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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (39 page)

El ángel con quien había firmado el contrato estaba literalmente «muy disgustado», y no solo porque el vampiro hubiera roto el acuerdo, sino también porque había utilizado el empleo que él le había proporcionado para estafar a otros. Elena había recibido una orden de «matar en caso de recuperación imposible», pero había devuelto al imbécil vivo. Petrificado, pero vivo.

«Gracias, cazadora del gremio —le había dicho el ángel con un tono sereno cargado de muerte cuando ella le entregó al chupasangre—. Yo me encargaré del castigo.»

Elena había sentido lástima por el vampiro, pero el tipo había cavado su propia tumba cuando robó el dinero.

—No está muerto, ¿sabes? —le dijo a Illium, que se había situado a su lado para escuchar la historia de aquella caza. El cuarto miembro del grupo, Naasir, se había quedado en un pequeño asentamiento que se encontraba a una hora de vuelo de allí con la esperanza de poder sonsacarle algo más de información a los lugareños—. El ángel decidió castigarlo de otras formas.

El rostro de Illium tenía un aspecto fresco y hermoso bajo la brisa que barría la cima de la montaña en la que se encontraban y alborotaba los mechones negros de puntas azules de su cabello.

—En ocasiones, la muerte es demasiado clemente.

—Ya, pero lo siento por él de todas formas. Fue un delito de guante blanco.

Illium la miró con extrañeza.

—En el mundo humano, esos crímenes se castigan con levedad a pesar de que afectan a cientos de personas y llevan a algunas de ellas a elegir la muerte de los desesperados. Sin embargo, el hombre que golpea a una sola persona es considerado un criminal de la peor clase.

—Vaya… —Elena contempló la inmensa extensión de bosque y montañas que había frente a ella—. Nunca lo había visto de ese modo. —Frunció el ceño al darse cuenta de que el verde oscuro del bosque no estaba del todo deshabitado. Acababa de divisar el inconfundible techo de tejas de lo que debía de ser un templo.

¿
Rafael
? Intentó que la preocupación que sentía no se revelara en aquella llamada mental. Rafael había aterrizado con ella y con Illium y les había dicho que esperaran mientras él realizaba un reconocimiento preliminar. Luego había desaparecido entre las nubes. Aquello había ocurrido quince minutos antes, y a pesar de lo mucho que lo intentaba, Elena no conseguía percibir la familiar lluvia de su esencia. ¿
Arcángel
?

Un brillo dorado en el despejado cielo azul. Elena se protegió los ojos con una mano, miró hacia arriba y sintió que el alivio inundaba su corazón.

Oye, ¿a qué viene tanto silencio
?

No hubo respuesta. Decidió conservar la calma y observó con asombro cómo el arcángel descendía hacia la copa de los árboles. Sus movimientos eran poderosos y precisos, tanto que volar parecía cosa de niños.

—Es el ser más magnífico que he visto en mi vida. —Las palabras brotaron de sus labios sin más.

—Me hieres, Elena.

Ella sonrió, pero no apartó la vista de Rafael mientras este trazaba un círculo en torno a la zona del templo y luego viraba hacia ellos.

—Tú eres sin duda el más guapo. —Con ojos dorados y alas azules, Illium debería haber sido casi demasiado hermoso, y en ocasiones, a Elena le parecía que lo era. ¿Qué mujer se atrevería a pasear a su lado?

—¿Más guapo que Ransom? —El ala azul rozó la de Elena cuando Illium le dio un empujón con el hombro.

—Bueno, eso depende de si la mujer prefiere unos ojos del color de las antiguas monedas venecianas o un cabello que parece una sábana de seda de color ébano. —Elena se burlaba del cabello de Ransom, pero en realidad él tenía un pelo increíble.

Notó una ráfaga de viento en la cara cuando Rafael echó las alas hacia atrás para aterrizar delante de ella.

—Tú prefieres el tono apabullante del mar, ¿no es así, Elena?

—Me has oído, ¿verdad? —La cazadora no sonreía—. En ese caso, ¿por qué no me contestaste cuando te llamé? —Se dio unos golpecitos en la cabeza para asegurarse de que él lo entendía.

La expresión de Rafael se volvió recelosa.

—No oí nada. —Se volvió hacia Illium y le dijo—: ¿Tú intentaste ponerte en contacto conmigo?

—Una vez, sire. Y como no respondiste, di por hecho que estabas ocupado. —El rostro de Illium se había convertido de pronto en el del hombre al que Elena había visto amputar las alas de sus enemigos con despiadada eficiencia—. Hay algo en este lugar que intenta separarte de nosotros.

Elena contempló el terreno montañoso.

—Puede intentarlo, pero no lo conseguirá. —Era un desafío, y cuando un relámpago atravesó el manto azul del cielo, Elena supo que alguien lo había escuchado.

Rafael le puso la mano en la nuca.

—Mantente cerca, Elena. Tú eres la presa más fácil. Y toda esta región… canta para mí. Ella está aquí, en alguna parte.

En respuesta, Elena tiró de su cabeza hacia abajo y se apoderó de su boca con una necesidad feroz y posesiva.

—Eres mío —susurró—. No permitiré que nadie te aparte de mí. Ni la espeluznante Lijuan ni ella.

Los huesos de Rafael se marcaron a través de su piel, una piel que ya emitía cierto resplandor dorado cuando habló contra sus labios:

—Ven, guerrera mía. Encontremos el lugar donde ella duerme.

Tras lanzarse desde la montaña con él, e Illium al otro lado, Elena mantuvo sus sentidos alerta mientras volaban hacia el antiguo tejado que había visto a lo lejos. Cuando estuvieron lo bastante cerca para poder observarlo desde arriba, divisó los restos de lo que podría haber sido el arco curvo del
torii
que guardaba la entrada, lo que confirmaba sus sospechas de que aquel lugar era un templo. O quizá «santuario» fuera la palabra correcta. Ahora estaba abandonado.

El bosque lo había engullido hasta tal punto que las enredaderas se habían adentrado en las ventanas (que habían perdido sus cubiertas mucho tiempo atrás) y había una pila de desechos de unos treinta centímetros de espesor en la entrada. La mayor parte del tejado estaba cubierto también de enredaderas y musgo, mientras que, abajo, las raíces de un viejo
sakura
se habían apoderado de lo que en su día debía de haber sido un pequeño patio.

—Elena, pliega tus alas. —Rafael se situó justo por debajo de ella y descendió en vertical mientras Illium hacía lo mismo al otro lado.

Al comprender lo que intentaban hacer, Elena recogió las alas de inmediato. Unas manos fuertes y masculinas se cerraron sobre sus hombros en aquel mismo momento, justo antes de realizar un complicado aterrizaje en el patio que muy posiblemente utilizara la gente de otra época para aguardar su turno de entrada en el santuario. O tal vez… En cuanto Illium y Rafael la soltaron, se agachó para apartar las hojas y el polvo y descubrió rastros de una sustancia blanca y arenosa.

—Creo que esto fue un jardín de arena.

Ninguno de los hombres dijo nada mientras se acercaban al edificio. Elena alzó la cabeza y miró a su alrededor. Dado el tamaño del santuario, era posible que el jardín de arena fuera parte de un jardín más grande, un jardín cubierto de aterciopelada hierba verde y lleno de árboles que habían sido plantados, tras largas deliberaciones y con sumo cuidado, junto a un pequeño arroyo burbujeante. Quizá hubiese también un par de diminutos arces japoneses con hojas que adquirían un brillante tono naranja cuando llegaba el otoño.

Era increíble lo rápido que la naturaleza se apoderaba de todo, pensó mientras se ponía en pie y se sacudía el polvo de las manos. En aquel momento, a pesar de que las copas de los árboles dejaban pasar la luz suficiente para ver lo que estaban haciendo, los rayos del sol se habían convertido ya en una iluminación suave y apagada cuando llegaban hasta el suelo. Las raíces de varios de aquellos árboles gigantes no solo habían ocupado el jardín de arena, también habían resquebrajado el suelo del propio santuario.

Elena se acercó a una de aquellas enormes raíces, apoyó las manos en la madera y saltó por encima, aunque sus alas rozaron la superficie nudosa mientras lo hacía.

—¿Habéis encontrado algo? —le preguntó a Rafael. No veía a Illium por ninguna parte.

El arcángel la miró brevemente por encima del hombro desde el lugar donde se encontraba, junto a la entrada. Elena dio un paso atrás, desconcertada. Sus ojos…

—Rafael, háblame.

Aquel resplandor sobrenatural no se suavizó cuando él levantó la mano.

—Ven aquí, Elena.

Tras caminar con mucho cuidado sobre los fragmentos rotos y deformados de dos escalones bajos, Elena extendió el brazo para tomar su mano y dejó que él la ayudara a subir para situarse a su lado.

—¿Qué ves?

Aquella mirada inhumana estaba clavada en algún lugar del bosque.

—No veo nada, pero la oigo.

Rafael

Elena se estremeció.

—Yo también he oído eso. —Contempló sus manos unidas y se dio cuenta de que el resplandor de la piel de Rafael se extendía por la suya como una ola reluciente—. ¿Qué está ocurriendo?

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza, y los sedosos mechones de cabello azabache se deslizaron de un lado a otro sobre su frente.

—No lo sé. Lo que sí sé es que mi mente está mucho más despejada cuando estás a mi lado. —Sus ojos no habían dejado de arder con aquel fuego sobrenatural, como si Rafael estuviera consumiendo una enorme cantidad de poder… para mantener a Caliane a raya.

Desenfundó una de las dagas que llevaba en el brazo y la deslizó hasta la palma de su mano libre.

—¿Todavía quieres ver lo que hay en el interior del santuario? Los escombros que hay delante de la puerta no están tan mal. —Lo poco que sabía sobre los santuarios japoneses le decía que lo más probable era que aquella no fuera la entrada principal. No obstante, por lo que había podido observar desde el aire, la parte delantera era inaccesible.

—Sí. —Rafael volvió a concentrar su atención en las ruinas—. Mi madre formaba parte del Grupo. Le encantan los juegos, así que tal vez intente alejarme de aquí porque es su lugar de descanso.

Elena miró a su alrededor y frunció el ceño.

—¿Dónde está Illium? ¿Ha entrado ya?

—No puedo oírlo. —El tono de Rafael fue muy brusco.

—Eso no significa nada —señaló Elena, apretando los dedos sobre la empuñadura de su daga—. Aquí hay mucha estática. —Sin embargo, su corazón dio un triple salto mortal. Illium no, por favor, pensó. No podía haberle ocurrido nada al ángel que se había convertido en uno de sus mejores amigos.

—Espera. —Rafael tiró de ella cuando hizo ademán de acercarse al último sitio donde había visto al ángel de alas azules—. Yo iré en primer lugar. Aquí hay cosas a las que no puedes vencer.

—Adelante. —No era ninguna estúpida, por más que la desaparición de Illium la tuviera al borde de la histeria. El ángel se había convertido en uno de los suyos, y lucharía a muerte para salvarlo—. Ten cuidado, arcángel.

Elena amaba a Illium, sí, pero lo que sentía por Rafael no podía expresarse con palabras, no podía describirlo. Era simplemente una emoción enorme, poderosa, rayana en el dolor.

—La muerte no posee ningún atractivo para mí, Elena. —El poder que irradiaba se marcaba sobre su piel, una especie de gélido fuego blanco—. No cuando todavía no he saciado mi hambre de ti. —Dio media vuelta y empezó a caminar, pero no hacia el lugar donde Elena había visto a Illium por última vez, sino hacia las entrañas del santuario—. Entró por aquí.

Con todos los sentidos alerta, Elena lo siguió. Se detuvo junto a una larga columna agujereada que tenía motas de lo que parecía ser un pigmento de color óxido e inspeccionó las sombras de los alrededores. Puesto que no vio nada, siguió adelante. El susurro de sus alas y las de Rafael era lo único…

—Espera. —Agarró a Rafael del brazo para impedir que se adentrara más en las profundidades del edificio.

Cuando el arcángel volvió la vista atrás, Elena se inclinó hacia delante para limpiar con los dedos el polvo de una columna resquebrajada que aún seguía en pie.

—¿Lo ves? —preguntó en un susurro.

Rafael estiró el brazo para trazar la silueta del dragón grabado en la superficie erosionada.

—Esto no debería formar parte de este santuario. Aquí no hay nada que encaje.

—¿Crees que…?

—Quizá. O quizá solo la recuerden como una leyenda por estos lares. —Se dio la vuelta una vez más, caminó unos cuantos pasos hacia lo que debía de haber sido la cámara principal (cuyo tejado había desaparecido casi por completo y dejaba ver el cielo bajo una filigrana de vegetación) y se detuvo.

—Illium. —Se agachó y cogió una pluma azul con bordes de plata.

Había una gota carmesí en la punta.

Media hora después, habían registrado el santuario y los alrededores casi palmo a palmo sin encontrar ni rastro de Illium.

—Dijiste que a tu madre le gustaban las cosas hermosas —le dijo a Rafael. Se encontraban junto a la vieja raíz retorcida que ella había saltado poco antes.

Rafael asintió muy despacio.

—Illium es un ser al que muchos han intentado poseer a lo largo de los años.

—Aunque parezca un adorno, no está ni mucho menos indefenso, así que tal vez le dé una buena sorpresa. —Elena cruzó los brazos y se volvió hacia aquel ser por el que estaría dispuesta a adentrarse en el mismo infierno—. Tú también eres mucho más fuerte que la última vez que te vio… Puedes llegar hasta Illium.

Rafael la miró largo y tendido antes de alzar la mano para acariciarle la mejilla.

—Tienes mucha fe en mí, Elena.

Ella cerró los dedos alrededor de su muñeca y sintió el pulso fuerte y firme bajo la palma de la mano.

—He visto tu corazón, arcángel, y sé que te infunde mucho más poder del que tú crees.

Rafael sintió cierta inquietud en su interior al escuchar las palabras de Elena, el relampagueo de una idea que no llegó a entender del todo. Resultaba tentador intentar encontrarle sentido, pero la experiencia le decía que con eso solo conseguiría que la idea resultara aún más confusa. Permitió que se desvaneciera por el momento y se concentró en la tarea que tenía entre manos.

—Ella se llevó a Illium por alguna razón.

Los ojos de Elena despedían un brillo inteligente, y el anillo plateado de su iris parecía resplandecer bajo la luz apagada del bosque.

—Una advertencia.

—Tal vez. —No obstante, su madre no era como las demás madres—. O tal vez se le esté agotando la paciencia.

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