Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Tampoco puede decirse que la familia sea tu especialidad, Elieanora.
No, no lo era; él se había asegurado de eso.
Elena cerró el teléfono con fuerza y remontó el vuelo de nuevo. Su buen humor se había esfumado. Y encima Sara no estaba en el Gremio. Frustrada y con la necesidad de hacer algo, lo que fuera, decidió dirigirse al apartamento de Ignatius. No esperaba encontrar allí nada que explicara su extraño comportamiento, pero…
Una pluma de un azul celestial, ribeteada en plata, cayó flotando frente a ella.
El entusiasmo borró los ecos de la pulla de Jeffrey. Cogió la pluma y echó la cabeza hacia atrás para buscar a su dueño. Sin embargo, en aquel terreno estaba en desventaja, ya que su capacidad para revolotear y girar no era ni de lejos la suficiente para atrapar al ángel al que Galen había llamado «Mariposa».
Elena se guardó la pluma en el bolsillo para añadirla a la colección que pensaba regalarle a Zoe y siguió su camino. Vislumbró un destello azul con el rabillo del ojo unos momentos después.
—¿Cuándo has vuelto?
Como respuesta, Illium se lanzó como una flecha, con las plumas pegadas a la espalda, y enfiló hacia los rascacielos como si estuviera hecho de piedra. Elena logró contener un grito a duras penas, y se sintió bastante orgullosa de la despreocupación que logró mostrar cuando él pasó a un milímetro escaso de un tejado en punta y regresó para quedarse flotando delante de ella, con el torso desnudo.
—Venga, Ellie… —Ojos como antiguas monedas de oro, más impactantes aun gracias al ribete de increíbles pestañas negras coronadas de azul—. ¿Ni un solo grito? Me has robado toda la diversión.
—Esa soy yo. Una sucia ladrona de diversión. —Pero se le dibujaba una sonrisa en los labios y su corazón se ablandaba de una manera absurda ante el único de los Siete de Rafael al que consideraba su amigo—. ¿Ya te han endosado el trabajo de guardaespaldas? —Rafael y ella tendrían una charla sobre aquella costumbre de él de ordenar a la gente que la siguiera. No obstante no rechazaría la protección en aquellos instantes, porque, por más que le fastidiara, se había convertido en un objetivo bastante fácil.
Ya había tenido que desviarse de su ruta para despistar a un helicóptero de un programa de noticias que había estado a punto de derribarla y hacerla caer sobre el bosque de acero de Manhattan. A diferencia de Illium, ella no habría sido capaz de ascender a tiempo para evitar heridas catastróficas. El imbécil del reportero no se había dado cuenta de que no era tan fuerte como los demás ángeles, de que no podría mantener el vuelo con la alteración del aire causada por las hélices del helicóptero.
Illium, con alas azules de reflejos plateados, un rostro diseñado para seducir a hombres y mujeres por igual, y su capacidad para realizar acrobacias imposibles en el aire, les habría proporcionado un buen rato de diversión. El hecho de que el ángel hubiera decidido hacerlo medio desnudo solo era la guinda del pastel.
Illium cambió de posición para volar a su lado.
—Lo pedí yo —dijo en respuesta a su anterior pregunta—. Sé que soy tu favorito. —Le rozó el ala con la suya ante la falta de respuesta.
—Te juro por Dios —murmuró Elena, que luchaba por contener la risa— que si me has manchado de polvo azul, te haré un nudo con las pelotas y te colgaré por ellas del próximo objeto puntiagudo que vea. —La última vez que le había llenado las alas de polvo azul, Rafael, al final, había encontrado gracioso el asunto. Sin embargo, Elena no podía garantizar la salud de Illium si aquello sucedía una segunda vez.
Illium bajó despacio y volvió a ascender con movimientos que parecían perezosos, aunque requerían una considerable fuerza muscular.
—Sé amable conmigo, o no te daré tu regalo.
—Idiota. —Pero lo cierto era que Illium era su favorito de los Siete. ¿Cómo no iba a serlo si él veía su corazón humano como un don y no como una maldición, si daría la vida por el arcángel al que Elena consideraba suyo, si reía con la misma facilidad que los niños del Refugio?—. Sam… —murmuró, sintiendo un nudo en la garganta al pensar en el niño que había resultado tan malherido—. ¿Está…?
—Está bien, Ellie. Cuidamos de él. —Un discreto recordatorio de que, pese a sus risas y su belleza, Illium también era un miembro de los Siete de Rafael. Y de que no tenía remilgos a la hora de ejecutar el más sangriento de los castigos. Elena jamás olvidaría su aspecto en aquel extraño jardín invernal lleno de flores, con la piel cubierta de sangre y una espada que brillaba como un relámpago mientras cortaba las alas de aquellos ángeles que pretendían hacerle daño.
—Te echa de menos.
Una sonrisa tonta de felicidad echó por tierra aquella sombra de su memoria.
—Solo he estado fuera un par de días.
—Le prometí que te diría que debías llamarlo todas las noches. No me hagas quedar como un mentiroso.
—Jamás. —Elena adoraba a Sam, había pasado horas con él cuando estuvo internada en la Galena para recuperarse de lo sucedido en Pekín—. ¿Qué tal Noel? —El adulto había sido víctima de los crueles anhelos de poder de Anoushka, la hija de Neha, pero sus heridas físicas habían sanado hacía semanas. Sin embargo, aquellas no eran las heridas más profundas.
—Está… —Illium se quedó callado durante un buen rato—. Roto. Por dentro, está destrozado.
Elena sabía muy bien lo que era estar roto. Pero también sabía mucho sobre supervivencia.
—El hombre que sobrevivió a lo que le hicieron… —sangre y carne, eso era lo único que quedaba de él cuando lo encontraron—… también sobrevivirá a eso.
—Tiene que hacerlo —convino Illium—. Rafael le ha asignado un puesto en la corte de Nimra. A ella no le interesan los jueguecitos de poder… pero ni siquiera Nazarach se atreve a poner un pie en su territorio sin que lo inviten.
Elena frunció el ceño y se prometió que le preguntaría a Rafael por qué había enviado al vampiro herido a lo que parecía un campo de batalla letal. Nimra debía de ser cruel y brutal a un tiempo si conseguía mantener a Nazarach a raya, y Noel necesitaba curarse, no luchar por respirar.
Un sonido cortante. Inconfundible. Indeseado.
—¿Eso es…? —Abrió los ojos de par en par al ver la mancha negra que aumentaba de tamaño en el horizonte con cada chasquido—. ¡Maldita sea! —Era el mismo grupo de reporteros que llevaba persiguiéndola toda la mañana.
Illium se situó delante de ella.
—¿Cómo se atreven a hacer algo así? —Su voz se había convertido de pronto en la del hombre que había amputado alas angelicales con fría eficacia—. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir.
—No, Illium. —Elena consiguió aferrar su cálido antebrazo—. No quiero sangre, aquí no. Este es mi hogar.
Aquel cabello increíble, como ébano con zafiros incrustados, sorprendente e imposible, empezó a agitarse bajo las turbulencias originadas por el helicóptero.
—Si no les enseñas una lección ahora —dijo mientras ella se aferraba a su hombro con más fuerza para lograr mantener la posición—, los buitres te considerarán débil. No puedes mostrarte débil, Ellie.
Porque era la consorte de Rafael.
Y la debilidad en un arcángel podía resultar fatal.
—Mierda. —Tras sujetarse con más fuerza aún, gritó para hacerse oír por encima del estruendo—: ¿Cuánta fuerza tienes? —Illium tenía quinientos años, había sobrevivido a una inmersión letal en el Hudson y en una ocasión había resplandecido de poder ante sus propios ojos. Sin embargo, Elena no tenía ni la menor idea de qué equivalencia tenía aquello en el sentido físico.
—La suficiente para partir ese aparato por la mitad.
Vaya.
—¿Y qué te parece si en vez de eso le das la vuelta y lo dejas en tierra en esa posición? —Le dio un apretón en el brazo y notó el movimiento de los músculos y los tendones, que soportaban la mayor parte de su peso—. Nada de víctimas, Campanilla.
Illium enfrentó su mirada con cierta sorpresa, y luego esbozó una sonrisa lánguida y perversa.
—¿Adónde te diriges? —Cuando Elena se lo dijo, él añadió—: Me reuniré contigo allí.
Elena le soltó el brazo y descendió para alejarse de las turbulencias lo más rápido que pudo. Luego tomó una dirección que la llevaría lejos de allí. Sin embargo, no llegó tan lejos como para no ver a Illium volando por encima del helicóptero.
Se le secó la garganta, y si el ángel hubiera estado lo bastante cerca para oírla, le habría gritado que se detuviera. Por Dios, aquellas hélices le harían pedazos las alas si cometía algún error. Pero Illium (el sonriente, juguetón y poderoso Illium) hizo algo que detuvo las hélices. Dejó que el helicóptero cayera en picado durante dos inquietantes segundos antes de sujetarlo por la parte inferior y colocarlo bocabajo.
Elena comprendió que aquel granuja lo estaba pasando en grande.
Hizo un movimiento negativo con la cabeza y se dirigió al apartamento de Ignatius, que estaba muy cerca de la Torre. Por suerte, el edificio tenía un tejado plano, así que no le costó mucho aterrizar. Tras deslizarse por la áspera superficie, se tomó un minuto para recuperar el aliento y empezó a buscar la entrada del edificio. La encontró, y estaba cerrada.
—Gracias otra vez, Ash. —La otra cazadora no solo le había enseñado cómo abrir cerraduras con la habilidad de un experto ladrón de joyas (algo que despertaba un montón de preguntas intrigantes), sino que también le había regalado un pequeño juego de ganzúas que llevaba siempre en un bolsillo adosado a la funda de la daga situada en el muslo.
Sacó la ganzúa que necesitaba y se puso manos a la obra.
—Demasiado fácil. —Atravesó la diminuta puerta de metal y soltó un silbido cuando se rasgó el ala derecha con los bordes oxidados.
Echó un vistazo atrás y descubrió que si bien varias de las plumas azul oscuro tenían restos de metal, no había ni rastro de sangre. Seguramente era lo mejor que podría haber esperado, pensó. Decidió no tomar el ascensor que había al final del pasillo, que sin duda sería diminuto, y bajó tres tramos de escalera, hasta la planta donde se encontraba el apartamento de Ignatius.
Percibió su esencia en el instante en que abrió la puerta de la escalera y salió al pasillo. La melaza requemada estaba impregnada en las paredes, en la moqueta. Pero no solo percibía su esencia. De hecho, había tantas esencias vampíricas en el aire que se preguntó si no sería aquel un edificio «abarrotado», uno de aquellos que utilizaban los vampiros que no tenían una posición lo bastante elevada en la jerarquía como para vivir en la Torre pero que necesitaban estar cerca de ella.
Una de las puertas del pasillo se abrió cuando ella se detuvo frente al apartamento de Ignatius.
Diamantes triturados en brandy viejo. La sensualidad del chocolate acariciándole los pechos. Una lujosa y tupida piel rozando la zona más íntima de su cuerpo.
—¿Q
ué estás haciendo aquí? —Formuló la pregunta con los dientes apretados, luchando contra la necesidad sexual que había despertado la insidiosa esencia de Dmitri, una necesidad que era un impulso irrefrenable disfrazado de seducción. Se preguntó cuántos cazadores natos habían caído presa de aquel hechizo. Y qué les había hecho Dmitri después.
—Tengo asuntos pendientes con otro de los residentes.
El vampiro se acercó con las manos metidas en los bolsillos del pantalón gris del traje. Se había quitado la chaqueta, y llevaba la camisa blanca abierta en el cuello, lo que dejaba expuesto un triángulo de piel del tono de la miel dorada por el sol.
Aquellos ojos penetrantes y oscuros se clavaron en los de ella justo en el instante en que otra oleada —lujuriosa y primitiva en su promesa erótica— asoló sus sentidos. Elena sintió que se le doblaban las rodillas.
—Vaya… —consiguió decir a través del nudo que le cerraba la garganta—. Así que la tregua ha terminado…
—No me gustaría que creyeras que somos amigos.
Era el tipo de frase que estaba acostumbrada a oír de labios de Dmitri, pero aquel día sus palabras traslucían una furia subyacente, la misma furia que había percibido cuando ambos contemplaban el cuerpo profanado de Betsy.
No se lo tomó como algo personal. Había visto muchas víctimas destrozadas y mutiladas; sabía lo que era desear que alguien pagara por ello. Aquel deseo era una oleada de furia tranquila y constante capaz de destruir. Si sus amigos del Gremio no la hubieran detenido cuando se acercó demasiado, si no le hubieran mostrado la vital importancia de guardar las distancias, se habría lanzado al abismo hacía mucho tiempo. De modo que sí, lo comprendía, pero eso no significaba que estuviera dispuesta a permitir que Dmitri la utilizara como chivo expiatorio.
En aquel momento, el vampiro estaba tan cerca que su calor corporal le rozaba el cuerpo con suaves y lánguidas caricias, y su esencia la envolvía como un millar de hebras de seda. Elena comenzó a respirar por la boca, colocó una mano sobre su musculoso hombro, se inclinó hacia delante como si planeara susurrarle algo al oído… y le dio un mordisco en el lóbulo.
Fuerte.
—¡Joder! —Dmitri se alejó a una velocidad sobrenatural.
—¿Se acabó el jueguecito? —preguntó ella con una dulzura envenenada mientras se esforzaba por recuperar el aliento—. ¿O quieres una partida completa?
—Zorra. —Le dedicó una sonrisa lenta y sensual que ya no estaba teñida de furia—. Siempre me ha gustado eso de ti.
Elena guardó la daga que había sacado en el preciso instante en que lo mordía.
—No puedo hacer mi trabajo contigo aquí. —Por sutil que fuese en aquel instante, la esencia de Dmitri ocultaba todas las demás. Aquella esencia era una droga adictiva y tóxica—. Vete o te mataré.
Dmitri parpadeó al oírla, y luego empezó a mecerse sobre los talones.
—Lo dices como si hablaras en serio.
En aquel instante, hablaba muy en serio. Le permitió indagar en su expresión y enfrentó los ojos del vampiro dotados de una sensualidad potente y segura de sí misma. Slater la había impregnado con su esencia y había estado a punto de destrozar la mente de la niña que era entonces, un niña que no comprendía por qué a su cuerpo le gustaba lo que le hacía aquel monstruo. El horror que le causó aquel deseo fue lo bastante intenso para desatar una ferocidad salvaje con el único objetivo de sobrevivir.
Dmitri inclinó la cabeza y retiró su esencia tras un último ataque sensual.
—A lo mejor quieres esto. —Una delgada llave de metal colgaba de su dedo.