Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Elena se puso en pie y los observó detenidamente en un intento de captar sus movimientos, de descubrir sus vulnerabilidades.
—¡Alto!
Ambos se separaron para mirarla, jadeantes… dos seres medio desnudos cubiertos de sudor con peligrosas espadas curvas a los costados. Illium era hermoso; y Veneno tan «diferente» que resultaba extrañamente atractivo. Juntos, pensó Elena en un rincón de su mente, formaban una pareja deslumbrante. Como habría dicho Sara: estaban para lamerlos de arriba abajo.
—Veneno ha ganado el asalto —dijo.
—De eso nada —repuso Illium, cuyo leve acento británico fue de lo más evidente.
—Tenía los dientes en tu yugular.
Elena estaba al tanto de que, si bien el veneno del vampiro no era letal para los ángeles, causaba un dolor increíble y habría roto la concentración de Illium.
Veneno se meció sobre los talones y esbozó una sonrisa lánguida que consiguió que Illium amenazara con desmembrarlo. El comentario solo logró que la sonrisa de Veneno se hiciera más amplia… Y así empezaron de nuevo, moviéndose con una fluidez y una elegancia que los convertía en obras de arte vivientes.
Resultaba tentador limitarse a mirar, pero Elena empezó a distinguir movimientos bajos y contraataques que creyó que podría utilizar, porque de una manera o de otra, pensaba conseguir que su nombre apareciera en la lista de cazadores en activo del Gremio.
Rafael se encontraba al borde de la azotea de la Torre, contemplando Manhattan. La ciudad tenía unas cuantas cicatrices debidas a la destrucción causada durante su batalla con Uram. Había permanecido firme y orgullosa a pesar de los terremotos y los huracanes que la habían atacado la semana anterior, y ahora brillaba con fuerza bajo los rayos de sol.
«Calla, cariño. Calla».
Las imágenes del cadáver ensangrentado de la joven, rodeado de altas briznas de hierba, se mezclaron con la voz de su madre, pero los recuerdos no lo hundieron. Aquel día no. Aquella era su ciudad. Él la había construido y él la gobernaría, sin importar lo mucho que su madre deseara arrebatársela.
—¿Y Boston? —le preguntó a Dmitri—. ¿Algún otro problema?
—No —respondió el vampiro, que se hallaba a su lado—. Se ha mantenido en calma desde el terremoto.
Aquello no era calma, pensó Rafael. Se trataba más bien de la calma sobrenatural que se extiende por un lugar antes de que se desate el infierno.
—Yo… —Se quedó callado cuando sus sentidos percibieron algo tan inesperado que parecía imposible—. Dmitri, tendremos que continuar esta charla más tarde.
Cualquier otro miembro de su personal, incluidos los demás componentes de sus Siete, se habría retirado, pero Dmitri clavó la mirada en la manta azul brillante del cielo.
—¿Quién es?
—Lijuan.
La arcángel de China… y de la Muerte.
D
mitri soltó un juramento.
—Pondré la Torre en alerta.
Rafael extendió las alas y se elevó en el aire sobre aquella ciudad caótica y hermosa formada por acero, cristal y humanidad; una ciudad que había sido el centro desde el que había reclamado todo el territorio que ahora poseía. Lijuan lo aguardaba en las alturas, donde el aire estaba lo bastante enrarecido como para matar a un mortal. Con la silueta recortada contra el intenso resplandor del sol, tenía un aspecto tan espeluznante e inhumano como siempre, un aspecto resaltado por sus extraños ojos iridiscentes y su cabello blanco impoluto.
Se detuvo frente a ella y se dio cuenta de que aquel día se había presentado en carne y hueso.
—Me siento honrado. —Después de la destrucción de Pekín y de su «evolución», nadie había visto a Lijuan más que en los estanques de agua, que parecía preferir para establecer contacto.
—Tenía que venir a verte, por supuesto —murmuró con aquella voz que gritaba a los cuatro vientos la verdad de su ascendencia—. Ninguno de los demás me interesa en absoluto.
Elena, ¿dónde estás
?
De camino a la Academia del Gremio para ver a Eve. ¿Me necesitas
?
Mantente alejada de la casa hasta que te diga lo contrario. No quiero que Lijuan te vea
.
La cazadora se quedó callada, pero al final no protestó, aunque Rafael sabía muy bien que no le gustaba que se relacionara con la arcángel de China.
Ten cuidado, arcángel
.
Puesto que había mantenido aquella conversación al mismo tiempo que intercambiaba galanterías triviales con Lijuan, inclinó el cuerpo hacia las serenas aguas del Hudson, que convertían la luz reflejada en la superficie en un millar de esquirlas brillantes.
—Ven, hablaremos en mi casa.
—Qué civilizado por tu parte, Rafael. —Lijuan se echó a reír, y el sonido resultó incongruentemente dulce en una mujer que había reanimado a los muertos y cuyo poder estaba mancillado por una pútrida oscuridad—. ¿Y todavía te sorprende que te prefiera a los demás?
Rafael no dijo nada, y tampoco ella, al menos hasta que Montgomery cerró las puertas de la biblioteca al salir, después de servir el té. Lijuan había elegido uno de los sillones que había frente a la chimenea, y Rafael optó por el que había enfrente para actuar como un buen anfitrión. Con Lijuan, se observaban hasta las más mínimas normas de cortesía. Si las cumplían, ella se atendría a su particular código de conducta. No habría derramamiento de sangre, no mientras fuera una invitada en su hogar.
Lijuan dio un sorbo al té y dejó escapar un suspiro.
—Está claro que la forma física posee ciertas ventajas.
La última vez que se vieron en Pekín, ella le había dicho que ya no necesitaba alimentos para mantenerse con vida.
—¿Acaso tus necesidades han cambiado?
Una pequeña sonrisa que parecía inocente… si uno no se fijaba en las sombras retorcidas que había debajo.
—Mis necesidades no. Mis deseos. —Otro sorbo—. Hay cosas que el poder por sí solo no puede duplicar. —Alzó la taza de té con sus elegantes dedos y lo miró a los ojos—. ¿Cómo lo soportas, Rafael?
El arcángel enarcó una ceja y aguardó.
—La presencia de los mortales. —Agitó una mano en dirección a Manhattan—. Te rodean siempre, allí adonde vas. Como hormigas.
Aunque Aodhan le había formulado una pregunta similar, el tono del ángel estaba cargado de curiosidad, mientras que en la voz de la arcángel de China solo había desprecio.
—Yo siempre he vivido en el mundo, Lijuan.
Un suspiro.
—Lo había olvidado. Todavía no has visto tantos milenios como yo. También yo viví una vez entre los mortales.
Rafael pensó en las historias que Jason había descubierto sobre el pasado de Lijuan, en los horrores que la arcángel había perpetrado.
—Tú siempre has sido una diosa.
Un asentimiento majestuoso.
—¿La matarás?
La pregunta no lo pilló desprevenido. Supo por qué se había presentado allí Lijuan en cuanto la vio.
—Si mi madre no ha recuperado la cordura, debe ser detenida.
Dados los informes que había recibido de Nazarach, Andreas y Nimra aquella mañana, que decían que los vampiros jóvenes seguían volviéndose locos y matando de una forma que llevaba el sello de Caliane, la locura de su madre parecía, cada vez más, un hecho consumado.
—¿Y no sería mucho mejor matarla mientras duerme? —Lijuan dejó la taza de té y soltó un suspiro de placer—. Todavía no ha recuperado todas sus fuerzas. Una vez despierta, tal vez sea imparable.
La idea de Caliane desatando una lluvia de fuego y dolor en el mundo era una pesadilla, pero…
—No es así como hacemos las cosas. —Los ángeles tenían muy pocas leyes. La única que se tenía en cuenta la mayor parte del tiempo era la prohibición absoluta de hacer daño a los niños angelicales. La hija de Neha, Anoushka, había perdido la vida por violar aquella ley.
Sin embargo, había una segunda ley importante, una ley aún más antigua. Matar a un ángel dormido se consideraba un acto de asesinato tan aborrecible que el castigo era una muerte instantánea y absoluta. Porque incluso un arcángel podía morir, pero solo a manos de otro arcángel.
—No me portaré como un cobarde. No la atacaré mientras descansa.
—No puede decirse que tu madre esté indefensa —señaló Lijuan—. Ya has visto los efectos que su poder ha causado en todas partes… La muerte ha cubierto el paisaje, e incluso en estos mismos instantes, el núcleo de lava de la tierra ha comenzado a hervir de furia.
Rafael recordó la rabia letal que lo había embargado mientras el poder de Caliane sacudía el mundo. Recordó a Astaad, que le había dado una paliza a su concubina. Y a Titus, que según el más reciente informe de Jason, había ejecutado a un inocente.
—Sí. —Su madre nunca había estado indefensa.
—En ese caso, estás de acuerdo: debe ser asesinada antes de que despierte y aterrorice al mundo.
—No, debe estar despierta.
Quizá hubiera dentro de él un pedazo del niño que había sido una vez, pero su decisión era la de un arcángel: aquella ley no podía quebrantarse, sin importar quién fuera el objetivo. Porque una vez rota, no podría restituirse. El camino se volvería cada vez más resbaladizo, y todos aquellos que dormían se convertirían en presas accesibles.
—Si podemos despertarla antes de que esté lista, se levantará débil. Eso nos dará ventaja mientras intentamos averiguar si está cuerda o no. —Si debía morir o no.
La expresión de Lijuan siguió siendo serena, pero en sus iris apareció un anillo de color negro, un negro aceitoso e intenso que Rafael no había visto jamás. Algo en él hablaba de los renacidos, de los cadáveres a los que Lijuan había animado a cobrar una vida enmudecida y hambrienta.
—Ya escapó una vez, hace muchísimos años —comentó la arcángel de China, y el anillo negro cambió… casi como si hubiera cobrado vida propia—, porque ni siquiera el poder combinado de los miembros del Grupo fue suficiente para contenerla.
—Pero entonces no contaban contigo. —Rafael halagó de forma deliberada la vanidad de Lijuan.
La mirada de la arcángel se volvió distante.
—Sí. Caliane no ha evolucionado tanto como yo. —Una leve sonrisa de satisfacción—. Y tú me acompañarás hasta la puerta, Rafael.
—No soy tu mascota, Lijuan. —Un sutil recordatorio—. Y nunca lo seré.
El cabello de Lijuan se agitaba con aquella brisa espectral que parecía afectarla solo a ella.
—Las mascotas se sustituyen con facilidad, Rafael. Para ti tengo algo en mente mucho más grande. —Un halo de poder le rodeó el rostro—. Podrías gobernar el mundo.
Lo único que debía hacer para ello, pensó Rafael mientras observaba cómo se alzaba Lijuan en el cielo azul que cubría su ciudad, era renunciar a su alma.
La lluvia empapó la ciudad aquella noche. Caía con tanta fuerza y rapidez que Elena se rodeó con los brazos mientras permanecía en pie junto a la chimenea del estudio privado de Rafael, contemplando el desolado paisaje.
—¿La madre de Illium ha llegado sin problemas?
—Sí. Cenaremos con ella mañana por la noche.
—Supuse que esta noche querría descansar. —Se estremeció cuando una ráfaga de lluvia particularmente fuerte azotó las ventanas, aunque no supo con seguridad si el escalofrío se debía a la tormenta. Tenía la piel de gallina desde que Rafael le había informado de su reunión con Lijuan.
—¿Podrías volar con este tiempo?
El arcángel, que no había apartado la vista de los documentos situados sobre el sólido escritorio que ocupaba la parte central de la sala, asintió con la cabeza. Sus alas emitían un resplandor de color ámbar.
—Tú también podrías hacerlo, aunque solo durante un rato. Tus plumas están diseñadas para repeler el agua, pero la presión de la lluvia y el viento te obligaría a sacudir las alas con mucha más fuerza para mantenerte en lo alto.
Antes, cuando observaba a los ángeles despegar desde los altísimos balcones que rodeaban la Torre, sentía un asombro reverencial. No la adoración enfermiza de aquellos que sufrían el shock angelical, sino una sencilla y profunda admiración por la belleza y la gracia sobrenatural de los de su raza.
—Nunca me paré a pensar en los entresijos del vuelo hasta que me salieron las alas. —Alas que le habían otorgado una libertad que la mayoría de las personas jamás llegaría a conocer.
El arcángel de Nueva York la siguió con la mirada cuando avanzó para situarse a su lado frente al escritorio. Las llamas que ardían en la chimenea ribeteaban de amarillo anaranjado el tono azul cristalino de sus ojos.
—¿Qué es lo que te ronda la mente, Elena?
—¿El vampirismo cura la parálisis? —Obcecada con los imbéciles a los que daba caza en el trabajo, jamás había entendido por qué la gente estaba dispuesta a firmar un contrato que le garantizaba un siglo de esclavitud tan solo para vivir más. Pero la insolente observación de Veneno sobre que sus pelotas volverían a crecer le había hecho devanarse los sesos, tanto que había investigado un poco en la biblioteca de la academia—. Sé que el proceso cura muchas otras enfermedades, pero ¿sana las lesiones de columna?
—No es un proceso instantáneo —dijo Rafael—. Dependiendo de la gravedad de la lesión, el vampirismo puede tardar hasta cinco años en desarrollarse lo suficiente en las células para poder reparar los daños. No muchos ángeles están dispuestos a esperar tanto.
Elena se mordió el labio inferior.
—Tendrás que conseguir su sangre.
Sabía que él no se lo negaría, pero aun así… tenía el corazón en un puño.
—Tendré que robársela. No le hablaré de esa posibilidad a menos que esté cualificado para entrar en la lista de Candidatos. —Vivek ya había sufrido bastante—. Dame un tiempo para descubrir cómo puedo hacerlo.
El cabello de Rafael reflejó la luz de las llamas cuando él asintió.
—Te oí hablar antes con Sam.
—Es un parlanchín. —El niño tenía un don para conmoverla—. Dice que Jessamy lo obligó a hacer más deberes porque se portó mal, pero no quiso contarme qué había hecho.
Había sido un placer para ella notar que el niño volvía a ser el de siempre. Los recuerdos del trauma que había sufrido, según le habían dicho a Elena, resurgirían muy despacio, y eso le daría tiempo para adaptarse.
—¿Sus padres ya han empezado a hablar con él? —preguntó Rafael, que había adivinado el hilo de sus pensamientos con una precisión increíble.
Elena se apoyó en él para disfrutar de la calidez de sus músculos.