Misterio de los mensajes sorprendentes (12 page)

Después de todas estas frases, dichas despreciativamente, se quedó mirando fijamente a Ern y después ordenó:

—¡Ern, ven aquí inmediatamente!

Fue en este preciso momento cuando Fatty y Bets llegaron junto a la verja y «Buster», al ver a su irreconciliable enemigo, empezó a correr hacia su encuentro ladrando ferozmente. Goon cogió la bicicleta y salió como alma que lleva al diablo al mismo tiempo que dedicaba unos cuantos improperios a Ern.

Fatty, al ver el cariz que tomaban las relaciones entre tío y sobrino, sugirió.

—Será mejor que te vayas, pues a lo mejor te reconcilias con él si le ayudas en su trabajo esta mañana.

—¡Vaya una esperanza! —exclamó Ern, disgustado—. En fin, Fatty, si tú lo dices, me voy, pero iré a tu casa en cuanto pueda. ¡Hasta la vista!

Dicho esto, salió en busca de su tío, con una cara tan triste que los demás no pudieron contener la risa.

—Ahora a la Agencia —ordenó Fatty montando en su bicicleta—. Espero que obtengamos algún provecho de la visita.

CAPÍTULO XII
HABLA EL SEÑOR GRIMBLE

La oficina de la Agencia se encontraba en la mitad de la calle Alta y sus ventanas estaban repletas de toda clase de anuncios haciendo referencia a la venta de inmuebles.

—Espero que no tardarás demasiado, Fatty —suplicó Pip—, es bastante molesto esperar mientras tú y Bets hacéis el trabajo.

—Lo siento —contestó Fatty—, porque desde luego tenéis razón. Me habéis estado esperando casi toda la mañana. En este momento son las once, así es que lo mejor que podéis hacer es esperarme en la cafetería de enfrente y os tomáis lo que os apetezca. Yo os invito, ya que todavía me quedan algunos ahorros de mi aguinaldo de Navidad. Bueno Bets, ve tú también con ellos y pide un helado para mí.

—Pero Fatty, ¡si todavía no has desayunado! —dijo la niña.

No obstante, Fatty no pudo oírle, porque ya estaba dentro del edificio.

En la oficina se encontró con un hombre joven muy atareado, sentado a su mesa de trabajo y en una esquina, junto a una mesa mucho más pequeña, estaba trabajando otro hombre de edad, cargado de espaldas y de pequeña estatura.

—Buenos días. ¿Qué deseas? —saludó el joven al entrar Fatty.

—Venía a pedirle algunos datos sobre Fairlin Hall —contestó el muchacho atentamente.

Al oír esto el empleado le miró con curiosidad.

—¿Esta casa vieja? Supongo que no querrás comprarla, bajo ningún concepto —repuso, echándose a reír.

—Desde luego que no —respondió Fatty—. Sinceramente, sólo me interesa la historia de esta mansión.

—Lo siento mucho, pero no dispongo de tiempo para dar una lección de historia —repuso el empleado de mal humor—. Esta casa ha estado sin habitar, si estoy bien informado, desde mucho tiempo antes de que naciera y desearíamos venderla para instalar en ella una escuela, pero está en tan malas condiciones que a nadie le interesa, y desde luego, no tiene historia alguna.

En este momento sonó el teléfono y el empleado cogió el auricular.

—Aquí el señor Paul —dijo—. Desde luego, señora Donning, sí, sí, sí. No se preocupe, no hay ninguna dificultad. Deme todos los datos, por favor.

Estaba bien claro que el muchacho que no obtendría ninguna información del presuntuoso señor Paul, que evidentemente era uno de los socios de la Agencia Paul y Ticking. Pero cuando Fatty ya se iba, al pasar junto al viejo empleado, oyó cómo éste le dirigía unas palabras en voz baja:

—Yo puedo contarle algo acerca de la casa, si lo desea.

Fatty se volvió y se dio cuenta que el anciano estaba intentando compensar con su amabilidad la rudeza del señor Paul y entonces se acercó a su mesa.

—¿Sabe usted algo de esta casa cubierta de yedra de arriba abajo? —preguntó el muchacho con marcado interés.

—Sí, yo la vendí a sus actuales propietarios hace veintiún años —contestó el hombre—. Era un edificio magnífico en aquella época y mi esposa y yo conocíamos a la anciana señora que allí vivía. ¡Ah, Fairlin Hall, qué bien cuidada estaba entonces! Tenía un precioso jardín cuajado de rosas, el cual era atendido esmeradamente por cuatro jardineros; por cierto que hace unos días, estuve hablando con el viejo Grimble, que fue el jardinero mayor.

Al oír nombrar al viejo jardinero, el chico prestó aun más atención, pues pensó que este hombre sabría de Fairling Hall más que nadie y al mismo tiempo supuso que le gustaría mucho recordar los viejos tiempos transcurridos en aquella casa.

—¿Podría darme usted la dirección del jardinero Grimble? —preguntó Fatty.

—Se la daré, aunque ya está jubilado y solamente se entretiene en su jardín —ofrecióse el empleado.

—Y a propósito, Fairlin Hall, ¿tuvo otro nombre antes de ahora? —preguntó Fatty, esperanzado.

—Creo que sí, pero no lo sé con exactitud; espere un momento, por favor, que veré si me entero.

En esto, el señor Paul colgó el teléfono y exclamó:

—¡Potter, es completamente imposible entenderse por teléfono si usted no para de hablar!

—Lo siento, señor Paul —replicó el pobre Potter al mismo tiempo que daba disimuladamente un papel al muchacho con la dirección del jardinero. Fatty salió rápidamente para evitar las amonestaciones del rudo señor Paul, el cual con seguridad le reñiría también a él; así es que bajó las escaleras a toda velocidad intentando leer al mismo tiempo la dirección que le habían dado.

—«Donald Grimble —leyó—. Primrose Cot, Burling Meadows. Jardinero.»

Cruzó la calle y entró en la cafetería, donde los demás le esperaban sentados alrededor de una mesa comiendo pasteles. Al verle, «Buster» empezó a ladrar alegremente, como si no le hubiera visto desde hacía mucho tiempo.

—No has tardado mucho, Fatty —dijo Bets—, justo el tiempo de comerme un pastelillo. Este es para ti, están muy buenos.

—¿Te has enterado de algo nuevo? —preguntó Larry.

Fatty les contó detalladamente las entrevistas con el antipático señor Paul y el agradable viejecito, cohibido por los modales del primero y les enseñó seguidamente las señas del jardinero.

Donald Grimble era el jardinero mayor de la Fairlin Hall —dijo al grupo y prosiguió—: según creo, conocía la casa palmo a palmo y ahora está jubilado. No obstante, tengo la seguridad de que nos puede ilustrar sobre algunas particularidades de esta mansión. Lo interesante sería averiguar si alguna vez esta casa se llamó «Las Yedras». No puedo creer que el viejo señor Smith, al que le hemos llevado la medicina esta mañana, sea la misma persona al que hacen referencia los anuncios.

—Podríamos ir a ver al señor Grimble ahora —sugirió Bets—, pero ¿qué excusa vamos a darle?, ya que lógicamente nos preguntará por qué estamos tan interesados en esta casa vieja o quizá crea que nos estamos burlando.

—¡Ya lo tengo!, podemos comprar una maceta con una planta exótica en la floristería —exclamó Daisy—, y con este pretexto vamos a verle e iniciamos una conversación.

—¡Daisy, has tenido una idea luminosa! —exclamó Fatty con gesto de admiración.

La muchacha se puso colorada y al mismo tiempo se sintió satisfecha por su éxito.

—Esto significa que podremos ir todos juntos, en lugar de quedarnos alguno fuera —añadió Daisy, pidiendo un helado.

—Ten en cuenta, Daisy, que Fatty es el que paga y ya te has comido tres; debes comprender que con lo caros que son y en este plan, los aguinaldos de Navidad duran dos días.

—Pide otro, Pip —dijo Fatty—, y deja ya de llevar la cuenta de los que hemos tomado. Bueno, Bets, ¿te lo tomas o no? Será mejor que lo comas, ya que vas a tener que cargar con la maceta para el señor Grimble.

—¡No! —exclamó la chica—. ¿Por qué no la lleva otro?

—Sencillamente, porque tienes una bonita sonrisa, capaz de ablandar al jardinero más fiero —contestó Fatty.

Bets sonrió al oír esta galantería y añadió:

—De acuerdo, si tú quieres la llevaré; ¿te parece que vayamos Daisy y yo a comprar la maceta, mientras vosotros termináis con los helados? Nosotras ya hemos comido bastante.

—Me parece una buena idea, así es que aquí tienes el dinero —repuso Fatty.

Daisy lo rechazó y repuso:

—De ninguna manera, todavía tengo restos de mi aguinaldo navideño.

—Vámonos a la floristería, Bets —propuso su amiga.

Al poco rato volvieron con una pequeña planta, en el mismo momento que los tres muchachos y el perro salían de la cafetería con aspecto satisfecho.

—Por favor, señor Grimble, ¿podría decirme qué clase de planta es ésta? —dijo Bets, mirando a Fatty con su simpática sonrisa.

El muchacho se rio de buena gana.

—¡Muy bien, Bets! —exclamó—. Pero procura que podamos entrar todos en la conversación con el fin de que yo pueda hacerle unas cuantas preguntas.

Después de esto cogieron sus bicicletas y salieron hacia Burling Meadows. Primrose Cot era un pequeño chalet rodeado de hermoso jardín, cuyo césped estaba cuidado primorosamente y cuya valla, cubierta de arbustos, presentaba un bonito aspecto con sus copas cuajadas de nieve caída por primera vez en la temporada.

Al acercarse a la verja vieron a un anciano cortando el césped al otro lado del jardín.

—Este anciano debe de ser el señor Grimble —opinó Fatty, viéndole trabajar con ahínco, llevando su sombrero echado hacia atrás y su delantal azul oscuro, típico de los jardineros.

—Vamos a dar la vuelta al jardín y le hablaremos a través de la valla —propuso Fatty.

Así lo hicieron, hasta llegar al lugar donde trabajaba el supuesto señor Grimble.

—Por favor, ¿es usted el señor Grimble? —preguntó Bets a través de la valla.

—Sí, yo mismo —contestó el hombre, mirando a la chica—. ¿Qué desea?

—Por favor, ¿podría decirme el nombre y a qué especie pertenece esta planta? —preguntó la muchacha con su mejor sonrisa, al propio tiempo que le entregaba la maceta—. Tiene unas hojas tan bonitas que deseo saber su nombre y usted debe conocer los nombres de todas las plantas, ¿verdad, señor Grimble?

El interpelado miró a Bets, un poco sorprendido por la pregunta.

—Conozco muchas, pero no todas, señorita —explicó el jardinero—. Esta planta es un «coleus» en desarrollo; por cierto que tiene que tenerla siempre dentro de casa, pues a estas plantas no les sienta bien el frío.

—¿Ha cuidado usted alguna vez «coleus»? —preguntó la chica.

—Desde luego —contestó el jardinero—. Trabajé durante muchos años en esa vieja mansión llamada Fairlin Hall. Era el jardinero mayor. Recuerdo que siempre reservaba a los «coleus» la parte más tibia del invernadero.

—¡Mira, Fatty! El señor Grimble trabajaba en Fairlin Hall —exclamó Bets con deseos de introducir a los demás en la conversación; y mientras los otros se acercaban a la verja continuó hablando un tanto nerviosa—. ¿Se trata de la casa donde estuvimos esta misma mañana y donde vive aquella pobre mujer a la que fuimos a buscar la medicina para su marido enfermo?

Fatty llegó junto a ella, agradecido por la naturalidad con que se estaba portando la muchacha. El resto seguían detrás bastante divertidos por el juego.

—Buenos días —saludó Fatty, muy educado—. Efectivamente, estuvimos allí, pero apenas pudimos ver gran cosa del jardín.

—¡Oh! Ahora está completamente descuidado —replicó Grimble tristemente—. Trabajé allí desde muy joven hasta que me jubilaron; ocupaba el puesto de jardinero mayor. ¡Tenían que haber visto mis rosas! Varias veces aquel jardín, incluso, fue una exposición de flores gracias a la calidad de mis rosas y la cantidad de las mismas.

De repente se puso apesadumbrado y continuó:

—Ahora nunca paso por ese lugar porque no podría soportar ver mi jardín en ruinas...

—La casa está totalmente cubierta por la yedra —dijo Pip, metiendo baza—. Incluso la chimenea está verde. ¿También estaba así cuando usted vivía allí, señor Grimble?

—¡Oh, sí No obstante, no había tanta como en la actualidad y además estaba mucho mejor cuidada —añadió Grimble—. Mi padre plantó esa yedra. Entonces la casa no se llamaba Fairlin Hall, sino «Las Yedras».

Esta noticia cogió por sorpresa a los muchachos, los cuales se quedaron perplejos. ¡Habían dado con ello! ¡Fairlin Hall se llamó años atrás «Las Yedras»! Luego no cabía duda que era la casa a la que se referían esas notas anónimas. No obstante, era raro que la persona que las escribió no supiera que la casa había cambiado de nombre, pues hacía muchos años que se la conocía por Fairlin Hall.

—¿Por qué le cambiaron el nombre? —preguntó Fatty.

Grimble se quedó mirando fijamente al muchacho durante unos veinte segundos, sin contestar una sola palabra; luego bajó la cabeza y dijo con voz triste:

—«Las Yedras» gozaban de mala reputación; porque en mis años, el coronel Hasterey y señora, tenían tal cantidad de deudas que no pudieron soportar por más tiempo la mala fama que estaban adquiriendo, así es que decidieron vender la casa y marcharse. Cuando los nuevos propietarios tomaron posesión del inmueble, lo primero que hicieron fue cambiar el nombre al mismo. De manera que, efectivamente, la casa se llamó «Las Yedras», pero de eso hace ya muchos años.

Los chicos estuvieron silenciosos por espacio de un par de minutos mientras el viejo jardinero volvía nuevamente a su tarea, con semblante triste y preocupado.

—¿Qué ocurrió? —se aventuró Fatty a preguntar nuevamente, rompiendo el silencio—. ¿Es que el coronel hizo algo malo?

—¡NI hablar de eso! Era tan buena persona como su mujer —replicó el anciano—, pero su hijo Wilfrid fue quien trajo la perdición a la casa y a sus moradores.

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