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Authors: Mathias Malzieu

Tags: #Drama, Fantástico

La alargada sombra del amor (7 page)

Abro la caja y me encuentro con una armónica baja en mi bemol, grabada «GIANT JACK HARP». ¡Me lo imagino paseando su enorme esqueleto por la urbanización y poniéndose de puntillas para tirar una armónica por el conducto de la chimenea de la casa!

Esto me recuerda a cuando tú insistías en que preparase una taza de chocolate caliente para Papá Noel, e íbamos los dos a dejarla como un objeto sagrado en el saliente de la chimenea, justo antes de acostarnos. Al día siguiente, aparecía a medio beber, y yo creía a pies juntillas que Papá Noel en persona se había deleitado con mi chocolate caliente. Me encantaba eso, y cuando ya tuve edad de comprender la mentirijilla, me seguía gustando esa idea. Si algún día tengo hijos, se lo haré a ellos.

También me han regalado ese pequeño instrumento de las islas, un ukelele. Por supuesto, no es de madera de koa, porque ese árbol hawaiano está en vías de extinción. Pero vibra como las auténticas, las fabricadas en los años treinta. Hay que habitar su espíritu un poco, eso es todo. Con tanta sombra trajinando por la casa, estoy en una buena escuela para ello.

Venga, allá vamos. Mi hermanito sónico está arrellanado en mi estómago, y yo canturreo, nos damos calor; esto me despierta ganas de cabañas, toda esa madera divertida que me acoge.

Cuando dan las doce, todo el mundo se acuesta. Espero un poco a que Charlotte y Mathilde se duerman —sobre todo no quiero interrumpirlas en plena sesión de sueño un 24 de diciembre—, y corro al pinar a tocar mi armónica nueva. Está en el tono para cantar la canción del gigante,
Giant Jack is on my Back!


Giant Jack is on your back, littleman!
—me susurra el gigante con su voz de cuentacuentos de ultratumba.

Me sobresalto y eso le resulta gracioso. Pese a todo, este tipo me da un poco de miedo, no consigo acostumbrarme.

—Gracias por la armónica, ¡suena genial!

—Tócame algo, para que vea…

Con los nervios del cuello un poco tensos, toco la canción del
Giant Jack
. Me da apuro tocar canciones nuevas delante de él. Es igual que con papá. Ni en la época en que practicaba tenis me gustaba jugar delante de él. Quería hacerlo todo demasiado bien y de repente me ponía aún más nervioso de lo que ya estaba.

—Hummm…, ¡ya veo! —dice el gigante adoptando el gesto de un médico concentrado—. Déjame ver un poco tu sombra… —La coge entre los dedos, se la acerca al ojo derecho al tiempo que cierra el ojo izquierdo—. ¡Sí! Muy bien. Ha espesado. Estás solidificándote, amigo. Y los libros que te he prescrito, ¿te sientan bien?

—Sí, Un poco… He leído el principio de la historia de la mujer acacia, la que clava sus espinas tan profundamente en el cuerpo de los chicos que besa que estos se convierten en coladores ensangrentados y empiezan a salpicar como sistemas de riego automático, arrojando sangre contra las paredes y contra la cara de miss Acacia, quien no puede dejar de reír y llorar al mismo tiempo.

—¿Quieres saber cómo sigue? Yo me lo sé… —carraspea— de memoria.

—¡Venga!

Se muere de ganas de contármelo, y me encanta la complicidad que tenemos cuando me cuenta historias, así que no me hago de rogar.

Jack estira los brazos y abre los dedos. Le crujen los huesos y ese sonido le divierte, sonríe con toda su carota de Robert Mitchum muy muy viejo.

—Después de haber despanzurrado a unos cien pretendientes, se enamora locamente de un hombre, hasta el punto de que aprende a acariciar con las espinas. Saben besarse tan bien que empiezan a crecer flores en el vientre y en la punta de las espinas de miss Acacia. Miss Acacia comienza a apreciar las cosas dulces que le crecen en el vientre y anuncia su deseo de ser madre.

—Y el chico, no me has hablado de él, ¿cómo es?

Hace una pausa y se pasa el pulgar y el índice por la barbilla.

—Hum… Digamos que es un gran modelo… Y la historia de la
top-model
a la que le operan las muelas del juicio y se infla como un hámster, ¿la has leído?

—Sí, me la sé, se le hincha tanto la garganta que sale volando y se encuentra vestida solo con un picardías en mitad del cielo. ¿Cómo termina la historia de miss Acacia?

—Es una historia en curso… No se sabe el final… —dice, evasivo.

Se pone a canturrear:


Giant Jack is on your back, he takes off his shadow and put it on yOOOu
. Ve a buscar el ukelele, cantaremos los dos.

Ni siquiera me paro a responder. Corro por el pinar a toda marcha como en los buenos tiempos. Estoy nervioso como un flan, auténticas sensaciones de Navidad. Regreso sin resuello tras haber trepado el pinar con la guitarra en una mano y el ukelele en la otra. La luna destaca en la noche, los árboles parecen atentos, es un buen momento para tocar un poco de música con un gigante.

Con el contrabajo bien plantado sobre las rodillas, Jack tiene casi las mismas proporciones que yo con el ukelele.

—Si consigues que en el escenario la gente crea que el ukelele es una guitarra, se imaginarán que eres un gigante, ¡ja, ja! Así se hacen los gigantes en las películas. Los rodean de cosas pequeñas para desvirtuar las perspectivas.

—Deberías hacer cine, serías muy convincente en un papel de gigante.

—Me sorprEEENNNdes —dice con su voz tormentosa.

Entonamos
Giant Jack
, la canción del Gigante.

Dentro: ukelele-guitarra


Giant Jack is dead!
—canto yo.


Giant Jack is maybe dead!
—responde él, y así continuamente.


Giant Jack looks dead!

El gigante imita los ruidos de tormenta y viento con la boca y chasqueando los dedos, es total.


Giant Jack is NOT dead!

Estribillo a coro:
He's carrying his shadow from his grave city grave, skeleton trees growing on his own grave, I'm trembling cold like an arctic wind blowin', blowin' trough his mouth, blowin trough his teeth


He's on my back now!


I'm on your back now!

Descanso:

Jack agarra la punta de un árbol y la utiliza como una sierra musical. El ruido de las patas de los pájaros bajando precipitadamente por las ramas da ritmo al descanso. Parecen extraterrestres que salen de una nave espacial de madera. Estiran las alas hasta la punta de las plumas, como futbolistas calentando, y se ponen a silbotear con nosotros. Un cucú escondido no sé dónde ataca con un
sample
de hip-hop, un pájaro carpintero martillea el tronco al estilo punk-rock. Jack saca unos cuantos caracoles del bolsillo y los aplasta con los dientes. Rítmicamente, no está mal.

De pronto, suelta el abeto y los pájaros salen disparados por todas partes, silbando de manera desafinada. Jack estalla en carcajadas. Es la primera vez que lo oigo reír de verdad.

Cuantos más pájaros se van a paseo, más ríe él. Se pone de color rojo escarlata. Se enciende literalmente, brilla como otra luna, todo está iluminado en el pinar. Jack el Gigante, capitán de las sombras, desafía al día. Le recorre la frente una vena gorda, su risa se vuelve aguda, contagiosa.

Amanece y decae la euforia. Jack me hace un gesto de despedida con la mano, luego desaparece por detrás de los grandes abetos.

Me quedo un poco solo, sentado en el pinar. Me ha venido muy bien cantar, había olvidado lo bien que me sienta.

¡Venga, adelante! Es preciso que todo se acelere. Esta noche paso de los sueños y de la realidad. Dormir, comer y todas esas estupideces de ser vivo, no quiero volver a oír hablar de ello. Vivos, cerrad las bocas, muertos, cerrad la bocas, yo me largo. ¡Estrellas venid, os cogeré una a una! Vamos, venid a sumergiros en mi boca, estoy vacío, tengo hueco. ¡Poseedme, haced como en vuestra tierra! ¡Brillad!

Sé perfectamente que no estoy preparado, pero ya basta de saber, ahora quiero sentir. Por ejemplo, el viento fresco de todas partes, quiero viento. Y si me resbalo con la cáscara de un plátano del espacio y me aplasto la cabeza de niño demasiado viejo contra la puerta del garaje, recogeré los pedazos y me pondré un apósito de sombras, sé hacerlo.

Delante de mi ventana, el parque natural de Vercors. En la cima, el cuello de la luna. Iré a ver eso de cerca. Puedo abrazar algo. ¿Habrá brazos? ¡Luna, tiende los brazos! Treparé por el pinar, como cuando era pequeño. No iré a gritar frente al viento, no iré a llorar a la cueva adonde iba a refugiarme después de mis berrinches, ni iré a pegarme sabia en los pliegues de los dedos, no regresaré con un pantalón agujereado en las dos rodillas, no jugaré a fútbol con las piñas de los pinos gritando, pero daré un salto, y en lo más alto, inflaré el pecho como un lobo, y mi sombra se erguirá igual que una vela negra.

Corro hasta perder el aliento, me tropiezo con las piñas, cojo impulso en el tejado de casa, las tejas se mueven, huele a chapa quemada, ¡vuelo!

Mi sombra de gigante se equilibra como un ala delta, me dirijo aleteando los brazos.
What a fucking'bird!
Jack se alegraría. Arranco las estrellas como se cogen las cerezas, sin tomarme la molestia de quitarles el rabillo. Las horneo en la garganta.

—¡Eh, comefuegos! ¡Te vas a ahogar, colega! —me arenga una voz conocida.

El horizonte abollado de montañas se aproxima. Aún tengo hambre, pero también me meto algunas estrellas rotas en el bolsillo para llevármelas a casa. Esta noche, necesito la luna, ¡mínimo la luna!

Hago añicos las quejas del cielo a patadas. ¡La luna rodará! Mantengo el equilibrio sobre Vercors y sacudo el cielo como un ciruelo. ¡Esta noche la luna caerá en mi mochila!

El cielo sangra, la luz de la luna derrama torrentes eléctricos por el agujero de las estrellas muertas desde hace mucho tiempo. Sacudo, las estrellas caen de nuevo, provocando aquí y allá incendios y fuegos fatuos. ¡Amigos, llueven estrellas! ¡Asomad los morros, ahora el cielo se convierte en estrella fugaz!

La luna tiembla, tose y escupe nubes de brumas.

Cuando la luna haya caído, la haré un ovillo, me la meteré en la mochila e iré a plantarla al cementerio, sobre tu tumba. Está muy bien eso de que descuelguen la luna para ti, incluso aunque estés muerto; es algo que sosiega, ¿no?

Ay, cuánto daría por abrazarte y besarte en la frente, desgarrar la noche, colgarte a mi espalda. Te llevaría lejos, te soplaría por toda la piel, tú lo sentirías, te sentirías exactamente igual que antes.

Esta sombra empieza a picarme seriamente. Arrastra por el suelo, está agujereada, me irrita. A gusto iría a rascar detrás, a ver qué ocurre en el país de los muertos.

Venga, ya está decidido. Esta noche, nada de asomníferos, algún dulce y, alehop, corro al cementerio.

Mi madre era una buena compradora, no sé cómo se las apañaba para escoger los productos, pero debía de conocer la capacidad del frigorífico al centímetro cúbico porque siempre lo llenaba hasta los topes y nunca tenía dificultades para cerrarlo. Y además, estaba lleno de colores, podría decirse que solo compraba cosas para que hicieran bonito. Cosas serias, como jamón, latas de bonito, y también un montón de dulces.

Rebusco en los armarios del cuarto de la plancha. Encuentro un maravilloso superviviente: ¡un paquete de Pim's! El crujiente del chocolate y la fina capa de naranja untada debajo siempre me han puesto de buen humor. Como una galleta en la cocina, otra en la escalera del garaje, luego me meto las demás en el bolsillo. Mi fiel caballo de batalla con ruedas está preparado. Don Quijote 2000 va a combatir contra la muerte.

Bajo por la urbanización, resulta agradable hacerlo en una tabla de
skate
, la pendiente permite una buena velocidad y el asfalto está correcto, pese a algunas terribles trampas en forma de gravilla. Es la hora en la que los perros imitan demasiado bien a los lobos. Mi sombra se infla y realizo dos o tres gestos de pájaro con los brazos, por si acaso, pero no funciona. La ventana de la vecina está iluminada. Dos ojos me miran coger la carretera del cementerio sobre la tabla de
skate
en plena noche, aleteando los brazos y doblando las rodillas. La vecina tiene dieciséis años y yo treinta, a lo mejor se imagina que por la noche me convierto en un pájaro con ruedas, a lo peor, que no debería fardar con las rodillas flexionadas y los movimientos de brazos, porque todos sus amigos de clase patinan mucho mejor que yo. ¿Qué coño hace mirando la carretera a estas horas? Tal vez sueña con un príncipe encantado, o espera a un amigo en Mobylette que le llevará hachís.

—¡Eh, ahí va una fardela en
skate!
—me grita de pronto.

Yo me siento muy orgulloso de que me compare con una fardela: esos frailecillos, pájaros emblemáticos de Islandia, se comportan de un modo que me gusta mucho, en el sentido en que tienen el equipamiento físico de un pájaro, gestos de pájaro, y sin embargo, a la hora de despegar, su eficacia es la de un san Bernardo artrítico. Corren por el agua, aletean, a duras penas cogen unos centímetros de altura y encallan sobre la espuma como mierdas. Curiosamente poseen una especie de gracia en su manera rolliza de rasar la panza contra el mar. Casi te dan ganas de llevarlos en volandas para que se crean que vuelan un poco. Su modo de caerse es más bello que un despegue perfecto. Ultima acrobacia poética, que genera amor y risa en apenas unos pocos segundos. La versión en pájaro de Charlie Chaplin. Me gustaría mucho ser así, más que un súper Ícaro musculoso: bueno, tal vez diga eso porque no soy muy gordo.

—¡Eh, fardela en
skate!

—Ah, ¿sí? ¡Uy, muchas gracias, señorita! Me encantaría llegar aunque fuera al tobillo de esos delicados pájaros!

—¿Cómo? ¿Qué pájaro? ¡Fardo! ¡He dicho fardo en
skate!
¡Ve a acostarte!

No he oído a la vecina que, anda ya, no sabe nada de pájaros, ni de
skate
, ni de nada, y que tiene una mata de pelo tan gorda en su asquerosa lengua que cuando dice «fardo» pareciera que dijese «fardela», a menos que sea su aparato dental el que funciona mal.

Continúo el descenso sin utilizar demasiado los brazos. Atravieso el pueblo con las manos en los bolsillos como un miserable espectro, enjuto y lejos de las cosas de la dulzura. Tengo los pies atornillados a la tabla, ruedo a la velocidad ideal para hacer slalom entre las sombras y hacerme pasar por una de ellas. Cuando esté de vuelta, iré detrás de las sombras de la casa, a ver cómo va eso, si se abren o qué. Exhalo neblina fría, y esta se extiende bajo la luz blanca de las farolas.

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