Sólo pude mirarle y reír.
Se quedó plantado mientras yo seguía andando. Nunca te fíes de un hombre que tiene el bigote perfectamente igualado…
También otros habían estado escuchando. Saliendo de la clase de Reportajes de Actualidad, me encontré con Baldy que estaba con un chico de un metro cincuenta de alto por noventa centímetros de ancho. La cabeza del chico estaba hundida en sus hombros, tenía un cráneo totalmente redondo, orejas pequeñas, cabello perfilado, ojos de guisante y una boca pequeña y húmeda.
Un desquiciado, pensé, quizás un asesino.
—¡Oye Hank! —aulló Baldy.
Me aproximé.
—Creí que habíamos acabado, LaCrosse.
—¡Oh, no! ¡Todavía quedan grandes cosas por hacer!
¡Mierda! ¡Baldy también era uno de ésos!
¿Por qué la idea de la Raza Superior no atraía más que a los disminuidos mentales y físicos?
—Quiero que conozcas a Igor Stirnov.
Me acerqué y nos dimos la mano. El apretó la mía con todas sus fuerzas. Realmente me hizo daño.
—Suéltame —dije— o te voy a partir el cuello.
Igor me soltó.
—No confío en la gente que estrecha las manos con blandura. ¿Por qué lo haces tú?
—Hoy estoy débil. Quemaron mi tostada del desayuno y al mediodía se me cayó el batido de chocolate.
Igor se volvió hacia Baldy.
—¿Qué le pasa a este chico?
—No te preocupes por él. Actúa a su modo.
Igor volvió a mirarme.
—Mi padre era ruso blanco. Durante la Revolución le mataron los rojos. ¡Tengo que vengarme de esos bastardos!
—Ya veo…
Entonces otro estudiante se nos acercó.
—¡Oye, Fenster! —aulló Baldy.
Fenster se aproximó. Nos dimos la mano. Yo apenas apreté. No me gustaba dar la mano. El nombre de Fenster era Bob. En una casa de Glensdale iba a celebrarse una reunión, Americanos por el Partido Americano. Fenster era el representante por la Universidad. Fenster se fue y Baldy se inclinó para susurrarme en el oído:
—¡Son nazis!
Igor tenía un coche y cuatro litros de ron. Nos encontramos frente a la casa de Baldy. Igor pasó la botella. Buen licor, realmente quemaba las membranas de mi garganta. Igor conducía el coche como si fuera un tanque, sin detenerse en las señales de stop. La gente tocaba el claxon mientras pisaban el freno e Igor les blandía una pistola réplica de las de verdad.
—Oye, Igor —dijo Baldy—, muestra tu pistola a Hank.
Igor estaba conduciendo. Baldy y yo estábamos sentados atrás. Igor me tendió la pistola. La miré.
—¡Es fantástica! —dijo Baldy—. La talló en madera y la pintó con betún de zapatos. Parece de verdad, ¿no es cierto?
—Sí —contesté—. Incluso ha perforado un agujero en el cañón. Devolví la pistola a Igor.
—Muy bonita —dije.
Me volvió a pasar el ron. Me pegué un trago y pasé la botella a Baldy. El se quedó mirándome y dijo:
—¡Heil Hitler!
Fuimos los últimos en llegar. Era una casa grande y bonita. En la puerta nos salió al paso un tipo gordo que tenía el aspecto de alguien que se había pasado toda la vida comiendo castañas junto al fuego. Parecía que los padres no estaban por ahí. Su nombre era Larry Kearny. Le seguimos a través del caserón y bajamos una escalera larga y oscura. Todo lo que yo podía distinguir eran los hombros y la nuca de Kearny. Evidentemente era un tipo bien alimentado y parecía mucho más saludable que Baldy, Igor o yo mismo. A lo mejor podíamos aprender algo allí.
Llegamos al sótano y encontramos varias sillas. Fenster nos hizo un signo aprobatorio con la cabeza. Había otros siete tipos que no conocía. Sobre un estrado se alzaba una mesa. Larry subió al estrado y se plantó tras la mesa. Detrás suyo, sobre la pared, se extendía una bandera americana. Larry se irguió muy erecto.
—¡Ahora juraremos nuestra lealtad a la bandera americana!
¡Dios mío! —pensé—. ¡Me he equivocado de sitio!
Nos alzamos y proferimos nuestros juramentos, pero yo me paré después de «juro por»… y no dije qué.
Nos sentamos. Larry comenzó a hablar parapetado tras la mesa. Explicó que, ya que era la primera reunión que él presidía, cuando tuviéramos dos o más reuniones, cuando nos conociéramos entre nosotros, podríamos elegir un presidente. Pero mientras tanto…
—Nos enfrentamos, en América, a dos severas amenazas a nuestra libertad. Por un lado el azote del comunismo y por otro el alzamiento negro. A menudo trabajan conjuntamente. Nosotros, verdaderos americanos, nos reunimos aquí en un intento de contrarrestar este azote, esta amenaza. ¡Ha llegado hasta tal punto que ninguna chica blanca y decente puede andar por la calle sin ser acosada por un macho negro!
Igor pegó un brinco.
—¡Los mataremos!
—Los comunistas quieren arrebatarnos la riqueza por la que tanto hemos trabajado, por la que nuestros padres se desvivieron y sus padres antes que ellos se mataron a trabajar. ¡Los comunistas quieren entregar nuestro dinero a todo negro, homosexual, vagabundo, asesino y exhibicionista que camina por nuestras calles!
—¡Los mataremos! —¡Hemos de detenerlos! —¡Nos armaremos!
—Sí, nos armaremos. ¡Nos armaremos y reuniremos aquí para formular un Plan Maestro para salvar a América!
El grupo entero aplaudió. Dos o tres vociferaron: «¡Heil Hitler!» Entonces llegó el momento-de-conocernos-entre-nosotros.
Larry nos pasó unas cervezas frías y formamos pequeños corros para charlar, sin decirnos gran cosa, excepto que necesitábamos hacer mucho tiro al blanco para luego saber utilizar nuestras armas cuando llegara el momento.
Cuando fuimos a la casa de Igor tampoco parecía que estuvieran en ella sus padres. Igor cogió una sartén, puso en ella cuatro trozos de mantequilla y comenzó a derretirlos. Cogió el recipiente del ron, vertió una cantidad generosa y la calentó junto a la mantequilla.
—Esto es lo que beben los hombres —dijo. Luego observó a Baldy—. ¿Eres un hombre, Baldy?
Baldy ya estaba borracho. Se mantenía muy erguido con los brazos cayéndole a los costados.
—¡Sí, soy un hombre! —y comenzó a llorar. Las lágrimas se deslizaron por su rostro—. ¡Soy un hombre! —Se mantenía muy erguido y mientras rodaban los lagrimones vociferaba—: ¡Heil Hitler!
Igor me miró fijamente.
—¿Eres un hombre?
—No lo sé. ¿Está ya listo ese ron?
—No sé si confiar en ti. No estoy seguro de que seas uno de los nuestros. ¿Acaso eres un espía doble? ¿Eres un agente del enemigo?
—No.
—¿Eres uno de nosotros?
—No lo sé. Sólo estoy seguro de una cosa.
—¿Cuál es?
—No me caes bien. ¿Está ya preparado el ron?
—¿Ves? —dijo Baldy— . ¡Te dije que era un tipo despreciable!
—Veremos quién es el más despreciable cuando se acabe la noche —contestó Igor.
Igor vertió la mantequilla derretida junto al hirviente ron, luego apagó el fuego y removió la mezcla. No me caía bien él, pero ciertamente era distinto y eso me gustaba. Encontró tres copas grandes y azules, con letras rusas inscritas en ellas. Vertió el ron con mantequilla en las copas.
—Muy bien —dijo— ¡bebeoslo!
—Mierda, está hirviendo —dije mientras trasegaba la copa. Estaba demasiado caliente y atufaba a mantequilla.
Observé cómo Igor se bebía la suya. Vi sus pequeños ojos de guisante asomar por el borde de la copa. Se las arregló para trasegarlo mientras ríos de mantequilla con ron caían por las comisuras de su boca. El estaba estudiando a Baldy. Baldy permanecía plantado en píe observando su copa. Yo sabía desde tiempo antes que Baldy no tenía una afición natural a la bebida.
Igor miraba fijamente a Baldy.
—¡Bébelo!
—Sí, Igor, sí…
Baldy alzó la copa azul. Lo estaba pasando mal. Estaba demasiado caliente para él y no le gustaba cómo sabía. La mitad del contenido se deslizó por su barbilla y cayó sobre su camisa. La copa vacía se estrelló contra el suelo de la cocina.
Igor se plantó frente a Baldy.
—¡Tú no eres un hombre!
—¡Soy un hombre, Igor!¡Soy un hombre!
—¡Mientes!
Igor le golpeó con un revés y la cabeza de Baldy cayó hacia un lado. Propinó otro revés y enderezó la cabeza de Baldy. Este se puso firmes manteniendo los brazos rígidos a los costados.
—Soy… un… hombre… Igor permaneció frente a él.
—¡Haré un hombre de ti!
—Vale —le dije a Igor—, déjale solo.
Igor salió de la cocina. Me serví otro ron. Era una bebida asquerosa pero no había nada más.
Igor entró en la cocina. Estaba empuñando un revólver, un revólver de verdad de seis tiros.
—Vamos a jugar ahora a la ruleta rusa —anunció.
—Sí, con el coño de tu madre —contesté.
—Yo jugaré, Igor —dijo Baldy—. ¡Jugaré! ¡Soy un hombre!
—De acuerdo —contestó Igor—, sólo hay una bala en el revólver. Giraré el tambor y te pasaré el revólver.
Igor dio vueltas al tambor y entregó el revólver a Baldy. Baldy lo cogió y apuntó a su cabeza.
—Soy un hombre… soy un hombre… ¡lo haré! —Comenzó a llorar de nuevo—. ¡Lo haré… porque soy un hombre…!
Baldy desvió la boca del revólver de su sien. Apuntó a otro sitio y apretó el gatillo. Sonó un click.
Igor volvió a coger el arma, giró el tambor y me la tendió. Yo se la devolví.
—Tú primero.
Igor volvió a girar el tambor, sostuvo el revólver contra la luz de modo que viera la recámara y luego se lo aplicó a la sien. Sonó un click.
—Magnífico —dije—. Has mirado en la recámara para ver dónde estaba la bala.
Igor dio vueltas al tambor y me pasó el revólver.
—Es tu turno.
Le devolví el arma.
—Guárdatelo —le repliqué.
Me aproximé a los fuegos para servirme otro ron. Mientras lo hacía sonó un disparo. Miré al suelo. Al lado de mi pie, en el suelo de la cocina, había un agujero de bala.
Me giré en redondo.
—Si vuelves a apuntarme con esa cosa otra vez, te mataré, Igor.
—¿Ah sí?
—Sí.
Permaneció frente a mí sonriendo. Lentamente comenzó a elevar el revólver. Yo esperé. Al poco lo bajó. Ya bastaba por esa noche. Fuimos hasta el coche e Igor nos llevó hasta casa. Pero primero paramos en el Parque Westlake, alquilamos una barca y remamos por el lago hasta acabarnos el ron. Con el último sorbo, Igor cargó el revólver y efectuó varios disparos contra el fondo de la barca. Estábamos a treinta metros de la orilla y tuvimos que nadar…
Era muy tarde cuando llegué a casa. Me arrastré sobre el arbusto de las bayas y trepé por la ventana. Me desvestí y fui a la cama mientras en la habitación próxima mi padre roncaba.
Yo solía volver de clase bajando la colina de Westview. Nunca llevaba libros en la mano. Aprobé mis exámenes asistiendo a las clases y adivinando las respuestas. Jamás tuve que empollar los exámenes y conseguí las calificaciones «C» de aprobado. Y mientras bajaba la colina me metí en una enorme tela de araña. Empecé a romperla y quitármela de encima mientras buscaba a la araña. Entonces la vi: era una enorme y negra hija de puta. La aplasté. Había aprendido a odiar a las arañas. Cuando fuera al infierno, me devoraría una araña.
Durante toda mi vida en ese vecindario me había metido en telas de arañas, me habían atacado los cuervos y había vivido con mi padre. Todo era eternamente triste, sombrío y maldito. Incluso el tiempo era un tiempo de perros. O era insoportablemente cálido durante semanas o, si llovía, llovía durante cinco o seis días. El agua anegaba los jardines y penetraba en las casas. Quienquiera que fuera el que diseñó el sistema de drenaje, probablemente había sido bien pagado por su ignorancia en la materia.
Y mis propios asuntos iban de mal en peor, tal como cuando nací. La única diferencia era que ahora podía beber de vez en cuando, aunque nunca lo suficiente. El beber era lo único que evitaba que un hombre se sintiera desplazado e inútil. Todo lo demás era luchar y luchar, abriéndose paso a tajos. Y nada era interesante, nada. Todo el mundo era igual, reprimiéndose y controlándose. Y yo tenía que vivir con esos mamones el resto de mis días, pensé. ¡Dios mío! Todos tenían un agujero en el culo y órganos sexuales y bocas y sobacos. Se sentaban y charloteaban y eran tan estúpidos como la cagada de un caballo. Las chicas tenían buen aspecto vistas a distancia, con el sol filtrándose entre sus ropas y cabellos. Pero cuando se acercaban y mostraban sus cerebros a través de la cháchara de sus bocas, te sentías con ganas de excavar una trinchera en una colina y esconderte con una ametralladora. Verdaderamente nunca sería capaz de ser feliz, casarme y tener hijos. Demonios, ni siquiera podía obtener trabajo como lavaplatos.
A lo mejor podría ser un asaltante de bancos. Algo realmente emocionante. Algo con relumbre y pasión. Sólo tenemos una oportunidad. ¿Por qué ser un limpiaventanas?
Encendí un cigarrillo y seguí bajando la colina. ¿Era yo el único en agobiarme por un futuro sin posibilidades?
Vi otra de esas grandes arañas negras. Yacía en su telaraña justo a la altura de mi cara y en medio del camino. Cogí el cigarrillo y lo aplasté contra ella. La enorme araña se agitó de tal modo que las ramitas del arbusto donde afianzaba su telaraña se movieron. Saltó de su telaraña y cayó sobre la acera. Asesinas cobardes, todas eran unas cobardes asesinas. La aplasté con el zapato. Un día útil, había matado dos arañas y trastocado el equilibrio de la naturaleza, ahora nos iban a devorar los mosquitos y las moscas.
Seguí bajando la colina, estaba cerca del final cuando un gran arbusto empezó a agitarse. La Reina de las Arañas me perseguía. Avancé a su encuentro.
Mi madre saltó a la acera desde detrás del arbusto. —¡Henry, Henry! ¡No vayas a casa, no vayas a casa, tu padre te matará!
—¿Y cómo va a hacerlo? Puedo darle de azotes en el trasero.
—¡No, está furioso, Henry! ¡No vayas a casa, te matará! ¡Te he estado esperando durante horas!
Los ojos de mi madre se habían ensanchado por el miedo y tenían un bello color castaño.
—¿Qué está haciendo en casa tan temprano?
—¡Tenía dolor de cabeza y le concedieron la tarde libre!
—Creí que estabas trabajando, ¿acaso no has encontrado un nuevo trabajo?
Ella había conseguido por fin trabajo como guardesa de una casa.
—¡Vino y me recogió! ¡Está furioso! ¡Te matará!
—No te preocupes, mamá, si intenta algo en contra mía voy a darle una patada en el culo, te lo prometo.