Read Misterio de los mensajes sorprendentes Online
Authors: Enid Blyton
En esta nueva aventura, los Cinco Investigadores tendrán que resolver un misterio relacionado con unos extraños anónimos que ha recibido el Sr. Goon, el policía del pueblo. ¿Quién envia estas cartas?, ¿qué misterio esconden?
Enid Blyton
Misterio de los mensajes sorprendentes
Colección Misterio [14]
ePUB v1.0
gimli12.02.12
Enid Blyton
Otros nombres: Enid Mary Blyton
País: Inglaterra
Nacimiento: East Dulwich, 11 de agosto de 1897
Defunción: Londres, 28 de noviembre de 1968
Escritora inglesa nacida el 11 de agosto de 1897 en East Dulwich y fallecida el 28 de noviembre de 1968 en Londres. Su verdadero nombre fue
Enid Mary Blyton
, aunque publicó tanto con su nombre de soltera,
Enid Blyton
, como con el de casada,
Mary Pollock
. Es una de las autoras de literatura infantil y juvenil más populares del siglo XX, siendo considerada por el Index Translationum como el quinto autor más popular del mundo, ya que sus novelas han sido traducidas a casi un centenar de idiomas, teniendo unas ventas de cerca de cuatrocientos millones de copias. Sin embargo, ha sido habitualmente ninguneada por la crítica, que la ha acusado de repetir hasta la saciedad modelos narrativos y estereotipos. Es principalmente conocida por series de novelas como
Los Cinco
y
Los Siete Secretos
(ambas ciclos de novelas cuyos protagonistas son jóvenes que forman una pandilla y que desentrañan misterios) o
Santa Clara
,
Torres de Malory
y
La traviesa Elizabeth
(ciclos ambientados en internados femeninos, la otra constante de su narrativa).
Título original
THE MISTERY OF THE STRANGE MESSAGES
Traducción de
C. PEREIRE DEL MOLINO
Cubierta de
NOIQUET
Ilustraciones de
LILIAN BUCHANAN
© EDITORIAL MOLINO
Apartado de Correos 25
Calabria, 166 —Barcelona (15)
Depósito Legal B. 29.787 - 1962
Número de Registro 6034 - 62
Impreso en España —Printed in Spain
GRÁFICAS PÉREZ —Calderón de la Barca, 3 —Barcelona
Este es el libro decimocuarto que nos cuenta las aventuras de los cinco muchachos y el perro. Aquí están de nuevo Fatty, Daisy, Larry, Pip y Bets y, desde luego, el «scottie» «Buster». Está aquí también Ern, el sobrino del señor Goon, que, como de costumbre, es una pejiguera para su irritable tío.
Es un misterio bastante raro, es la consecuencia de otros misterios de menor importancia que se enlazan entre sí, pero Fatty y sus amigos no los abandonaron hasta que llegaron a resolverlos todos.
Este libro, a pesar de ser el decimocuarto de la serie constituye por sí mismo una obra completa. Las otras trece obras son:
Misterio de la villa incendiada
Misterio del gato desaparecido
Misterio en la casa deshabitada
Misterio de los anónimos
Misterio del collar desaparecido
Misterio en la casa escondida
Misterio del gato comediante
Misterio del ladrón invisible
Misterio del príncipe desaparecido
Misterio del extraño hatillo
Misterio en la Villa de los Acebos
Misterio del cuadro robado
Misterio del fugitivo
Espero que este misterio les gustará tanto como les han gustado los otros.
Buena suerte les desea,
El autor.
El señor Goon, policía del pueblo, estaba de un humor endiablado. Se sentó a su mesa de trabajo, mirando fijamente unas hojas de papel esparcidas en la misma, con sus correspondientes sobres, todo ello de muy baja calidad.
En cada hoja de papel había varias palabras pegadas de una manera irregular.
—Se trata de palabras recortadas de algún periódico —dijo para sí el señor Goon—. Ha recurrido a este ardid para evitar que la escritura a mano pueda delatarle.
Cogió las cartas y volvió a leerlas en voz alta añadiendo despectivos comentarios:
—¡Vaya una sarta de tonterías!: «ÉCHALE DE LAS YEDRAS.» ¿Qué significa esto?, me gustaría saberlo. Y esta otra: «PREGUNTA A SMITH CUÁL ES SU VERDADERO NOMBRE.» ¿Quién es Smith?
Leyó detenidamente el último recorte: «¿CREES SER UN BUEN POLICÍA? SERÁ MEJOR QUE VEAS A SMITH.»
—¡Bah! —exclamó el señor Goon—. Mejor será tirarlos a la papelera.
Tomó luego los sobres y los inspeccionó detenidamente. Eran cuadrados, estaban confeccionados con papel muy barato, y en cada uno de ellos se leía solamente estas dos palabras:
«sr. goon»
Al igual que las cartas, las palabras de los sobres habían sido recortadas y pegadas separadamente. El apellido del señor Goon había sido escrito sin mayúsculas lo que motivó que el policía hiciera un gesto de desaprobación con la cabeza.
—Debe ser una persona sin educación la que escribe mi nombre con minúsculas —exclamó—. ¿Qué relación tendrá entre este lugar llamado «Las Yedras» y el sujeto llamado Smith? Debe de ser un loco, además de un mal educado. ¡Llamarme policía! ¡Le contaré las cuarenta en cuanto le pille!
Y suspendiendo de momento sus indignados comentarios se puso a gritar:
—¡Señora Hicks, venga al momento, por favor!
La señora Hicks, que estaba al servicio del señor Goon desde hacía varios años, contestó desde el interior y también a gritos:
—Déjeme que me seque las manos, y vengo en seguida.
El señor Goon frunció el ceño. La señora Hicks le trataba como si fuera un hombre vulgar y no un policía. Él hubiera deseado que el más mínimo de sus gestos de enfado asustara a la fámula y que ésta, al oír su voz, acudiera con la máxima rapidez. Pero no era así, y prueba de ello es que transcurrieron un buen par de minutos antes de que llegara la buena señora Hicks, jadeando como si hubiera corrido varios kilómetros.
—Justamente cuando estoy lavando... —refunfuñó la recién llegada. Y sin espera de ser interrogada, comenzó—: Permítame que le diga señor Goon, que es necesario comprar un par de tazas y...
—Ahora no tengo tiempo ni para hablar de sus cacharros —la interrumpió el policía de mal talante—. Vea esto...
—Por otra parte, el mantel para tomar el té, está hecho jirones —prosiguió tercamente la señora Hicks—. ¿Cree usted que se puede lavar la ropa en estas condiciones?
—¡Señora Hicks! La he llamado para un asunto de suma importancia —exclamó el policía severamente.
—Está bien, está bien —dijo la señora Hicks con un bufido—. ¿Qué ocurre? Si quiere conocer mi opinión sobre el sujeto que anda por estos alrededores robándonos la verdura, quizá pueda darle una pista. Yo...
—¡Cállese, mujer! —gritó el señor Goon, hecho una fiera y con grandes deseos de encerrarla en una celda por un par de horas—. Solamente quiero hacerle unas cuantas preguntas.
—¿De qué se trata? Yo no he hecho nada malo —dijo la sirvienta un poco alarmada por la cara de pocos amigos que ponía el señor Goon.
—¿Se acuerda de estas tres cartas? —dijo él mostrándole los sobres—. Bien; ¿dónde las encontró exactamente? Dijo usted que una de ellas estaba en la carbonera, sobre la pala de recoger el carbón.
—Efectivamente —contestó la señora Hicks—. La habían colocado precisamente en el centro de la pala y todo lo que ponía el sobre era: «Señor Goon». Por eso se la entregué esta misma mañana.
—¿Y dónde dijo usted que encontró las otras? —preguntó el policía con un aire de interrogatorio oficial.
—Una de ellas en el buzón —contestó la criada—, y como no estaba usted en casa, se la dejé sobre la mesa del despacho. La segunda la encontré sobre el cubo de la basura, pegada con un trozo de papel engomado y no la vi hasta que fui a vaciar el cubo. Por cierto que pensé: «¡Vaya un sistema más original de dejar notas en todas partes...!»
—Sí, sí —asintió el señor Goon. Y añadió—: ¿Ha visto usted a alguien merodeando detrás de la casa? Alguna persona tiene que haber saltado la verja para dejar estas cartas en la carbonera y en el cubo de la basura y no haberle visto.
—No he visto nadie —replicó la señora Hicks—, excuso decirle que si llego a encontrar a alguien del escobazo que le arreo en la cabeza... ¿Son importantes estas cartas, señor?
—No —dijo el policía—. Probablemente se trata de algún gracioso. ¿Conoce algún sitio llamado «Las Yedras»?
—¿«Las Yedras»? —repitió la señora Hicks, con aire pensativo—. No, no conozco ninguno. ¿No querrá usted decir «Los Álamos», señor? Allí vive un caballero muy simpático; trabajo para él los viernes que no vengo a su casa, es una persona muy agradable...
—He dicho «Las Yedras» y no «Los Álamos» —atajó el señor Goon—. Bueno, eso es todo; puede irse, pero eche una ojeada al jardín de la casa, ¿de acuerdo? Me gustaría obtener una descripción de la persona que deja estas notas en mi casa.
—Desde luego, señor —dijo la criada—. ¿Y de la compra de un par de tazas más? Una se me ha roto en las manos y...
—De acuerdo, compre las tazas —dijo el señor Goon— y tome nota que no quiero que nadie me moleste durante una hora. Tengo un trabajo muy importante que hacer.
—Yo también —contestó la señora Hicks— el horno de la cocina pide a gritos una buena limpieza y...