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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (31 page)

—Si vis pacem, para bellum —cité mientras levantaba el arma.

Él entrecerró los ojos y pensó en la traducción.

—«Si quieres paz, prepárate para la guerra.»

—Así es —murmuró Top desde unos metros de distancia.

—¿Con Parabellum te refieres a la marca del fabricante de armas? —preguntó Rudy.

—No —dije mientras comprobaba el cargador y lo volvía a colocar en su sitio—. La munición es Parabellum de nueve milímetros. El nombre viene de una cita de un escritor romano, Publius Flavius Vegetius Renatus.

—Al menos tu educación escolar no ha sido en balde —dijo Rudy. Luego se aclaró la voz—. Buena suerte a todos. Volved sanos y salvos. —Retrocedió y se sentó en el parachoques trasero de uno de los coches de bomberos, con los brazos sobre el regazo y los dedos entrelazados en un nudo nervioso. Estaba sudando, pero dudo que tuviese nada que ver con el calor de aquella húmeda noche de julio.

Le guiñé un ojo y metí cargadores extra en una bolsa con velcro que llevaba en la cintura. Todos mis chicos tenían MP5 con silenciadores de desmontaje rápido. Me até a la pantorrilla un cuchillo de guerra, el cuchillo de combate de los Ranger, que mide más de ocho centímetros desde la empuñadura hasta la punta de su filo de acero inoxidable negro, muy equilibrado para lanzarlo o para la lucha cuerpo a cuerpo.

El helicóptero de Grace Courtland aterrizó mientras mis hombres estaban comprobando los equipos de los demás; condujo al equipo Alfa al interior y rápidamente comenzaron a elegir sus trajes de Saratoga. Entonces se acercó a mí.

—¿Está disfrutando de su primer día en el DCM? —dijo con una sonrisa maliciosa.

—Sí, me parece muy relajante.

—Bueno, quizá mañana podamos salir en busca de alguna bomba que desactivar.

—Sería un cambio maravilloso.

Me sonrió, pero pude ver fantasmas tras sus ojos sonrientes. Seguía teniendo tan presente lo de St. Michael como yo lo de la sala 12. Se le notaba en la mirada y yo sabía que ella también podía verlo en la mía. Aquel reconocimiento mutuo me resultó extrañamente reconfortante.

—¿Cómo está su equipo? —preguntó.

—Preparados para hacer su trabajo. ¿Y el suyo?

—Mi equipo estará preparado todo el tiempo. Con una sola palabra suya entraremos corriendo. —Hizo una pausa—. Me gustaría entrar ahí con usted.

—Gracias —dije—. Cuando todo esto haya terminado me gustaría emborracharme. ¿Le apetecería acompañarme?

Ella me estudió durante un momento.

—Eso suena muy bien. Yo pagaré la primera ronda —dijo, y me tendió la mano—. Es un buen hombre, Joe. Church lo piensa desde el principio y raras veces se equivoca. Siento mucho que me haya llevado tanto tiempo darme cuenta.

Le tomé la mano.

—Lo pasado, pasado está.

—Intente que no lo maten —dijo intentando hacer un chiste, pero tenía los ojos vidriosos. Se giró rápido y se dirigió hacia su equipo, que estaba cargando el material en la parte trasera de un camión de bomberos.

Miré a mi alrededor y vi a Church a unos cincuenta metros cerrando el teléfono. Le hice un gesto y me acerqué a él.

—Antes de empezar quiero poner en marcha unas cuantas cosas —dije—. Quiero que empiece a crear para mí un equipo forense de primera línea. Nada de segundones y nadie que yo no conozca personalmente.

—¿A quién tiene en mente?

Saqué una hoja de papel del bolsillo.

—Esta es una lista de forenses que conozco y en los que confío. Ante todo quiero a Jerry Spencer, de D. C. Creo que ya lo conoce.

—Le ofrecimos unirse a nosotros, pero lo rechazó.

—Hágale una oferta mejor. Jerry es el mejor criminalista que conozco.

—Muy bien —dijo Church, y me tocó el brazo—. No tenemos ninguna pista sobre quién puede ser el espía, capitán. Eso significa que podría ser cualquiera. —Miró a mis espaldas, donde estaban los equipos Eco y Alfa preparándose—. Tenga cuidado.

Me tendió la mano y yo la acepté.

Me di la vuelta y grité bien alto:

—Equipo Eco, ¡adelante!

59

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 2.51 a. m.

Todavía faltaban tres días para el Cuatro de Julio, pero ya había fuegos artificiales. No se trataba de un hermoso campo de estrellas ni un ardiente crisantemo en el cielo nocturno. Aquello fue un simple estallido de color rojo anaranjado muy intenso que se elevó desde el borde de una escalinata de madera desgastada por la meteorología que conducía desde las aguas picadas de Tangier Sound hasta el entablado recubierto de creosota del muelle de la planta de procesado de marisco y cangrejo Blue Point de Crisfield. El impacto vino después del rugido de unos potentes motores de barco, cuando una lancha rápida surcaba el agua negra mientras un piloto al parecer borracho intentaba torpemente controlarla. El bote chocó contra el muelle a toda velocidad y explotó. Los tanques de combustible se rompieron con el golpe y se incendiaron con el motor en marcha. Se escuchó un rugido grave, como el de un dragón furioso, y las llamas salieron despedidas hacia arriba para pintarlo todo de naranja Halloween y rojo fuego.

Era demasiado temprano para que hubiese testigos, pero había docenas de personas durmiendo en sus barcos anclados y en pocos minutos todos ellos estaban al teléfono o hablando por la radio. De repente el aire se impregnó de los penetrantes alaridos de los coches de bomberos y las ambulancias recorriendo a toda velocidad las carreteras.

Simon Walford estaba de guardia en su caseta leyendo una novela de David Morrell junto a la luz de la lámpara y bebiendo café cuando la lancha chocó contra el muelle. Del susto se le cayó la mitad de la taza por encima de la camisa del uniforme y escupió lo que tenía en la boca mientras pulsaba las teclas del móvil para intentar comunicarle el incidente a su supervisor, que no respondió a la llamada. Hacía dos días que no hablaba con nadie en la planta y había visto a la última persona dos semanas antes. Sin embargo, todos los coches seguían en el aparcamiento. No tenía sentido. Cogió su walkie-talkie, salió de la caseta de vigilancia y atravesó corriendo el aparcamiento hacia el muelle, pero en cuanto vio las llamas supo que no había esperanzas de encontrar supervivientes. El calor que emitía el fuego lo mantenía bien alejado. Lo único que consiguió ver fue una forma ennegrecida y encorvada hacia delante en el asiento del piloto, con el cuerpo envuelto en llamas y los brazos tan rígidos e inmóviles como los de un maniquí.

—¡Por el amor de Dios! —dijo Walford entre jadeos. Llamó a emergencias pero antes de poder hablar con ellos ya escuchó sirenas a lo lejos. Si hubiese estado un poco menos conmocionado por lo que había ocurrido, quizá le habría sorprendido lo increíblemente rápido que respondieron a la crisis los bomberos voluntarios, sobre todo a esas horas de la noche. Dada la situación, lo único en que podía pensar era en lo impotente que se sentía. Volvió a llamar a su supervisor, pero seguía saltando el contestador, así que le dejó un mensaje urgente y casi incoherente. Abrumado por la conmoción y la impotencia, volvió caminando con dificultad hacia su puesto y abrió la verja para permitir la entrada de los camiones de bomberos.

60

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 2.54 a. m.

Observamos la explosión de la lancha en el ordenador portátil de Dietrich.

—Mola —murmuró Skip. Estábamos aparcados a un lado de la carretera a unos cuatrocientos metros de la planta, con las luces apagadas.

—Joder —se quejó Bunny—, me estoy cociendo con esta mierda.

—La vida es dura, ¿verdad? —dijo Top, que estaba sudando tanto como el resto de nosotros, pero a quien parecía no importarle. Estoy bastante seguro de que si Top Sims tuviese una flecha clavada en el riñón no dejaría que el dolor se reflejase en su rostro. Existen tíos así.

—De acuerdo —chilló Gus Dietrich—, acaban de llamar a emergencias.

—En marcha las luces —le dije, y el conductor arrancó el motor, y encendió las luces y las sirenas.

Hasta ahora nuestro plan estaba saliendo bien. Uno de los ingenieros del equipo de Church había instalado una unidad de control remoto en la motora que había sido confiscada cuando el destacamento especial tomó el almacén y habían sacado dos maniquís de Dios sabe dónde y los habían atado a los asientos delanteros. Dietrich manejaba el control remoto y montó un gran espectáculo zigzagueando con él entre los barcos de recreo anclados, provocando un buen jaleo. La motora estaba hasta arriba de latas de combustible y de pequeñas cargas C4 que Dietrich detonó a distancia en cuanto la lancha chocó contra el muelle. Fue una explosión gigante, como las que se ven en las películas, y realmente impresionante.

En pocos minutos nos recibió un frenético guardia de seguridad junto a la verja. Nuestro conductor giró a la izquierda y se dirigió hacia la boca de incendios roja y, mientras el camión derrapaba, todo el mundo saltó del coche. El segundo camión se acercó más al muelle y llamamos a tres camiones para que se uniesen a nosotros. De ese modo habría muchos hombres y mujeres con abrigos y cascos idénticos corriendo por todas partes. Unos cuantos serían bomberos de verdad. Los coches de policía aparecían a docenas, unos eran de la policía nacional y otros de la local. Sabía que Grace estaba en uno de ellos y que el equipo Alfa estaba repartido en el resto. Church estaba en una furgoneta de mando que estaba aparcada en la curva de la carretera de acceso y los equipos de operaciones especiales estaban en furgonetas aparcadas detrás de la suya. Estaban cerca, pero ¿lo suficiente si nos encontrábamos ante una resistencia fuerte?

Al salir, Bunny y Top fueron directos a la boca de incendios pasando junto a la hilera de coches y camiones aparcados que habían sido divisados por el satélite espía y por el helicóptero de vigilancia. Skip y Ollie sacaron una manguera del camión y comenzaron a estirarla mientras caminaban de espaldas hacia la boca.

—Cámara a mis dos en punto —oí decir a Bunny en mi auricular—. Rotación lenta con giro de noventa grados.

—Te copio. Voy para allá. Cubridme.

Ellos siguieron la indicación y comenzaron a unir la boquilla de la manguera a la boca. Me uní al grupo, observando la cámara por el rabillo del ojo. En cuanto se giró hacia la parte principal del aparcamiento, donde se estaba desarrollando toda la actividad, me acerqué corriendo a la pared y me pegué a ella de espaldas, en el que creía ser el punto muerto debajo de la cámara de vigilancia. Cuando corrí hacia la pared, un bombero salió del escondrijo que teníamos detrás de la puerta del camión y se apresuró a ocupar mi lugar. Repetimos este proceso cuatro veces más y, cuando hubo terminado, todo el equipo Eco estaba pegado a la pared y los bomberos de verdad estaban conectando la manguera a la boca.

—Skip… no pierdas de vista la cámara —dije. Bunny se sacó del bolsillo un sensor, lo pasó por toda la puerta y luego me mostró la lectura.

—Un interruptor de contacto de alarma estándar —dijo—. Sonará cuando abramos la puerta.

—Perfecto. Ollie, manos a la obra. —Ollie se había ofrecido para ocuparse de la cerradura, que era un asunto muy complicado. Tenía que ganarse el sueldo, pero en menos de dos minutos la había abierto. Pero no abrió la puerta ya que la alarma sonaría en cuanto lo hiciésemos. Si no había nadie justo al otro lado de la puerta, entonces nuestra pantomima carnavalesca habría valido la pena, pero si había una sola persona estábamos jodidos.

—Vale —dije por el micro—, llamad a la poli.

Transmitieron la señal y llegó corriendo un agente de hombros anchos. Le hice un gesto para que caminase más despacio, para que la cámara lo captase claramente acercándose a la puerta y, entonces, en cuanto la cámara se desvió, le hice otro gesto y vino corriendo los últimos metros. Me giré y golpeé con fuerza la puerta con el puño durante tres segundos, la puerta se abrió y entramos. Las alarmas empezaron a sonar por todas partes. En cuanto se cerró, Ollie se dio la vuelta y volvió a cerrar la cerradura. El agente se puso a golpear la puerta, haciendo que se moviesen hasta las bisagras.

Los cinco nos desplegamos de inmediato formando un semicírculo y empuñando nuestras armas. Pero no teníamos que preocuparnos, ya que la sala en la que estábamos era grande y estaba sucia y vacía. Además de fría. Igual que la planta de empaquetado de carne, quizá entre dos y cuatro grados. El aire olía a humedad y había moho negro en las paredes. El suelo era de azulejo viejo, tenía un gran desagüe en el centro y a nuestra izquierda había un muro bajo de piedra donde había unas duchas enormes. Había una hilera de perchas grandes de las que todavía colgaban un par de chubasqueros viejos. Seguramente este sería el lugar al que venían los pescadores de cangrejo después de descargar su pesca, para quitarse el salitre y el lodo de su traje de aguas antes de entrar a la planta. Había cuatro cubículos con retretes apestosos a nuestra derecha y la pared que teníamos delante estaba llena de taquillas. Después de las taquillas había un pasillo que giraba a la izquierda. Todo ello era visible gracias al brillo de las luces amarillo fluorescente.

Le hice una señal a Skip para que vigilase la entrada mientras los demás escondíamos los abrigos y los cascos en una de las duchas.

Skip nos hizo una señal con el silenciador del aparato y luego hizo un gesto con la mano indicando que venía alguien. Todos nos retiramos. Ollie y Skip se metieron en los servicios y se subieron a los inodoros; Top y Bunny se escondieron en las duchas y yo me agaché detrás del muro bajo de hormigón. Solo podía ver si me asomaba al borde y detrás de mí había sombra, así que estaba bastante bien escondido. Tenía la Beretta con silenciador agarrada con las dos manos mientras me esforzaba por distinguir los pasos entre el ruido metálico de la alarma.

Justo cuando oímos los pasos de alguien corriendo, la alarma se detuvo. El agente seguía golpeando la puerta y ahora también gritaba. Parecía realmente indignado por el hecho de que nadie hubiese venido a comprobar el fuego. Entonces apareció un hombre con una AK-47 entre las manos. Parecía nervioso, estaba sudando y miraba fijamente la puerta con los ojos como platos. Se lamió los labios y miró a su alrededor, pero no vio nada. Tuvimos mucho cuidado de no dejar marcas en el suelo.

Después de un momento de indecisión, volvió sobre sus pasos, abrió una de las taquillas y metió dentro su rifle de asalto, la cerró y se sacó un pequeño walkietalkie del bolsillo de la chaqueta. Mientras lo encendía se colocó bajo el débil chorro de luz que arrojaba uno de los fluorescentes del techo que todavía funcionaba. Era de Oriente Próximo, tenía muchas entradas en el pelo, la barba corta y la nariz aguileña.

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