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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (49 page)

—¿Solo tienes dos dosis? —preguntó el Guerrero—. ¿Qué hay de tu amante, Andrea?

—Ella es una mujer. —Ahmed extendió las manos en un gesto de hombre de mundo—. Todos haremos sacrificios. El Mujahid asintió. Él había hecho los suyos para la causa en lo referente a mujeres.

—No hay otro Dios más que Alá —susurró Ahmed.

—Y Mahoma es su profeta —completó El Mujahid. Ahmed puso el coche en marcha y avanzó.

99

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 11.26 a. m.

Brierly nos dijo que se reafirmaba en su decisión de habernos enviado a Ollie y que apostaría su reputación a que Ollie era un «auténtico estadounidense» de cabo a rabo. Una frase que utilizó tres veces.

—Oigan, tengo que gestionar un evento. La primera dama llegará en un par de minutos.

—¿Le importa si nos damos una vuelta por ahí, señor? —preguntó Grace.

Él frunció el ceño.

—¿Voy a tener algún problema hoy aquí?

En ese momento intervine yo.

—¿No está de acuerdo en que desde el 11 de septiembre existe una amenaza potencial en todos los eventos festivos y políticos importantes?

Brierly me estudió unos segundos y luego su voz se convirtió en un susurro amistoso.

—No me joda, capitán. Esta mañana recibí un maldito memorándum un tanto críptico de Washington que decía «Mantenga los ojos abiertos», pero no había detalle alguno y no me gusta que no me informen. Si su equipo está aquí por una amenaza específica entonces tengo que saberlo ahora mismo, joder.

Abrí la boca para responderle con el mismo tono, pero Grace se puso entre ambos, cogió a Brierly por el hombro y se lo llevó aparte, lejos de los oídos de todos los que estábamos en la sala. Estuvieron con las cabezas inclinadas durante tres minutos y pude ver cómo el cuerpo de Brierly se iba poniendo cada vez más tenso a medida que pasaban los segundos. Entonces él asintió y se fue hacia la puerta, caminando como su tuviese los calzoncillos llenos de cristales afilados.

—¿Qué le has dicho? —le pregunté cuando volvió a mi lado.

—La verdad —dijo—. O al menos cuanto necesita saber.

—Parece que no le ha gustado mucho.

—¿Te gusta a ti o qué?

—Touché.

—Dijo que aumentará disimuladamente el círculo de protección de la primera dama. Tiene unos cuantos agentes de paisano que se pueden mezclar entre la multitud en la ceremonia.

—Bien. Cuantos más, mejor.

Otro agente entró en la cámara un minuto después y se apresuró hacia nosotros. Se presentó como Colby, el número dos de Brierly.

—Me han pedido que les ponga al día sobre la seguridad del lugar. —Nos condujo hasta una puerta que decía «Solo personal», oculta tras una pantalla, en la que estaba impresa la Declaración de Independencia—. Si necesitamos sacar a la primera dama en caso de crisis, los agentes la escoltarán por aquí y luego cerrarán con llave la puerta una vez dentro. Ahí atrás hay oficinas y otras salas, y tenemos un punto seguro designado, así como rutas de escape.

Cuando se marchó, marqué el número de móvil de Robert Howell Lee y, tras verificar que era una línea segura, me identifiqué y leí la nota del presidente que ordenaba a todo el mundo ofrecer su total e inmediata colaboración a mi investigación. Respondió con un largo silencio y me lo podía imaginar intentando averiguar qué coño estaba pasando. No se lo había dicho. Rompí su silencio y le pregunté si podría reunirse con nosotros en la cámara de la Campana.

—¿Cómo? ¿Quiere decir… ahora? —preguntó—. ¿Está loco, capitán? ¿Tiene alguna idea de lo que está pasando? Tenemos…

—Podemos sacar unos minutos después de los discursos —dije, interrumpiéndolo—. No nos llevará demasiado.

—¿Al menos puede decirme de qué carajo va todo esto?

Grace había vuelto, y ella y Rudy se habían acercado para escuchar el contenido de la llamada. Ella dijo articulando los labios: «Juega tu baza, Joe».

Así que lo hice.

—Sí, señor. Estamos aquí en representación del Departamento de Ciencia Militar. —Le dejé digerir aquello. Inocente o culpable, era toda una bomba y tenía que reaccionar.

—Por el amor de Dios —dijo. Luego hubo otra pausa—. De acuerdo, denme unos minutos. Estoy al otro lado del Independence Mall, en el centro de comunicaciones, y tengo que buscar a alguien para que me cubra. —Y luego colgó.

Me giré hacia Rudy.

—¿Y bien? ¿Te pareció asustado?

Él se encogió de hombros.

—Parecía apurado.

Grace asintió.

—Afrontémoslo. Hemos elegido un momento estúpido para venir aquí.

—No se puede pillar a alguien con la guardia baja si le das tiempo para prepararse —dijo Rudy.

Ella se encogió de hombros y yo miré a mi equipo. El rostro de Ollie era pura hostilidad y lo fue desde el momento en que nos vio entrevistando al hombre que lo había enviado al DCM. Me miró con esa manera de entrecerrar los ojos tan típica de los francotiradores y yo se la devolví. Skip vio nuestro intercambio de miradas y frunció el ceño; después dio medio paso para separarse de Ollie, como si temiese estar en medio de algo. Me di cuenta de que Top, Bunny y Gus estaban mirándolo a él y luego a mí, pero nadie dijo nada.

La puerta que estaba a nuestras espaldas se abrió y entró un hombre grande. Llevaba la corbata estándar azul marino y roja del Servicio. Era tan grande como Bunny, con hombros anchos, un brillante pelo rojo y una nariz irlandesa respingona.

—¿Quién es usted? —preguntó Dietrich con brusquedad, moviéndose para interceptarlo.

—Agente especial Michael O’Brien —dijo el hombre sorprendido, mostrando su identificación. En la otra mano llevaba una caja de metal—. Me encargaron que comprobase la sala antes de que el grupo de la primera dama entre para los discursos.

Gus cogió la identificación y llamó para verificarla mientras inspeccionaba la caja de metal. Contenía los típicos escáneres electrónicos y los rastreadores de nitratos que mostrarían si alguien había puesto micrófonos ocultos o bombas en la sala. Dietrich asintió para mostrar su aprobación y le devolvió la identificación.

Dietrich cerró el teléfono móvil y luego hizo un amago de saludo al agente.

—De acuerdo, O’Brien… la sala es suya.

100

Gault / Exterior del búnker / 4 de julio

El Rover estaba al abrigo de un conjunto de palmeras a poco más de noventa metros de la tienda que ocultaba la entrada al búnker de Amirah.

—¿Y ahora qué, señor? —preguntó el conductor—. ¿Su contacto se reunirá aquí con usted?

—En cierto modo —dijo Gault—. ¿Toys, haces el favor?

Sin mediar palabra, Toys sacó la pistola y le disparó al conductor en la nuca. El impacto hizo caer al hombre contra el volante y salpicó la ventana con sangre brillante.

—Lo siento, colega —dijo Gault con aire distraído.

La cara de Toys era impasible mientras retiraba el cargador y lo sustituía. No quería quedarse con una bala de menos en algún momento crucial. Miró el reloj y dijo:

—El equipo de Zeller tardará todavía veinte minutos. ¿Quieres esperarle? No me gusta estar tan expuesto.

Antes de que Gault pudiese responder, sonó el teléfono por satélite y Toys puso el altavoz. Por un momento a Gault se le encogió el corazón con la esperanza de que fuese Amirah, pero entonces escucharon la voz del Estadounidense.

—¿Línea?

—Libre, amigo mío. ¿Cómo van las cosas?

—El DCM… ha enviado agentes para entrevistarme.

—¡Joder! ¿Cómo ha ocurrido eso?

—No lo sé… Sebastian, tienes que hacer algo.

Gault estuvo a punto de echarse a reír.

—¿Qué esperas exactamente que haga? Estoy en la otra punta del mundo.

—Tengo que marcharme. No hemos podido encontrar a El Mujahid. ¡Podría estar en cualquier parte! Y esos agentes están aquí mismo… ahora.

—¿Que no lo habéis encontrado? —preguntó Gault perplejo—. Escúchame, te estamos pagando demasiado dinero para que dejes que se te vaya de las manos algo tan importante. ¡Arréglalo!

—¿Cómo? La única forma de añadir más activos que ayuden en esto sería acudir a mis propios superiores y eso me metería en una prisión federal durante el resto de mi vida.

—Bueno, me atrevería a decir que el que te arresten será el menor de tus problemas, ¿no crees? —La voz de Gault era un témpano de hielo.

—¿Qué hago?

—Haz las llamadas que tengas que hacer para que las autoridades correspondientes conozcan la amenaza. Llama al DCM. Diles que has recibido un soplo anónimo, algo así. Diles que existe una amenaza biológica. Y, por el amor de Dios, no me menciones a mí e intenta no implicarte tú. Quizá puedan detener al Guerrero antes de que abra las putas puertas del infierno. Luego márchate lo más lejos que puedas. Una isla en cualquier parte. Si esto se libera, una isla será tu única oportunidad.

—Dios…

—Yo estoy a punto de rematar mi parte. Te sugiero que hagas lo mismo. Sé un héroe. Salva el día.

El Estadounidense murmuró algo que Gault pensó que era un avemaría y luego la línea se cortó.

—Maldita sea —dijo mirando a través del parabrisas manchado de sangre—. El tío es un cobarde y un gilipollas.

—Cada uno recibe por lo que paga —dijo Toys con un suspiro de irritación y, a continuación, miró el reloj—. Todavía faltan dieciséis minutos para que el equipo de Zeller llegue al búnker. Podemos esperar aquí sentados sin más.

—No —dijo Gault. Salieron del coche blandiendo sus pistolas. No había movimiento, así que se apresuraron rápida y silenciosamente hacia la hilera de tiendas que había junto a la ladera de la montaña. El campamento parecía desierto, pero al cruzar del cobijo de una tienda a otra encontraron cuatro cadáveres en fila, con las manos y los tobillos atados y los cuellos cortados. Su sangre había impregnado la arena del desierto y las moscas volaban a su alrededor. Todos eran hombres de Gault.

Toys resopló.

—Adiós al elemento sorpresa.

101

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 11.47 a. m.

El agente especial O’Brien completó su barrido del centro, volvió a colocar todo en la caja de metal y la metió debajo del podio. Linden Brierly entró por otra puerta y con él venía un contingente de agentes del Servicio Secreto con caras lúgubres y al menos cuatro miembros de mi antiguo destacamento especial. Detrás de ellos iba la mitad de los miembros del Congreso, un par de docenas de políticos locales, la primera dama y la esposa del vicepresidente. Nos pusimos contra la pared e intentamos fundirnos con el fondo, como se suponen que tienen que hacer los agentes del Servicio Secreto. Algunos de mis ex compañeros de destacamento me miraron raro, pero ninguno rompió el protocolo para hablar de los viejos tiempos.

Robert Howell Lee todavía no había llegado. Miré a Grace, que se encogió de hombros.

—Dale tiempo —dijo.

Pero no había tiempo. Brierly, estresado y sonrojado, intentaba guiar a las damas a sus puestos entre las dos campanas, pero las mujeres no estaban cooperando. Se paraban a saludar a todo el mundo y se enredaban en charlas mientras, fuera, la prensa sacaba fotos a través de los grandes ventanales. Y detrás de la prensa había una auténtica marea de gente que esperaba a que empezasen las celebraciones. Finalmente dejaron entrar a unos doscientos civiles en la sala, lo que significaba que estábamos como sardinas en lata.

Miré a mi alrededor. Top y Ollie estaban justo en frente de nosotros; Bunny y Skip estaban a mis tres en punto y Gus a nuestras nueve.

—Esto va a ser un maldito circo —dijo Grace en voz baja.

—Prepárate… Creo que todos los que llevan traje van a dar un discurso prolijo.

La primera dama, ataviada con un bonito y estiloso vestido y un absurdo sombrero, subió los escalones del podio, dio un golpecito en el micro y dijo la típica frase: «¿Está encendido?» que, aunque parezca raro, consiguió arrancar alguna risa. Vi al agente especial O’Brien de pie junto a la puerta más alejada, escaneando a la multitud lentamente. Lo más raro es que estaba sonriendo. Creo que nunca he visto a un agente del Servicio Secreto sonreír. No cuando trabaja.

Mientras la primera dama se lanzaba a dar su discurso, busqué entre la multitud a Robert Howell Lee, pero no podía apartar los ojos de O’Brien. Aquella sonrisa me preocupaba.

102

Gault / El búnker

Gault llamó por radio a su equipo de asalto para informarle de que él y Toys habían procedido a entrar.

—Si no tienen noticias nuestras en diez minutos, ataquen a discreción.

—Allí estaremos —le aseguró el capitán Zeller.

Luego, Gault y Toys entraron en la cueva poco profunda que conducía a la escotilla del búnker. No encontraron a nadie, pero no se confiaron y ambos tenían sus pistolas preparadas. Toys cubrió a Gault mientras este accedía al teclado de entrada que estaba oculto en la pared. No utilizó el código estándar. Amirah era demasiado lista para eso. En su lugar, introdujo una secuencia numérica que burlaba el dispositivo de seguridad utilizando una puerta trasera que él mismo había creado en el programa informático de seguridad. El código nuevo desactivaba todos los escáneres de vídeo externos, incluidos los de la cueva y los monitores que vigilaban la puerta de atrás. Así el equipo de Zeller podría aproximarse sin ser visto.

Gault introdujo un segundo código y la puerta se abrió. No se abrió la gran exclusa de aire. En lugar de eso, a su izquierda, la cresta alta y delgada de una roca se deslizó hacia arriba mediante un silencioso sistema hidráulico para descubrir un pasadizo estrecho. Nadie, ni siquiera Amirah, conocía esta entrada.

Cuando la puerta se abrió, Gault sintió que recuperaba un poco más de confianza. Había varias cosas que Amirah no sabía del búnker. Después de todo, en realidad no eran sus instalaciones.

Pertenecían a Gault.

103

Centro de la Campana de la Libertad / Sábado, 4 de julio; 11.59 a. m.

Me acerqué a Grace y le dije:

—Llámame paranoico, pero aquel agente de allí me está dando malas vibraciones. —Le dije hacia dónde tenía que mirar y ella miró de reojo a O’Brien y luego abrió el teléfono para llamar y pedir una descripción física del agente especial Michael O’Brien.

—La descripción coincide —dijo, pero por la expresión de su rostro, a ella también le daba mala espina. Dijo al teléfono—: Transfiérame al canal seguro del director Brierly.

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