—Si no fuera demasiado malo para mi karma, yo misma mataría a ese hijo de puta.
David Jatney se echó a reír.
—Pues yo asesiné en una ocasión al presidente. —Le contó el juego del asesinato que se practicaba en la universidad, durante el que fue héroe por un día—. Y los ancianos mormones, que dirigían el lugar, me hicieron expulsar.
Pero Irene estaba ocupada ahora con su pequeño hijo que tenía una pesadilla y se había despertado gritando bajo la luz de la luna, sin comprender dónde estaba. Ella le tranquilizó y después le dijo a Jatney:
—Ese tal Inch cena mañana por la noche con algunos de los miembros del consejo municipal. Los ha invitado a Michael’s y ya sabes lo que significa eso. Tratará de sobornarlos. Realmente, me gustaría mucho dispararle a ese hijo de puta.-Pues yo no estoy nada preocupado por mi karma —le dijo David Jatney—. Si quieres, yo me encargaré de dispararle.
Ambos se echaron a reír.
A la noche siguiente, David Jatney limpió el rifle de caza que se había traído desde Utah y efectuó el disparo que hizo añicos el parabrisas de la limusina de Louis Inch. En realidad, no apuntó contra nadie en particular y el disparo se acercó mucho más de lo que él hubiera querido. Lo único que sintió fue curiosidad por saber si tendría valor suficiente para hacerlo.
Fue Patsy Troyca quien engañó a Peter Cloot y fastidió a Christian Klee. Mientras prestaba declaración ante el Comité del Congreso para la investigación de la explosión de la bomba atómica, citó la declaración de Klee en el sentido de que la gran crisis internacional del secuestro tenía prioridad. Pero hubo deslices cuando Troyca dijo que hubo un período de tiempo en el que Christian Klee había desaparecido de la Casa Blanca. ¿Adonde había ido?
No lo iban a descubrir a través del propio Klee, eso estaba claro. Pero lo único que podría haberle inducido a desaparecer durante esa crisis tuvo que haber sido algo terriblemente importante. ¿Y si Klee había acudido a interrogar a Gresse y Tibbot?
Troyca no consultó con su jefe, el congresista Jintz; llamó por teléfono a Elizabeth Stone, la ayudante administrativa del senador Lambertino, y acordó reunirse con ella para cenar en un oscuro restaurante. Durante los meses transcurridos desde la crisis de la bomba atómica, los dos habían desarrollado una estrecha relación, tanto en la vida pública como en la privada.
En su primera cita, iniciada por Troyca, ambos llegaron a un entendimiento. Por debajo de su belleza fría e impersonal, Elizabeth Stone poseía un fogoso temperamento sexual, aunque su mente permanecía tan fría como el acero. Lo primero que dijo fue:
—Nuestros jefes se van a quedar sin trabajo en noviembre. Creo que tú y yo deberíamos hacer planes para nuestro futuro.
Patsy Troyca se quedó atónito. Elizabeth Stone era famosa por ser una de esas ayudantes que son el leal brazo derecho de sus jefes en el Congreso.
—La lucha no ha terminado aún —dijo él.
—Pues claro que ha terminado —le aseguró Elizabeth Stone—. Nuestros jefes trataron de destituir al presidente. Ahora Kennedy se ha convertido en el mayor héroe que ha conocido este país desde Washington. Y les dará una buena patada en el trasero.
Troyca era instintivamente una persona mucho más leal para con su jefe, no por sentido del honor, sino porque era competitivo, y no le gustaba pensar que estaba en el lado perdedor.
—Oh, podemos dilatarlo en el tiempo —añadió Elizabeth Stone—. No queremos aparecer como la clase de personas que abandonan el barco hundido. Lo haremos de forma que parezca bien. Pero yo puedo conseguir un trabajo mejor para ambos.
Le sonrió maliciosamente y Troyca se enamoró de aquella sonrisa. Era una sonrisa de alegre tentación, llena de candor y, sin embargo, admitiendo ese mismo candor; una sonrisa que daba a entender que si no se sentía encantado con ella, era un estúpido zoquete. Él le devolvió la sonrisa.
Incluso para su propia forma de pensar, Patsy Troyca poseía un encanto resbaladizo que sólo actuaba sobre cierta clase de mujeres, y que siempre sorprendía a otros hombres, y a sí mismo. Los hombres respetaban a Troyca debido a su astucia, a su elevado nivel de energía, a su habilidad para ejecutar las cosas. Pero el hecho de que encantara de una forma tan misteriosa a las mujeres, despertaba su admiración.
—Si nos convertimos en socios —le dijo ahora a Elizabeth Stone—, ¿significa eso que tengo que follarte?
—Sólo si lo conviertes en un compromiso —replicó ella.
Había dos palabras que Patsy Troyca odiaba más que ninguna otra, y eran «compromiso» y «relación».
—¿Quieres decir que deberíamos tener una verdadera relación, un compromiso del uno con el otro, como en el amor? —preguntó—. ¿Como los negros se comprometían con sus amos en tu querido y viejo Sur?
Ella lanzó un suspiro.
—Esa mierda machista tuya podría constituir un problema —dijo, y tras un momento de silencio, añadió-: Puedo establecer un trato para los dos. He sido de una gran ayuda para la vicepresidenta a lo largo de su carrera política. Ella me debe más de un favor. Ahora tienes que comprender cuál es la realidad. Jintz y Lambertino van a ser machacados en las elecciones de noviembre. Helen du Pray está reorganizando su equipo y yo voy a convertirme en una de sus principales asesoras. Tengo un puesto para ti como ayudante.-Eso es una degradación para mí —dijo Patsy Troyca sonriendo—. Pero si eres tan buena en ello como yo creo que eres, me parece que lo voy a considerar.
—No será ninguna degradación —replicó Elizabeth Stone con impaciencia—, puesto que te habrás quedado sin trabajo. Y luego, cuando yo empiece a subir en la escala, tú también lo harás conmigo. Terminarás por dirigir tu propio departamento de personal de la vicepresidencia. —Guardó un momento de silencio, antes de añadir-: Mira, nos sentimos atraídos el uno hacia el otro en el despacho del senador. Quizá no fuera amor, pero, desde luego, sí fue placer a primera vista. He oído decir por ahí que sueles tirarte a tus ayudantas. Lo comprendo. Los dos trabajamos muy duro y no disponemos de tiempo para desarrollar una verdadera vida social o un verdadero amor. Estoy harta de follar con tipos un par de veces al mes sólo porque me siento sola. Quiero tener una verdadera relación.
—Me parece que vas demasiado deprisa —dijo Patsy Troyca—. Si al menos me estuvieras hablando de quedarnos en el equipo personal del presidente...
Se encogió de hombros y sonrió para demostrar que estaba bromeando. Elizabeth Stone le devolvió la sonrisa, que fue más bien una mueca, pero que a Patsy Troyca le pareció encantadora.
—Los Kennedy siempre han tenido muy mala suerte —dijo ella—. La vicepresidenta podría convertirse en la presidenta. Pero seamos serios, por favor. ¿Por qué no podemos asociarnos., si es así como tú prefieres llamarlo? Ninguno de los dos desea casarse. Ninguno de los dos quiere tener hijos. ¿Por qué no podemos pasar media vida con el otro, aunque sigamos conservando nuestros apartamentos propios? Podemos ofrecernos compañía y sexo, y podemos trabajar juntos, en equipo. Podemos satisfacer nuestras necesidades humanas y actuar hasta alcanzar los más elevados puntos de eficacia. Si funciona, podría ser un acuerdo estupendo para los dos. En caso contrario, simplemente lo dejamos. Tenemos tiempo hasta noviembre.
Aquella misma noche se acostaron juntos y Elizabeth Stone constituyó toda una revelación para Patsy Troyca. Como suele suceder con las personas tímidas y reservadas, ya se trate de hombres o de mujeres, ella era genuinamente ardiente y tierna en la cama.Y a ello ayudó el hecho de que el acto de la consumación tuviera lugar en la casa que ella poseía en la ciudad. Patsy Troyca no había sabido que fuera independiente desde el punto de vista económico. Ella se había encargado de ocultar un hecho que, de haber sido él, no habría tardado en saberse. Troyca se dio cuenta en seguida de que la casa en la ciudad sería un lugar perfecto para que ambos vivieran juntos, mucho mejor que el piso de él, que apenas si era adecuado. Allí podía instalar un despacho, junto con Elizabeth Stone. En la casa había tres criados y ello le permitiría librarse de emplear su tiempo en detalles preocupantes, como enviar la ropa a la lavandería o encargarse de comprar comida y bebidas.
En cuanto a Elizabeth Stone, ardiente feminista en política y en su vida social, actuaba en la cama como algunas antiguas cortesanas. Era una esclava del placer de él. Troyca pensó que eso se debía a que era la primera vez que estaban juntos, y que ya no volvería a ser así, como sucedía con las chicas a las que entrevistaba por primera vez para ocupar un puesto de trabajo. Sin embargo, durante los meses siguientes ella le demostró que andaba equivocado.
Desarrollaron una relación casi perfecta. Después de las largas horas de trabajo con Jintz y Lambertino, les parecía maravilloso regresar a casa, salir para cenar a última hora, y luego dormir juntos y hacer el amor. Por la mañana, acudían juntos al trabajo. Por primera vez en su vida, Troyca pensó en el matrimonio. Pero sabía instintivamente que eso sería algo que Elizabeth Stone no desearía.
Llevaban unas vidas compartimentadas, dedicados al trabajo, la compañía y el amor, a pesar de lo cual llegaron a quererse el uno al otro. Pero la parte mejor y más deliciosa de su tiempo juntos la pasaban cuando maquinaban entre los dos cómo cambiar las estratagemas propias del mundo en que vivían. Ambos estaban de acuerdo en que Kennedy sería reelegido presidente en noviembre. Elizabeth Stone estaba convencida de que la campaña montada contra el presidente por el Congreso y el club Sócrates estaba condenada al fracaso. Patsy Troyca no estaba tan seguro de ello. Aún quedaban muchas cartas por jugar.
Elizabeth Stone odiaba a Francis Kennedy. No se trataba de un odio personal, sino más bien de esa clase de oposición acerada contra alguien a quien ella consideraba como un tirano.
—Lo importante en la próxima elección es que a Kennedy no se le debe permitir que disponga de su propio Congreso. Ése debería ser el caballo de batalla. A juzgar por las declaraciones que ha hecho Kennedy durante la campaña, lo que pretende es cambiar la estructura de la democracia estadounidense. Y eso crearía una situación histórica muy peligrosa.
—Si tanto te opones a él ahora, ¿cómo puedes aceptar un puesto en el personal de la vicepresidenta después de las elecciones? —le preguntó Patsy.
—No somos nosotros quienes hacemos la política —le contestó Elizabeth—. Nosotros somos administradores, y podemos trabajar para cualquiera.
Así pues, tras un mes de intimidad, Elizabeth Stone se sintió sorprendida cuando Patsy Troyca le pidió que se encontraran en un restaurante, en lugar de verse en la cómoda casa de la ciudad que ahora compartían. Sin embargo, él había insistido.
Ya en el restaurante, y mientras tomaban la primera copa, Elizabeth preguntó:
—¿Por qué no podíamos hablar en casa?
—Mira —dijo Patsy Troyca con expresión reflexiva—, he estado estudiando muchos documentos que se remontan hasta muy atrás, y he llegado a la conclusión de que nuestro fiscal general es un hombre muy peligroso.
—¿De veras? —preguntó Elizabeth Stone.
—Es posible que haya instalado micrófonos en tu casa —dijo Patsy.
—Eres un paranoide —replicó Elizabeth Stone echándose a reír.
—¿Sí? —replicó Patsy Troyca—. Pues vamos a ver qué te parece esto. Christian Klee tenía detenidos a esos dos muchachos, a Gresse y Tibbot, a pesar de que no los interrogó inmediatamente. Sin embargo, en su horario se produjo un vacío de tiempo, y a los muchachos se les aconsejó que mantuvieran las bocas cerradas hasta que sus familias les proporcionaran abogados. ¿Y qué me dices de Yabril? Klee lo tiene aislado, nadie puede verle o hablar con él. Klee crea los muros de piedra y Kennedy le apoya. Creo que Klee es capaz de cualquier cosa.
—Puedes pedirle a Jintz que convoque a Klee para que declare ante el comité del Congreso —dijo Elizabeth Stone tras un momento de reflexión—. Yo puedo sugerirle lo mismo al senador Lambertino. Podemos librarnos de Klee.
—Kennedy ejercerá su privilegio ejecutivo y le prohibirá que testifique —dijo Patsy Troyca—. Podemos quedarnos con el culo al aire con esas convocatorias.
Habitualmente, a Elizabeth Stone le divertían sus vulgaridades, sobre todo en la cama, pero ahora no demostró ninguna diversión.
—Si ejerce su privilegio ejecutivo, se perjudicará —dijo—. Los periódicos y la televisión lo crucificarán.
—Está bien, podemos hacer eso —asintió Patsy Troyca—. Pero ¿qué te parece si tú y yo vamos a ver a Peter Cloot y tratamos de arrancarle algo? No podemos hacerle hablar, pero es posible que esté dispuesto a hacerlo por voluntad propia. Es un fanático de la ley y el orden, y quizá psicológicamente se sienta horrorizado al ver cómo manejó Klee el incidente de la bomba atómica. Hasta es posible que sepa algo concreto.
Dos días más tarde fueron a ver a Peter Cloot, quien los recibió en su despacho y les dijo que no podía darles ninguna información. Sin embargo, una vez que lo presionaron terminó por admitir que le había sorprendido la orden que le diera Christian Klee en el sentido de no interrogar inmediatamente a Tibbot y a Gresse. También admitió que, puesto que no pudo localizarse el lugar de procedencia de la llamada de advertencia, lo más probable es que hubiera sido hecha a través de un teléfono protegido electrónicamente contra los instrumentos de detección. También admitió que esa clase de teléfonos sólo eran utilizados por los altos funcionarios gubernamentales. Cuando le preguntaron por el período de tiempo en el que Klee desapareció de la Casa Blanca, Peter Cloot se encogió de hombros.
Fue Elizabeth Stone quien le hizo la pregunta directamente:
—¿Interrogó él mismo a esos dos jóvenes durante ese período de tiempo?
Cloot los miró directamente a los ojos.
—Todo ese asunto me preocupa mucho —dijo—. No puedo creer que Klee haya sido capaz de mantener deliberadamente una situación así. Les hago este comentario en privado, pero negaré haberlo hecho, a menos que esté bajo juramento. Klee regresó e interrogó a Gresse y Tibbot. Estuvo a solas con ellos durante cinco minutos, yen ese tiempo se apagaron todos los instrumentos de escucha y grabación. No se efectuó ningún registro de esa reunión. Así pues, no sé nada de lo que se dijo en ella.
Elizabeth Stone y Patsy Troyca trataron de ocultar la excitación que les produjeron tales palabras. Ya de regreso en sus despachos notificaron la información a sus jefes respectivos y se prepararon mandamientos de convocatoria para que Peter Cloot testificara ante el comité conjunto de la Cámara y del Senado.