Aunque los dueños de perros pueden estar familiarizados con tales acciones y darlas por sentadas, no obstante revelan una muy notable y compleja aceptación de las reglas sociales por parte del perro. Se trata de una valoración que falta en muchas otras especies, y que se halla directamente relacionada con la mayor vida social de manada de los antepasados salvajes de nuestros perros domésticos.
En la mayoría de las especies de mamíferos el ser juguetones se va desvaneciendo cuando los individuos se hacen adultos. Existen dos excepciones notables a esta regla: los perros y las personas. Durante el transcurso de la evolución, nosotros mismos nos convertimos en «monos juveniles», conservando nuestra curiosidad y nuestras ganas de jugar a través de la vida adulta. Esta cualidad es la que nos dio una notable inventiva y se encuentra en el mismo corazón de nuestra historia de asombroso éxito. Por lo tanto, no resulta sorprendente que el animal elegido para nuestra compañía más íntima compartiera con nosotros esa prolongada gana de jugar.
Lo mismo que nosotros somos monos juveniles, los perros son lobos juveniles. De adultos, los perros domésticos de todas las razas siguen siendo inusualmente juguetones, incluso después de haber alcanzado una edad avanzada. Uno de los problemas con que tienen que enfrentarse es cómo indicar a los otros perros, o a las personas, que tienen ganas de jugar. Dado que lo lúdico a menudo implica luchar en broma y en falsas persecuciones, es imprescindible dejar claro que una acción particular es sólo una diversión y que no se puede tomar en serio. Esto se lleva a cabo realizando una exhibición especial de una invitación al juego.
La más popular de esas señales de «juguemos» es la inclinación para jugar, en la que el perro, de una forma muy expresiva, baja la parte anterior de su cuerpo mientras la posterior permanece alzada. Sus patas delanteras se colocan en posición de «esfinge sentada», por lo que su pecho toca, o casi toca, el suelo, en contraste con sus patas traseras que se encuentran estiradas verticalmente. En esta postura, el perro juguetón se queda mirando fijamente a su compañero y realiza pequeños movimientos de sacudidas hacia delante, como si dijese «vamos, vamos». Si el compañero responde, sigue a ellos un juego de persecución, o una lucha fingida. Debido a la forma en que esta persecución o carrera se ha iniciado con la señal especial de jugar, el perseguirse nunca llega a un ataque auténtico y la huida jamás acaba con el perro que se retira con una tremenda mordedura. En realidad, el que persigue y el que huye cambian una y otra vez de situación, intercambiándose por turnos el papel de perseguidor y el de perseguido, y la prontitud con que lo hacen revela que no están atravesando estados de ánimo de agresividad ni de miedo, sino que los fingen. Correr en amplios círculos es algo típico de esta clase de juego.
Se ha dicho que, en su origen, la inclinación al juego constituye un gesto de desperezamiento modificado. Ciertamente es muy similar a la clase de estiramiento de las patas que se observa cuando un perro se despierta y se prepara para volver a la actividad. La idea es que, al hacer una exhibición de «desperezamiento», el animal indica que se encuentra relajado y que el ataque y la persecución que están a punto de empezar, no van en serio. Pero una explicación más probable es, simplemente, que la inclinación es un movimiento detenido para luego encabritarse, al igual que la postura agazapada que adopta un atleta mientras aguarda que suene el pistoletazo que da comienzo a la carrera.
Existen otras señales típicas caninas de invitación al juego. Una de ellas es la llamada cara juguetona, una expresión que es el equivalente canino de la sonrisa humana y que posee unos componentes similares. Los labios se retraen hacia abajo horizontalmente y no verticalmente. La línea de la boca por lo tanto aumenta de tamaño, con las comisuras de los labios retirándose hacia las orejas. Las mandíbulas se hallan levemente abiertas pero no existe la menor intención de mostrar los dientes. En cierto modo, se trata de lo opuesto al gruñido de un perro enfadado, cuyas comisuras de la boca se encuentran estiradas hacia delante y el hocico nariz se retuerce hacia arriba para mostrar los dientes frontales. Un perro que tiene cara de querer jugar no es en absoluto agresivo.
Otras incitaciones de unirse al juego incluyen golpear con el hocico, dar manotazos y ofrecerse. Los hocicazos se derivan de los movimientos infantiles de empujones que realizan los cachorros al alimentarse en las tetas de la madre. Dar manotazos a, o hacia, un compañero para incitarle al juego, proviene asimismo de la conducta infantil en el momento de alimentarse. Un perro juguetón puede, simplemente, sentarse, mirar al compañero y luego hacer movimientos en el aire con una pata delantera, echándola hacia delante como si saludara.
La señal de «ofrecimiento» es una forma de engatusar a alguien para jugar. El perro trae un objeto, como una pelota o un palo, y se sienta frente a su compañero con su regalo colocado en el suelo entre sus patas. En cuanto intentamos cogérselo, el perro lo atrapa con los dientes y escapa de allí. Si se le persigue, el perro ha logrado lo que quería: ya está uno enzarzado en una pauta de juego. Si nos detenemos, la oferta se realizará de nuevo.
A veces, un perro muy animado, por lo común cuando, tras haber estado encerrado durante un rato, le dejan salir a un espacio abierto, lleva a cabo una exhibición de cabriolas y vueltas, como una señal de que el juego debería empezar. Los movimientos, carreras, giros, saltos, brincos y zigzags son muy exagerados, y suele intercalar entre ellos inclinaciones al juego, rápidamente llevadas a cabo y abandonadas, pues el perro juguetón sigue en sus conspicuas y locas carreras y cabriolas. Este tipo de conducta es a veces usado por los lobos para engañar a su presa. Al bailotear de una manera extraña, fascina a sus víctimas, a las que, de ese modo, se puede aproximar con mayor facilidad. En Norteamérica, durante el siglo pasado, esta estrategia de engaño fue explotada por los cazadores de patos. Alentaban a sus perros, por lo general caniches, a saltar juguetones en un espacio despejado. Tras verles, los patos salvajes no resistían a acercarse más para investigar lo que estaba pasando, y eso era su perdición. A esta forma de atrapar patos se le llamó «tañido» y a los perros se les denominaba «tañedores». El hecho de que hasta los patos resultaran atraídos revela lo invitadoras que, durante el transcurso de la evolución, han llegado a ser las acciones de los chuchos cuando incitan a jugar.
No obstante, algunos perros jóvenes están demasiado asustados para unirse a sus mayores en un juego de agresiones. Los adultos lo encuentran frustrante e insistirán en provocar a sus compañeros más jóvenes. Una estrategia empleada en esta particular circunstancia es la «exhibición tranquilizadora». Un animal dominante se tira al suelo cerca de los tímidos jovencitos y rueda sobre el lomo en la más pasiva postura perruna. Este acto momentáneo de bajo status consigue que los novatos se sientan mucho más importantes y vayan atreviéndose a acercarse. En ese momento puede comenzar el juego. Esta forma de interacción se observa asimismo cuando un perro adulto muy grande desea jugar con otro muy pequeño. La postura de sumisión del animal mayor es muy efectiva y hace sentirse cómodo al pequeño, con lo que se produce una secuencia lúdica.
Para que los perros jueguen bien de adultos es fundamental que hayan disfrutado jugando con sus compañeros de camada cuando eran jóvenes. Durante los primeros meses de la vida es cuando los cachorros descubren la necesidad de realizar lo que se llama el «mordisco suave». En la primera época, al juguetear unos con otros, no refrenan sus mordiscos y sus aguzados dientes originan gañidos y quejidos de dolor. Pero cuando se percatan de que los mordiscos fuertes detienen el juego, aprenden con rapidez a suavizar la presión de sus mandíbulas. Los perros que se han aislado de jóvenes y han quedado privados de su fase de juegos como cachorrillos, a veces se convierten en fuente de problemas cuando son adultos. Al faltarles el mordisco suave lastiman a sus compañeros de juegos y a veces llega a producirse una auténtica pelea. Esos perros son conflictivos en los parques públicos, donde se reúnen los perros para jugar.
Una famosa adiestradora de perros provocó una vez, en la reducida audiencia de un estudio, una carcajada incontrolable cuando, durante un programa de televisión afirmó que era muy importante rascar a un perro macho entre las patas. Naturalmente estaba discutiendo la mejor manera de complacer a un macho al tocarlo. En realidad, existen siete maneras diferentes de establecer un amistoso contacto físico con nuestros perros, y hay algunos intrigantes factores ocultos, que operan según el modo de contacto que elijamos.
Rascar el pecho de un perro, prolongándolo entre sus patas delanteras, resulta muy placentero para él. La razón de esto no es muy difícil de comprender. Cuando monta a la hembra y realiza impulsos pelvianos, su pecho roza contra el lomo de su compañera de un modo rítmico. Al rascarle con la mano, automáticamente hacemos sonar esos timbres del placer en alguna parte de su mente. Esta forma particular de contacto es, por lo tanto, útil cuando queremos recompensar a un perro macho por algo.
Hacer cosquillas o rascar a un perro detrás de las orejas también parece que le proporciona placer. Tiene asimismo un significado sexual, porque lamer las orejas, olisquearlas y mordisquearlas constituye una parte de los preliminares del cortejo canino.
Empujar un poco a un perro juguetón lo excita en extremo. Esto se debe a que, sin darnos cuenta, nos hemos unido a una pelea lúdica. El perro juguetón salta de inmediato otra vez hacia delante, urgiéndonos a que le empujemos de nuevo para que el juego continúe y se desarrolle hasta llegar a los falsos mordiscos, con el perro cogiéndonos con delicadeza una mano entre sus fauces, o permitiendo que le sujetemos las mandíbulas con la mano. Puesto que todos los movimientos por ambas partes son suaves, este tipo de interacción lúdica sirve para fortalecer el lazo entre amo y perro, lo mismo que sucede entre dos cachorros.
Dar unos golpecitos a un perro es tal vez la forma más común de contacto físico entre animal y dueño. La caricia tiene un significado especial para nosotros, porque se trata de la acción que empleamos cuando abrazamos a los amigos y amamos a alguien de nuestra misma especie. Por lo tanto, acariciar el lomo de un perro, de forma inconsciente nos hace sentir que estamos en contacto íntimo con un amigo muy próximo. Para el perro la recompensa es de tipo diferente. Los perros no se acarician mutuamente en el lomo. En este caso, ¿qué puede significar la acción para ellos? Al parecer, la respuesta es que interpretan la caricia como un contacto tipo «golpe de pata o de hocico». Es algo que los cachorros hacen con el vientre de su madre, y lo que los subordinados realizan con los dominantes. Por lo tanto, para nuestros perros este tipo de contacto debe ser sumamente gratificante, pues lo interpretarán como un acto de sumisión por parte nuestra; pero como saben que nosotros somos el elemento dominante de su manada, no pueden entenderlo como otra cosa que una exhibición tranquilizadora. A veces, cuando los perros dominantes desean tranquilizar a los inferiores, se acercan a ellos en una postura burlona de sumisión, para que se encuentren a gusto. Esta sensación es la que deben tener los perros cuando los acarician.
Los ejemplares con un pelaje largo y sedoso a veces nos hacen sustituir las palmaditas por la acción de pasarles la mano como si estuviésemos con un gato. Aunque esto tiene menos efecto en ellos, puede recordarles sus primeros días de vida, cuando era un cachorrillo y le lamía la gran lengua de su mamá.
En particular, a los niños les gusta abrazar a los perros y los animales son en extremo tolerantes con ello. La razón de que acepten ese tipo de contacto con tanta presteza se debe a que les recuerda los tiempos en que estaban con sus compañeros cachorros, cuando todos se acurrucaban en un montón para sentirse seguros y calientes, o cuando su madre les cubría con su cuerpo en la antigua guarida.
Finalmente, a muchos perros les gusta que les rasquen a ambos lados de la cabeza, especialmente a lo largo de la línea de la mandíbula. En este contacto, el humano está ofreciendo al animal una acción de consuelo, que a veces realiza para sí mismo. A los perros con graves irritaciones en la región de la boca, especialmente en los dientes, les gusta frotarse los lados de la cabeza contra los bordes duros de los muebles. Si sus dueños les rascan y les frotan en estos sitios, les ahorran un trabajo y lo agradecen.
Lo que a los perros no les gusta tanto es que los laven y los cepillen, cosa que deben soportar si se trata de valiosos perros de concurso. Que le tengan sometido a un cuidadoso baño y a un concienzudo cepillado del pelo es mucho más de lo que el perro puede comprender. Pero, al ser subordinados a su hogar, tienen escasa elección y lo soportan tan estoicamente como si les estuviera tiranizando un perro dominante. Los seres humanos son afortunadísimos al tener como su animal de compañía más íntimo a una especie tan cooperadora y sociable.
La respuesta más simple es: como un cachorrillo. En la mayoría de las especies, los adultos débiles adoptan posturas juveniles o llevan a cabo acciones infantiles cuando se ven amenazados por un individuo dominante. Si les falta valor para hacer frente a una amenaza respondiendo con otra, y corriendo así el riesgo de enzarzarse en una disputa seria, recurren al equivalente animal de hacer ondear bandera blanca. El problema consiste en encontrar una acción que interrumpa el estado de ánimo agresivo del atacante. Una manera de hacerlo consiste en adoptar una postura que sea la opuesta de la exhibición de amenaza. Si, en una especie, el agresor baja la cabeza dispuesto para la carga, el animal sumiso inclina la suya; si en otra especie el agresor alza la testa para crecerse, el subordinado se limita a bajar su testuz. Cuando el agresor eriza el pelaje, el sumiso aplasta el suyo; que el agresor se queda en pie, el sumiso se agazapa. Y siempre de esta guisa. Pero éste es sólo uno de los tipos básicos de estrategia de apaciguamiento animal.