El Joker se está ocupando de ese lugar. Instrucciones.

Hubo una ligera pausa e imaginé a Church mordisqueando la esquina de un barquillo de vainilla mientras pensaba la respuesta.

—¿Cuál es el estatus del equipo?

—Scarface está desaparecido en combate. Estamos buscándolo. Propongo lo siguiente: si en diez minutos no recibe comunicación de radio, echen abajo las puertas. Corto y fuera.

Entonces cambié de canal para hablar con el equipo y oí la voz de Bunny.

—Vaquero, Vaquero, soy el Gigante Verde. El Joker está desaparecido en combate.

Miré a Top, que frunció el ceño.

—Repite y confirma, Gigante Verde.

—Comprobado, el Joker está desaparecido en combate. No hay tiempo para códigos, señor. Nuestras armas largas han desaparecido y la puerta trasera está sellada. Está tapiada con alguna especie de compuerta de seguridad. Estamos atrapados.

—Deja tu cargamento y vuelve aquí de inmediato —le solté. Top y yo salimos corriendo por el pasillo con las armas listas.

—Eso nos deja con dos menos —dijo Top.

Nos giramos y vimos a Bunny corriendo por el pasillo como un jugador de rugbi corriendo a hacerle un placaje a un quarterback demasiado lento. Se detuvo derrapando.

—He dejado al prisionero junto a la puerta. No hay rastro de Skip.

Pulsé el botón del canal del DCM.

—Vaquero a Diácono, Vaquero a Diácono, solicito infiltración inmediata. Derribe las puertas, repito, derribe las puertas.

Pero lo único que oí por el auricular fue el sonido del ruido de la energía estática. La señal había desaparecido.

Un ruido repentino nos hizo saltar a todos y formamos un círculo rápidamente, apuntando con nuestras armas. Entonces oímos un ruido que procedía de algún lugar en lo más profundo del edificio, como el suspiro al morir de un gigante. Era el sonido de los motores de las grandes turbinas al apagarse.

—¿Qué demonios ha sido eso? —gruñó Top.

—Creo que acaban de apagar las unidades de refrigeración —susurró Bunny.

Luego se oyó un gran estallido, las rejillas de ventilación se abrieron y el pasillo empezó a llenarse de aire caliente.

—¡Ay, ay! —dijo Top en voz baja. El aire que salía de las rejillas estaba muy caliente y en pocos segundos la temperatura del pasillo subió diez grados, luego quince y luego siguió subiendo.

—Algo me dice que esto no es una buena señal —dijo Bunny mirándome por encima del hombro.

Intenté llamar a Church de nuevo, pero, otra vez, no obtuve más que silencio. Ocurría lo mismo con todos los canales.

—Están bloqueando la señal.

—Sí —confirmó Bunny—, malas noticias.

—Le dije que esto era una maldita trampa —dijo Top.

Y en ese preciso momento las cerraduras de todas las puertas del pasillo se abrieron. Entonces fue cuando oímos los primeros gemidos, cuando docenas de personas de rostro pálido empezaron a salir al pasillo por delante y detrás de nosotros.

Esto no era una trampa… era una carnicería.

63

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.31 a. m.

Estábamos atrapados, nos tenían rodeados por delante y por detrás.

La persona más cercana estaba a seis metros de nosotros. Era una mujer de mediana edad con el pelo lacio y rubio que llevaba una bata de casa manchada. Tenía los ojos muy abiertos y caminaba torpemente. Estuvo a punto de caerse cuando el resto la empujó. Levanté la pistola y le puse la mira láser en la frente. Bunny y Top estaban apuntando a extremos opuestos del pasillo, pero ninguno había disparado todavía. Yo aún tenía el dedo fuera del guardamonte y se me estaba empezando a poner un nudo en el estómago. Eran civiles. Detrás de la mujer había un niño que no tendría más de diez años. Y a su lado había una hermosa adolescente con una minifalda vaquera. Había gente con trajes y bañadores y vi a alguien con un uniforme que parecía ser de cartero.

—¿Órdenes, señor? —susurró Top.

Mi dedo seguía fuera del guardamontes.

—Tenemos que asegurarnos.

—Jefe… esto se está poniendo tenso —informó también Bunny.

Me preguntaba si eso es lo que habían sentido los equipos Baker y Charlie en St. Michael. ¿Fue la absoluta inhumanidad de la respuesta necesaria lo que evitó que disparasen? Lo de la planta de empaquetado de carne había sido diferente: era un tiroteo de buenos contra malos, pero esta gente no eran combatientes enemigos. Al menos no todavía. La multitud llenó el pasillo en ambas direcciones, pero se quedaron allí apiñados, sin avanzar, mirándonos fijamente mientras nosotros los mirábamos a ellos. Aquello era totalmente surrealista.

—Mantened vuestras posiciones —dije, mirando a la muchedumbre. Parecía que había pasado mucho tiempo, pero sabía que solo habían pasado unos cuantos segundos.

—Quizá no sean caminantes —dijo Bunny.

—A ver, granjerito —dijo Top—, ¿por qué no vas a tomarles el pulso?

—Que te den.

La mujer de mediana edad dio un paso vacilante hacia nosotros.

Introduje el dedo en el guardamontes.

Abrió la boca y, por un momento, me pareció que su sonrisa mostraba alivio de que alguien viniese por fin a rescatarla. Pero esa sonrisa se extendió cada vez más y se convirtió en una mirada lasciva y voraz. Como si de un animal de la jungla se tratase, soltó un grito y corrió directa hacia mí.

En algún momento probablemente fue la madre o la esposa de alguien. Quizá una abuela con nietos en pañales a los que malcriaba. No sabía quién era ni cómo había llegado a este horrible lugar; lo único que sabía era que estaba aquí y que, aunque hubiese tenido en otro tiempo una personalidad maravillosa, fuesen cuales fuesen sus secretos y recuerdos, ya habían desaparecido, habían sido arrancados por un parásito impulsado por priones en su sangre que no había dejado tras de sí más que una cáscara. Un depredador disfrazado de humano. Esto fue probablemente lo que sintieron los equipos Baker y Charlie: la terrible seguridad de que en una situación tan mala no cabía una acción correcta. Debieron sentir el terror que ahora estaba sintiendo yo mientras esta mujer se lanzaba contra mí, corriendo con sus piernas pálidas y llenas de varices, reduciendo la distancia que nos separaba en zapatillas de andar por casa estampadas en tonos lila; con su estómago rebotando, sus pechos balanceándose y la boca abierta con una sonrisa feroz de apetito sobrenatural. Eso bastaba para arrancarle el alma y el corazón a cualquiera. Les había arrancado el alma y el corazón a todos aquellos hombres y mujeres de los otros dos equipos del DCM.

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