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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (35 page)

—Hay muchas mujeres que tienen problemas con sus suegras.

La mirada que le dirigió Rafael no tuvo precio.

—Mi madre es una arcángel demente.

Elena estuvo a punto de echarse a reír… O tal vez fuera la histeria, que luchaba por salir a la superficie.

—Lo era. Puede que esos estallidos de violencia fueran el resultado de un estado de semiconsciencia. Quizá el sueño la haya curado. Por lo que me has contado, en el sueño se comportó con normalidad, o al menos con la normalidad propia de alguien de su edad y poder.

No sabes lo mucho que me gustaría que eso fuera cierto
.

—Lo sé. Sé lo que es aferrarse al más ínfimo rayo de esperanza —susurró Elena mientras luchaba contra el nudo de emoción que le cerraba la garganta—. Todos los días pienso en cómo podría haber llegado al núcleo del pesar de mi madre para convencerla de que merecía la pena vivir. Todos los días.

Rafael la acurrucó entre sus brazos.

—Hablas muy rara vez de esas cosas, pero sigues llamándola en tus pesadillas.

En la cocina, pensó Elena. En sus sueños siempre estaban en la cocina. Cada vez que soñaba concebía esperanzas… y luego la sangre comenzaba a chorrear por las paredes, a inundar el suelo. Su madre siempre permanecería atrapada en aquella sala, sin importar las veces que Elena le rogara que huyera.

—La encontré —dijo, hablándole de una pesadilla que seguía dejándola temblorosa a causa del pánico en las frías profundidades de la noche—. Volví a casa desde el colegio y entré. —Fue entonces cuando lo vio, cuando vio el zapato de tacón tumbado de costado sobre las brillantes baldosas blancas y negras del suelo.

Debería haberse dado la vuelta en aquel mismo instante, pero se sentía feliz. Su madre no se había puesto los zapatos de tacón en mucho tiempo, y la niña que era pensaba que quizá aquello significara que Marguerite ya estaba mejor, que quizá pudiera recuperar a su madre. La ilusión solo había durado unos segundos preciosos.

—La sombra… —le dijo. Respiraba de forma rápida y superficial—. En la pared. Pude ver cómo se balanceaba suavemente. No quería mirar hacia arriba, no quería verlo. —Incluso en aquel momento, el terror inundaba su ser—. Sentí que mi corazón se congelaba y se convertía en una bola diminuta. Luego alcé la vista y todo se hizo añicos. —El mundo se había convertido en un millar de esquirlas afiladas que se le habían clavado en la piel para arrancarle la sangre—. No dejaba de mirarla, de observar la forma en que… —No le salían las palabras, no se le ocurrían—. La sombra —dijo al final— no dejaba de balancearse. Durante todo el tiempo que mi corazón sangraba por debajo de ella, la sombra se meció sin parar.

Rafael pudo sentir cómo se derrumbaba su cazadora entre sus brazos, y no pudo soportarlo.

—Fue un acto egoísta por su parte.

—No, ella…

—Perdió a dos hijas —la interrumpió—. Fue torturada. Pero tú también. Tú viste cómo asesinaban a tus hermanas delante de tus ojos, cómo sufría tu madre.

—No es lo mismo.

—No. Porque tú eras una niña. —La estrechó con fuerza y deseó poder volver atrás en el tiempo, zarandear a Marguerite Deveraux hasta que saliera de la neblina de sufrimiento y viera los tesoros que estaba a punto de dejar atrás—. Es muy normal enfadarse con ella, Elena. No es una deslealtad por tu parte.

Un sollozo entrecortado, tan amargo que pareció desgarrarla. Elena le golpeó el pecho con el puño.

—¿Por qué no nos quería tanto como a Ari y a Belle? —Una pregunta infantil—. ¿Por qué nos abandonó cuando vio en lo que Jeffrey se estaba convirtiendo? ¿Por qué? —El puño que golpeaba su pecho se detuvo cuando ella susurró—: ¿Por qué?

Más tarde, Elena le pidió que entrenara con ella para poder descargar su angustia, su dolor, mediante el combate físico. Sin embargo, estaba distraída y no daba lo mejor de sí misma. En lugar de pasarlo por alto, Rafael no le dio cuartel.

—Si no aceptas la protección que te asigno —dijo cuando la tumbó de espaldas por segunda vez en un par de minutos—, tienes que ser mejor que los mejores.

Un gruñido, algo que Rafael prefería con mucho a la agonía que había aplastado su espíritu.

—Que me arrojes al suelo no me ayuda mucho. —Elena volvió a ponerse en pie.

Rafael atacó de nuevo.

En esta ocasión, la cazadora se abalanzó sobre él hecha una furia; su pesar se había convertido en una ira letal.

Rafael bailó con ella. Sus espadas se movían como relámpagos de fuego, y no pudo contener la sonrisa orgullosa que se dibujó en sus labios.

—Magnífico —dijo cuando ella estuvo a punto de rozarle el ala con una de aquellas espadas cortas que llevaba.

Elena masculló algo por lo bajo y trazó un movimiento con el brazo que él no le había enseñado. Tuvo que agacharse para esquivarlo; de lo contrario, habría sufrido un profundo corte en el costado.

Eso está mucho mejor
.

Le dio un beso en la mejilla cuando desarmó su mano izquierda y luego se puso fuera de su alcance.

Elena entornó los párpados y utilizó el pie para recoger la espada que había perdido. Un instante después, empezó a moverse en círculos a su alrededor, de forma parecida a como lo hacía Veneno. Aprendía muy, muy rápido, pensó Rafael. En aquel momento, Elena hizo un movimiento que él consiguió esquivar tan solo porque había entrenado con el vampiro serpiente más de una vez. Con todo, la espada pasó a menos de un centímetro de su nariz.

Sin embargo, Elena había quedado expuesta. Rafael se situó tras ella y colocó la daga contra su cuello un instante después.

—Eso ha sido una estupidez —le espetó. Lo enfurecía que ella hubiera permitido que la ira la llevara a realizar un movimiento que la había dejado expuesta y vulnerable—. Ahora estás muerta.

Elena alzó un brazo y le sujetó la muñeca.

—Me has puesto furiosa a propósito.

Rafael se apartó.

—Pero te has dejado llevar demasiado por la furia.

Ella se volvió, jadeante.

—Sí, es cierto. —Se frotó la cara con una mano—. No cometeré el mismo error otra vez.

Rafael asintió con la cabeza.

—Terminaremos esto más tarde. Me necesitan en la Torre.

Mientras caminaban juntos, con las alas rozándose, Elena tomó una honda bocanada de aire para tranquilizarse.

—¿Algo nuevo sobre el paradero de tu madre? —Recogió el teléfono móvil del lugar donde lo había dejado mientras luchaban y vio que tenía un mensaje de texto nuevo.

—Todavía no. —Palabras tensas—. Si no conseguimos dar con ella antes de que esté lista, despertará por sí sola con todo su poder.

No había necesidad de explicar lo que ocurriría si despertaba tan loca como cuando se sumió en el sueño.

—¿Me contarás más cosas sobre ella? —La desaparición de Caliane lo había marcado tanto como a ella la muerte de su madre.

—Son recuerdos antiguos. Resurgirán a su debido tiempo. —Rafael deslizó el dorso de la mano por su mejilla—. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Voy a reunirme con el perfumista del que te hablé. —No tenía ninguna intención de dejar que su arcángel se enfrentara a los recuerdos a solas, pero ambos habían tenido una mañana muy dura, así que se olvidaría del tema por el momento—. ¿Sabes lo difícil que resulta conseguir el aroma de esa orquídea negra en particular? Se lo pedí justo después de volver de Boston, y acaba de recibirlo. —Le mostró el teléfono móvil.

—Ah. Buscas la esencia.

—Quiero conocer todos los matices, asegurarme de que no he pasado nada por alto —dijo mientras se aseaban y dejaban las armas en la taquilla situada en la parte posterior de la casa—. ¿Arcángel?

Los ojos de Rafael eran claros, de un azul cristalino, cuando se volvió hacia ella.

—¿Qué es lo que quieres de mí, cazadora del Gremio?

—Un beso de despedida.

Una hora y media después, Elena salió de la —en apariencia— tienda de mala muerte que cobijaba al mejor perfumista de la ciudad (llevaba el frasquito de la esencia envuelto en múltiples capas de material protector y guardado en una pequeña caja) y descubrió que, al parecer, la mitad de Nueva York tenía de repente algo que hacer en el Bronx. Nadie se acercó a ella mientras caminaba por la calle, pero oía los susurros que crecían a su paso como una onda expansiva.

Comprendió de pronto que aquella era la primera vez que pasaba tanto tiempo en las calles. No era de extrañar que todo el mundo la mirara fijamente. El escrutinio la incomodaba un poco, pero era comprensible: la gente necesitaría tiempo para acostumbrarse a ella, y tendría que dejarse ver para que aquello ocurriera. Siempre que se mantuvieran a distancia, no se preocuparía demasiado.

No obstante, no había tenido en cuenta un sencillo factor que formaba parte de la ecuación: el asombro que impedía a la mayoría de los individuos acercarse a un ángel, en su caso se veía reducido casi a la nada. Había sido mortal una vez, igual que ellos. De modo que la seguían, y el gentío que iba tras ella era cada vez mayor.

—Mierda… —murmuró por lo bajo.

«Me llamarás. Sin vacilaciones, sin pensar, sin esperar hasta el último momento. Si estás en peligro, me llamarás».

Evaluó la situación por el rabillo del ojo. Vio admiración en los rostros encandilados de la gente y supo que nadie pretendía hacerle daño. Sin embargo, había demasiadas personas. Si cualquiera de ellas intentaba tocarle las alas, después lo haría otra, y otra. Se abalanzarían entusiasmados sobre ella y la matarían.

Arcángel
, dijo, con la esperanza de que Rafael la oyera.
Te necesito
.

El viento y la lluvia inundaron sus sentidos.

¿
Dónde estás, Elena
? Cuando ella le indicó la localización, Rafael añadió:
Estoy solo a unos minutos de distancia
.

Una mezcla de alivio y frustración le revolvió las entrañas.

Es probable que sea una reacción exagerada por mi parte
. Aquel era su hogar, y aquellas personas eran su gente… Detestaba darse cuenta de que podría haberlos perdido. En cuanto aquella horrible idea pasó por su mente, deslizó una daga hasta la mano libre y empezó a juguetear con ella entre los dedos en un gesto aparentemente distraído.

La multitud vaciló y retrocedió un paso al ver el brillo del acero.

Bien, pensó ella. Necesitaban recordar que no era solo una mujer con alas. Era una cazadora nata, alguien que podía acabar con vampiros que le doblaban el tamaño sin pestañear. La muchedumbre podría avasallarla, pero no sin que antes derribara a un porcentaje significativo de sus miembros.

Al percatarse de que la muralla humana había bloqueado el tráfico en ambos extremos de la calle, caminó hasta situarse en el medio y alzó la vista hacia el cielo. Y allí estaba. La envergadura de sus alas creó una sombra descomunal mientras descendía para aterrizar a su lado.

—¿Estás bien, consorte?

El silencio subyugó a los espectadores. Su admiración se había teñido de terror.

—Solo sienten curiosidad. —Vio el peligro en los ojos de Rafael y supo que sería capaz de ejecutar a todos los humanos que se encontraban en la calle—. Debería haber considerado esta posibilidad, pero me olvido de que las cosas ya no son como antes.

El viento agitó el cabello de Rafael cuando el arcángel le puso las manos en las caderas. Elena guardó la daga y colocó una mano sobre su hombro, mientras sujetaba la caja con la otra. Esperaba que él se alzara, pero en lugar de eso, Rafael giró la cabeza para recorrer con la mirada a la multitud que se había reunido en la calle. A juzgar por los gemidos y la rapidez con la que todo el mundo empezó a dispersarse, se hizo una idea de lo que la gente había visto.

Cuando se elevaron por fin, fue con movimientos lentos y elegantes, destinados a impresionar.

Tan solo cuando estuvieron a mucha altura, Elena le dijo:

—Esto va a sonar un poco desagradecido… pero detesto que hayas tenido que rescatarme. —La sensación de pérdida era como un ácido corrosivo en sus entrañas—. No soy de esas mujeres que necesitan que las rescaten. No soy así. —No era aquella la mujer a quien él había elegido como consorte.

—Hablaré con Illium. Los entrenamientos de despegue vertical deben tener prioridad sobre todo lo demás. —Palabras pragmáticas y manos cálidas sobre ella—. Una vez que controles eso, será imposible que quedes atrapada en una situación así.

La cazadora sintió un doloroso estallido de sensaciones en el pecho. Incapaz de hablar, dejó que él viera lo que había en su corazón a través de sus ojos.

Gracias
.

No solo por devolverle la ciudad, su gente… También por calmar el terror oculto que le provocaba la idea de que él pudiera dejar de quererla.

Con la tierna ferocidad del beso de despedida de Elena grabado en la piel, Rafael iba de camino hacia la Torre cuando la mente de Dmitri rozó la suya.

Sire, Favashi desea hablar contigo
. Una declaración carente de entonación.

Llegaré en unos minutos
.

El rostro de la arcángel persa ya había aparecido en el monitor cuando entró, y por primera vez, Rafael pudo entrever una grieta en la serenidad de su expresión.

—Favashi, ¿esto tiene que ver con Neha?

—No. En estos momentos Neha parece mantenerse ocupada con los problemas de su territorio. —La voz de Favashi sonaba distraída. Estaba claro que su atención estaba puesta en otra parte—. Tenemos un problema, Rafael.

A diferencia de los demás miembros del Grupo, Rafael nunca había subestimado a la arcángel de Persia. Aunque gobernaba con guante de terciopelo, bajo aquel guante había una mano de acero.

—¿Quién?

—Elijah. Su comportamiento se ha vuelto errático.

Rafael jamás habría esperado aquella respuesta.

—¿Errático en qué sentido? —Elijah era uno de los miembros más estables del Grupo.

—Según los informes, se ha vuelto violento. Eso no me sorprendería en Charisemnon o en Titus, pero ¿Elijah?

Rafael frunció el ceño.

—¿Le ha hecho daño a Hannah?

La posibilidad de que Elijah le hiciera daño a Hannah era una idea tan imposible como la de que él le pusiera la mano encima a Elena. Si el arcángel había cruzado aquella línea, Caliane estaba más cerca de despertar de lo que todo el mundo creía… y su poder también empezaba a librarse del sueño. El impacto sobre el resto del Grupo podía ser una consecuencia colateral debida a que ella todavía no tenía sus inmensas capacidades bajo un control consciente, pero también podía ser un jueguecito cruel propio de una arcángel demente.

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