Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—También he traído regalos para Deacon y para ti —dijo Elena—. Del Refugio. Y también encontré un maravilloso collar para ese perro monstruoso que tienes.
Sara cogió sus manos y se las apretó.
—El mejor regalo eres tú. Te he echado muchísimo de menos.
Elena tuvo que bajar la mirada un instante para contener unas lágrimas de emoción. Sara no era de su sangre, pero era su hermana en todos los aspectos que importaban.
—Tuve un rifirrafe con Jeffrey —soltó de sopetón. No había sido capaz de hablarle del tema antes, ya que la herida estaba aún en carne viva—. Le enfurece que las niñas se hayan convertido en un objetivo por mi causa, y no puedo culparlo por ello.
Sara tensó la mandíbula.
—Eso no…
—Esta vez tiene razón, Sara. —La culpa se retorcía en su interior como una soga áspera y larga—. Pero al menos es por algo que comprendo. Lo que no sé es por qué quiere reunirse conmigo mañana.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No, yo… —En aquel momento notó que una mano suave y pequeña toqueteaba sus plumas con admiración—. Hola, cielo. —Bajó la vista para contemplar aquel rostro adorable y decidió olvidarse de Jeffrey, de los asesinatos y de la frustración que le provocaba la sobreprotección de Rafael, para disfrutar del tiempo que pudiera pasar con la familia de una amiga que le había abierto su corazón cuando ella no era más que una niña asustada sin hogar ni esperanzas.
«Yo cuidaré de ti», le prometió a Zoe en silencio, aunque la idea de sobrevivir a su mejor amiga era una flecha dolorosa clavada en su corazón. «De ti y de todos los que vengan después de ti.»
Cuidaría de la sangre de Sara.
Cuando recibió el mensaje de la llegada de Aodhan, Rafael atravesó el brillante paisaje nocturno de Manhattan para aterrizar en la amplia terraza de su oficina en la Torre, donde el ángel lo esperaba. A diferencia de Illium, quien a pesar del increíble tono de sus alas y de sus ojos dorados lograba pasearse entre los mortales sin mayores problemas, Aodhan nunca había encajado bien en el mundo. Estaba tallado en hielo, y sus alas eran tan brillantes que dañaban los ojos de los humanos; su rostro, y su piel en general, parecía mármol veteado de oro.
Michaela, la devoradora de hombres, había dicho en una ocasión sobre Aodhan: «Hermoso… pero muy frío. Aun así, me gustaría guardarlo como si de una piedra preciosa se tratara. No hay nadie como Aodhan en este mundo».
Sin embargo, Michaela solo veía la superficie.
Rafael se acercó a la zona de la terraza sin barandilla y recorrió su ciudad con la mirada.
—¿Qué descubriste?
Aodhan plegó aún más las alas para evitar cualquier tipo de contacto cuando se situó a la izquierda de Rafael.
—No puedo entender —dijo en lugar de responder— cómo puedes vivir rodeado de tantas vidas. —Sus palabras estaban teñidas de curiosidad.
—Hay muchos que no entienden tu gusto por el aislamiento. —Observó a varios ángeles que aterrizaban en los balcones inferiores, con las alas recortadas contra el cielo de la noche—. Tu visita me ha sorprendido, Aodhan. —El ángel era uno de sus Siete por una razón, pero también estaba muy herido.
—Es… difícil. —La expresión de Aodhan tenía un matiz atormentado que no muchos comprendían—. Pero tu cazadora… Es muy débil, pero luchó contra los renacidos con un coraje inquebrantable.
—A Elena le hará ilusión saber que le ha servido de inspiración a alguien. —No obstante, su cazadora con corazón mortal comprendería lo que significaba para Aodhan dar un paso así.
Aodhan guardó silencio durante un buen rato.
—En el este —dijo al final—. Tanto Naasir como yo creemos que el anciano duerme en el Lejano Oriente.
Puesto que Galen estaba al mando en el Refugio, Rafael había encargado a Aodhan y a Naasir la tarea de buscar la localización del anciano que bien podía ser su madre. Con todo, no había esperado resultados tan pronto.
—¿Por qué?
—Jessamy me ha dicho que el despertar de los ancianos no es un proceso que dure días, ni siquiera semanas. Puede durar un año. —Sus ojos cristalinos, cuyas grietas se extendían desde la pupila, reflejaban la luz como un millar de esquirlas—. Con todo, ninguno de los miembros del Grupo ha percibido nada.
Rafael comprendió de inmediato.
—Porque la región se encuentra bajo la sombra de Lijuan. —Cualquier fluctuación de poder en esa zona sería atribuida a la evolución de Lijuan—. Continuad con la búsqueda. —La tentación de unirse a la caza era muy fuerte, pero después de estar ausente de la Torre tanto tiempo, no podía marcharse durante lo que podían ser semanas; había demasiados ojos codiciosos puestos en sus dominios.
Aodhan inclinó la cabeza.
—Sire.
Cuando el ángel comenzó a extender las alas a fin de prepararse para el vuelo, Rafael lo detuvo con un pequeño toquecito en el hombro. Aodhan se quedó paralizado.
—Habla con Sam. —Puesto que conocía los demonios que atormentaban al ángel, Rafael apartó la mano—. Elena le regaló una daga. La leyenda dice que el rubí de la empuñadura fue un regalo de un dragón durmiente. Tal vez no sea nada…
—Pero tal vez haga referencia a un anciano. —Las alas de Aodhan resplandecieron bajo un rayo de luna mientras él vacilaba—. Estaría dispuesto a regresar a esta ciudad, sire.
—¿Estás seguro?
—Me he comportado como un cobarde durante siglos. No lo haré más.
Rafael había estado presente cuando encontraron a Aodhan, había llevado al ángel en brazos durante las horas que tardaron en recorrer la distancia que los separaba de la Galena, de Keir.
—No eres ningún cobarde, Aodhan. Eres uno de mis Siete.
Aodhan echó un vistazo hacia la oficina, a las enormes estanterías de ébano que se alineaban en la pared.
—¿Por qué no has expuesto una de mis plumas? Mis alas son tan extraordinarias como las de Campanilla.
Rafael enarcó una ceja.
—Illium es un exhibicionista. —Jason y Aodhan, en cambio, preferían las sombras.
Mientras lo observaba, Aodhan se arrancó una de sus perfectas plumas brillantes y entró en la oficina para colocarla junto a la pluma azul de Illium. Rafael inclinó la cabeza cuando el ángel regresó.
—En cuanto hayas llevado a cabo esta tarea, te trasladarás aquí. —Manhattan aún no se había recuperado del regreso de Elena… Tal vez la presencia de Aodhan serenara la ciudad. Sin embargo, tendría que dejar aquel problema para otro día—. Si Naasir y tú conseguís limitar el área de búsqueda a una localización específica, llamadme y esperad. No os acerquéis.
—Crees que si es ella… empezará a matar.
—Mi madre es el espectro de la oscuridad, Aodhan, la pesadilla que pulula en el cerebelo. —Y él era su hijo, el hijo de dos arcángeles que se habían vuelto locos.
T
an solo cuando Zoe se fue a la cama y los adultos terminaron de cenar, Elena abrió la caja que le había dado Deacon y vio el arma que él había creado para una cazadora con alas.
—Oooh… —Ahogada de placer, cogió lo que parecía una ballesta modificada, tan pequeña y ligera que…—. ¿La has diseñado para que me la fije a la pierna?
—Sí. —Deacon cogió el arnés y le pidió que se levantara para poder ceñírselo al muslo—. Me pareció que el hombro te daría problemas, ya que tus alas estarían demasiado cerca y habría muchas posibilidades de que sufrieran daños.
Elena asintió para mostrar su acuerdo mientras examinaba el arma.
—El equilibrio no debería ser un problema durante el vuelo, dado su peso. Pero ¿qué demonios es esto? —Sacó una pequeña hoja circular cuyos bordes dentados estaban afilados como cuchillas de afeitar. Abrió bien los ojos—. ¿Dispara estas cosas? ¿Como el arma que tú tenías? —Un arma que ella había deseado desde el momento en que la vio, en medio de un desguace plagado de vampiros.
—Sí. También está diseñada para que puedas utilizarla con una sola mano si te hace falta. —Apretó el arnés—. Métela en la abertura.
Elena puso el seguro e hizo lo que le habían pedido antes de retroceder unos cuantos pasos.
—Ligera, portátil.
—La probó conmigo —dijo Sara, que estaba acurrucada en el sofá con un bol de helado de fresa en la mano—. Dado que yo soy más baja y menos fuerte, supuse que tú no tendrías problemas.
Elena acarició el arma y notó que sus instintos de cazadora suspiraban.
—Es perfecta. Deacon, ven aquí. —Cuando su amigo se acercó, Elena extendió los brazos y le dio un ruidoso beso en sus hermosos labios—. Eres maravilloso.
—Oye… —dijo Sara desde el sofá mientras sacudía la cuchara en el aire—. Es mío.
Elena esbozó una sonrisa y se subió un poco el arnés mientras Deacon se sentaba junto a su esposa en el sofá para robarle un poco de helado. El momento fue tan «normal» que por un instante casi pudo creer que jamás se había marchado de Nueva York, que nunca había caído en los brazos de un arcángel.
Su teléfono móvil empezó a sonar.
Después de seguir a Illium hasta la localización indicada con el regalo de Deacon ceñido al muslo, Elena aterrizó con muchísimo cuidado. Era muy posible que cometiera errores estando tan cansada, y no era el momento más apropiado para romperse un brazo o una pierna. Por debajo de ella, el corazón verde de Manhattan estaba cubierto de una oscuridad que solo rompían las anticuadas farolas situadas en los caminos que atravesaban el parque.
—Uf. —Descendió con fuerza, con tanta potencia que le dolieron las rodillas, y luego recorrió la distancia que la separaba de otro de los Siete de Rafael, que estaba en pie junto a un bulto desmadejado en el suelo.
Ponzoña. El penetrante hedor de las tripas y los órganos eviscerados… y bajo todo aquello, un susurro de violetas enterradas en hielo.
Elena sintió la bilis en la garganta, pero se obligó a contemplar el cadáver. Al hombre (un vampiro, a juzgar por su esencia) le habían cortado la cabeza. Pero la decapitación, si no se equivocaba, se había perpetrado en último lugar, después de que le sacaran los órganos y volvieran a introducirlos en su cuerpo en los lugares equivocados. Aunque era un acto brutal, no se parecía ni de lejos a lo que había hecho Uram… pero lo cierto era que el arcángel nacido a la sangre había convertido el asesinato en todo un arte.
—¿Quién es? —le preguntó a Veneno.
El vampiro había estado a las puertas de la muerte poco tiempo atrás, pero nadie lo habría dicho por su aspecto actual. Ataviado con uno de sus acostumbrados trajes de negro sobre negro, con sus ojos de reptil cubiertos por unas gafas de sol envolventes que los protegían incluso en la oscuridad, parecía haber salido de las páginas de alguna revista exclusiva.
—El contable de Rafael, sentenciado a enterramiento.
Elena no necesitó que le dijera que alguien estaba tramando algo.
—¿Dónde está Rafael?
Por una vez, Veneno siguió dándole respuestas directas.
—En el lugar donde se suponía que este hombre sería enterrado esta noche. Puesto que es poco probable que este crimen haya sido una casualidad, el asesino debió de acechar en esa localización. Sin embargo, es más posible que encuentres una esencia aquí.
—Sí. —A juzgar por el patrón de la sangre y el revoltijo de tierra y de hierba, aquel era el lugar en el que la víctima había sido asesinada, lo que significaba que la esencia del asesino sería una mancha de violencia en toda la zona.
Tras filtrar la firma vampírica de Veneno, Elena percibió una vez más el aroma de las violetas en el hielo picado… pero con toda aquella carnicería, no había forma de saber con seguridad si le pertenecía a la víctima. Tras apretarse el estómago, Elena se puso de rodillas, con cuidado de evitar las salpicaduras y se inclinó hacia delante. Sin embargo, no podía acercarse al cuerpo sin apoyar las manos en las pruebas cubiertas de sangre.
—Veneno, sujétame por la cintura.
Unas manos fuertes y frías le rodearon la cintura un instante después. Elena luchó contra el impulso instintivo de liberarse de aquellos dedos y confió (y sí, aquella confianza le costó mucho esfuerzo) en que el vampiro evitara que cayera sobre el cadáver. Se inclinó para olfatear una zona de piel desgarrada.
Violetas. Hielo. Y un matiz oculto subyacente. Un matiz suave, afrutado. ¿Sandía?
—Suficiente.
Las manos del vampiro se tensaron por un instante, y Elena casi deseó que intentara dejarla caer. No obstante, Veneno se portó bien y la ayudó a ponerse en pie.
—Tengo su esencia —comentó la cazadora al tiempo que señalaba el cadáver—, y ya he descartado la tuya. ¿Ha estado alguien más en la escena del crimen?
El vampiro señaló el cielo.
—Solo Illium, pero no ha aterrizado.
Bien, pensó ella. Aquello significaba que el vestigio de ponzoña debía de ser del asesino. Se concentró en aquel elemento y empezó a separar las notas para crear un perfil más detallado.
Adelfas, dulces e intensas, con un toque de la más oscura resina como nota discordante. Y por debajo, un matiz de jugosas bayas rojas recién abiertas. Sin embargo, la esencia de las adelfas en plena floración lo cubría todo; era muy, muy embriagadora.
Elena ya había empezado a seguir el rastro cuando aquella idea atravesó su mente, apenas consciente de que Veneno permanecía junto al cadáver o de que Illium la seguía desde lo alto. La esencia serpenteaba a través de Central Park, como si el asesino se hubiera dado un paseo. A juzgar por el aplomo que había mostrado, Elena casi esperaba perderlo cuando llegó al estanque, pero, para su sorpresa, el tipo no se había metido en el agua.
Lo siguió hasta la Quinta Avenida, donde el sensual rastro de las adelfas se desvanecía de una forma tan brusca que estaba claro que el asesino había cogido un taxi. Dejó escapar un suspiro y le hizo un gesto a Illium para que bajara.
—El rastro se enfría aquí —le dijo cuando aterrizó en medio de un elegante revuelo azul plateado—. Llévame hasta el otro lugar, por si acaso hay algo allí.
Solo cuando volaban sobre el Hudson se dio cuenta de que se dirigían hacia el territorio de Rafael. Supuso que el lugar del enterramiento estaría en algún punto más allá de sus propiedades, pero se quedó consternada al ver que Illium descendía para aterrizar junto a los límites del bosque que separaba la mansión de la residencia de Michaela en Estados Unidos. El ángel permaneció inmóvil mientras ella se adentraba en el lugar.
¿
Arcángel
?