Asiento, aunque no me convence para nada. Justamente el no saber quien puede ser es acicate para que le dé aún más vueltas al asunto.
Porque no creo que sea una equivocación. Estoy segura de ello.
Cuando hace unos de meses comencé a recibir mensajes en el móvil enviados desde Internet también pensé que se trataba de Silvia. Esperé a que me preguntase algo pero no lo hizo. Por otra parte, ella ya me mandaba mensajes, casi siempre desde su móvil, y mientras que los de Silvia eran más alegres, románticos o casuales, los que llegaban vía Internet iban aumentando su tristeza progresivamente. Además me resultaban vagamente familiares, como si no fueran espontáneos, sino copiados de algún poema.
Cuando logré acumular varios los releí todos juntos y me esforcé en reconocer su autoría, en caso de que mi suposición fuera cierta. Me costó poco darme cuenta de quién se trataba. Safo. Cogí un libro de poemas suyos y busqué entre los versos alguno que coincidiera. Todos ellos lo hacían. Versos tristes, que lloran la pérdida de la amada, que la imploran a que vuelva… Dejé de pensar que se trataba de una equivocación. Hubiera sido mucha casualidad que, justamente yo, recibiera mensajes anónimos con versos de Safo, teniendo en cuenta lo que significan para mí. Lamentablemente significan mucho para mí con relación a más de una persona, por lo que la identidad de la remitente —porque sin duda se trataba de una mujer— seguía siendo una incógnita.
Ya he dejado de recibirlos, por eso no le he dado demasiada importancia. Sin embargo, este nuevo mensaje anónimo aviva la llama de la incertidumbre, y me lleva a preguntarme qué persona de las que han pasado por mi vida parece no haberme olvidado aún.
—¿Y no sabes quién puede ser? —me pregunta Laura sirviéndome el café.
—Ni puñetera idea, tronca. —Me encojo de hombros—. He pensado que podría ser alguna ex mía. Lo de enviarme versos de Safo es una pista. Pero todas mis ex saben que me gusta mucho así que no deja de ser una pista inútil.
—Consejo número uno de alguien aficionado a las novelas de detectives —comienza a decir con aire aleccionador y cómico a la vez—. Las primeras pistas siempre son las más válidas. Al igual que las primeras impresiones. Cuando llegaste a la conclusión de que podría ser una de tus ex, ¿en quién pensaste, cuál fue la primera persona que vino a tu mente?
Lo pienso durante un momento, sin duda no demasiado.
—Mi primera novia —declaro con rotundidad—. Pero ella no puede ser —añado.
—¿Y por qué no? ¿Es que se ha muerto?
—No, pero por lo que yo sé, se caso con un pez gordo de la psiquiatría y ahora estará disfrutando de su chalecito en La Moraleja con un montón de niños correteando por el jardín…
—¿Era hetero?
Lanzo una carcajada de lo más irónica.
—¿Hetero? ¡Ja! Más quisiera ella… Cuando se casó debió hacerlo técnicamente virgen. Nunca había estado con un tío, ni con una tía, dicho sea de paso, antes de conocerme a mí.
—¿Ves? Ahí tienes una pista fiable.
—Por el amor de Dios, Laura. —No puedo evitar echarme a reír—. Lo nuestro pasó hace más de quince años. Es imposible. En las películas puede que pase pero no en la vida real. El tiempo lo cura todo. Nadie puede estar quince años sin dejar de pensar en una única persona, por mucho que le haya querido. Y más si no la ve. Y yo he estado fuera del país durante varios años…
—¡Uy, que no! —ríe Laura—. Encajaría a la perfección. El primer amor marca mucho. Y el matrimonio gasta y desgasta. Las bollos casadas están de un frustrado que ni te cuento. Que me lo digan a mí, que acabo de sufrir a una en mis propias carnes.
—Hablando de eso, ¿la has vuelto a ver? —pregunto para cambiar de tema.
—Sí, algún día, siempre a lo lejos pero, ¡bah! —Hace un gesto de barrido con la mano.
—¿Y tú cómo estás? Al respecto, quiero decir.
—Bueno —dice con resignación—, ya lo tengo asumido. Otra muesca más en el cabecero de mi cama…
Se queda callada. A mí no se me ocurre nada que pudiera decirle. Me imagino cómo se siente y sé que cualquier cosa que yo diga caerá en saco roto.
—¿Y tú con Silvia qué tal? Porque hija, lo vuestro también es de culebrón.
Doy un leve resoplido echando la cabeza hacia atrás.
—Ya… Pero ahora parece que volvemos a estar bien. Ella está mucho más receptiva y se muestra mucho más sensible que antes. ¿Cómo te diría yo…? Desde lo que pasó estoy viendo que tiene mucho miedo a perderme.
—¿Sigues pensando en que se venga a vivir contigo? —me inquiere con una mirada interrogante.
Le sostengo la mirada sospechando de la retórica de su pregunta. Ella conoce la respuesta tan bien como yo.
—Sí —declaro tajante—. Quizá tenga más miedo que antes —añado—, pero en cierto modo puede que ahora lo desee más.
—¿Y ella qué opina?
—No se lo he vuelto a plantear. Quiero dejar que pase un poco el tiempo.
El timbre de la puerta suena en ese momento. Laura pone cara de extrañada.
—Debe ser ella. Le he dicho que estaría aquí.
—¡Aaaah! —exclama complacida—. ¿Así que por fin voy a poder tener el placer de conocerla?
Sonrío y me levanto a la vez que ella. Tras la puerta, efectivamente, encontramos a Silvia.
—Pasa, cielo —le digo—. Mira, esta es Lau…
—¡Laura! —exclama.
—¡Silvia! —exclama también Laura.
—¿Me he perdido algo? ¿Ya os conocíais? —pregunto sin entender nada.
—Coño, claro —me dice Silvia—. Nos conocimos hace un par de años. Laura estuvo saliendo con Marta.
A Laura se le ensombrece el rictus al oír ese nombre.
—¿Conoces a Marta? —me pregunta.
—Sí, de cuando salimos por ahí todos juntos pero no sabía…
—Bueno, bueno —corta tajantemente Silvia cerrando la puerta y entrando en el piso—. Dejemos a un lado los malos recuerdos… Tía, Laura, ¿qué tal te va? Hacía mogollón que no sabía nada de ti…
—Pues como siempre, sigo currando en la cafetería del hospital…
—Ya veo que has dejado la cochamba inmunda…
—Sí —ríe Laura—. La verdad es que es lo mejor que pude hacer. Cualquier día se me hubiera caído encima. Bueno, ¿quieres un café?
—Sí, claro —responde Silvia desenvuelta. Luego se dirige a mí—. Quítate esa cara de sorpresa, cariño, te he dicho muchas veces que conozco a medio Madrid —me dice riendo.
Laura se va a la cocina mientras Silvia me da un beso. Luego se quita el abrigo, dejándolo sobre una silla. Le cojo del brazo y la arrastro conmigo hasta el sofá. Mi cara aún mantiene una expresión de divertida sorpresa ante la casualidad de que mi novia y mi vecina ya se conocieran.
—Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya… —comienza a decir Laura regresando a la salita con el café para Silvia—. Si es que vivo en los mundos de Yupi… Mira que no caer que la Silvia de la que me hablaba la petarda esta eras tú…
—Mujer, tampoco te he dado muchas pistas…
—Pero no te creas que es porque no habla de ti —le dice a Silvia con un guiño cómplice sentándose en el sillón que está frente a nosotras.
—¿Ah, sí? ¿Y qué cuentas tú de mí? —me pregunta Silvia insinuante cogiendo el café y dándole el primer sorbo.
—Todo bueno, tranquila —explica Laura conciliadora. Luego adopta una expresión más seria—. Bueno, ¿y qué tal le va a Marta?
Silvia y yo nos miramos repentinamente incómodas. Tardamos algo más de un segundo en reaccionar y es Silvia la que por fin rompe el silencio.
—Pues… como siempre. Estuvo trabajando en Barcelona un tiempo pero volvió en febrero… y, bueno, pues ahora está buscando un nuevo curro…
—Ya —asiente Laura con tono circunspecto—. O sea que se sigue poniendo hasta las cejas de pastillas. Y de lo que no son pastillas, claro.
Silvia y yo volvemos a mirarnos sin saber qué decir.
—Tranquilas, no os preocupéis, sólo tenía curiosidad… Lo de Marta hace tiempo que se quedó atrás —dice desenvuelta.
—Ya… —responde Silvia con vaguedad.
—En serio, chicas. No pasa nada… En fin, cambiemos de tema, ¿vale? —Hace una pausa para coger un cigarrillo, Silvia le da un sorbo a su café, yo me remuevo inquieta en el sofá—. ¡Ay! —dice exhalando el humo—. ¿Os habéis enterado de que hay chicas que entienden en la casa de Gran Hermano?
Me echo a reír, aliviada de que la conversación vaya por derroteros más inofensivos.
—¿Que si nos hemos enterado? Aquí la moza me hace tragarme todos los resúmenes de por la noche. Y ya no digamos las expulsiones. El día que echaron a la de Móstoles casi le da algo. Se pilló un cabreo…
—Es que fue una injusticia —se defiende Silvia. Observo cómo Silvia y Laura hablan animadamente.
Enciendo un cigarrillo y me recuesto en el sofá. Todo vuelve a fluir con normalidad. Y presiento que podría acostumbrarme a esto, que me gustaría que se convirtiese en algo habitual. La joven pareja yendo a tomar café a casa de la vecina y a hablar del tiempo y de la vida.
Silvia me mira y me sonríe, apretuja su cuerpo contra el mío.
Eso me basta.
miras el techo. comes techo. tus extremidades no responden. no piensas. no puedes pensar. sólo esperas que pase todo. que bajes del todo. que te caigas. luego podrás levantarte de nuevo. mírate en el espejo, piltrafa humana, ¿de qué color son tus ojos? no, no son negros, eso son las pupilas, imbécil.
estás sola en casa. te levantas de la cama. no sabes muy bien cómo. arrastras tu cuerpo hasta la cocina. bebes agua solán de cabras. das dos tragos y lo piensas mejor. coges una cerveza. vuelves a tu cuarto. buscas en los bolsillos de tu cazadora. sacas la coca. haces unas rayas pero no encuentras ningún billete para hacer el turulo. lo haces con el resguardo del cajero automático. para algo tenían que servir, piensas.
lo mejor de no tener que trabajar: te puedes recuperar de las resacas con calma. antes no podías. llegabas a la oficina con gafas de sol, saludando en el poco catalán que habías aprendido. te sentabas a tu mesa, tu traje de chaqueta estaba arrugado. ¡vaya imagen, nena! tú no puedes permitirte descuidarla. siempre has de estar impecable. los balances te esperaban y tú sólo eras capaz de ver filas de hormigas moviéndose frenéticamente sobre el papel. te encerrabas en el cuarto de baño para poder fumar. esta puta manía europea de no dejar fumar en ningún sitio. o americana, qué más da. están todos igual de colgados.
fumabas un par de cigarrillos. te mirabas al espejo. hacías acopio de fuerzas. salías de nuevo al despacho creyendo que esta vez sí, la resaca se te acabaría pasando rápidamente.
ya no trabajas. no importa. has vuelto con papi y mami. les has contado que no has podido soportar la presión, la tensión, la responsabilidad, que no te encontrabas a gusto, que les echabas de menos… lo han creído. quizá tu madre torció un poco el gesto. era tu trabajo, era tu responsabilidad, sabías lo que se te venía encima. no haberlo aceptado. ya, claro. pero la oferta era muy tentadora. barcelona. cosmopolita. fiesta. marcha. madrid ya la tenías quemada. madrid te estaba matando. conocías a demasiada gente. y demasiada gente te conocía a ti. era horrible. momentos en que no lo soportabas. una gran ciudad que protege el anonimato y tú te encontrabas a algún conocido en su esquina más oculta. sabían demasiado de ti. tenías que desaparecer. conquistar otra ciudad hasta quemarla. y quizá luego volver a marcharte. siempre llevarías el incendio en tu interior.
¿qué ha quedado después de todo? nada. ni aquí ni allí. sólo una rutina tan alienante como el ir a trabajar cada día. salías de marcha cada noche. tu horario era flexible, te lo podías permitir. y la ciudad te ofrecía múltiples oportunidades para no quedarte en casa. hiciste amigos pronto. aunque ya se sabe que en ciertos mundos es fácil hacerlo. aunque no sean amigos de verdad, claro está. bares de ambiente y de no ambiente. volviste a follar con tíos, recordaste esa bisexualidad que habías mantenido hasta los veintidós. claro, con tu cara y con tu cuerpo, ¿cómo van a pensar que eres lesbiana? y tú te dejabas hacer. ese sentimiento de que te daba igual ocho que ochenta. ¿qué más daba? en el fondo no importa quién te toque, quién te folle, si no puedes sentirlo.
tus jefes empezaron a fruncir el ceño. no rendías. te lo dijeron. ¿te pasaba algo? ¿era mucha presión para ti? ¿te costaba adaptarte al trabajo, a la ciudad? té reíste para tus adentros. si ellos supieran lo rápido que te habías adaptado a la ciudad… no, no, es que aún no me he acostumbrado a algunas cosas. no se preocupen, procuraré remediarlo lo antes posible.
pero no lo remediaste. lo empeoraste. ya no llegabas tarde a la oficina. no llegabas, directamente. te llamaban al móvil y tú no respondías. luego ibas al día siguiente y hacías como si nada pasara. ni siquiera te molestabas en dar alguna excusa creíble. sin embargo sabías que sí pasaba, que caminabas en la cuerda floja. y te ibas a caer. lo sabías. el problema es que aún no sabías cuándo.
te acuerdas de laura. joder, ya hace tiempo pero da igual. a veces te acuerdas de ella. una chica tan formal, tan buena gente. no una loca chiflada como tú con las napias pegadas a la mesa todo el santo día. a veces te preguntas cómo estará, qué habrá sido de ella, si seguirá trabajando en la cafetería del aquel hospital. ¿estará con alguien? es una duda que te asalta a menudo. sabes que no tienes derecho a estar celosa. la relación acabó. y tú te has tirado a media barcelona y gran parte de madrid desde entonces. bueno, a lo mejor es exagerar, pero tienes que reconocer que tu vida sexual es bastante activa. lo que no quiere decir que sea satisfactoria. es raro que tú duermas sola. aunque desde que has vuelto estés manteniendo la abstinencia. ¡coño, claro, con los padres en el cuarto de al lado no se puede!
y tus amigos, ¿qué? has tenido suerte, te han vuelto a recibir. aunque no es como antes. normal. te fuiste en un momento crítico. sabes que a ellos no les gusta que te metas tanto. pero bueno, es tu vida, no la de ellos, tú sabes lo que estás haciendo, tú lo controlas… bueno, tal vez no lo controles pero sabes lo que haces, sí, sabes lo que haces…
joder, ya no te queda coca. lames la papela mientras piensas en conseguir más.
y silvia. menuda suerte tiene la tía. y cómo conoció a la tal ángela, que mira que está buena. y luego encuentra trabajo y todo le va de puta madre. y el numerito que montó la otra noche no hay dios que lo entienda. luego dicen de ti pero, coño, tú sólo te colocas, no te pones a gritar ni te marchas de los sitios dejando a todo el mundo con la boca abierta. pero claro, silvia es una chica formal. tú no. o eso es lo que te dicen.