Pienso en ti. La esperanza de verte creció de golpe cuando el minúsculo fantasma contó la historia de la cocinera de las nubes. Por más que me preparase con mi sombra para resistir sin volver a verte, mantenía a escondidas la idea de que tal vez, al bajar al país de los muertos, te vería.
No pedía demasiado, solo saber cómo te iba, abrazarte un poco, o al menos imitar la manera de abrazarte si te has convertido en un fantasma de pájaro o así. Y al regresar, habría podido contar todo a Lisa y a papá.
Ellos habrían aprendido a usar una sombra con la ayuda del gigante y, de vez en cuando, bajaríamos todos juntos para llevarte pasteles auténticos, fotos e iríamos a cambiarte las flores.
—¡Ya estamos! —me advierte el gigante.
—¡He vomitado! —advierto al gigante.
La frontera de las sombras aparece netamente en el horizonte. Estoy como un loco de tamaño minúsculo en una tabla de ajedrez gigante, blanco y negro hasta donde alcanza la vista. En la abertura que separa los dos mundos, hay una cantidad incalculable de gente que está en equilibrio; son medio humanos, medio fantasmas y gritan con los párpados cerrados.
—Están muriendo, tenemos que dejarles llegar tranquilos —dice el gigante.
Se me cierra la garganta a medida que nos acercamos. Hemos de pasar justo al lado de esos moribundos para regresar a casa.
El sonido de sus gemidos se acentúa. Jack pone sus manos en mis orejas para atenuar el volumen sonoro, y luego las pone en mis ojos. También yo empiezo a gritar tan fuerte como los muertos; Jack me coge con fuerza. Yo trato de escapar, no sé de qué. Jack me estrecha con más violencia cada vez. Si nos viesen desde lejos, podría parecer que me está matando. Sus dedos me ciegan, ahogan mis ojos. De nuevo veo tus últimos momentos, 19.25, 19.26, 19.27, 19.28, 19.29. Podría derrumbar el hospital de una sola patada. Tengo más fuerza que un gigante y menos fuerza que un pajarillo. 19.30. Papá me tiene cogido. ¿Y él a qué se coge? Lisa, ¿a qué te coges tú?
—Se acabó —dicen las enfermeras con los párpados bajados como estores.
—Se acabó —me dice el gigante dejándome sobre mi cama.
Cuando era aún más pequeño que hoy, papá era el gigante que me llevaba a mi cama. Yo me dormía delante de la tele. Pero ahora que soy un gran pequeño grande, necesito un gigante para que me transporte a mi habitación.
Estoy sentado en mi cama, tiemblo igual que después de un berrinche. Se deja oír el primer piar de los pájaros y el día empieza a filtrarse bajo los postigos. El gigante tiene muy mala cara, pero tampoco es muy distinta a su cara habitual.
—Tengo sueño —dice, y le lleva mucho tiempo, de tan lento que lo dice.
No me siento con demasiada fuerza para quedarme solo y tomarme la pastilla para dormir en pleno día.
—¿Te apetece que nos tomemos un trago o qué?
—Ya te he dicho que no bebía… Lo único que me gusta beber es el perfume de mujer. Ese es el único alcohol que puede emborrachar hasta las trancas a un gigante dándole también una bocanada de flores del campo, ¡por favor!
—Voy a buscarlo al cuarto de baño, deben de quedar algunas muestras de mamá. Me gustaría que te quedaras un poco, que charláramos y todo eso.
—De acuerdo, ve a buscarme algo de beber. Pero cuidado, soy un gigante distinguido, solo bebo Chanel, ¡eh!
Me levanto y me deslizo hasta el cuarto de baño en calcetines. Vacío el contenido de una decena de muestras en mi vaso para lavarme los dientes y le llevo el cóctel a Jack.
—Humm, parece un vino semidulce, pero hecho con flores. ¿Quieres probar? —dice bebiéndose el contenido del vaso de un trago, como un digestivo.
—No, gracias, ya he vomitado.
—¡Al menos brindarás conmigo para despedirme!
—¿Cómo es eso?
—Pues bien, ahora ya no me necesitas. Si te dejo tu sombra más tiempo, harás tonterías, como volar en el cielo de los vivos, y caer mal sobre los tobillos llenos de esguinces, o permanecer invisible demasiado tiempo, y entonces, te arriesgas a una depresión. Incluso serías capaz de volver al país de los muertos y no regresar nunca más.
Oigo su vieja voz reblandecida por el alcohol, me da la impresión de que me abandona una chica de la que estoy enamorado.
—Con estas historias de las sombras he consolidado un poco tu corazón, lo he reeducado. No obstante, ya te has relacionado demasiado con la muerte. Hasta has ido al país de los muertos, lo que se corresponde con la dosis de sombra médica más fuerte que pueda administrarse a un vivo. La mayoría de ellos regresan… muertos. La vacuna corre por tus venas. Ya es hora de que te reconcilies de nuevo con la vida.
Lo oigo hablar y ya tengo la sensación de rememorar un recuerdo.
—No vas a ir acarreando una sombra de gigante toda tu vida, ¿eh? No pongas esa cara de gato apaleado, acabo de darte una buena noticia. ¿No te alegraste cuando te quitaron la escayola del tobillo?
—¡Qué dices! ¡Estaba aún más zopenco que con el yeso!
—Al principio te costará un poco ya que requiere un tiempito de adaptación. Pero al final, es más natural caminar con tu verdadero tobillo. Tienes muchas herramientas para seguir soldando tu corazón, amor a montones, historias que contar, las canciones, los libros, ¡vamos, hombre!
SPRRRINNNGTIME!
—Si piensas que estoy preparado, quítame la sombra que me prestaste. Pero tú no tienes por qué irte, ¿sabes?, no volveré al país de los muertos. Sin embargo, he imaginado cientos de veces el maravilloso momento del encuentro con mamá. La veía abrazándome como solía hacer. Tú, tú nos llevabas a los dos, y formábamos una extraña muñeca cigüeña que pasaba por entre las sombras. Llegábamos a casa a través de las sombras del armario, yo subía los peldaños de la escalera de cuatro en cuatro para despertar a papá, y nos poníamos alrededor del teléfono con el altavoz conectado para anunciar el regreso de mamá a Lisa…
»No obstante, ahora que he ido hasta allí, es diferente. Me he visto morir cuando hemos pasado del otro lado de las sombras. No volveré mientras viva. Algo me dice que el testimonio del minúsculo fantasma sobre la cocinera de las nubes es cierto. Antes de ir, estaba enloquecido de melancolía, pero visitar el otro lado me ha infundido una especie de alegría. Eh, por eso no voy a esforzarme para aceptar este duelo imposible, pero, de momento, se acabó el país de los muertos.
Sppringtime
, como tú dices. No quiero quedarme allí, no regresaré mientras viva.
—Bueno, ¡parece ser que el tratamiento empieza a funcionar!
De pronto, el gigante comienza a vacilar y el tono de su voz se reblandece aún más.
—Está bueno este champán de flores del campo, ¿no tendrías un poquito más…?
Miro por encima del hombro, mi sombra flota hecha jirones, un auténtico harapo negro. Se parece algo a Albator, sin la cara de muerto. Trato de fijar la imagen de Jack en mi memoria con los dos ojos a modo de máquina de fotos. «Inmortalizar», como suele decirse.
Está pasablemente borracho, ahora se le traba la lengua, parece un motor encharcado que no consigue arrancar.
—Hala, ven aquí que termine el trabajo.
Estoy tumbado en la cama, pero me siento tan a gusto como en el dentista. El corazón me late por todas partes, en los pulmones la respiración es entrecortada.
Jack me toquetea en la espalda. Experimento la misma sensación de frío que en el aparcamiento del hospital, un año antes. Estoy tendido cerca de sus dedos, como si fueran agujas.
—Entonces, ¿has leído los libros que te di?
—Más bien los he hojeado. Una de las historias me ha parecido muy elocuente.
—¿Ah, sí?, ¿Cuál?
Me doy perfecta cuenta de que intenta desviar mi atención. La última vez que me lo hicieron fue mientras me colocaban el material para hacer
puenting
. Su mano izquierda se contrae sobre mis omóplatos, y los cinco dedos, uno a uno, se enganchan como un clip a mis huesos.
—La de los enamorados que se besan de una manera tan tierna por la noche que sus sombras se intercambian.
—Ah, sí. El tipo se levanta al día siguiente y se percata de que su sombra tiene pechos… —responde Jack como si nada.
—Y como él se pasa todo el día mirando su sombra, se choca con todo, y por la noche, de camino a su cita, lo atropella un coche mientras admiraba su sombra en un retrovisor…
—Está tan abollado que la chica no lo reconoce, lo ve como un monstruo y huye corriendo. Él la persigue gritándole que quiere, al menos, devolverle su sombra (al chico ya le gustaría empezar de nuevo un poco más con las cosas de abrazos y besos), lo cual no soluciona nada, porque además de tomarlo por un monstruo, piensa que está loco…
—Él se ve con la cara del Hombre Elefante, pero conserva la sombra de la chica de sus sueños…
—Pues sí, más vale no envejecer, ¿eh?, ¡ja!, ¡ja!
Estallamos en una carcajada cómplice.
De pronto, siento una corriente de aire por toda mi piel e incluso por dentro. Mis huesos empiezan a crujir. Pareciera oírse al fantasma bailarín de Fred Astaire. Se me desboca el corazón y se me sale del pecho, como una vieja placenta.
El gigante se retira la linterna ojo de gato de la frente y mete los jirones de mi sombra en uno de los bolsillos interiores del redingote. Yo tirito mientras lo veo hacer. Me siento como un pájaro desplumado al que dijesen «ahora a volar», cuando ya solo respirar me parece complicado.
—
It's time to say good bye
,
little man
—dice el gigante.
Me estrecha la mano; el pulgar me aprieta hasta el codo.
—¡De todos modos, tu sombra era demasiado grande para mí!
Jack abre la cicatriz que le sirve de sonrisa a guisa de respuesta.
Se levanta y permanece inclinado para no pegarse otra vez contra el techo. Pone la postura de árbol muerto. Ay, me gustaría tanto que se quedase, que continuara brotando el suelo de mi habitación, sus pies-raíces plantados en la tierra y sus dedos atrapados entre las estrellas. Quiero más. Su humor de terremoto y sus historias de sombras, quiero más. La distribución de escalofríos, la sensación de que todo es posible, volar de noche o esconderse en un árbol, ¡quiero más!
—Echaré de menos todo esto.
—¿Qué?
—A ti.
—Yo también,
little man
…, pero yo no soy sino un «barquero», llevo a la gente de un lugar a otro, ese es mi trabajo. —Marca una de esas pausas un poco larga de las que él tiene el secreto—. Soy una especie de cigüeña que acompaña a los recién nacidos de una punta a otra del cielo, durante el viaje los cuido como si fueran mis propios hijos, luego, una vez hemos llegado a nuestro destino, he de desaparecer. Nosotros hemos llegado a buen puerto; ahora tengo que marcharme…
I've got to go, little man!
—dice arrastrándose hacia las cortinas blancas.
Oigo el ruido de los postigos que golpean al viento cuando la ventana está cerrada. Es Jack que parpadea. Un largo crujido recorre las paredes, como si mi habitación fuera a abrirse. Los postigos siguen golpeando y el crujido se intensifica, un montoncito de copos se posa en la moqueta y en mi cama. Una fina capa de polvo cubre los pómulos de Jack…
Lo miro alejarse despacio hacia la parte alta de la urbanización. Sus pasos resuenan como viejos truenos, y oigo los ruidos de las cosas que se rompen; ha debido de pisar un coche mal aparcado.
Las farolas parecen lámparas de mesa que se hubieran plantado en la acera. Es abiertamente de día, pero aún están encendidas. En cambio, las estrellas y la luna se fueron.
Mientras Jack desaparece por las estribaciones de Vercors, yo me pongo a canturrear: «Giant Jack is on my back, I was trembling like a bird with no feather on the skin, I had gasoline all over my wings, he looks like a storm with a solid body, he looks like a storm, Giant Jack is on my back». Sujeto entre los dedos el relojito roto.
A lo lejos, lo oigo responder como un cañón, con su voz apetardada de cantante melódico-Boeing: «I'm on your back man, cold like ice, but I will Project you well… hey it's too large for a “little me”».
El sonido de su voz se atenúa, poco a poco, hasta el silencio. Una última sacudida de su risa. Hacer cosquillas a un contrabajo viviente haría exactamente el mismo ruido. Y después nada más. Último eco y silencio total.
He pasado la noche en blanco, pero hoy no me volveré a acostar. Ya veremos mañana por la noche. Ya no me queda más que una pequeñita sombra de chico como la de todo el mundo. Lo compruebo en la pared del pasillo, estoy bastante contento de haberla recuperado, ligera y yo ligero dentro de ella. Fácil de manejar, casi invisible: los reflejos naturales vuelven rápido.
Tengo un poco de frío, sin duda, por la falta de sueño. Me llega un olor a chocolate caliente que procede de la cocina. Para una vez que me levanto temprano, iré a desayunar con papá.
Gracias a Olivia de Dieuleveult por su gigante acompañamiento.
Gracias a Marión Rérolle, a Laurence Audras y a Joann Sfar por las preciosas brújulas que me ofrecieron de forma desinteresada. Y a Benjamin Lacombe.
MATHIAS MALZIEU
, Mathias Malzieu (Montpellíer, 1974) es autor de 38 mini westerns (Pimientos, 2003) y
Maintenent qu´il fair tout le temps nuit sur toi
(
Flammarion
, 2005 ) con las que obtuvo éxito y reconocimiento crítico. Es el cantante de uno de los grupos de pop más importantes de de pop de Francia, Dionisos. Con esta nueva novela se ha convertido en un éxito de ventas y
La mecánique du coeur
también es un cd que —a modo de banda sonora de la novela —cuenta con la participación de numerosos artistas invitados: Olivia Ruiz, Jean Rochefort, Emilie Loizeau, Arthur H, Grand Corps Malade, Babet, Alain Bashung, Rossy de Palma y Eric Cantona) que interpretan personajes de la novela.