Read Misterio de los mensajes sorprendentes Online
Authors: Enid Blyton
—Pues lo decía porque esta finca tiene mucha yedra agarrada a sus paredes —dijo Goon empezando a sentirse ridículo ante lo inútil del interrogatorio. Y deseoso de cambiar de conversación, añadió—: Por favor, le ruego me indique donde está el señor Smith.
—Muy bien; ya que usted insiste con mucho gusto se lo voy a «indicar» a usted —dijo el señor Harris. Y dejando la carretilla en el sendero guió al señor Goon al interior de la casa, donde había una gran esfera terrestre que la hizo girar para que se viera el mapa de América del Sur.
Entonces el señor Harris señaló un punto del Brasil y explicó:
—¿Ve usted esta ciudad llamada Río de Janeiro? Pues bien, allí se encuentra el señor Smith. Se marchó a vivir allí hace ya veinte años. Desde entonces, yo he continuado solo en el negocio, pero todavía conservo el nombre comercial de Smith y Harris. Si usted toma el primer avión para Río de Janeiro puede preguntarle si en realidad su nombre es Smith. No se preocupe que es muy amable y seguramente se lo dirá a usted.
Dicho esto soltó tal carcajada que Goon se quedó casi sordo y sintióse tan ofendido por la burla que le había hecho, que se marchó sin decir ni palabra, pero conservando siempre un aire lo más digno posible para un policía.
Estaba ya a punto de franquear la puerta del jardín y pudo aún oír las risotadas del señor Harris.
¿Por qué no habría dejado que Fatty hubiera tenido esta entrevista con el señor Harris? ¡No hubiera estado mal que le hubieran jugado al gordinflón la necia burla que acababan de jugarle a él! ¡A un policía —refunfuñaba Goon— hay que tratarle con mayor respeto! —Y es que el señor Goon estaba en realidad MUY ENFADADO.
El señor Goon no confesó a nadie lo que había ocurrido en la Jardinería Haylings. Cuando Fatty le telefoneó al anochecer preguntándole si había tenido algún éxito, el señor Goon fue muy poco explícito.
—Ya no vive allí ningún Smith —se limitó a decir—. Dejo la casa ahora hará unos veinte años. No he hecho otra cosa que perder el tiempo yendo allí. ¿Está Ern con usted, señorito Federico?
—Sí. Y ahora le aconsejaba que regresase a su casa —le contestó Fatty—. Me ha sido de una gran ayuda esta tarde y muy amable su atención de mandármelo. Muchas gracias, señor Goon, le estoy muy agradecido.
Goon se quedó asombrado. Por lo visto Ern no había contado a Fatty lo furioso que él había estado con Ern, ni tampoco que había querido pegarle. Esto le indujo a pensar que el muchacho se podía quedar otra noche con él y regresar a su casa al día siguiente. No era muy bueno como vigilante y referente a lo de pagarle ni un solo penique más; de eso: ¡ni hablar!
Ern llegó poco después preguntándose cómo le iba a recibir el señor Goon, y quedó sorprendido al ver que solamente le hacía salir del comedor para que cenara en la cocina con la señora Hicks diciéndole que tenía algo urgente que hacer.
El joven, muy contento, salió volando hacia la cocina cuyo ambiente resultaba muy agradable. Se sentó al lado del fuego mirando cómo la señora Hicks preparaba algo de repostería.
—Es extraordinario que ninguno de los dos viera a quien trajo este mediodía aquella nota —comentó Ern en voz alta dirigiéndose a la señora Hicks.
—Es que, la verdad sea dicha, yo en aquellos momentos no estaba mirando a través de la ventana —replicó la señora—. Estaba sentada aquí simplemente «leyendo el futuro» en las hojas de mi té, como hago siempre porque esta es mi obsesión. Tampoco tú debías estar vigilando, jovencito. ¡Que le cuentes mentirijillas a tu tío, pase, pero no hay ninguna necesidad de que me las cuentes a mí! Confiesa que no estabas vigilando, ¿verdad?
—¡Oh, no diga usted eso! ¡¡¡YO ESTABA VIGILANDO!!! —protestó Ern ya en el colmo de su indignación—. Le aseguro a usted que no saqué la vista del patio, ni una sola vez. Cuando se me paga para hacer un trabajo, lo hago a toda conciencia. No vi a nadie, salvo algunos pájaros revoloteando para picotear las migas que usted les echó.
—Tú viste cómo alimentaba a los pájaros, ¿verdad? —inquirió la señora Hicks—. Pues es curioso que no vieras quién trajo la nota, porque debió de traerla muy poco después que yo hiciera eso; tal y como he explicado a tu tío.
—No pudo haber venido entonces —insistió Ern—. Ya le he dicho que yo estuve vigilando y no me distraje un segundo, señora Hicks. Y no estoy diciendo mentiras; usted lo sabe muy bien.
—En este caso supones que las digo yo —replicó la señora mirando tan furiosamente a Ern, que éste quedó mosqueado—. Lo que debes hacer tú es refrenar tu lengua que resulta demasiado descarada, jovencito, o si no, vas a quedarte sin pizca de cena.
Ern amainó velas sintiéndose aturrullado. Todos estaban en contra de él, pero, con todo, se encontraba mejor en la cocina, con la señora Hicks, que sentado en la oficina en compañía de su tío.
Pasados ya algunos minutos y calmados un poco los ánimos, Ern quiso saber si le gustaría a la señora Hicks que él le leyera su poesía «su posía», según Ern decía. Esto quizá la pondría de mejor humor.
—Señora Hicks, ¿sabe usted que yo escribo poemas? —insinuó Ern.
—No creo que esto sea cosa difícil, la verdad —replicó la buena mujer—. Yo misma los escribiría si tuviera tiempo del que no dispongo.
Esta contestación era realmente bastante desalentadora. Unos minutos más tarde, Ern probó de nuevo y le dijo:
—Me gustaría saber qué es lo que piensa usted de mi última «posía». ¿Quiere usted que se la lea?
—Si quieres, hazlo —dijo la mujer sin dejar de trabajar la pasta con el rodillo. Y añadió—: En realidad eso de recitar poemas es una cosa bastante tonta. Yo acostumbraba a recitar poesías cuando iba a la escuela.
—Pero en este caso se trata de algo que yo mismo he escrito —insistió Ern—. Yo he compuesto una mitad y uno de mis amigos ha escrito la otra mitad.
Dicho esto, se levantó y leyó sus versos y los de Fatty acerca de «La pobre casa vieja». Y tan entusiasmado estaba en su recitar que no vio al señor Goon, de pie en la cocina, escuchándole atónito. Cuando al terminar oyó la estentórea voz de su tío, se quedó helado como el mármol.
—¿Con que escribiendo poesías otra vez? —dijo Goon—. ¡Cuántas veces he de decirte que esto significa una pérdida de tiempo precioso! ¿Es que no te acuerdas ya de que una vez escribiste un poema muy grosero acerca de mí? Pues ya ves que yo no lo he olvidado. ¿Y qué significa todo eso que se dice en el poema sobre «Las Yedras»? Tú no puedes poner así de tu propio una información secreta en tus poemas. Dame tu bloc de notas y déjame ver qué otros poemas has escrito en él.
—No, tío. Mi bloc de notas es de mi propiedad y muy particular —reclamó Ern, acordándose que había escrito en él las notas sobre las reuniones que había tenido con Fatty y su pandilla.
—Ven aquí, jovencito Ern —insistió Goon adelantándose hacia su sobrino, que escapó rápidamente por la puerta trasera. Entonces Ern vio una sombra negra que se movía delante de él y empezó a vociferar.
—¡Tío, aquí fuera hay alguien! ¡Aprisa, tío!
El señor Goon salió al momento corriendo y tropezó violentamente contra la cuerda de tender la ropa de la señora Hicks en la que tenía colgadas unas batas, dos sábanas y una manta oscura. La cuerda se rompió con el tirón y el señor Goon soltó un feroz aullido al ver que la manta le cubría todo el cuerpo privándole todo movimiento.
¡Pobre Ern! Realmente se había figurado que había alguien en el patio, y solamente era ropa tendida en la oscuridad. Pero cuando vio entrar a su tío en la cocina tambaleándose y arrastrando la cuerda de tender con toda la ropa colgando, comprendió que no había más que una salida para aquella desagradable situación y era la de escapar hacia su habitación y encerrarse en ella hasta la mañana siguiente.
Claro que todo ello suponía el quedarse sin cenar, pero al menos conservaba su precioso bloc de notas y se veía libre del enojo de su tío, y a juzgar por el ruido que se oyó después en la planta baja, estuvo afortunado al poder escapar a tiempo. ¿Por qué se le ocurrió venir a ayudar a su tío? ¡Nunca más lo haría! ¡Nunca más!
Mientras esto ocurrió en casa del policía, Fatty se imaginaba que había llegado a un punto muerto en el asunto de las notas misteriosas. No había podido encontrar la casa llamada «Las Yedras» ni ninguna otra en la que la yedra fuera tan abundante que se la conociera por «Las Yedras». Tampoco habían encontrado al Smith que interesaba. ¿Es que podía hacerse algo más?
«Solamente una cosa —pensó Fatty—. Probar de despegar las letras y palabras pegadas sobre las hojas de las cartas anónimas. Quizás podía dar una pista lo impreso en el reverso de las notas aunque sólo fuera el nombre del periódico de donde procedían las letras y las palabras. Si el periódico fuera de Bristol, por ejemplo, querría decir que el autor de las notas procedía de Bristol, y si el periódico fuera de Manchester, ésta debería ser la residencia del autor. Todo ello podía resultar una gran ayuda.»
Al atardecer bajó al cobertizo y se puso a trabajar. El trabajo fue en realidad muy pesado y cuando estaba a la mitad, su lámpara empezó a flamear y se apagó. Entonces recogió todas sus cosas y fue a continuar su labor en su propia habitación.
Encontró ciertas cosas interesantes al despegar las tiras de periódico. Por ejemplo, la palabra «goon» era siempre un recorte completo y parecía como si formara parte de otra palabra más larga. En ninguna de las cartas la palabra «goon» había estado compuesta con letras sueltas, Fatty se fijó en otros recortes y se preguntó ¿de qué palabra podían proceder? De momento no se le ocurría ninguna.
Mientras estaba absorto en su trabajo, oyó golpear suavemente con los nudillos la puerta de su habitación y entró su madre preguntando:
—Federico, ¿has cogido mi memorándum? —Y al ver todo el galimatías de cosas que Fatty tenía extendidas por allí la buena señora exclamó:
—¡Por Dios! ¿Qué es lo que estás haciendo? ¡Qué desorden!
—Estoy resolviendo un... bueno..., una especie de acertijo —le contestó Fatty.
Su madre cogió el trocito de papel que acababa de dejar el chico y en el que se leía la palabra «goon».
—«Goon» —dijo—. ¡Qué acertijo más raro! ¿No formará parte de la palabra «Rangoon» o de alguna otra por el estilo?
—¡Ran-goon! —exclamó el muchacho—. Yo no pensé nunca en Rangoon. ¿Es una de las pocas palabras que existen terminada en «goon», verdad? Oye, mamá, ¿se ha escrito mucho en los periódicos sobre Rangoon en estos últimos días?
—Pues no, la verdad. No recuerdo haber leído nada sobre Rangoon en estos días —contestó su madre—. Pero, ¡Federico! ¡Si tienes aquí mi memorándum!
—¡Cuánto lo siento, madre! Debo de habérmelo traído por equivocación —replicó Fatty—. Fíjate que es casi exactamente igual al mío.
—¿Quieres que me quede contigo para ayudarte a descifrar este acertijo tan raro? —le preguntó su madre—. Ya sabes que me gustan los acertijos.
—¡Oh, no, mamá, gracias! No quisiera tener que reprocharme de haberte importunado —contestó Fatty inmediatamente, temiendo que su madre le preguntara de dónde había sacado aquel acertijo—. Realmente creo que es imposible resolverlo y me parece que tendré que abandonarlo.
Y esto es lo que tuvo que hacer el pobre Fatty, después de dos horas, por lo menos, de estar batallando con los recortes. No había nada, tampoco, en el reverso de las tiras de papel que le permitieran identificar de qué periódico procedían. Solamente se veían letras sueltas que podían proceder de cualquier periódico. Resultó verdaderamente desalentador.
«No ha sido una buena idea, esta —se dijo el joven para, sí, poniendo otra vez los trozos y trocitos de papel dentro de los sobres—. He perdido inútilmente un par de horas. Estoy por lo visto atascado en un punto muerto y no hay manera de encontrar la más ligera pista. Lo triste es que cuando verdaderamente la hubo, Ern falló al no acertar en descubrir el sujeto que depositaba las cartas en el patio del señor Goon. ¿Cómo seguir las investigaciones sin contar con un punto de partida? Decididamente mañana voy a convocar una reunión y veremos si a alguno se le ocurre alguna idea feliz.»
A las diez en punto de la mañana del día siguiente estaban todos reunidos en el chamizo de Fatty, incluso Ern, que se sentía un poco más sosegado. Su tío había recibido aquella mañana una carta muy amable de Jenks, el superintendente, de policía, sobre un caso sencillo que, aparentemente, Goon había resuelto muy bien. El policía aprovechó el hecho para resaltarlo durante todo el almuerzo. Leyó a Ern la carta del superior por lo menos tres o cuatro veces y muy solemnemente todas ellas.
—Y ahora fíjate bien, muchacho —le dijo—. SI yo hubiera hecho como hiciste tú ayer tarde cuando vigilabas a través de la ventana y no hubiera visto a nadie paseando por debajo de mis propias narices, no recibiría cartas de felicitación como ésta.
Ern no dijo palabra. Bajó la cabeza y se sirvió un poco más de pan con mantequilla y mermelada. Se había propuesto ir a casa de Fatty inmediatamente después del desayuno a decirle que se marchaba a su casa. Estaba seguro de que su tío no iba a pagarle ni un céntimo más y él no estaba dispuesto a quedarse por nada del mundo.
Fue por todo esto por lo que Ern asistió a la reunión. Cuando estuvieron todos juntos, Fatty les contó su fracaso de la noche anterior.
—Mi madre se ofreció para ayudarme—les dijo—, pero temí que me hiciera preguntas difíciles de contestar y no acepté su ayuda. Con todo, me dijo que la palabra «goon» en minúsculas puede muy bien proceder de la palabra Rangoon. Esto en realidad es un buen dato, pero no sé cómo emplearlo para que nos auxilie en futuras pesquisas. He estado también buscando alguna pista en los recortes que despegué de las cartas, sin resultado alguno. Y, ahora, en verdad, no sé qué más debo hacer, ni por dónde continuar.
—Yo creo que nos hemos dejado una cosa —intervino Daisy— y es el lugar que encontramos con Larry. Esa finca que ahora se llama Fairlin Hall. La casa estaba vacía, pero yo me pregunto si no sería interesante investigar si algún día fue conocida por «Las Yedras».
—Pero tú misma dices que la casa estaba vacía —le hizo observar Fatty—. Además, viste un cartel que ponía que estaba en venta.
—Sí; ya lo sé —continuó Daisy—, pero hoy he estado allí, nada más que para curiosear, sabéis, y vi algo muy raro.
—¿Qué? —preguntaron todos a la vez.
—Pues bien; me pareció que salía humo por una chimenea de la parte de atrás de la casa —contestó Daisy—. No estoy muy segura, puesto que la chimenea puede pertenecer a otra casa colindante. Pero todo parecía indicar que la chimenea pertenecía a Fairlin Hall y que estaba humeando.