Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Vuelve conmigo después de hablar con Sara. Quiero abrazarte
.
Quince minutos después, vio un parpadeo de medianoche y amanecer en el horizonte, cuando su consorte apareció entre las nubes cerca de la Torre. Las inconfundibles alas de Illium aparecieron un instante después. El ángel de alas azules no ocultaba el afecto que sentía por su cazadora, y Rafael lo permitía; lo permitiría siempre y cuando Illium no olvidara que Elena era la compañera de un arcángel.
Ella es mía
.
Sire
. El ángel se alejó en otra dirección.
Espera. Hoy he recibido un mensaje para ti
.
Un silencio interrogante.
El Colibrí desea ver a su hijo
.
Calma, mucha calma.
Iré a verla
.
No. Ella viene a Nueva York
.
Percibió el sobrecogimiento de Illium. El Colibrí abandonaba en muy raras ocasiones su aislado hogar en la montaña, y solo para acudir al Refugio.
La vigilaremos, Illium. No temas por eso
.
El Colibrí había salvado a Rafael de un dolor insoportable cuando lo encontró en aquel maldito prado en el que Caliane había hecho añicos su cuerpo como si fuera de cristal, y se había ganado así la lealtad del arcángel. Sin embargo, la madre de Illium había hecho mucho más que eso: había mostrado una increíble amabilidad con un chico destrozado en un momento en el que todo su mundo se derrumbaba. Había pocas cosas que Rafael no estuviera dispuesto a hacer por el Colibrí.
Sire, debo
…
Ve
, respondió Rafael, que sabía que el ángel necesitaría tiempo para asimilar las noticias.
Ella llegará en una semana
. Salió a su terraza privada mientras hablaba y cambió la conexión mental.
Ven, Elena
.
No puedo aterrizar ahí. Me partiré la crisma
.
Rafael estuvo a punto de soltar una carcajada, una reacción impensable después del mensaje que acababa de dar.
Yo te recogeré
.
El hecho de que ella no se lo pensara dos veces después de oírlo, de que se limitara a cambiar de trayectoria para volar hacia sus brazos… lo hizo pedazos. Y luego lo reconstruyó de nuevo.
—Elena… —susurró contra su cabello mientras la estrechaba con fuerza.
La cazadora lo rodeó con los brazos. Su frágil consorte, con una voluntad de hierro que siempre se negaba a rendirse.
—Cuéntamelo —murmuró ella.
Y él, un arcángel acostumbrado a guardar miles de secretos, se lo contó.
L
as sombras del anochecer caían ya sobre el horizonte mientras Elena avanzaba por el césped que había tras el hogar de Rafael —el hogar de ambos—, de camino al borde del acantilado situado tras los árboles. Después de abandonar la Torre aquella tarde, cuando la intimidad de los momentos pasados en la terraza aún calentaba su pecho, había llamado a un encantado Sam utilizando el enlace web de la biblioteca.
—¡Ellie! —El chico había sonreído de oreja a oreja—. ¡No me has olvidado!
—Por supuesto que no.
Elena se echó a reír al ver cómo saltaba en su asiento. Esas alas que parecían demasiado grandes para su cuerpo rebotaron a causa del entusiasmo, y unos rizos negros cayeron sobre su frente. Le preguntó cómo había pasado el día.
—¡Padre me llevó a volar otra vez!
Puesto que a Sam le habían prohibido utilizar las alas durante un mes más, su padre había empezado a llevarlo en brazos por los cielos; su amor por Sam era algo feroz que a nadie se le escapaba, a pesar del hecho de que era un hombre de pocas palabras.
—¿Fue divertido?
Un asentimiento entusiasta.
—Sabe volar muy, muy rápido.
La conversación había durado media hora, y Elena también había intercambiado unas cuantas palabras con la madre de Sam. La diminuta mujer de brillante cabello negro y alas de color pardo veteadas de blanco seguía acariciando a su pequeño con mucho cuidado, pero sonreía a menudo; por primera vez, Elena creyó de verdad que esa pequeña familia se recuperaría.
Después había pasado el rato realizando ejercicios de vuelo destinados a fortalecer sus músculos con un Illium de lo más apagado. Tras discutirlo con Keir, Rafael le había explicado que no podría realizar un auténtico despegue vertical sin adquirir fuerza en las alas. Era físicamente imposible.
—La inmortalidad —había murmurado el arcángel mientras estaban en la terraza— todavía no ha penetrado del todo en tus células. Pero dada tu fuerza de cazadora nata —había añadido— es posible que aprendas a realizar una versión simplificada basada no en el poder de tus alas, sino en la fuerza bruta muscular.
Sería un camino mucho más difícil, y cada despegue le causaría un infierno de dolor incluso cuando llegara a dominar la técnica, pero Elena no era de las que se sentaban a esperar, no cuando podía hacer algo al respecto. Tal vez fuera una inmortal recién nacida que apenas había salido del cascarón, pensó en aquel instante, pero no sería una presa fácil.
Ahí estás
.
La magnífica amplitud de las alas de Rafael apareció ante sus ojos cuando el arcángel descendió para reunirse con ella en la parte alta del acantilado. Las puntas de las plumas brillaron con el reflejo de los últimos vestigios de un sol que había surgido por fin a últimas horas de la tarde.
—¿Vas a visitar a la directora del Gremio y a su familia?
Elena apartó los mechones de pelo que habían escapado de su coleta.
—Ven conmigo —respondió.
Un lento parpadeo.
—Son tus amigos íntimos, Elena. Querrán tenerte para ellos solos esta noche.
—Yo me estoy convirtiendo en parte de tu mundo, así que quiero que tú formes parte del mío. —Vio la sorpresa en su rostro, y vio también que él no se esperaba aquella invitación.
El cuerpo de Rafael era un sólido muro de músculos cuando la estrechó hasta aplastarle los pechos contra su torso.
—¿Qué dirán Sara y Deacon de esto?
Elena deslizó las manos por las alas que él había extendido para ella y disfrutó de la posibilidad de tocarlo tanto como le diera la gana.
—No te asustará una simple pareja de cazadores, ¿verdad, arcángel?
Percibió un destello de un azul absoluto en cuanto sus párpados se abrieron.
Tal vez prefieran romper su relación de amistad contigo que darme la bienvenida a su hogar. No puedes olvidar lo que hice mientras me encontraba en estado Silente
.
—No. —Sin embargo, Elena también sabía otra cosa sin el menor género de dudas—. Tú tienes a tus Siete. Yo tengo a mis amigos… y ellos permitirían que les cortaran los brazos antes que dejarme sola.
Cuánta lealtad, pensó Rafael. Nunca habría imaginado que los mortales fueran capaces de algo semejante, aunque había conocido a Dmitri cuando era humano… y había conocido a Elena.
—Te agradezco mucho la invitación —le dijo—. Y la aceptaré otro día. Esta noche debo quedarme aquí.
Los ojos grises brillaron con sagacidad.
—¿Qué ocurre?
—He concertado una reunión con Aodhan.
—¿Aquí? ¿En Nueva York?
—Yo también estoy sorprendido. —Aodhan prefería el aislamiento del Refugio—. Nos reuniremos en la Torre.
Tras apartar otro mechón errante de cabello, su consorte lo miró a los ojos.
—Quiero hablar contigo de otra cosa.
—¿Qué tienes que decirme, cazadora del Gremio?
—Ya no necesito guardaespaldas. El truquito que Illium hizo hoy con el helicóptero parece haber escarmentado a los sabuesos de los medios.
Eres mi corazón, Elena
.
No podía permitir que nada le sucediera.
Ella dio un paso atrás.
—Nada de cadenas, Rafael.
El arcángel le rodeó la nuca con una mano para evitar que se alejara de él.
—Te he dado mucha libertad, pero no pienso ceder en este punto.
El temperamento de Elena empezó a echar chispas.
—No es cosa tuya permitirme o no hacer algo. Soy tu consorte. ¡Trátame como tal!
A pesar de todo, ella aún era mortal. Incluso los ángeles recién nacidos eran vulnerables durante un centenar de años, y Elena había empezado como mortal. La inmortalidad apenas había rozado su sangre; aún no había tenido tiempo de impregnar sus células.
No ganarás esta batalla, cazadora
.
—Vale, pero seguiremos con la misma guerra cada día, hasta que empieces a mostrarte razonable.
Hasta que la conoció, nadie lo había desafiado tanto. Hasta que la conoció, nadie lo había amado con toda la fuerza de su alma.
—Según Dmitri, lo más sensato habría sido matarte en cuanto nos conocimos.
Ella entrecerró los párpados.
—No intentes distraerme. —Se liberó de su mano con un movimiento que él no había esperado. Luego cogió el pequeño bolso que se encontraba junto a sus pies—. ¿Rafael?
Al percibir una nota sombría en su voz, el arcángel clavó la mirada en la neblina cambiante de sus ojos.
—Cazadora.
—No me cortes las alas. Eso nos destruiría a ambos.
Tras aquellas perturbadoras palabras, Elena voló hacia el Hudson. Rafael la observó hasta que desapareció sobre Manhattan, consciente de que Illium la seguiría hasta la casa de la directora del Gremio, donde otro de sus Siete había mantenido la vigilancia durante horas para asegurarse de que no habría sorpresas ingratas. Sabía que Elena estaría a salvo. Ella jamás sería feliz en una jaula, pero después de los sucesos que habían estado a punto de arrebatársela (no una, sino dos veces), Rafael no sabía muy bien si podría dejarla libre.
Elena desterró el razonamiento, y la razón que se escondía tras él al fondo de su mente mientras aterrizaba con suavidad frente al hogar de Sara y Deacon. Su mejor amiga la arrastró dentro unos segundos después… y Elena recibió una agradable sorpresa.
—¡Habéis comprado la casa de al lado! —Habían derribado las paredes laterales de ambos hogares y habían cubierto el hueco entre los edificios ampliando una de las casas.
Puesto que Elena no había notado nada desde fuera, debían de haber reciclado los materiales obtenidos durante la demolición de las paredes para construir la zona exterior. Y, por más fantástico que fuera el exterior, no podía compararse con el interior: toda la planta baja era un enorme espacio abierto que llegaba hasta la cocina.
—Sí. —Sara estaba radiante. El saludable tono café de su piel parecía resplandecer—. Tal y como van los negocios de Deacon, podíamos permitírnoslo, así que decidimos hacerlo. —Una pausa—. Y lo más importante: quería que mi mejor amiga se sintiera bienvenida en mi hogar.
Elena tragó saliva en un intento por deshacer el nudo de emociones que le cerraba la garganta. Dejó el bolso en el suelo y comenzó a pasearse por los brillantes suelos de madera cubiertos con alfombras de los indios navajos que hacían juego con los cálidos tonos tierra del resto de la casa.
—Es maravilloso, Sara.
—Deacon realizó la mayor parte de la obra, él solo. Zoe y yo nos limitamos a sujetar tablas, a darle los clavos que necesitaba y a supervisar en general. —Una enorme sonrisa.
—Sé que tú elegiste los colores. —Se sentía de lo más cómoda, así que extendió las alas—. Es…
—Ay, Dios, Ellie… —dijo Sara sin aliento, al tiempo que se aferraba al respaldo del sofá—. Cada vez que haces eso, me dan mareos.
Elena se estaba riendo de la expresión de la cara de su amiga cuando un tío imponente de ojos verde intenso, piel dorada y pelo oscuro entró en la estancia con una niñita acomodada en su brazo.
—Deacon. —Con una sonrisa, Elena se acercó lo suficiente para que él pudiera abrazarla con el brazo libre.
La estrechó durante varios segundos.
—Me alegro de verte, Ellie. —Palabras serenas, poderosas.
Cuando levantó la vista, Elena se encontró con los ojos de la niña, que había enterrado la cabeza con timidez en el hombro de su padre.
—Hola, Zoe —susurró, asombrada por lo mucho que había crecido la hija de Sara en el año y medio que había pasado desde la última vez que la vio.
Sara se acercó en aquel momento, tomó una de las diminutas manos de Zoe y le dio un beso en la palma.
—Esta es la tía Ellie, Zoe.
Fue entonces cuando un perro descomunal apareció por la esquina y se dirigió hacia Elena.
—¡Slayer! —Con una risotada, dejó que el animal saltara sobre ella con la intención de matarla a lametazos. Cuando levantó la cabeza, vio que Zoe reía por lo bajo.
Entonces deseó estrechar a la niña entre sus brazos y comerse a besos su preciosa cara, pero de momento era una extraña para Zoe. Una extraña con sobornos.
—He traído regalos para ti —le dijo en cuanto Deacon apartó a Slayer con una mano.
Aquellos ojos que tenían el mismo color que los de Sara se abrieron como platos a causa del interés.
Tras acariciar a Slayer una última vez, gesto que le hizo menear la cola tres veces más, Elena fue a buscar su bolso y sacó la muñeca hecha a mano que le había comprado a uno de los artesanos del Refugio. Zoe la cogió con mucho cuidado y se incorporó sobre el hombro de su padre para toquetear los gruesos rizos de la muñeca.
—¿Qué se dice, pequeña? —dijo Deacon.
—Gracias —murmuró Zoe con timidez.
—De nada —respondió Elena y cogió la colección de plumas de ángel que había ido reuniendo desde que despertó del coma. Plumas de un sorprendente blanco dorado, plumas azules ribeteadas en plata, plumas del color de la medianoche y el amanecer, plumas de un gris iridiscente, plumas de un castaño dulce y hermoso, y otra de un color blanco cristalino… Plumas que hicieron que Zoe contuviera el aliento. Cuando Elena levantó la mano, su ahijada la contempló maravillada… y al final cerró los dedos alrededor de las plumas.
—Papá. Abajo.
Deacon obedeció su orden y la dejó en el suelo. Con las plumas en la mano y la muñeca sujeta bajo el brazo, Zoe se acercó a la mesita de café y dejó sus tesoros sobre el cristal para poder admirarlos uno a uno. Habían ordenado a Slayer que se sentara junto a la chimenea, y el perro bordeó la mesa para situarse al lado de su ser humano favorito.
Sara apoyó la mano en el pecho de Deacon cuando él le rodeó los hombros con el brazo.
—¿No tenías algo para Ellie?
—Voy a buscarlo. —Tras darle un beso en la nariz a su esposa, el que antes era el hombre del saco del Gremio alborotó los ricillos de Zoe y luego salió de la estancia.