El sudor de los pies humanos parece que es aún más fácil de detectar por la nariz del perro. Los sabuesos siguen una pista que ya tenga seis días y rastrean a una persona hasta ciento sesenta kilómetros. El olor de pies humano es tan fuerte para un perro que es capaz de distinguir por dónde han pasado unos incluso en zonas por las que transita mucha gente. Y todos llevando zapatos.
A causa de esta cualidad, que es posible debido a que la nariz del perro posee los cientos veinte millones de células sensibles al olor, al lado de los cinco millones de los humanos, se ha buscado en muchas esferas la ayuda canina, algunas muy conocidas y otras no tanto. Se empleó a sabuesos para seguir y rastrear a esclavos huidos y, después, a criminales escapados; pero es menos sabido que se hayan usado perros para saber si un par de gemelos eran idénticos o sólo fraternos. Dado que el olor personal humano se hereda genéticamente, los gemelos univitelinos poseen idéntico olor corporal y los perros no pueden distinguirlos, mientras que los gemelos bivitelinos poseen un olor corporal diferente y pueden distinguirse con facilidad.
Otras tareas confiadas a las narices perrunas han incluido la búsqueda de trufas, la detección de drogas, la localización de bombas y el rescate de las víctimas de un alud, enterradas bajo la nieve. Las tres drogas principales, marihuana, cocaína y heroína poseen unos olores muy característicos, y los perros los huelen aunque hayan sido cuidadosamente escondidas dentro de otros objetos. Los traficantes de drogas han efectuado intentos para enmascarar los mencionados olores, pero han sido descubiertos. Envolver los paquetes de drogas con perfumes fuertes, especias, tabaco, cebollas o bolas de naftalina, jamás han engañado a los perros especialmente entrenados empleados por las divisiones antidroga. En cuanto los canes empleados por los cuerpos de desactivación de bombas no han tenido dificultades para detectar el azufre en la pólvora, o el ácido en la nitroglicerina. En lo que se refiere a distinguir olores extraños, la nariz del perro sigue siendo mucho más eficiente que cualquier máquina construida por el hombre.
Durante la evolución, la presión principal para desarrollar semejantes asombrosas facultades olfatorias fue, naturalmente, la detección de la presa por el olor a una gran distancia. Se ha observado que un lobo advierte el olor de un ciervo a favor del viento a una distancia de más de dos kilómetros. En cuanto el olor del ciervo llega a la manada de lobos, todos los componentes detienen su marcha y apuntan con sus cuerpos directamente hacia la presa. Tras permanecer inmóviles durante un momento, comprobando el olor, se unen, nariz contra nariz y agitando excitados las colas. Luego, al cabo de diez a quince segundos, salen disparados hacia el ciervo y la caza da comienzo. Para unos animales así, en especial los que viven en el helado norte, un agudo sentido del olfato significa la diferencia entre la vida y la muerte. Y es esta refinada habilidad la que han heredado nuestros perros.
Una actividad canina que origina la desesperación de sus dueños es el impulso que sus animalitos sienten de pronto y les hace lanzarse sobre algún objeto de olor repelente y luego revolcarse sobre él con la mayor despreocupación. Puede elegir una carroña, descubierta por casualidad en un largo paseo por el campo, o un fragmento de boñiga de vaca o de caballo. Se ha sugerido que esto representa el intento por parte del perro de borrar el olor de un rival con su propio olor. Esta interpretación se deriva de la observación de que, cuando un perro ha levantado la pata y dejado una «marca» de orina sobre un poste muy oloroso, cualquier perro que pase después se sentirá impelido a enmascarar el olor anterior levantando la pata y orinando exactamente en el mismo lugar.
No obstante, existe un fallo en esta explicación. El olor personal dejado al frotarse contra un objeto es mucho más débil que el depositado al orinar o defecar. Los objetos olorosos que los perros eligen para revolcarse en ellos tienen un olor particularmente potente y, si la función de la acción fuera enmascararlo sería mucho más lógico emplear la orina y las heces en abundante cantidad. Pero nunca se observa una acción así. Esto deja claro que el perro que se revuelca no pretende con ello enmascarar el fuerte olor de la sustancia, por lo cual debe buscarse otra explicación.
La respuesta más verosímil es que el perro no está tratando de dejar su aroma en el objeto, sino todo lo contrario. Al revolcarse sobre los excrementos de una vaca o los olorosos restos de algún otro animal, como un caballo o un ciervo, el perro cubre su pelaje con el olor extraño. Y esto le provee del perfecto camuflaje para cazar esos mismos animales. Incluso una repelente carroña, aunque su olor no sea parecido al de la presa, confiere al perro un olor menos depredador.
Una interpretación diferente busca en el «autoolor» una forma de hacer llegar la información a los otros miembros del grupo social del perro. Si un perro encuentra los excrementos de una posible especie de presa, se revuelca encima de ellos y luego regresa de su exploración para reunirse con los demás perros, puede estar contándoles su valioso hallazgo, y con ello instigar a una caza en grupo. Es verdad que, cuando un can se ha «perfumado» con excrementos, se hace muchísimo más interesante para sus amigos caninos, aunque le ocurra todo lo contrario con sus compañeros humanos. Sus congéneres lo rodean y lo olfatean con mucha atención, leyendo aquellas excitantes novedades olorosas. Pero no se sabe si, en estado salvaje, ello lleva en realidad a una caza inmediata.
El hecho de que, en experimentos de laboratorio, los perros se revuelquen sobre una amplia variedad de sustancias de fuerte olor, incluyendo cáscaras de limón, perfume, tabaco y basura, ha sido considerado como argumento en contra tanto de la teoría del camuflaje como de la de incitación a la caza. Sin embargo, la explicación es, simplemente, que los perros caen en una especie de éxtasis de olor cuando encuentran cualquier sustancia de poderoso aroma, sin tener en cuenta su particular naturaleza. Resulta difícil probar o debatir una idea así, por lo que el asunto posee escaso valor. Y conviene recordar que, en estado salvaje, donde evolucionó esta respuesta, el olor más fuerte que suelen encontrar es un montón de excrementos de una especie de presa. Las carroñas o restos de animales muertos no permanecen el tiempo suficiente para empezar a heder. En un auténtico lugar salvaje serían engullidas mucho antes de que esto sucediese. Y los otros artículos, como el perfume y el tabaco, no estaban disponibles para los lejanos antepasados de los canes. Por lo tanto, la reacción del perro moderno hacia ellos puede tener un significado escaso o nulo en términos de supervivencia.
Se ha sugerido que se trata de un aspecto más de su conducta para dejar marcas de olor, durante la cual el perro deposita en el suelo el producto de sus glándulas anales. Muchas otras especies de carnívoros tienen glándulas productoras de olores en la región anal y algunas de ellas las frotan con regularidad contra los salientes situados en el radio de su hogar. El panda gigante es un ejemplo bien conocido; tanto el macho como la hembra patrullan frecuentemente por su territorio, deteniéndose a menudo a frotar sus ancas contra una piedra o el tocón de un árbol.
No obstante, con los perros domésticos la acción de deslizar el trasero por el suelo no parece que forme parte de una conducta normal y saludable. El examen de los perros que hacen esto revela, por lo general, que tienen obturadas las glándulas anales y esto les causa irritación o dolor. El hecho de arrastrarse por el suelo, al parecer, no está relacionado con las marcas de olor, sino con la búsqueda de alivio para el malestar que les aqueja.
Las glándulas anales son dos órganos del tamaño de un guisante situados a uno y otro lado del recto del perro, más o menos a medio centímetro en el interior del orificio anal. Cada vez que el perro defeca, esas glándulas se oprimen de manera automática y añaden a las heces una sustancia de olor muy fuerte. Aparentemente no existe variación en este olor particular en la época de los cambios hormonales. El mensaje de olor añadido a las heces no tiene por tanto nada que ver con la llamada sexual. Al parecer se refiere tan sólo a la identidad personal: un sistema de etiquetado individual o «tarjeta de visita». En la sociedad humana, identificamos a la gente por fotografías de sus rostros, o si se trata de criminales por sus huellas digitales. También reconocemos a las personas por sus firmas. En los perros, la identidad se manifiesta a través de ese olor especial.
Cuando dos perros de alto status se encuentran, cada uno de ellos pone la cabeza bajo la cola del otro y se huelen mutuamente la región anal. Sus colas rígidamente erguidas, se estremecen un poco, lo cual produce el efecto de oprimir con fuerza las glándulas anales y, de esta manera, exudan una pequeña cantidad de su fuerte contenido oloroso. Ambos perros quedan fascinados por esos olores, que leen con las narices de la misma forma que leemos las caras de los amigos con nuestros ojos cuando nos encontramos. No se sabe cuántos detalles facilita ese olor, o si dice algo respecto al estado de ánimo o de la salud. Pero es evidente que tiene gran importancia en la vida social de los perros. Ésa es la razón de que, si se bloquean las glándulas, ello constituya un desastre para las especiales relaciones públicas de sus propietarios. Y de ahí que el perro que padece una afección en esa zona arrastre por el suelo los órganos defectuosos, haciendo un enorme esfuerzo para tratar de liberarlos de su bloqueo.
La preñez de la perra dura nueve semanas. El día anterior al parto, la perra está inquieta y rechaza la comida. Se vuelve más agresiva con los extraños y más amistosa hacia su «familia» humana. Si se le ha proporcionado alguna caja para el nacimiento, se retira a ella poco antes de alumbrar la camada y se tumba de lado, con la espalda contra la pared y la cara frente a la entrada. La respiración rápida se alterna con la lenta, como si el primer nacimiento fuera ya inminente. En cuanto nace el cachorro, su cuerpo puede estremecerse y sus patas traseras se retuercen levemente. Las crías van apareciendo a intervalos, más o menos, de media hora, y después de cada uno la perra efectúa una serie de actos rutinarios, como quitarles el saco vitelino, lamer el cuerpo del cachorrillo hasta que comienza a respirar, morder el cordón umbilical en un punto a unos ocho centímetros del vientre del pequeño, comerse la placenta y luego apretar al recién nacido contra su cuerpo. A continuación descansa, alrededor de la cría, y aguarda la siguiente llegada. Una típica camada de cinco cachorros tarda varias horas en nacer.
En todos los aspectos del nacimiento de las crías y la conducta de la madre se producen idénticos fenómenos que en la gata. Sin embargo, existe una interesante diferencia relacionada con la preparación del lecho en que la madre da a luz. La perra efectúa frenéticos movimientos excavatorios en el suelo de la caja de partos; pero esas acciones no se observan en la gata preñada, lo cual denota una diferencia clave en la conducta de los colegas salvajes de los perros y la de los gatos domésticos. Éstas escarban en tierra cuando entierran sus heces; pero no emplean acciones de excavar o abrir galerías cuando preparan sus cobijos para el parto. El gato salvaje busca hasta que encuentra una cavidad adecuada y ya dispuesta, lo cual constituye la razón de que los gatos domésticos pasen tanto tiempo explorando armarios por toda la casa; pero el lobo excava su propio habitáculo en la tierra. Y es un hogar en verdad impresionante. Por lo general, se localiza en la falda de una colina, cerca del agua, donde exista un buen drenaje, pero también un conveniente almacenamiento de bebida. Normalmente, la entrada de la guarida está debajo de una roca o del tronco de un árbol, lo cual provee de protección contra los derrumbamientos. La entrada en sí tiene medio metro de anchura y conduce a un amplio túnel de hasta cinco metros de longitud, al final del cual existe una cavidad ampliada, donde nacen las crías y pasan las tres primeras semanas de su vida. Algunas cuevas de lobos tienen varias entradas, todas ellas construidas con una gran actividad excavatoria y de removimientos de tierra. Y lo que es más, la loba no queda satisfecha con una sola vivienda. En caso de molestias, construye otra cercana a la que puede llevar las crías en caso de necesidad.
Todo esto resulta desorbitado respecto a una perra doméstica que trata de hacer un agujero en su caja de partos, pero conviene recordar el papel de la casa humana en la mente del perro. Un hogar típico tiene varias puertas que llevan a través de pasillos a las habitaciones. En términos perrunos, esto significa que toda la casa es una gran madriguera con varias entradas que conducen, por medio de túneles, a unas cavidades ensanchadas. En otras palabras, los humanos ya han hecho la «excavación» para la perra preñada. Lo único que falta es el suelo suavemente curvado de la cavidad de partos. Y esto es lo que la perra intenta rectificar con la única capacidad de excavar madrigueras que aún le queda: el frenético rascado en el fondo de la caja.
Otro rasgo interesante de la perra doméstica que da a luz es la disposición del lecho antes de que se produzcan los nacimientos. Muchos criadores de perros han informado que sus perras desgarran harapos y periódicos si se le han colocado en el fondo de la caja de partos. Se sabe que los lobos no preparan ningún lecho especial en el interior de sus refugios, por lo que, a primera vista parece haber aquí una notable diferencia con el animal doméstico que añade al repertorio de su conducta, algo que le falta a su antepasado.