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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (40 page)

Nos miramos el uno al otro, pero entonces pude ver que algo cambiaba en el fondo de sus ojos. Algo de lo que le había dicho había dado en el blanco. Dio un paso atrás y me sacudió el brazo.

—Ah… ¡mierda!

—¿Y eso qué significa? ¿Que estás dentro?

Estábamos en la sala de duchas de la planta de procesado de cangrejo y miró hacia el suelo mientras, distraídamente, se frotaba el lugar del pecho donde las balas le habían roto el esternón.

—Treinta años, Joe. Treinta años en este trabajo y nunca me había hecho un solo arañazo. Ni una esquirla y va ese maldito gilipollas y casi me da pasaporte. Si no hubiera tenido el Kevlar, estaría muerto.

—Sí, hombre, lo sé. Lo bueno es que sí lo llevabas puesto. El universo te echó un cable.

—Dios mío, ¿has estado leyendo El secreto o alguna mierda así? —Frunció el ceño y después suspiró larga y profundamente, estremeciéndose un poco mientras lo hacía. Entonces me dedicó una sonrisa pequeña y torcida—. Tú sí que eres un grano en el culo, ¿lo sabías? ¿Al menos conseguiste guardarme aquel bote Cigarrette?

—Um, bueno, no —dije—, en cierto modo lo volamos por los aires.

—¡Mierda! —dijo. Se giró y miró alrededor de la estructura en ruinas de la sala de duchas—. De acuerdo, maldita sea, ¡que empiece el espectáculo!

Le ofrecí mi mano y nos dimos un apretón.

—Gracias, Jer. Esta te la debo.

—Me debes una puta lancha.

—Veré lo que puedo hacer —dije, preguntándome si Church tendría algún amigo en esa industria.

Había un investigador forense del FBI a mano para ayudar a Jerry y me divirtió ver que era el agente Simchek, mi viejo amigo Cabezacubo, quien me había sacado de la playa y me había metió en este embrollo. No me devolvió el saludo y solo le dedicó a Jerry una mirada seca e indiferente. Al FBI no le gusta nunca ocupar un segundo plano ante los polis corrientes. Simchek iba equipado con un equipo completo de recogida de pruebas y un aire de desaprobación.

No le estaba haciendo la pelota a Jerry cuando dije que era el mejor. Había trabajado con él en el destacamento especial y en otros casos que tenían conexiones entre Washington y Baltimore. Se me dan bien las escenas del crimen, pero Jerry es mejor que yo o que cualquiera de quien haya oído hablar. Si hubiese alguna manera de persuadirle para que se alistara en el DCM como director de forenses lo intentaría sin dudarlo. Church dijo que me podría conseguir todo lo que quisiera.

Jerry miró las filas de taquillas detrás de las que se había escondido Skip.

—Aquí hubo una pelea. —Se puso en cuclillas, con cuidado para no hacerse daño en el pecho, y miró al suelo, dirigiendo una linterna de bolígrafo hacia diferentes ángulos para evaluar las sombras que proyectaban el polvo y los residuos. Pidió a Simchek marcadores de pruebas y recibió una pila de pequeños cuadros de plástico en forma de «A». Jerry colocó en el suelo cuatro de los marcadores numerados de color naranja e hizo ademán de levantarse, después se volvió a sentar sobre los talones y entrecerró los ojos un momento, entonces gruñó—: Ingenioso.

Simchek y yo nos miramos. Jerry frunció el ceño un momento y después añadió un quinto marcador, justo entre el primer y segundo grupo de taquillas. Ahí fue cuando lo vi, pero debo reconocer que nunca lo habría visto si Jerry no lo hubiese señalado primero. Esa es la razón por la que lo quería a él. No puedo quitarle mérito a Simchek, que tardó poco más en darse cuenta.

—¿Eso es una puerta? —preguntó.

—Ajá —dijo, Jerry mientras se ponía de pie—. Creo que uno de tus chicos desapareció aquí, en el punto de infiltración. No hay otra forma de salir de esta sala excepto el pasillo y la entrada que volaron con explosivos. Las marcas de los pies muestran claramente que utilizó el primer grupo de taquillas a modo de parapeto. Me imaginé que a menos que fuera un maldito bobo tenía que haber otro punto de acceso, de lo contrario, habría sido imposible acercarse sigilosamente a un centinela armado.

Tenía mucho sentido que hubiera otra puerta, así que la busqué y voilà! Pero no la abriremos hasta que la brigada antiexplosivos la inspeccione. Pero apuesto una flamante moneda de cinco centavos a que esta puñetera se abre de forma silenciosa.

Hice la llamada y continuamos, pero nos detuvimos casi de inmediato, ya que Jerry y Simchek habían echado el primer vistazo a lo que llenaba el pasillo. El aire estaba atestado de moscardas. Los cadáveres yacían por separado o juntos como si formasen parte de una grotesca danza; se habían desplomado contra las paredes o estaban hechos pedazos. Más allá de los primeros cuerpos había una cordillera formada por cadáveres. El aire estaba muy cargado con el zumbido de las moscardas.

—¡Santo…! —A Simchek le falló la voz y cerró los ojos. Jerry se vino abajo y casi tuvo que apoyarse contra la pared. Tras unos instantes, Jerry sacó de su bolsillo un frasco de Vicks VapoRub, se untó un poco en el labio superior y me lo pasó sin hacer ningún comentario; cogí un poco y se lo pasé a Simchek. Incluso con el mejunje mentolado el denso olor era casi insoportable. Tuvimos que gatear literalmente sobre los cuerpos para poder llegar al otro extremo del pasillo. Fue una experiencia que sabía que se me quedaría grabada para siempre.

Cuando llegamos al ramal corto del vestíbulo, donde había estallado la bomba, vi que gran cantidad de las pruebas (ropa y otros artículos) habían desaparecido, se habían desintegrado en átomos, junto con algunos miembros del equipo Alfa. Todo lo que quedaba en algunos sitios eran trozos de tela y manchas de color rojo. Jerry estuvo de pie durante un rato, mirando la ropa que quedaba, silbando una canción en tono bajo.

Simchek se me acercó y susurró:

—¿Se ha quedado sin ideas?

Sin volverse hacia nosotros Jerry dijo:

—¿Queréis decirle a una madre italiana cómo preparar pasta?

—¿Cómo? —me preguntó Simchek frunciendo el ceño.

—Quiere decir que cierres el pico —interpreté y Simchek se quedó en un molesto silencio.

Jerry volvió a recorrer el escenario del crimen, pero no dijo una palabra. Su estado de ánimo se había ido desinflando y quizás por fin comprendió el alcance de todo aquello.

Finalmente dijo:

—Esto va a llevar un buen rato, Joe… dejadme trabajar solo, ¿de acuerdo?

—Claro, Jer —dije y lo dejamos trabajando en ello.

74

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 11.54 a. m.

Me senté sobre una mesa plegable junto a Ollie Brown y durante dos minutos enteros lo miré y no dije nada. Me mantuvo la mirada todo el tiempo. Yo estaba esperando que sudara, se avergonzara y mirase para otro lado. Pero no lo hizo.

Estábamos en una pequeña sala, en la parte posterior de un remolque de viaje que pertenecía al DCM. Su cara estaba gris de puro agotamiento y tenía manchas oscuras debajo de los ojos.

—Me está echando la mirada, capitán —dijo al fin.

—¿Qué mirada?

—La que dice que tiene un problema conmigo.

—¿Es eso lo que estoy diciendo?

—¿Quiere que yo admita que la cagué? De acuerdo, la cagué. Ya está, ya lo he dicho.

Esperé.

Él suspiró y dijo:

—Dejé que me cogiesen por sorpresa. Si está esperando que pida disculpas y salga arrastrándome, entonces olvídelo. Si quiere expulsarme del equipo, entonces adelante.

—¿Crees que solo se trata de eso?

—¿Ah, no? Usted me llamó, me hizo esperarle durante una hora y después se sienta ahí mirándome de esa forma. ¿De qué otra cosa se podría tratar? O… ¿me va a cubrir de mierda por lo que ocurrió durante el tiroteo? —No dije nada, así que hizo una mueca—. ¡Mierda! Mire…, señor…, puede que este asunto de los zombis a usted no le moleste, pero yo estoy cagado de miedo. Cuando estábamos allí dentro íbamos perdiendo y empecé a pensar en lo que iba a ocurrir. Ya me imaginaba con un mordisco. Desde que vi a aquellos niños ayer no consigo quitármelo de la cabeza. Así pues, sí, tengo temblores. Todavía me tiemblan las manos. Vi a uno de esos caminantes aparecer de repente y le pegué un tiro. Usted se movió justo cuando disparé y la bala le pasó rozando. Las cosas se estaban poniendo bastante feas y yo estaba asustado a más no poder. Así que lo admito. ¿Ya está contento?

No, pensé. No lo estaba. No es por ahí por donde esperaba que derivase esta conversación.

—Dime de nuevo cómo te cogieron.

—Se lo he contado dos veces. Cuatro al doctor Sanchez y cinco al sargento Dietrich. La historia no va a cambiar porque no hay margen para que cambie. Sentí una quemadura en la parte posterior del cuello y lo siguiente que recuerdo es despertarme atado a una silla y que un gilipollas con turbante me está dando una paliza. Luego entraron usted, Top y Bunny, y, bueno, ya conoce el resto.

Esperé unos segundos más, pero no parecía que Ollie fuera a empezar a sudar enseguida. Si todo esto era una actuación, era realmente buena. Lo que dije fue:

—Sala 12.

Un mal actor se habría puesto de pie de un salto y habría puesto el grito en el cielo en ese mismo momento. Ollie ladeó la cabeza hacia donde yo estaba y me miró como si le hubiese pedido que explicara su participación en el saqueo de Roma.

—¡Ah! —dijo en voz baja, medio sonriendo—. Así que es eso.

—Es eso.

Se inclinó hacia atrás y se cruzó de brazos.

—No —dijo, y no dijo nada más.

75

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 12.44 a. m.

Skip parecía nervioso por lo que había ocurrido en la planta. Le habían alcanzado muchos de los escombros que cayeron cuando Dietrich atacó y tenía magulladuras y puntos de sutura adhesiva en la cara. Mientras esperaba que yo hablase no dejaba de entrelazar y separar los dedos sobre la mesa.

—Aquello fue la hostia, ¿verdad? —preguntó riéndose con nerviosismo.

—Fue memorable —confirmé y después le di otra dosis de aquel largo tratamiento de silencio. Su reacción fue justo la opuesta a la de Ollie; Skip era más joven y más inquieto. No dejaba de mover las manos y los ojos. Estaba tan histérico que era difícil obtener ninguna impresión de él. Hasta ahora había sido el menos guerrero, entre comillas, del equipo, aunque hay que reconocer que en las dos batallas contra los caminantes había sido rápido y eficaz. Grace dijo que estaba medio desquiciado cuando lo encontró el equipo Alfa y tal vez eso fuese lo que yo estaba viendo ahora: las secuelas de luchar en solitario contra aquellos monstruos. Recordé mis propias reacciones después de luchar contra Javad. Me quedé helado, vomité y comencé con el tembleque.

Por otra parte, él, al igual que Ollie, nos había dicho que lo habían pillado por sorpresa en la planta de procesado de cangrejo. Estudié su cara. No había forma de saber si el topo estaba en mi equipo, y menos aún si era Ollie Brown o Skip Tyler. Pero de las dos posibilidades, a mí me parecía más difícil de creer que fuese Skip. Puede que estuviese interpretando su papel o quizá fuese tan inocente como parecía. Yo estaba demasiado agotado como para confiar en mi propio criterio.

—Nuestro experto forense ha averiguado cómo te cogieron —dije después de un rato.

Él se quedó inmóvil como un perro de caza.

—¿Qué diablos ocurrió? ¿Una puerta secreta?

—Puerta secreta —afirmé.

—Hijo de puta.

Asentí. Skip miró el tablero de la mesa durante un largo rato y cuando levantó la cabeza tenía los ojos húmedos.

—Lo siento, señor.

Esperé.

—Debería haberlo comprobado.

—Tienes suerte de que no te hayan matado.

Apartó la mirada durante un momento mientras tomaba un respiro tranquilizador.

—Señor… después de lo que vi ayer y hoy, después de lo que hice…

—¿Qué hiciste?

—Yo… disparé contra mujeres. Y niños. Ancianas. Personas. Maté a muchas personas —dijo en un susurro. Le temblaba la voz, se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar.

Me recosté en mi silla y le observé. Su tristeza lo inundaba todo. Llenaba la habitación.

Me preguntaba qué estaría pensando Rudy de todo esto. El DCM tenía cámaras que nadie podía localizar y Rudy estaba en la sala adyacente observándolo todo.

76

Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 1.18 p. m.

Después de dejar salir a Skip me llamaron por teléfono. Era Grace.

—¡Joe! —dijo con urgencia—. Es Aldin… ¡Date prisa!

Salí corriendo de la sala y crucé a toda velocidad el aparcamiento hasta llegar a la furgoneta de interrogatorios y, al llegar, vi a Aldin tumbado en el suelo. El doctor Hu y dos enfermeras lo estaban atendiendo frenéticamente y el pequeño prisionero se sacudía con convulsiones. Todo el mundo llevaba puestas mascarillas y guantes de látex. Cogí una mascarilla y un juego de guantes de la mesa y me los puse.

—Lo estamos perdiendo —dijo Hu entre dientes, desesperado.

—¿Qué está pasando? —pregunté agachándome junto a Grace, que estaba sujetando a Aldin por los pies.

—Es la enfermedad de control. Se ha activado… Se muere.

Le lancé una mirada a Church.

—Pensé que había dicho que le había dado el antídoto.

—Y lo hicimos —dijo Church—, pero no está funcionando.

—Creo que es una enfermedad diferente —dijo Hu mientras trabajaba—. Esta es mucho más agresiva. Quizá una cepa distinta, no lo sé.

Puse las manos sobre el pecho de Aldin para intentar evitar las sacudidas, pero estaba enfadado.

—Venga, doctor, ¿dos virus de control diferentes? Eso es una gilipollez.

Como para contradecirme, Aldin se empezó a convulsionar de nuevo. Cada músculo de su cuerpo parecía agarrotarse y encogerse al mismo tiempo. Fue tan repentino y tan fuerte que casi salimos volando.

—Mi… mi… —Aldin intentó hablar con los dientes apretados.

—Libérale la boca —dije.

Hu dudó y miró a Church, pero este asintió.

—El capitán le ha dado una orden, doctor.

Hu retiró el tubo de aire de mala gana. Aldin tosió y tuvo arcadas.

—¿Mis… hijos? —dijo sin aliento—. ¿Están… a salvo?

—Sí —dije, sin saber si era cierto o no—. Los encontramos a tiempo. Están a salvo.

Él cerró los ojos y la violencia de los temblores pareció disminuir a medida que el alivio invadía su rostro.

—Gracias. Gracias a… Alá.

Le puse la mano en el hombro y apreté. Entonces se recostó en el suelo y las convulsiones desaparecieron durante un momento.

—Dinos cómo ayudarte.

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