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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (38 page)

—Entonces, ¿no puede dar cuenta de ninguno de los dos durante un espacio de tiempo considerable?

—Supongo que no.

—Según su propia declaración, hubo un periodo de tiempo durante el que estuvieron solos, lo que significa que Sims y Rabbit no estuvieron con usted durante toda la misión.

Y usted me ha dicho que el sargento Rabbit llevó a un prisionero a la entrada y fue él quien informó de que Tyler estaba desaparecido. ¿Cómo sabe que no fue él quien redujo a Tyler y luego le rompió el cuello al prisionero? No tenemos pruebas concluyentes de que el prisionero muriese a causa de los explosivos que utilizó el equipo Alfa para abrir la puerta.

—¿Está acusando al equipo Eco? ¿Cree que el topo está dentro?

—No tengo ni idea de dónde está el topo y estoy poniendo en duda a todo el mundo —dijo con cierto tono de enfado—. No me gusta hacer suposiciones, capitán. Hasta que se demuestre lo contrario, todo el mundo es sospechoso.

Nos miramos mutuamente durante un minuto, pero luego asentí.

—Sí, maldita sea.

Church apartó la mirada para observar la entrada de un camión y luego volvió a mirarme totalmente compuesto.

—Quizá debería ampliar su búsqueda —dije—. En vez de actuar como la Inquisición con todo el mundo del DCM, quizá debería fijarse más en los que envían a estas personas. Todos han sido elegidos a dedo, ¿no? Bueno, entonces, ¿qué confianza tiene usted en la gente que los eligió?

Church me miró durante unos segundos y me pareció escuchar el mecanismo de su cerebro funcionando.

—Gracias por la sugerencia, capitán. No me sorprendería que hubiesen introducido al topo para destruir el DCM. Quizá ni siquiera tenga relación con los terroristas. Después de todo, los servicios de inteligencia se pelean constantemente entre ellos por la financiación y, probablemente, tengamos algún enemigo de alguna oficina de la que recibimos fondos.

—¿Sí?

—Seguro, pero ahora estamos en guerra y estamos más cerca de la primera línea que la mayoría. A decir verdad, siempre han existido el espionaje político y las traiciones en los servicios de inteligencia. Siempre ha sido así y ya forma parte de la vida diaria. Puede que la liberación de los caminantes de la sala 12 haya sido un acto terrorista o quizá lo hayan hecho para crearle problemas al DCM y desacreditarme.

—Los asesinatos en masa son algo un poco extremo para desacreditar a alguien. ¿O es usted tan importante?

Se encogió de hombros.

—Bueno, entonces déjeme que lo diga de otra manera. ¿Es usted tan vulnerable?

No esperaba una respuesta a eso, pero me sorprendió.

—No tanto como alguna gente puede llegar a pensar.

Sin embargo, no iba a elaborar ese comentario enigmático ni volver sobre el tema. Le sonó el móvil, respondió y escuchó durante un momento, tras el cual colgó sin hacer ningún comentario.

—El doctor Hu ha terminado de preparar al prisionero para el interrogatorio.

Cuando se giró para marcharse yo le corté el paso.

—Espere un minuto. Fallé ahí dentro, Church. La infiltración silenciosa resultó ser un asalto en toda regla y ha muerto gente. Me contrató para dirigir al equipo Eco y yo los conduje a una trampa.

Me miró fijamente a través de sus gafas casi opacas.

—¿Qué es lo que quiere escuchar? ¿Que estoy decepcionado? ¿Que la misión no estuvo bien dirigida? ¿Que quiero su dimisión?

No iba a darle el guión para mi propio despido, así que esperé a ver qué decía.

—Lo siento —dijo—, pero sigue siendo el líder del equipo Eco. No voy a hacer de general después de la batalla. Hasta ahora siguen siendo cuatro y ninguno es un caminante. A los equipos Baker y Charlie los destruyeron por completo; el equipo Alfa se ha quedado a la mitad… mientras que el equipo Eco, aunque es pequeño, permanece intacto.

—Eso no significa que sea el hombre adecuado para este trabajo…

Suspiró por la nariz.

—Si necesita la absolución, vaya a confesarse. Si necesita desahogarse, hable con el doctor Sanchez. Sin embargo, si cree que tiene la necesidad de arreglar las cosas y equilibrar la balanza, entonces ayúdeme a detener esta cosa. Además… anoche me dijo que quería esperar hasta que su equipo hubiese descansado. No lo hicimos y ambos podemos culparnos por ello, si es que alguien tiene que llevarse la culpa.

—¿Y qué hay de los refuerzos? Pensé que tenía más candidatos para el equipo Eco.

—Algunos ya han llegado. Están siendo procesados en el almacén, tal y como hablamos. Verán las grabaciones, les daremos charlas y cuando vuelva podrá empezar a entrenarlos.

—Quizá deberíamos enviar allí a Top Sims. A él y a Bunny. Podrían empezar a entrenar a los nuevos.

—¿No a Brown y a Tyler?

—Primero tengo que hablar con ellos.

Su teléfono volvió a sonar y, al mirar la pantalla, hizo una mueca de impaciencia con la boca. Entonces lo abrió y respondió.

—Sí, señor presidente —dijo. Yo arqueé las cejas, pero Church mantuvo su compostura habitual. Escuchó durante unos instantes y luego dijo—: Señor presidente, no tengo tiempo ni datos para hacer un pequeño comunicado. Lo que le puedo decir por ahora es que la planta de procesado de cangrejo estaba preparada para ser una trampa. Sí, señor, hemos sufrido muchas bajas. —Le contó un poco por encima el asalto. El presidente lo interrumpió al menos seis veces—. Tenemos un prisionero, señor presidente. Sí, correcto, solo uno. Ahora mismo voy a interrogarlo, así que el tiempo apremia. —Church escuchó un poco más y pude ver el momento en el que se le acabó la paciencia. Hizo algo que nunca nadie había hecho, que yo supiese, algo que no había creído que ni Church se atreviese a hacer—. Señor presidente, con todos mis respetos, esta conversación me está haciendo perder tiempo. El tiempo pasa y tengo que irme al interrogatorio y si sigue intentando microgestionar esto perderemos la mejor oportunidad que tenemos. Así que, por favor, señor, ciñámonos a nuestro acuerdo inicial. Será informado sin demora en cuanto esté preparado para hacer mi informe. Que tenga un buen día, señor.

No esperó respuesta, sino que cerró el teléfono sin más y se lo guardó en el bolsillo. Me vio mirarlo escandalizado y dijo:

—¿Qué?

—Church… ¿Acaba de colgarle el teléfono al presidente de Estados Unidos?

Él no dijo nada.

—Nadie hace eso. Nadie puede hacer eso. ¿Cómo demonios…?

Church hizo un gesto quitándole importancia.

—Tenemos un acuerdo. El DCM fue creado y sigue operando basándose en ese acuerdo.

—¿Le importaría compartir conmigo qué tipo de acuerdo es?

—Pues sí —dijo.

70

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 5.22 a. m.

El doctor Hu tenía al prisionero preparado en una gran furgoneta blanca dotada de equipo de diagnóstico. El prisionero estaba sentado en lo que parecía una silla de dentista y tenía las muñecas y tobillos atados con bandas de nailon. Una vía intravenosa goteaba un líquido claro en sus venas. Hu no me miraba a los ojos. No se había olvidado de nuestra pequeña bronca después del incidente de la sala 12. Ni yo tampoco.

Church acercó un taburete y se sentó. Yo me quedé junto a la puerta. Los ojos del prisionero se movían como flechas de un lado a otro, mirándonos a Church y a mí, probablemente intentando averiguar quién era el poli bueno y quién el poli malo.

—¿Cómo se llama usted? —preguntó Church.

El hombre dudó y después sacudió la cabeza.

Church se inclinó hacia delante, con los antebrazos apoyados en las rodillas.

—Usted sabe inglés. Es una afirmación, no una pregunta, así que, por favor, no pretenda fingir que lo ignora. Soy un representante del Gobierno de Estados Unidos. El resto de los hombres que están en esta habitación trabajan para mí. Sé que ha sido infectado con un agente patógeno que lo matará a menos que tome unas dosis regulares de una sustancia de control. Créame si le digo que si se niega a contestar, morirá, que la enfermedad de su sistema acabará con usted antes de que le podamos hacer hablar. En circunstancias normales eso podría ser así, especialmente si alguien que no fuera yo le interrogara. Ahora escúcheme atentamente. —Su voz era tranquila, con tono de conversación—. Me va a decir todo lo que quiero saber. No morirá a menos que yo lo permita. No va a quedarse callado. Nadie lo va a rescatar.

El hombre sudaba a chorros y sus ojos ya no se clavaban como una flecha en mí. Toda su atención física y mental estaba concentrada en el señor Church.

—Sabemos lo de la enfermedad de control. Conocemos su naturaleza. La vía intravenosa contiene la fórmula de control. Fue muy astuto esconderlas dentro de aspirinas normales, pero no lo suficiente, como puede ver. La muerte no le librará de esta conversación. La muerte no le librará de mí. Dígame que lo entiende.

Los músculos se apretujaban en las mandíbulas del hombre mientras luchaba por mantener su boca firmemente cerrada.

—Uno de sus camaradas nos dijo que habían cogido a su familia como rehenes, que los matarían si hablaba con nosotros. ¿Es así como lo controlan?

Church le dio casi treinta segundos, sin parpadear ni una vez, y después el hombre asintió con la cabeza, una vez, de forma espasmódica.

—Gracias. Tengo equipos de operaciones encubiertas en todos los países de Oriente Próximo y Asia. Con una llamada telefónica enviaré a un equipo en busca de su familia. Puedo ordenar a ese equipo que los rescate o bien que los torture hasta la muerte. Les puedo ordenar que capturen a su familia: esposa, niños, padres, primos, sobrinos y sobrinas hasta la cuarta generación. Si ordeno eso, entonces toda su familia, tal vez todo su pueblo, dejará de existir. Usted elige: o bien se les captura y son torturados, o son puestos en libertad con identidades falsas y dinero en un nuevo país. Todo eso depende de usted.

El hombre solamente soltó una palabra. El equivalente en iraní a «perro».

—La palabra que está usted buscando —dijo el señor Church— es «monstruo». —Lo dijo en un perfecto iraní. La palabra golpeó al hombre como un puñetazo y retrocedió ante ella—. Vamos a ver si nos entendemos. Sé que usted es un subordinado, un científico o un técnico de laboratorio. Han conseguido su lealtad mediante el temor por su propia vida y por las vidas de aquellos a quienes usted quiere. Un monstruo hizo eso. Alguien como yo. Esa persona estaba dispuesta a matar a personas inocentes, personas a las que usted quiere, con el fin de crear y lanzar un arma que matará a millones de personas. Imagine lo que yo estaría dispuesto a hacerles a usted y a su familia para proteger a todos aquellos a los que amo.

El hombre comenzó a abrir la boca, para decir algo más, pero no estaba claro si se trataba de una maldición o una confesión, porque encontró otro resquicio de determinación y se contuvo. Sus ojos y boca se apretaron de nuevo.

Church se inclinó hacia atrás y durante dos minutos observó al prisionero. Eso es mucho tiempo para resistir la mirada de alguien, más aún la de alguien con la intensidad personal del señor Church. El hombre se retorcía y sudaba.

—No creo que usted sea un militar —dijo Church—. A los militares se les entrena para que sean duros, para que sean fuertes, para resistir la tortura. Puedo ver en su cara y en la suavidad de sus manos que usted no va a ser capaz de resistir la tortura. Tenemos productos químicos. Tenemos aparatos. Podemos ser muy brutos y al final todos terminan hablando. Todos. Ni siquiera yo podría resistir algunas de las técnicas que se pueden utilizar y no soy blando. Este hombre de aquí —dijo, y por primera vez me señaló con un ligero gesto— es un soldado curtido en mil batallas. Lo vio usted hoy en combate, lo vio matar a mucha gente. Es un soldado, un líder, un asesino sin escrúpulos. Ni siquiera él podría soportarlo si el torturador se entregara a fondo.

—¡Yo… yo… no puedo! —dijo el hombre en una voz tan ronca que sonó como si tuviese afiladas rocas en la garganta.

—Sí que puede. Y lo hará. Nadie puede sobrevivir a lo que tenemos. Nuestra ciencia es demasiado buena. He estudiado la tortura, entiendo su magia. Lo único que puede hacer es hablar con nosotros ahora, trabajar con nosotros, ayudarnos a luchar contra esto.

—Mis hijos…

—Míreme —dijo Church con ligera intensidad—. Fíjese en mí. Si me da la información ahora mismo, enviaré a mis equipos para que los encuentren y los protejan. De no ser así, le sacaré la información de todas formas, pero me aseguraré de que busquen a todos los que hayan oído hablar de usted y los exterminen, de forma que no quede ningún recuerdo de usted o de su familia sobre la faz de la Tierra.

Sentí un escalofrío a lo largo de la parte inferior de mi columna vertebral y quise mandar a este hombre a hacer puñetas. Si Church solamente estaba jugando a confundir a este tipo, estaba haciendo un trabajo bastante bueno. También me estaba confundiendo a mí.

El prisionero abrió de nuevo la boca, la cerró, la abrió de nuevo… y finalmente dijo:

—Tiene que prometerme que mis hijos estarán seguros. Cuando estén seguros y en manos de estadounidenses, entonces yo… —La cara de Church era puro hielo y su mirada detuvo la frase que el hombre dejó a medias.

—Me está malinterpretando, amigo. Enviaré los equipos cuando reciba alguna información de usted. Cada segundo que usted pierda es un segundo más que sus superiores tienen para darse cuenta de que usted está en cautividad y eso significa que sus hijos están un segundo más cerca de la muerte. Está haciéndoles perder segundos de vida. ¿Es eso lo que quiere? ¿Quiere matar a sus propios hijos?

—No, en nombre de Alá, ¡no!

—Entonces hable conmigo. Sálvelos. Sea un héroe para ellos y para el mundo. Salve a todos hablando conmigo ahora. —Hizo una pausa durante un momento y entonces hizo hincapié en la palabra—. Ahora.

El hombre cerró los ojos y salieron lágrimas acumuladas tras los párpados cerrados. Inclinó la cabeza y la sacudió durante unos instantes.

—Mi nombre es Aldin —dijo, y un sollozo sacudió su pecho—. Le diré todo lo que sé. Por favor, no deje que mis hijos mueran.

71

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 6.47 a. m.

Cuando me bajé de la furgoneta del interrogatorio me sentía sucio. Comprendía la necesidad de lo que había hecho Church, pero aun así me hacía sentir como una mierda. Church se había llamado a sí mismo «monstruo», y creo que lo decía en serio.

—¡Joe! —Escuché mi nombre y cuando me di la vuelta vi a Rudy corriendo deprisa hacia el aparcamiento. Me agarró la mano y la sacudió y después retrocedió un paso para estudiar mi rostro—. ¡Dios mío!* La comandante Courtland me contó lo que ocurrió. No… No tengo palabras para ello, Joe. ¿Cómo estás?

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