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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Llévame a casa (12 page)

BOOK: Llévame a casa
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La cuestión era que, a ojos de Jose, Marta fue perdiendo el norte, y dejó de apetecerle salir con ella de copas. Silvia siguió a su lado pero, en ocasiones, cuando salía el tema estando los dos a solas, Jose comprobó que ella compartía su opinión.

A finales de ese año, mientras la relación de Chus y Toño daba sus últimos coletazos, Marta conoció a Laura, una chica encantadora y sencilla que apenas salía. Afirmaba no entender ese afán de pasar los fines de semana teniendo en la mente, como único objetivo, coger una melopea mayor que la anterior. Marta pasaba mucho tiempo con ella. Remitieron sus salidas nocturnas y sus jugueteos con las drogas. Parecía casi enamorada. Tanto cambió su actitud que Silvia y él creyeron que, tal vez, estar con esa chica podría redimirla lo suficiente como para que su vida dejase de girar en torno a la noche y sus aditivos.

La aparente tranquilidad no llegó a durar más de tres o cuatro meses. Marta y Laura salían en plan tranquilo, a solas o a veces con amigos, iban al cine, a cenar o a tomarse una o dos copas pero sin apurar la noche hasta el amanecer. El esfuerzo por comportarse así debió agotar a Marta. Comenzó a salir sola, a ver menos a Laura, a llegar colocada cuando quedaba con ella. Laura no aguantó mucho. Estaba saliendo con alguien que realmente no estaba allí, así que tomó la decisión de dejarla.

Jose sabía que a Marta le había dolido mucho aunque fuese consciente de que había hecho sobrados méritos para lograr el resultado que finalmente consiguió. Lo pasó mal o, al menos, eso entendió él en uno de sus delirios alcohólicos de la noche del sábado.

Se centró en el trabajo. Aunque eso no fue óbice para dejar de salir desenfrenadamente durante los fines de semana. Hasta que un buen día llegó con la noticia de que la trasladaban a Barcelona. Y en cuestión de un mes, además. Pareció ilusionarse mucho. Decía que podría empezar de cero y todas esas cosas que se dicen en situaciones parecidas pero que ni uno mismo se llega a creer. Así que desapareció. Cogió sus bártulos y se largó a la ciudad condal.

Y el hecho de que apenas seis meses después hubiera regresado mosqueaba. Mosqueaba mucho. Y más viéndola todos los días bajo el efecto de toda clase de sustancias.

Bailaban animadamente, todos con todos. Lo pasaban bien. Marta incluida, a pesar del cuelgue. Jose pensaba que, en aquel momento, no podría pedirle nada más a la vida. Un novio que le quería y a quien quería, un trabajo que, si bien no era el de sus sueños, le daba para vivir tranquilamente, buenos amigos a su lado y la imperante sensación de que todo estaba en su sitio.

Miraba a Chus y se le iluminaba la cara. Tan guapo y apuesto. Y tan poco parecido a esos gays que tanto abundan, a los que sólo les importa echar un polvo cada noche y cuanta más variedad haya, mejor que mejor. Conocerle había sido una de las mejores cosas que le habían pasado en la vida, ya se lo había dicho.

Siguió bailando y moviéndose alrededor de su grupo de amigos. Echó un vistazo a la gente que llenaba el bar. Silvia le había pegado esa manía desde que la niñata la dejó e intentaba evitarla a toda costa las pocas veces que ponía el pie en Chueca. Por aquel entonces le pedía que estuviera atento por si la veía para así esquivar la posibilidad de un encontronazo. Pero como cada vez Silvia salía más, era cada vez más probable que se encontraran con la dichosa Carolina, cosa que acababa ocurriendo y que siempre conseguía alterar el humor y el ánimo de Silvia, tornándolo contrariado y triste.

Y esa noche no iba a ser la excepción. Jose fue el primero en avistarla entrando en el local. Se cercioró de que era ella y luego volvió la vista hacia Silvia, que estaba mirando en la misma dirección en la que había estado mirando él hasta ese momento. Su amiga asintió con la cabeza, haciéndole saber que ya la había visto. Él se acercó hasta donde estaba en un acto instintivo de protección.

Marta también se acercó.

—Oye, ¿esa de ahí no es tu Baby Boom? —le preguntó con la risa tonta de los borrachos. Baby Boom fue como Marta bautizó a Carolina cuando su amiga comenzó a salir con ella. Ya no sólo por la diferencia de edad (tres años no son nada) sino por la carita de niña buena e inocente que gastaba Carolina y su aspecto de yogurín recién salido de la nevera. Tras la ruptura no volvió a llamarla de otra forma al ver cómo trató a Silvia y el modo pueril que tuvo de comportarse.

Silvia asintió con la cabeza.

—¿Tú te has fijado con quien va? —dijo Marta.

—No, ¿por qué?

Marta señaló con la mirada al grupo de gente con el que iba Carolina, que parecía no haberles visto a ellos.

—Esa peña son los pastilleros mayores del reino… —explicó—. Joder con la Carolina. Y parecía modosita cuando la compramos…

—Que haga lo que quiera —declaró Silvia tajante—. Ya es mayorcita para saber lo que hace. —Y se dio la vuelta para acercarse a Ángela, decidida a olvidarse del tema.

Jose agradeció esa reacción. Quería decir que la niñata ya no tenía poder sobre ella y le alegró comprobar que así fuera al fin. Ella tenía a Ángela y un nuevo trabajo, no debía preocuparse por nada que no fuera eso. Y mucho menos por una tía como Carolina.

No eran ni las tres cuando Jose y Chus decidieron irse a casa. Se despidieron de todos y fueron en busca de la moto. Jose se puso muy nervioso de repente. Creía que había llegado el momento de aclarar las cosas. Dos años le habían bastado para perder algunos miedos y había llegado el momento de superarlos del todo. Quiso esperar hasta que hicieran todo el trayecto hasta casa de Chus, aparcaran la moto y se encaminaran al portal.

—Oye, Chus —le dijo mientras este buscaba las llaves de casa en sus bolsillos. Se giró hacia él.

—¿Qué? —preguntó.

—He estado pensando… Ya sabes, acerca de tu proposición —le dijo con una débil sonrisita.

—¿Y? —le apremió Chus, que se había puesto nervioso de repente.

Jose sonrió más abiertamente y extendió los brazos y las palmas de las manos al tiempo que se encogía de hombros.

—¿Tú qué crees?

—¿Sí? ¿Que sí? ¿Me estás diciendo que te vendrás?

Asintió enérgicamente con la cabeza.

—Sí —declara.

Chus le alza en brazos riendo y besándole. Y Jose también ríe. Feliz. Pleno. Empezando una nueva etapa de su vida con la persona que quiere.

IV
…a quién querer
ÁNGELA

—¿Te he contado lo de la tía con la que me lié en el hospital? —me pregunta Laura.

—No, ¿qué ha pasado ahora?

—Pues nada, me he enterado de que está casada.

—Qué fuerte. ¿Y cómo te has enterado?

—Eso es lo mejor. Ella estaba delante y no sabía ni donde meterse.

—¿Pero no me dijiste que llevaba un mes ignorándote y esquivándote? —le pregunto encendiéndome un cigarro.

—Sí, hija, pero en algún momento se tendría que acercar a la cafetería, digo yo. Pues nada, resulta que estaba con una de las otras médicos, una de estas hipermegaguays de mechitas rubias y chalecito en Mirasierra. Se ponen en la barra y me piden unos cafés. Y en estas que se lo estoy sirviendo cuando la megaguay le suelta: «Bueno, ¿qué tal tu marido?». Y yo que me quedo de piedra, con las jarras de leche en la mano, y me la quedo mirando.

—¿Y qué hizo?

—Pues nada, me miró un par de veces con la cabeza gacha. Y yo ya con cara de cabreo monumental que le pregunto si quiere la leche caliente o templada. Y con las mismas dice que tiene que irse y coge y se marcha. La muy zorra… Pues no me dijo que aún vivía con sus padres…

—¿Y cómo estás? —le pregunto intentando ver más allá de su pretendido cinismo.

Laura se encoge de hombros y noto cómo la coraza de frialdad e indiferencia se le cae estrepitosamente al suelo.

—Pues… jodida, muy jodida. Ya sé que lo que tuve con esta tía fue muy corto y todo lo que tú quieras pero es que…

—¿Estás muy pillada? —me aventuro a preguntar. Sus ojos tienen ese particular brillo del que está a punto de llorar.

—Pues sí, ¿para qué voy a mentirte, Ángela? Estoy muy pillada. Ya te he dicho que desde lo de mi ex no había vuelto a estar con nadie. Y de repente llega esta tía y entra en mi vida arrasando con todo…

—Ya… —dudo antes de hablar—. Pero tampoco puedes aferrarte a ella. Y menos después de lo que has visto. Te mintió y encima te ha estado evitando para no tener que afrontar los hechos…

—No, si ya lo sé… Pero cada vez que me acuerdo se me revuelve el estómago… —Suspira con resignación y coge un cigarrillo—. Bueno, cambiemos de tema. ¿Qué tal tú con Silvia?

—Bien. Yo creo que cada vez mejor —le contesto sin mucha convicción, aunque creo que no lo nota.

—¿Se le ha pasado ya esa manía que tenía de decirte que la ibas a acabar dejando como su ex?

—Creo que sí. Al menos ha dejado de decirlo. Aunque a veces se le escapa algún comentario en el que aparece la dichosa niñita.

—Bueno, ya sabes lo que pasa con estas cosas. La sombra de la ex siempre es alargada.

Me río con ganas ante el comentario.

—Sí, ya lo sé. Las ex son como el monstruo del lago Ness, no puedes verlas pero sabes que están ahí. —Vuelvo a reír ante la ocurrencia. Luego me pongo seria—. Pero no sé, joder, yo también tengo mis ex y no son pocas precisamente. Sin embargo mis ex están a un lado y ya está, me puedo acordar de ellas pero no rigen mis actos. Si se ha acabado, se acabó y punto. No hay que darle más vueltas.

—Ya, pero esa es tu forma de verlo. Y a cada persona le afecta de un modo distinto el tema de las rupturas…

—Pero bueno, en líneas generales las cosas nos van bien. El sábado hacemos dos meses.

—Bien, bien… Si lo importante es que estéis bien. Los miedos se acaban yendo tarde o temprano.

Echo un vistazo al reloj y me doy cuenta de que ya es tarde, además, Laura es de las que se acuesta pronto.

—Oye, cielo, que me voy a pasar a mi casa. Silvia tiene que estar al llegar y le he prometido que hoy tendríamos una cena decente en vez de llamar a un telepizza.

—Bueeeno… —contesta ella alargando la e con un mohín infantil—. Ya me contarás cómo sigue todo… ¡Y a ver si me la presentas!

—Cualquier día de estos… Venga, ya te cuento —le digo levantándome del sofá y encaminándome hacia la puerta—. Ciao —me despido abriéndola—. Y no te comas mucho la cabeza, no merece la pena.

Su despedida es una sonrisa resignada. Me voy para no seguir hurgando en la herida.

Justo cuando he cerrado la puerta del piso de Laura y estoy sacando las llaves del mío del bolsillo, oigo pasos que se acercan al otro lado del enrevesado pasillo. Abro la puerta pero me quedo en el umbral, intuyendo que es Silvia. Y no me equivoco. Y viene de buen humor. Cuando está así sus ojos sonríen tanto como su boca. Llega hasta mí y me besa efusivamente en los labios. Dios, qué guapa es…

—¿De dónde vienes? —me pregunta entrando ya en casa.

—De casa de la vecina.

—¡Ah, de la vecina! —dice con cómica ironía—. Esa chica que me dijiste que también entendía… —Deja su abrigo sobre una silla y acto seguido se acerca a mí, entrelaza sus manos a mi espalda y me atrae hacia ella—. Muy buenas migas has hecho tú con ella en tan poco tiempo… Al final vas a conseguir que me ponga celosa.

Me besa con una ternura que va creciendo entre las dos más y más cada día. Pero el tierno beso se apasiona por momentos. Me aparto de ella entre risas.

—¡Eh! —la reprendo—. Que se te ve el plumero, cielo. Voy a preparar la cena o nos veo comiendo pizza como es habitual.

Ella estrecha más su abrazo y me mira sugerente.

—Mmmm… La verdad es que no estaba pensando en comer pizza precisamente —me suelta en un tono cargado de dobles sentidos.

—¡Pero mira que eres verde…! —vuelvo a reprenderla sin dejar de sonreír. Al fin consigo zafarme de su abrazo y entro en la cocina para empezar a hacer la cena.

Por el rabillo del ojo, mientras voy sacando cosas del frigorífico, la veo coger su bolso, sacar el tabaco y encenderse un cigarrillo. Luego se descalza, dejando los zapatos en un rincón. Le doy la espalda intencionadamente para dejarme sorprender. La siento acercarse por detrás. Me rodea la cintura con un brazo mientras el otro acerca el cigarrillo a mis labios. Exhalo el humo satisfecha y me dejo besar en el cuello al tiempo que escurro verduras en el fregadero. Pienso en la plenitud que siento en estos momentos de aparente y vulgar cotidianeidad. La satisfacción que, con el paso de los años, me producen los pequeños momentos como éste, que me hacen sentir muy grande.

—Silvia… —protesto cómicamente ante sus crecientes avances en mi cuello y sus manos bajo mi ropa.

—Está bien —claudica ella con vocecita de niña pequeña, haciéndose a un lado aparentemente enfurruñada—. ¿Te ayudo en algo?

—No hace falta, cielo —le digo. Luego cambio de idea—. Bueno, sí, hay algo que quiero que hagas.

—Dime —contesta ella solícita, casi poniéndose en posición de firmes.

—Pon algo de música, ¿quieres? —le pido dándole un beso.

Se va al salón rápidamente. Sé que le encanta curiosear entre mis discos, tanto o más que a mí entre los suyos. Prácticamente no ha habido una sola vez que haya estado aquí que no se haya quedado junto a la estantería mirando los cantos de los compacts con absorta atención, sacando uno u otro para observar su portada o el libreto interior.

La oigo trajinar con el equipo de música y al momento, las primeras notas del «Sin ti no soy nada» de Amaral comienzan a llenarlo todo. Oigo cantar a Silvia por encima de la música. Es increíble cómo las situaciones pueden convertir una canción triste en algo tan feliz. Desde que salió, el disco se ha convertido en nuestra banda sonora. Y jamás podré dejar de asociar su primera canción a otra persona que no sea Silvia.

Vuelve a acercarse a mí por detrás. Y vuelve a rodear mi cintura con sus brazos. Y vuelve a acercar sus labios a mi cuello para susurrarme al oído al ritmo de la canción:
«…porque yo sin ti no soy nada».

Y mis rodillas tiemblan de amor. En momentos como este la adoro. La cogería y la ataría a mí para que no pudiera irse nunca. Para que jamás se separase de mí.

De madrugada, tumbada en la cama, con Silvia a mi lado dormitando suavemente, su espalda desnuda provocándome a acariciarla, soy incapaz de dormir. A pesar de tener sueño, a pesar de arrastrar el cansancio de toda una semana de trabajo, a pesar, incluso, de la agotadora sesión de sexo a la que Silvia y yo nos hemos entregado como casi todas las noches que pasamos juntas. No puedo. Mi cabeza no deja de dar vueltas como una lavadora que centrifuga. Me asusta lo que estoy sintiendo. Lo que he llegado a sentir en tan poco tiempo.

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