Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—No hay informes que aseguren que ha tocado a Hannah —respondió Favashi, interrumpiendo los pensamientos de Rafael con su voz elegante—. Lo único que tengo son rumores e insinuaciones. Tus fuentes son mucho mejores que las mías.
El comentario llevaba implícita una pregunta.
—¿Buscas poder, Favashi?
—Si te soy sincera, Rafael, me gusta ser reina en mi territorio. Es una zona vasta y me tratan como a una diosa. —Una gruesa capa de pestañas descendió sobre sus suaves ojos castaños cuando ella negó con la cabeza—. En este momento, tener más tierras solo me ocasionaría problemas.
Rafael no sabía si creerla, pero hizo un breve gesto de asentimiento.
—Te informaré si me entero de algo importante sobre Elijah. —Rafael puso fin a la llamada y se dirigió al vampiro que se había mantenido apartado en un rincón—. ¿Qué piensas?
—Creo que esa mujer es un veneno dulce. —Dmitri se acercó. Su rostro estaba surcado de profundas arrugas—. Solo es poder. Y solo conoce el poder.
—No eres imparcial en lo que se refiere a Favashi.
Una contracción muscular en la mandíbula de Dmitri.
—Era un joven estúpido y ella jugó conmigo. Pero no puedes decir que yo no aprendo de mis errores.
—Es una mujer hermosa. Y, al parecer, tú eres un gran amante.
El vampiro lo miró con expresión siniestra.
—Creo que tu cazadora te está contagiando. Y no es una queja.
Rafael notó que se le curvaban los labios.
—Averigua si alguno de los hombres de Jason sabe lo que está ocurriendo con Elijah.
Rafael tenía intención de hablar con el otro arcángel en persona, pero por honorable que pareciera, Elijah era miembro del Grupo y, como tal, era un maestro en el arte del engaño.
Dmitri ya había sacado el teléfono móvil.
—Favashi… Una vez vi cómo le arrancaba el corazón palpitante a un vampiro y lo sostenía delante de él hasta que murió… y solo porque se había atrevido a desobedecer una orden. No es una princesa indefensa, por más que le guste dar esa imagen.
—El vampiro desafió su poder, Dmitri. Sabes tan bien como yo que no podía tolerarlo.
El teléfono de Dmitri sonó en aquel instante, y el vampiro se lo acercó a la oreja. Al igual que todos, el líder de los Siete tenía un pasado. Ni siquiera Rafael sabía todo lo que había ocurrido entre Favashi y el vampiro quinientos años atrás, varios siglos antes de que Favashi se convirtiera en parte del Grupo.
Lo que sí sabía era que Dmitri le había pedido que lo liberara de su servicio. Rafael, que por aquel entonces acababa de convertirse en arcángel, no podía permitirse el lujo de prescindir de él, y le había pedido que esperara un año más. No se lo había ordenado (Dmitri se había ganado lo que había solicitado), pero el vampiro había accedido.
«Favashi —había dicho con una sonrisa que mostraba muy poco antes de conocer a la mujer persa— es demasiado dulce para maldecir tu nombre, pero según me han dicho, en el instante en que ese año termine, seré suyo.»
Sin embargo, cuando llegó el momento acordado, la sonrisa de Dmitri había vuelto a desaparecer y, aparte de una única conversación en la que Rafael le había preguntado si deseaba marcharse y el vampiro le había contestado con un categórico «No», no habían vuelto a hablar del tema.
En aquel instante, Dmitri terminó de hablar y cerró el teléfono.
—Es posible que tengamos un problema: se ha visto a Elijah volando en tu territorio. Ahora se encuentra sobre Georgia.
D
espués de lo que le había contado Favashi, solo podía haber una respuesta posible. Rafael se puso en contacto con Nazarach para pedirle que interceptara a Elijah y que le invitara a su hogar en Atlanta.
—Yo me reuniré con vosotros en breve. —Aunque podía recorrer volando una distancia semejante, y lo había hecho en ocasiones, decidió conservar sus fuerzas por si acaso Elijah tenía en mente algo más que una conversación—. Dile a Veneno que prepare el helicóptero —le dijo a Dmitri después de colgar.
—Sire.
—Dmitri… —Esperó a que el vampiro se diera la vuelta para añadir—: Quiero que la vigiles.
—Hice un juramento. Y no lo romperé. —Sin embargo, la expresión de Dmitri decía que no las tenía todas consigo… no cuando lo ocurrido en Pekín había dejado claro que el vínculo entre Rafael y Elena lo hacía más débil: tardaba más en curarse y era más fácil herirlo; semejante desventaja podía ser letal para un arcángel.
—Es posible… —le dijo Rafael a su segundo— que un arcángel necesite una debilidad.
Dmitri hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No si quiere sobrevivir al Grupo.
Sara charlaba con otra cazadora cuando Elena, que sujetaba la caja de la esencia bajo el brazo, asomó la cabeza por la puerta abierta de la oficina de la directora del Gremio.
—¡Ash!
La cazadora de ojos oscuros levantó la cabeza y sonrió como lo habría hecho una artista de cine.
—Hola, Ellie.
—¿Debo entender que ya es seguro que te aventures fuera de los Sótanos?
Ashwini, que tenía las piernas enfundadas en vaqueros y estiradas por delante de ella, empezó a limpiarse las uñas con su camiseta blanca.
—Sin comentarios.
Al otro lado del escritorio, Sara dejó escapar un gruñido muy poco elegante.
—Están coqueteando.
Elena se quedó boquiabierta.
—No… —Se volvió hacia Ashwini—. ¿Janvier y tú? No me lo creo.
—¿Quién es Janvier? —Una expresión angelical tan falsa que Elena estalló en carcajadas.
—¿De verdad le hiciste lo que creo que le hiciste? —preguntó. Los vestigios de la ansiedad y la frustración comenzaban a desaparecer. Porque aquel lugar y aquella gente también eran su hogar y su gente.
Los labios de Ashwini se curvaron en una sonrisa feroz.
—Lo único que voy a decir es que ese maldito vampiro se lo pensará dos veces antes de tontear conmigo a partir de ahora.
El teléfono de Sara sonó en aquel instante. Mientras ella respondía a la llamada, Ashwini dijo en voz baja:
—Esas alas son alucinantes… —Agitó los dedos—. ¿Puedo tocarlas o te resultaría demasiado incómodo?
Elena sabía que Ashwini no se ofendería si le decía que no; la otra cazadora tenía sus propios dones y cargaba con sus propias pesadillas.
—Por un toquecito en las plumas externas no pasa nada.
Ashwini deslizó un dedo sobre las largas plumas blancas y doradas del borde de sus alas.
—Vaya… Tienen vida. Están… calientes. Supongo que en realidad nunca me había parado a pensarlo.
—Ni te imaginas lo mucho que he tenido que aprender —dijo Elena en el momento en que Sara colgaba el teléfono.
—Ash —dijo Sara—. Tengo un trabajo para ti. —Una sonrisa lenta.
Ashwini entrecerró los párpados.
—Ni de coña…
—Cuida ese lenguaje. —Los ojos de Sara echaban chispas—. Al parecer, Janvier se ha metido de nuevo en problemas. Está en Florida, en algún lugar de Everglades.
—Allí hay pantanos. —Ashwini apretó los dientes—. Yo odio los pantanos. Él sabe que odio los pantanos. Se acabó… Esta vez lo mataré. Me da igual perder la paga extra. —Cogió el trozo de papel que Sara le ofrecía y salió a grandes zancadas de la oficina.
Elena esbozó una sonrisa.
—¿Sabes? Esto es justo lo que me hacía falta después de la mañana que he tenido. —Le contó a Sara lo que había ocurrido en el Bronx.
Su mejor amiga no le dio demasiada importancia.
—La fascinación no durará mucho, Ellie. No eres lo bastante guapa.
—Vaya, muchas gracias.
—Oye, yo no tengo la culpa de que vayas por ahí con tíos despampanantes. —Su expresión se volvió más seria—. Pase lo que pase, siempre podrás contar con el apoyo de todos los cazadores del Gremio. No lo olvides nunca.
—No lo haré. —Rafael era su hogar, pero Sara y el Gremio eran la base sobre la que había construido su vida adulta, sobre la que había afianzado sus pies, pensó Elena—. ¿Cómo te has convertido en una persona tan sabia y perspicaz?
—Espero que Zoe piense lo mismo que tú cuando tenga quince años y quiera salir con algún imbécil del último curso. —Sara enarcó una ceja—. Me da la impresión de que has venido aquí a hablar de otra cosa.
—¿Tienes sangre de Vivek en el almacén? —El Gremio almacenaba la sangre de los cazadores para utilizarla en casos de emergencias médicas, pero Vivek no era un cazador en activo.
Sara la observó con detenimiento.
—No, pero el mes que viene le toca el chequeo anual. —Una pausa—. ¿Cuánta necesitas?
—Un vial.
—Me aseguraré de que lo consigas.
Diez minutos después, tras superar con éxito la carrera de obstáculos de los Sótanos situados bajo el Gremio (y el enfado de Vivek, que estaba molesto porque no lo había visitado antes), Elena se adentró en la cámara de esencias.
Era una estancia sin muebles pintada de blanco. Y tenía el tamaño de una caja de zapatos. Apretó los dientes para mantener a raya la sensación de claustrofobia e inhaló con fuerza para asegurarse de que la sala no contenía esencias externas (aparte de las que ella traía consigo) antes de destapar el frasquito de líquido que le había costado una considerable suma de dinero.
Exuberante. Sensual. Intensa… Adictiva.
Parpadeó, retrocedió mentalmente un paso y lo intentó de nuevo.
Oscura, con matices ocultos de luz solar… de todos los impulsos femeninos. Nada peligroso para una mujer.
Una esencia compleja, pensó Elena, muy apropiada para un arcángel.
Sin embargo, aunque ahora tenía la certeza de que había detectado aquella misma combinación de matices en los cuerpos que colgaban del puente y en la chica con el vestido de nomeolvides, no era la que había percibido sobre el Hudson, ni la que había sentido en el dormitorio cuando Caliane susurró el nombre de su hijo.
Frunció el ceño.
Era muy posible que le fallara la memoria, dada la cantidad de adrenalina que tenía en el cuerpo en aquellas dos últimas ocasiones. Además, tanto el cadáver destrozado de la chica como los vampiros del puente habían quedado expuestos a la intemperie, así que era probable que los matices más sutiles se hubieran desvanecido mucho antes de que ella apareciera en escena.
Aun así…
Cuando Rafael llegó, Elijah se encontraba de pie junto al río que pasaba tras la casa de la plantación desde la que Nazarach controlaba Atlanta. Tras aterrizar a poca distancia, caminó a la sombra de los frondosos árboles que se alineaban junto a la orilla, al borde de la tranquila corriente de agua. Las ramas de un sauce llorón acariciaban la superficie transparente en el otro lado, y Rafael oía los trinos de los pájaros ocultos en el follaje.
Era un lugar hermoso y nada en él evidenciaba los actos violentos que Nazarach había cometido. Cada ángel tenía su propia forma de gobernar. Nazarach utilizaba el miedo. Sin embargo, no era al ángel de alas de color ámbar a quien Rafael quería ver.
—¿Por qué estás en mi territorio, Elijah?
El arcángel que reinaba en Sudamérica alzó la cabeza. Sus ojos, entre castaños y dorados, parecían angustiados, y su cabello estaba enmarañado, como si hubiera enterrado los dedos en él.
—He venido a pedirte refugio, Rafael.
—Pero no para ti. —Elijah era mayor que él, y poderoso por derecho propio.
Su compañero tenía la mirada perdida en el agua, y sus alas se arrastraban sobre el suelo cubierto de musgo.
—Para Hannah.
—¿Crees que podrías hacerle daño? —Rafael había temido eso mismo después de ejecutar a Ignatius, cuando había tratado a Elena con tanta dureza.
—Yo nunca le haría daño —respondió Elijah con un tono de voz apagado—, pero no siempre soy yo mismo.
—¿Una furia cegadora nubla tu visión?
Elijah alzó la cabeza de inmediato.
—¿Tú también la has sentido?
Rafael meditó su respuesta mientras las grandes ramas de los árboles que había sobre ellos y a su alrededor susurraban en silencio. Aquello podría ser una especie de actuación; era posible que Elijah buscara un punto débil. Sin embargo, el arcángel de Sudamérica era también uno de los que siempre había apoyado a Rafael en el Grupo, el único que le había dicho que poseía el potencial necesario para convertirse en el líder.
—Sí, aunque no en las últimas semanas.
Una rápida negativa sacudió aquella cabeza dorada que había inspirado a muchos escultores y poetas.
—Pero una vez es suficiente. No confío en mí mismo… Actué con una crueldad que me atormentará durante los siglos venideros. Los vampiros en cuestión sobrevivieron solo gracias a la intervención de Hannah. —Elijah convirtió sus manos en puños—. Podría haber atacado a Hannah con la misma violencia.
Rafael había aprendido a localizar y aprovechar las fisuras en las armaduras de sus oponentes mucho tiempo atrás. Había tenido que hacerlo para sobrevivir al Grupo. No obstante, también conocía a Dmitri desde hacía casi mil años, y algo sabía sobre la amistad.
—Sin embargo no lo hiciste, Elijah. Esa es la línea. Y no la cruzaste.
Elijah guardó silencio durante un buen rato. El agua fluía con serena paciencia sobre los guijarros y las rocas mientras ellos permanecían inmóviles en la orilla. Al otro lado, las hojas del sauce llorón se mecían con lentitud, impulsadas por la corriente de agua. Pero los pájaros se habían quedado callados, y de repente, el mundo parecía un lugar mucho más siniestro.
—Si ella es capaz de hacer esto mientras duerme, Rafael —dijo Elijah al final—, ¿qué hará cuando despierte?
Una vez que se duchó y se cambió tras el entrenamiento con Illium (en el que todos los ejercicios estaban dirigidos a otorgarle la fuerza necesaria para un despegue vertical), Elena entró en la biblioteca, donde Montgomery le había preparado una cena informal, y se quedó paralizada.
—Aodhan… —El ángel se encontraba junto a la ventana, observando la tormenta que se había desatado sobre Manhattan una vez más. La oscuridad que reinaba en el exterior resaltaba el intenso brillo de su cuerpo.
El hecho era que Aodhan nunca conseguía encajar. No encajaba entre los ángeles, y mucho menos en el mundo de los mortales. Sus ojos se agrietaban desde la pupila hacia afuera en esquirlas de un verde vívido y un azul transparente. Sus alas fraccionaban la luz. Su cabello estaba formado por mechones brillantes llenos de polvo de diamantes. La suma de todas aquellas características debería haberle dado el aspecto de un ser frío formado por hielo y mármol, pero su piel poseía una connotación dorada que resultaba cálida y acogedora.