Misterio de los mensajes sorprendentes (8 page)

—¿«Las Yedras»? —dijo la señora Trotteville—. No, no creo que la haya oído nombrar nunca. Hace ya diecinueve años que vivo en Peterswood y no recuerdo que haya habido nunca ningún lugar llamado «Las Yedras». ¿Y para qué lo quieres saber?

A Fatty no le gustaba el curso que iba tomando la conversación y menos las preguntas a que le sometía su madre. Por una parte no quería mentirle y por otra no podía decirle el porqué de sus preguntas sin que su madre no viera que se estaba metiendo otra vez en un asunto misterioso.

De pronto se levantó para buscar un salero, con tan mala fortuna, que volcó su vaso de agua.

—¡Oh, Federico! —le dijo su madre, molesta—. No tienes nunca ningún cuidado. ¡Pronto sécate con la servilleta!

Fatty soltó un suspiro de alivio. La conversación, afortunadamente, había cambiado.

—Lo siento, madre —dijo muy sumiso—. Y, ahora, vendría muy a cuento el referir aquel caso que tú me cuentas siempre en ocasiones como ésta. Es el de aquel caballero que estaba sentado a tu lado en aquella cena que tuvisteis una noche y que quiso explicarte que había visto preparada para servir una fuente con un pescado muy grande y...

—¡Oh, sí! —continuó su madre riéndose—. El buen hombre extendió sus brazos para indicarme lo grande que era y me dijo «Usted verá qué pescado más enorme», y al decir esto, hizo un gesto violento y dio tal golpe a la fuente en que lo servían, que desparramó pescado y salsa sobre el flamante uniforme del camarero. Puedo asegurarte que en aquel momento, el buen hombre, vio el pescado mucho más enorme de lo que lo había visto antes.

«¡Fatty, eres inteligente! —se dijo para sí el muchacho—. Ya se han terminado las preguntas embarazosas acerca de «Las Yedras». —Su madre, contenta, siguió explicando alguno que otro cuentecillo que Fatty escuchó, como siempre, con agrado. El timbre del teléfono interrumpió las narraciones.»

—Contesta tú mismo —le dijo su madre—. Debe de ser tu padre que nos dice que esta noche vendrá tarde.

Pero no era su padre, sino Ern, que hablaba en un tono muy trastornado.

—¿Eres tú, Fatty? ¡Oh! Tengo a mi tío muy enfadado conmigo, porque no le he querido contar todo lo que hemos hecho esta mañana. No me quiere pagar lo convenido y no me deja que me marche a mi casa. Quiere retenerme aquí por todos los medios. ¿Qué harías tú en mi lugar? ¿Te fugarías de aquí y te marcharías a casa? Te advierto que esto no querría hacerlo, porque me privaría de estar a vuestro lado resolviendo el misterio que tenéis entre manos.

—Vengo en seguida a ver al señor Goon —le contestó Fatty, apenado por el pobre Ern—. ¡Espérame! ¡Estaré en tu casa dentro de una media hora!

CAPÍTULO VIII
FATTY VISITA AL SEÑOR GOON

Fatty cumplió su promesa a Ern. Tan pronto como hubo terminado de comer, se llevó a «Buster» a su chamizo y lo encerró allí.

—Querido «Buster», voy a ver a tu peor enemigo: al viejo Goon —decía al perro mientras lo encerraba—, y por mucho que quieras venir conmigo a mordisquearle los tobillos, no creo que fuera una cosa muy sensata el hacerlo precisamente esta tarde, por que he propuesto lograr que el pobre Ern cobre su jornal.

Fatty fue en busca de su bicicleta y salió pedaleando pero no muy aprisa pues iba cavilando qué es lo que le diría al señor Goon. Después de muchas consideraciones, decidió explicarle todo lo que había ocurrido aquella mañana, incluso lo de Smith y Harris.

«Si el Smith de la firma Smith y Harris es la persona que se cita en las notas y está usando un nombre falso para cubrir alguna que otra fechoría, se le deberá arrestar y este será asunto que tarde o temprano deberá tomar a su cargo el señor Goon —pensó Fatty para sí—. Además tendrá que investigar qué es lo que ha hecho el tal Smith y cuáles son los motivos por los que debe de ser desalojado de «Las Yedras»; si es que así se llamó el lugar donde hoy radica la «Jardinería Haylings». Y, por encima de todo, sea como sea no puedo dejar al pobre Ern en esta desagradable situación.»

Llegó a casa de Goon y llamó vigorosamente con la aldaba. La señora Hicks acudió como de costumbre jadeante y sin resuello.

—¿Alguna novedad? —preguntó—. En este momento acabo de leer las hojas del té de mi primera taza después de la comida y decían que una persona estaba dirigiéndose hacia nuestra casa.

—¡Oh, es extraordinario! —exclamó Fatty muy finamente—. Diga, por favor, al señor Goon que Federico Trotteville quiere verle.

La señora Hicks le dejó de pie en el recibidor y se fue al despacho del policía. Este le frunció el ceño y antes de que pudiera soltar ni una palabra, le dijo sin ninguna vacilación:

—Tráeme a ese muchacho. Ya le he visto por la ventana. ¡Tengo algo muy importante que decirle!

Fatty entró en el despacho y saludó muy cortésmente al señor Goon con una inclinación de cabeza. Sabía muy bien que no le ofrecería asiento y, por tanto, se sentó sin esperar el ofrecimiento. No estaba dispuesto a estar de pie frente al señor Goon como si fuera un colegial a quien han llamado para reprenderle.

—Señor Goon —dijo en un tono de voz muy amable—. He venido a molestarle a usted unos minutos para hablarle de Ern.

—¡De Ern! ¡Estoy ya harto de Ern! —replicó el señor Goon muy irritado—. Ese granujilla se ha creído que puede venir aquí a comer a mesa y mantel, salir por las suyas cuando a él le plazca para aclarar misterios y, por añadidura, sacarme a mí unos cuartos. ¡No pretende el muy pillo, que yo le pague por todo ello!

—Pero ¿no le prometió usted pagarle? —preguntó Fatty, sorprendido—. Debo de afirmar que, hasta aquí, Ern ha cumplido muy bien. ¿Dónde está?

—Arriba. Encerrado en su dormitorio —contestó el señor Goon con voz áspera—. Y no me gusta que usted diga tal cosa; señorito Trotteville, ya sabe que yo no tengo tiempo que perder con sus tonterías. Tengo muchas cosas que hacer esta tarde.

—Bien, señor Goon —dijo Fatty levantándose muy sumiso—. Yo solamente he venido para decirle a usted lo que Ern y el resto de nuestra pandilla hemos estado haciendo esta mañana. Pensé que ello le podría interesar y por eso estoy aquí.

—¡Pero si es esto lo que he estado preguntando a Ern! Y todo cuanto me ha contado es que habéis ido a la caza de casas cubiertas de yedra —replicó el señor Goon explotando casi de furor—. ¡Explicarme a mí cuentos como ése! Le di un buen cachete por atreverse a contarme mentiras y entonces tuvo la desfachatez de pedirme media corona.

Fatty miró al policía muy duramente y en tono muy seco y tajante le dijo:

—¡Ern le ha dicho a usted toda la verdad, señor Goon! Todos nosotros salimos en busca de casas recubiertas de yedra y, si usted fuera nada más que la mitad de lo listo que es su sobrino, hubiera adivinado en seguida por qué habíamos decidido hacer tal cosa.

El señor Goon se quedó mirando sorprendido a Fatty. Ern le había dicho toda la verdad, pero, ¿por qué ir en busca de casas recubiertas de yedra? Y no fue sino hasta aquel momento que el señor Goon lo empezó a ver todo un poco más claro. ¡Desde luego! Estuvieron buscando casas que en algún otro tiempo pudieron haber sido llamadas «Las Yedras». Y ¿cómo no se le había ocurrido a él una idea semejante?

—Bien, señor Goon, debo marcharme. Yo no hubiera castigado a Ern, porque dijo la verdad. Pero, desde luego, usted no necesita que se le cuente nada más sobre el asunto por lo tanto me voy.

—No, no ¡Siéntate! —le ordenó casi el señor Goon—. Usted me estaba hablando de unas casas recubiertas de yedra...

—Sí, pero no quisiera que mis fantasías le interrumpieran su trabajo —le iba diciendo Fatty, mientras muy lentamente se dirigía hacia la puerta del despacho.

El señor Goon vio que en esta ocasión la ventaja estaba en el terreno de Fatty y reprimiéndose le apremió:

—¡No se marche! ¡Venga aquí, señorito Federico! Veo que he tenido una gran equivocación; ahora lo veo todo claro y me gustaría que me explicara todo cuanto pueda contarme sobre el caso.

—Llame a Ern y que venga —le contestó Fatty—. Él está metido en este asunto y esta mañana hizo algunos trabajos muy acertados. Usted debería estar orgulloso de Ern, y debería creerle en vez de encerrarlo arriba en su habitación y de rehusar pagar sus jornales. El trabajo que hizo esta mañana es de un gran valor.

El señor Goon empezó a ver claramente que había cometido un grave error con Ern. De acuerdo con lo que Fatty había expresado, Ern era mucho más inteligente de lo que él se había figurado. Pensaba que Ern era un muchacho activo, pero ese Federico Trotteville hablaba de él como de un chico realmente inteligente.

—Bien, lo haré bajar —dijo y se levantó pesadamente de su silla. Subió al piso y Fatty pudo oírle cómo abría la puerta de Ern, quién salió al momento disparado y escabullándose de la proximidad de su tío, como si temiera recibir, de pronto, un buen sopapo. Bajó las escaleras de dos en dos y entró como una exhalación en la oficina.

—He oído tu voz, Fatty —dijo muy contento—. Has sido realmente muy amable y muy bueno al venir. ¿Cómo te las has arreglado para que mi tío me dejara salir?

—Escúchame, Ern: le voy a explicar de una manera rápida y sin detalle todo lo que hemos hecho esta mañana —dijo Fatty rápidamente al oír que el señor Goon bajaba pesadamente las escaleras—. Pero quiero que seas tú quien le explique todo cuanto descubristeis con Pip acerca de la Jardinería Haylings, dirigida por Smith y Harris, ¿comprendes? Creo que es mejor que él lo sepa.

Ern apenas tuvo tiempo de asentir con la cabeza, cuando el señor Goon entró en la oficina. Se sentó y carraspeó fuerte para aclararse la garganta.

—Bien —empezó—. He sabido que lo que me contaste no estaba muy distante de lo ocurrido, Ern. Si me hubieras explicado algo más, yo te hubiera escuchado muy gustoso.

—Pero tú no me quisiste escuchar, tío —interrumpió Ern—. Tú solamente me rugiste cuando te pedí la media corona y me encerraste arriba en mi...

—Bueno, yo estoy seguro de que tu tío está ahora muy dispuesto a darte tu dinero —intervino Fatty—. Yo ya le he dicho que tú has sido de una gran ayuda para nosotros esta mañana. De hecho yo creo que te va a dar cinco chelines en vez de la media corona que te tiene prometida. Tú y Pip habéis sido los que más éxito obtuvisteis sobre todos nosotros.

—¡Cómo, yo no estoy dispuesto a darle cinco chelines! —exclamó el señor Goon levantándose como una exhalación.

—En este caso no voy a decir nada más —dijo Fatty levantándose a su vez, pero con calma—. Usted ha sido injusto con Ern, señor Goon, y yo había creído que a usted le hubiera complacido compensarle de alguna forma. Le doy mi palabra de que ha hecho un buen trabajo esta mañana. El y Pip, es posible, que nos hayan puesto sobre la pista de ese tal Smith.

—¡Cielos! ¿El Smith que se cita en los anónimos? —preguntó el policía, asombrado.

Fatty asintió con un gesto.

—Es posible. No lo sabemos con certeza, desde luego. Usted mismo juzgará si escucha todo cuanto Ern puede contarle. Pero yo considero que la información vale muy bien los cinco chelines y yo no le daré permiso a Ern para que se explique a menos que usted le pague ahora mismo y de delante de mí, la cantidad fijada.

Ern tuvo siempre los ojos saltones, pero al oír a Fatty discutir con su terrible tío de una forma tan fría y terminante, los ojos se le salían materialmente de los párpados. Contemplaba a Fatty con mezcla de terror y de admiración, ¡Qué gran amigo era!

Los ojos del señor Goon saltaron también, pero no de admiración, sino de ira y disgusto. Miró con ferocidad tanto a Ern como a Fatty, pero tuvo que reconocer nuevamente que la ventaja estaba siempre en el terreno que pisaba Fatty. ¡Este sapo de chico!, se las arreglaba siempre magníficamente para pisarle el terreno. El señor Goon lanzó de nuevo otra mirada furiosa y buscó en los bolsillos de sus pantalones. Los ojos de Ern brillaron al oír el tintinear de las monedas.

Goon sacó las dos medias coronas o sean los cinco chelines que mencionó Fatty y los puso encima de la mesa cerca de Ern.

—Aquí están —dijo—, pero ten en cuenta que si yo considero que no te lo has ganado, los recogeré otra vez.

—Tú serás mi depositario —dijo Ern haciéndolos pasar frente Fatty—. Así no me los gastaré.

Fatty rio la buena ocurrencia y se embolsó el dinero porque de Goon no se fiaba ni un pelo más de lo que se fiaba su sobrino.

—Bueno, ahora, Ern, ya puedes explicarle todo cuanto hemos hecho esta mañana —le dijo Fatty—. Ya sabe que nos fuimos a la búsqueda de casas que estuvieran recubiertas de yedra, tú ya se lo has dicho y no te lo ha creído. Ahora ya sabe que es verdad y, además, sabe el porqué hemos ido. Solamente nos falta decirle que hemos encontrado un número bastante regular de casas que están recubiertas de yedra y que, desde luego, ninguna de ellas se llama «Las Yedras», pues si no ya estaría anotado en la Guía, y que nosotros hemos considerado que la única que valía la pena de tener en consideración era la que habíais encontrado tú y Pip. Ahora puedes continuar tú con la explicación, Ern.

Y Ern se explicó muy bien. Describió la Jardinería Haylings, mitad habilitada como tienda y mitad como vivienda, y señaló el cartel que figuraba en la entrada: «Smith y Harris».

—Y ahora vamos a investigar si el señor Smith de la jardinería es el Smith que se menciona en los anónimos —terminó Ern.

—Pero, yo creo que este es un trabajo más propio de usted que nuestro —intervino Fatty—. Si es el Smith supuesto, entonces, siempre de acuerdo con los anónimos, es un nombre falso y usted puede fácilmente descubrir cuál es en verdad su apellido, haciendo algunas investigaciones sobre su pasado.

—¡Oh, sí! —dijo el policía, muy interesado—. Sí, sí; lo puedo investigar. Usted ha sido muy inteligente de venir a verme sobre este asunto, Federico. Este es un trabajo propio de la policía, como usted dice, y lo haré muy gustoso. Usted se queda al margen del mismo. Yo creo que no hay duda de que el Smith de la firma Smith y Harris es el hombre que se cubre con un apellido falso. Un criminal que habrá estado en la cárcel, probablemente. Si fuera así, debe de haber una ficha de sus huellas digitales y pronto sabremos cuál es su apellido real.

—¿Cómo obtendrá sus huellas digitales? —interrogó Fatty con mucho interés.

—¡Hombre! Un policía tiene sus propios medios para investigarlo —dijo Goon con una expresión que a Fatty le pareció muy marrullera y no le gustó lo más mínimo.

—Pero, por ningún medio se puede afirmar qué ese «buen» hombre Smith sea el que se cita en los anónimos, ¿sabe usted? —dijo Fatty levantándose para marchar—. Creo que se debe de obrar con mucho cuidado, ¿verdad, señor Goon?

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