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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (31 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Los vampiros no necesitaban a los médicos para curarse, pero durante el proceso de curación, sus cuerpos sufrían tanto dolor como el de los mortales. El personal sanitario podría administrarles algunos fármacos que los dejaran inconscientes durante un buen rato.

—Bien. —Empapó un trozo de pañuelo para limpiar el pecho del vampiro con movimientos rápidos y cuidadosos mientras Santiago comprobaba los demás cuerpos.

La carne del vampiro presentaba enormes cortes bajo la costra negra de sangre seca, como si alguien hubiera intentado escarbar a través de su piel.

Un destello de recuerdos.

«La mano de Rafael atravesando el esternón de un vampiro para sacarle el corazón, aún palpitante.»

—Pero él lo hizo… —murmuró Elena, que intentaba mantener las cosas en un plano práctico, lógico—… de un solo golpe. —Rápido, eficiente, brutal. Aquello, por el contrario, había sido realizado por alguien que no contaba con la fuerza de Rafael, porque, si bien el pecho del vampiro tenía el aspecto de haber pasado por una trituradora, su corazón latía a salvo en la cavidad torácica.

—Están vivos. —Santiago parecía horrorizado—. Joder,… Es como si alguien hubiera intentado meter sus jodidas garras dentro de estos tipos.

Lo mismo que pensaba Elena.

—La cuestión es… ¿Quién?

Un extraño silencio.

Elena siguió la mirada del detective cuando este volvió a agacharse. El viento sacudía la corbata por encima de su hombro mientras Santiago sujetaba la mano de la víctima con la suya enguantada. Los dedos y las uñas del vampiro estaban llenos de sangre y de lo que podrían ser trozos de carne.

—Se lo hizo él mismo.

Un frío mucho más intenso que el de los vientos que azotaban el puente recorrió las venas de Elena.

Santiago contempló la hilera de cuerpos que Illium había dejado.

—Todos lo hicieron.

Elena sabía, gracias a las lecciones que había aprendido en el Refugio, que muy pocos ángeles poseían el poder de obligar a un vampiro a hacerse daño a sí mismo. Para obligarlo a suicidarse, sí. Pero ¿para mutilarse y torturarse? No. Aquel poder estaba reservado a los miembros del Grupo… y a los durmientes que en su día habían formado parte de él.

24

E
sto que estaba fuera de la ciudad cuando recibió el mensaje de Elena, Rafael aterrizó en aquel momento al lado del estanque de Central Park, donde la cazadora observaba a los patos.

—Hemos estado aquí antes. —En aquel entonces, ella era mortal, una cazadora que él deseaba someter a su voluntad.

No apareció sonrisa alguna en su expresivo rostro. El murmullo de las hojas dejaba susurros secretos en el aire.

—Me preguntaba si lo recordarías.

—Dime lo que has descubierto.

Elena contempló aquella zona tranquila aunque no desierta.

—Aquí no.

Rafael la cogió en brazos y remontó el vuelo. El trayecto sobre el Hudson solo le llevó unos minutos. Aterrizó cerca de la casa de cristal que su consorte tanto adoraba, y no dejó de observarla mientras ella extendía las alas para descender.

Tu control está mejorando
.

—Pero no estoy al nivel que necesito si quiero ser efectiva en una caza. —Tras retirarse el pelo por detrás de las orejas, caminó hacia la cálida humedad del invernadero—. Percibí orquídeas negras. Es una esencia única, imposible de confundir. —Acarició con los dedos un capullo rosado y sacudió la cabeza—. Su pureza me incomoda por alguna razón… Mi contacto en el mundo de los perfumes está intentando conseguirme una muestra para descubrir por qué. —Ojos grises serios y llenos de preocupación. Unos ojos que se clavaron en los de Rafael cuando este cerró la puerta.

El instinto y la experiencia le decían que debía rechazar su preocupación, su cariño. Un arcángel no sobrevivía siendo débil. Él había sobrevivido siendo más letal que cualquier otro.

Ven aquí, Elena
.

Cuando ella se situó a escasos centímetros de distancia, Rafael cerró los dedos en torno a su nuca y le frotó el cuello con el pulgar, justo donde más se apreciaba el pulso.

—No muchos conocen ese castigo en particular. —Pero él sí. Lo había presenciado de niño, pero ya entonces comprendió que debía impartirse justicia—. Mi madre no deseaba ser una diosa, como Lijuan o Neha. Tampoco deseaba gobernar un imperio, como mi padre.

El cabello de Elena cayó en una sedosa cascada plateada sobre su brazo cuando él le alzó la cabeza para que pudiera observarlo mientras hablaba. Ella no hacía preguntas, pero le prestaba toda su atención, sin asustarse ante la oscuridad que se acercaba cada vez más.

—Sin embargo, era tratada como una diosa, y gobernaba como tal —murmuró—. Igual que yo. —Había aprendido todo lo que sabía sobre gobierno de su madre; había aprendido que existía una forma de gobernar que inspiraba a un tiempo respeto y asombro sin causar el miedo debilitador que rodeaba a tantos otros arcángeles—. Reinó en Sumeria, pero había una ciudad en particular a la que ella consideraba su hogar. Se llamaba Amanat.

La mano de su cazadora se apoyó en su cintura, y su frente se llenó de arrugas.

—He oído hablar de esa ciudad. En un especial televisivo sobre ciudades perdidas.

—Amanat y su gente desaparecieron cuando Caliane se desvaneció. —
Algunos dicen que ella hizo que su pueblo durmiera a su lado para que pudiese darle la bienvenida cuando despertara. La mayoría piensa que los mató a todos antes de quitarse la vida, ya que los amaba demasiado para dejarlos en manos de otro, y que Amanat es su tumba
.

Colocó a la cazadora en el ángulo formado por sus muslos y la abrazó de una forma que le permitiera a Elena tener las manos libres.

—Mi madre —continuó— adoraba las cosas bellas. ¿Recuerdas el rubí que hay en la estantería de mi oficina en la Torre? —Una piedra preciosa de valor incalculable, por sus múltiples facetas y su extraordinaria pureza—. Me lo regaló cuando cumplí diez años.

—Tenía un gusto impecable.

—Amanat —prosiguió Rafael— era la joya entre sus joyas. Amaba esa ciudad, la amaba de verdad. Pasé muchos de los años más felices de mi infancia corriendo como un loco por sus calles.

—Los ángeles se muestran muy protectores con sus hijos —murmuró Elena, que no dejaba de acariciarle la parte interior de las alas con esas manos que ya tenían callos por el entrenamiento con las armas. Las manos de una guerrera. Rafael no quería sentir otras manos sobre su piel.

—Mi madre —dijo mientras recordaba los albores de su existencia— confiaba en el pueblo de Amanat de una forma en que los arcángeles rara vez confían. —Recuerdos de días cálidos de verano en los que sobrevolaba antiguos edificios excavados en la roca; en los que jugaba con amigos mortales y era mimado y consentido por los adultos—. Y el pueblo también la adoraba. No era la clase de adoración que inspiran Lijuan o Neha. Era una adoración pura, inmaculada; imposible de describir.

—Acabas de hacerlo —murmuró Elena—. Amor. Lo que su pueblo sentía era amor.

Rafael inclinó un poco la cabeza y levantó la mano para juguetear con los mechones de cabello que caían sobre la sien de su cazadora.

—Era una buena soberana. Antes de volverse loca, era lo que todo arcángel debería ser.

Los ojos de su consorte se volvieron cálidos, líquidos como el mercurio.

—Las historias que Jessamy me dio para leer dicen lo mismo. Que fue la más amada de los arcángeles, que incluso los demás miembros del Grupo la respetaban.

Rafael cambió de posición para que ella pudiese enterrar la cara en su hombro y rodearle el cuello con una mano mientras con la otra acariciaba el sensible arco de su ala izquierda.

—La razón por la que las gentes de Amanat la amaban tanto —inhaló el aroma a primavera y acero de su cazadora—, era que ella también los amaba.

Ecos apagados de las risas que su madre compartía con las doncellas que trabajaban en su templo; de la luz de su sonrisa cuando regalaba una dote de oro y sedas preciosas a una doncella a punto de casarse.

—Así que cuando un grupo de vampiros extranjeros llegó a la ciudad e hirió a dos de las mujeres de Amanat, ella no lo pasó por alto. Le dio igual que las mujeres fueran simples mortales y los vampiros tuvieran más de cuatrocientos años.

El cuerpo de Elena se puso rígido, y pudo sentir su aliento cálido en el hueco del cuello.

Rafael la sujetó con más fuerza para protegerla de las pesadillas que la atormentaban.

Elena

—No pasa nada, arcángel. Sigue hablando.

Nunca le había contado a nadie esos sucesos, pero habían moldeado su carácter tanto como la desaparición de Caliane.

—Los vampiros retuvieron a las mujeres durante tres días. Y tres días en la vida de un mortal pueden parecer tres décadas. —Palabras textuales de su madre—. Puesto que las mujeres fueron devueltas con vida, decidió no ejecutar a los vampiros. En lugar de eso, los sentenció a sufrir el mismo tipo de terror que ellos habían infligido.

Elena respiró hondo.

—Los colgó, pero de tal manera que no murieran.

—No, Elena. Ella no los colgó. Hizo que se colgaran ellos mismos.

Elena apretó los dedos sobre su nuca, y sus uñas se le clavaron en la piel como pequeños besos.

—Eso explica por qué no pude detectar ninguna otra esencia en la cuerda o en los cuerpos que colgaban del puente. Esos vampiros fueron obligados a hacer lo que hicieron.

—Sí.

—Los vampiros de Amanat debieron de pasar tres días…

—No, cazadora del Gremio. Recuerda: tres días de terror en una vida mortal pueden parecer tres décadas. —Habló con los labios pegados a su piel. Su calidez, la vida que latía en su ser, alejaba el frío que había albergado en su interior durante tanto tiempo—. Los vampiros viven mucho más que los humanos.

—¿Tres décadas? —Un suspiro de incredulidad—. ¿Cómo aguantaron tanto?

—Se les alimentaba con la frecuencia suficiente para garantizar que siguieran con vida, y colgaban de un patíbulo construido con ese mismo propósito en un prado que a los cuervos les gustaba frecuentar.

Elena se estremeció al visualizar la imagen que había aparecido en su mente.

—Los pájaros les sacaban los ojos, y atacaban cualquier otra zona blanda —susurró—. Esas partes se regeneraban, y los cuervos volvían a desgarrarlas. —Un ciclo sin fin—. ¿Durante cuánto tiempo sobrevivieron?

—Las tres décadas al completo. Mi madre se aseguró de ello.

—Tu madre era una mujer temible —dijo ella—. Pero si esos tipos hicieron lo que supongo que hicieron, la sentencia fue justa. —Tres días no habrían significado nada para un vampiro de cuatrocientos años. Les había dolido en el momento, pero pronto lo habrían olvidado. Aquellas mujeres habrían soportado las cicatrices durante el resto su vida.

—Sí. Acabaron igual que habían dejado a sus víctimas.

Elena lo acarició con la nariz al darse cuenta de que estaban entrelazados. Ella tenía los brazos alrededor de su cuello, y Rafael la rodeaba por todas partes: tenías las piernas a ambos lados de las suyas; una mano estaba enredada en su cabello, y la otra situada en la parte baja de su espalda; su boca le rozaba la sien; y su torso, duro y sólido, estaba apretado contra el de ella. Elena jamás se había sentido más protegida, más segura, a pesar de que hablaban sobre algo horrible, gélido y letal.

—Entiendo que se haga justicia. Los vampiros que colgaban hoy del puente… ¿Sabes algo sobre ellos?

—Dmitri me ha dicho que son jóvenes, de menos de setenta años. Ninguno ha hecho nada que mereciera semejante castigo. Dos de ellos tienen una familia estable; otro es un escritor que prefiere su propia compañía cuando no cumple algún servicio de su contrato; los otros dos trabajan en los niveles inferiores de la Torre.

—Menos de un siglo… débiles, fáciles de controlar. —Sobre todo para una arcángel que despertaba después de un milenio de sueño. Pero no dijo aquello en voz alta, ya que no deseaba herir a Rafael.

No pasa nada, Elena. Si mi madre hizo esto, y existen muchas razones para creer que así fue, entonces ha perdido todo lo que la convirtió en su día en la amada soberana de Amanat
.

Un silencio vacío.

Elena lo estrechó con fuerza, con tanta fuerza que sus corazones parecieron fundirse. Era lo único que se le ocurría hacer, lo único que podía darle. Si Rafael se veía obligado a derramar la sangre de su madre, ella permanecería a su lado, sin importar cuántas veces le ordenara que guardara las distancias. Porque su arcángel y ella estaban vinculados, eran dos partes que poco a poco se convertían en un solo ser.

El resto del día transcurrió sin incidentes y Elena pasó bastante rato con Evelyn. El entusiasmo inocente de su hermana, la creciente confianza en sus habilidades, fue un agradable respiro ante la oscuridad que se cernía en el horizonte. Estaba bastante satisfecha con el curso de las cosas… hasta que Santiago apareció de repente en su casa.

—¿Te importaría contarme lo que ocurre? —la interrogó el policía—. ¿Qué pasó esta mañana en el puente?

Con un nudo en las entrañas, Elena cruzó los brazos.

—Ya sabes que no puedo contártelo todo.

Santiago enfrentó su mirada perspicaz con una de cosecha propia y se apoyó en el coche patrulla que lo había llevado desde el puente hasta el Enclave del Ángel.

—¿Es que ahora ya no eres uno de nosotros, Ellie?

—Eso ha sido un golpe bajo. —Siempre había sabido que llegaría, pero no lo había esperado tan pronto, y menos de él. Nunca de Santiago—. Pero vale, si quieres trazar una línea en la arena… debo decir que ya no soy solo una cazadora. Soy la consorte de un arcángel. —Le parecía raro escuchar esas palabras de sus labios, pero había hecho ciertas elecciones y aceptaría las consecuencias.

El detective se enderezó y dejó caer los brazos.

—Supongo que eso me ha puesto en mi lugar.

A Elena le entraron ganas de zarandearlo.

—¿Por qué te muestras tan poco razonable? Siempre te alegraste de dejar al Gremio los asuntos vampíricos.

—Hay algo en esto que apesta. —Una línea testaruda en su mandíbula, cubierta de una incipiente barba canosa que destellaba bajo el sol—. No quiero que la ciudad se convierta en un campo de batalla, como la última vez.

—¿Y crees que yo sí?

—Tú ya no eres humana, Ellie. No sé cuáles son tus prioridades.

Aquello le dolió, y no solo porque eran amigos desde hacía años, sino porque él la había aceptado sin problemas desde que regresó. Elena apretó los puños y lo miró con expresión vacía.

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