—Te hemos hecho llamar —dijo lentamente, midiendo las palabras—, como ya te he explicado, en relación con la gran yihad que se avecina.
Ibn Taymiyyah permaneció callado un instante hasta que vio que Bin Laden esperaba de él una señal de aceptación o rechazo, como si de ese gesto dependiera que la conversación continuara o se interrumpiera definitivamente.
—Jeque, sus deseos son órdenes para mí —declaró con solemnidad—. Dígame qué tengo que hacer y lo haré.
Al oír esto, Bin Laden lo miró con tal intensidad que el invitado tuvo la impresión de que le veía el alma.
—¿Estás dispuesto a todo?
—A los mayores sacrificios.
El jeque se inclinó hacia su invitado.
—¿Incluso a convertirte en un
shahid
?
La referencia al martirio desconcertó momentáneamente a Ibn Taymiyyah. ¡De eso se trataba! ¡El jeque quería reclutarlo para una misión suicida! ¡El jeque quería hacer de él un
shahid
! ¡Por Alá, eso era…, era un orgullo!
—Sería para mí un honor sin igual morir al servicio de Alá —proclamó, casi conmovido—. El martirio en nombre de Dios es mi mayor deseo y, si Alá, en su infinita gracia y generosidad, me concediera esa oportunidad, puede estar seguro de que no le decepcionaré.
—Sabes que te espera el Paraíso —susurró Bin Laden—. El Profeta, que la paz sea con él, en una ocasión en la que se enfrentaba a un enemigo dijo: «Las puertas del Paraíso están a la sombra de las espadas». Un hombre que lo oyó se levantó, se despidió de los amigos, se lanzó contra el enemigo y combatió hasta la muerte. El hombre sabía que no saldría vivo, por eso se había despedido. Este
hadith
prueba, sin dejar lugar a dudas, que el apóstol de Dios defendía el ataque suicida, siempre que fuera por el bien del islam, y prometió el Paraíso a quien lo llevara a cabo. El Profeta, que la paz sea con él, aclaró en otro
hadith
: «El
shahid
posee seis características para Alá: se le perdona, entre los primeros a los que se perdona; se le mostrará su lugar en el Paraíso; no será castigado en la tumba; está a salvo del supremo terror del Día del Juicio; se le impondrá la corona de dignidad; se casará con setenta y dos mujeres en el Cielo; podrá interceder por setenta de sus familiares». Siendo así, ¿cómo no aprovechar esta magnífica oportunidad de ir al Jardín Eterno? ¿Cómo ignorar que setenta y dos mujeres esperan al
shahid
en el Paraíso?
—Lo sé, jeque.
Ibn Taymiyyah no pudo evitar acordarse del muyahidín palestino que había conocido en Jaldan y que soñaba con las setenta y dos vírgenes que lo aguardaban en el Paraíso.
—El propio Alá dice en la sura 4, versículo 74 del Santo Corán —prosiguió Bin Laden—: «¡Combatan por la causa de Dios los que cambian la vida mundana por la otra! A ésos, los que combatan en la senda de Dios y que mueran o venzan, les daremos una enorme recompensa». La recompensa es, como todos saben, el Paraíso. Ya en la sura 9, versículos 89 y 90, Alá aclara: «El Enviado y quienes con él creen, combaten con sus riquezas y sus personas. Éstos tendrán los bienes y éstos serán los bienaventurados. Dios les ha preparado unos jardines en que corren, por debajo, los ríos. En ellos permanecerán inmortales». La importancia de la yihad es tal que el Profeta explicó cierta vez: «Permanecer una hora en las filas del combate en la senda de Alá es mejor que rezar durante sesenta años».
Ibn Taymiyyah ya conocía todo aquello. ¿Podría haber un muyahidín que ignorara que Alá le prometía el Paraíso en caso de convertirse en
shahid
? Era cierto que, en ninguna parte del Corán, Dios no daba a los creyentes garantías de que irían al Jardín Eterno. Por más que se esfuercen o intenten respetar rigurosamente la
sharia
, los creyentes siempre cometen pecados y no tienen garantizado el perdón de Alá. Sólo el martirio garantiza ese perdón: el que muera mártir irá con toda certeza al Paraíso, aunque haya cometido muchos pecados en vida. Siendo así, ¿cómo podía un verdadero creyente no desear el martirio? Ser
shahid
era ver abrirse una entrada directa y segura al Paraíso, por lo que cualquier muyahidín deseaba fervientemente la muerte en la yihad.
—Sí Alá me invita a sus jardines, aceptaré con gran alegría —aseguró Ibn Taymiyyah—. Dígame qué tengo que hacer y lo haré.
Bin Laden alargó la mano y la puso sobre el hombro de su invitado en un gesto de aprecio.
—Eres un verdadero creyente, hermano —proclamó—. Son los muyahidines como tú los que permitirán encaminar a la
umma
y salvar a la humanidad, con la gracia de Dios.
—Su generosidad me abruma, jeque. Me limito a cumplir con el deber de un creyente que se somete a la voluntad de Alá. ¿Cuáles son sus órdenes?
Bin Laden se incorporó y adoptó la pose del emir de los muyahidín.
—Recuerdas nuestro plan para provocar a los
kafirun
de la alianza de cruzados-sionistas para que vengan a combatir a nuestra tierra, para así despertar a la
umma
y propiciar el colapso del enemigo, ¿no?
—Sí, el plan del Gran Califato. ¿Tiene un papel para mí en ese plan?
El jeque asintió con la cabeza.
—Tengo un papel muy, muy importante.
Ibn Taymiyyah se llevó la mano al pecho.
—Me siento muy honrado, jeque. Si Alá me creó para desempeñar un papel así de importante en la expansión de la fe verdadera, quiero que sepa que estaré a la altura de una misión tan elevada. Nada me honra más que servir a Dios.
—Los hermanos que te han entrenado en Jaldan nos dieron tu nombre —reveló Bin Laden, volviéndose hacia Al-Zawahiri, que seguía la conversación en silencio—. Hermano, ¿puedes explicarlo tú?
El egipcio se aclaró la voz.
—La situación es la siguiente —comenzó diciendo—: los
kafirun
nos atacarán aquí en Afganistán. Pronto perderemos las condiciones de seguridad de las que gozamos aquí. Por eso, poco a poco, estamos instalando células durmientes en todo el mundo. Debemos tener preparadas respuestas muy poderosas para cuando lleguen las primeras oleadas de ataques. Con la gracia de Dios, esas células durmientes darán la respuesta, pues me temo que, en ese momento, la capacidad operativa de nuestro comando se verá comprometida. —Miró fijamente al invitado—. ¿Has seguido mi razonamiento hasta ahora?
—Sí, perfectamente.
Al-Zawahiri lo señaló y dijo:
—Queremos que tú seas una de esas células.
—Haré lo que me ordenéis.
—La idea es muy sencilla. La operación que nuestros valientes hermanos lanzaron el bendito día 11-S, que esa fecha gloriosa quede grabada en letras de oro en la historia de la humanidad, demostró que la alianza de cruzados-sionistas, por poderosa que sea, tiene puntos débiles que podemos aprovechar. Estados Unidos es una gran potencia, pero sus cimientos son frágiles y huecos. Si alcanzamos sus cimientos, el edificio se desmoronará,
inch’Allah
! Te necesitamos para lanzar un ataque mortífero contra esos cimientos.
—¿Qué quieren exactamente que haga?
—Le dije a Abu Nasiri que buscaba un muyahidín con un perfil muy específico para una misión… Digamos, alguien especial. Abu Nasiri oyó las características que buscaba y me dijo que, por casualidad, en Jaldan había un muyahidín que encajaba a la perfección. —Sonrió—. Eras tú, claro.
—Me complace saber que Alá, en su inmensa sabiduría, ha encontrado un papel para mí en sus altos designios.
—Queríamos alguien familiarizado con explosivos y que no hubiera sido identificado aún por los servicios secretos de los
kafirun
. Cuando Abu Nasiri nos habló de ti, averiguamos la forma en que llegaste a Jaldan y vimos que te había enviado Al-Jama’a, por lo que contacté con mis conocidos dentro de la organización para informarme sobre ti. El resultado fue muy alentador. Confirmé que no sólo eres un verdadero creyente, capaz de dar la vida por Alá, sino que además tienes la carrera de Ingeniería, algo muy útil en el área de los explosivos. Además, nunca has constado inscrito en Al-Jama’a y vives en Al-Lishbuna, una ciudad que está fuera de los circuitos de los verdaderos creyentes. ¡Eso significa que no estás fichado por la policía de ningún sitio! Y para poner la guinda al pastel, hermano, has recibido entrenamiento como muyahidín. ¡Es… perfecto! ¡No podía creer que existieras! ¡Y, en cambio, sí que existes, alabado sea Dios! ¡Eres un regalo de Dios para la gran yihad!
Ibn Taymiyyah sintió tanto orgullo que casi se ruborizó.
—Haré lo que necesiten.
—Necesitamos que vuelvas a Lisboa y te quedes allí como célula durmiente, viviendo tu vida normal hasta que alguien se ponga en contacto contigo y te entregue una orden codificada. Cuando eso ocurra, obedecerás las órdenes que se te den.
—Pero ¿qué necesitan exactamente de mí? ¿Que asesine a alguien?
—Necesitamos que fabriques una bomba y que la hagas explotar cuando se te ordene.
—¿TNT? ¿Semtex?
Bin Laden hizo señas a Al-Zawahiri, indicándole que quería tomar de nuevo las riendas de la conversación. Volvió la cabeza y miró a Ibn Taymiyyah, muy serio.
—Nuclear.
El invitado se quedó boquiabierto. Su primera reacción fue de desconcierto, luego dudó de si había oído bien al jeque.
—¿Qué?
—Una bomba nuclear.
Ibn Taymiyyah miró a su alrededor para comprobar que aquello iba en serio.
—Pero…, pero…, —tartamudeó y movió la cabeza intentando ordenar sus pensamientos—. Disculpen, ¿quieren que construya y haga explotar una bomba nuclear?
—Así es.
—Pero… no puede ser. ¡Una bomba nuclear no se construye de la noche a la mañana! Se trata de bombas muy complejas, que requieren muchos medios y material sofisticado. Además…
—Según nos han dicho —cortó Bin Laden con su voz calmada y susurrante—, el principio es hasta elemental.
El muyahidín se rascó la barba, reflexionando sobre la cuestión.
—Bueno…, sí, es cierto —admitió momentos después—. No obstante, la fabricación de una bomba nuclear requiere primero la producción de materiales muy raros…, plutonio o uranio enriquecido. No quiero desanimarlos, pero sólo para conseguir ese combustible hay que contar con un equipo multidisciplinar y equipos de tecnología punta, como centrifugadoras y cosas por el estilo. Contando con eso, el trabajo, incluso con mucha dedicación, lleva unos diez años. Además, hay que pensar que no será fácil encontrar dónde…
—Nosotros tenemos material nuclear.
—¿Qué?
—Nos lo entregó hace años un comando checheno como pago por el entrenamiento para su yihad contra los
kafirun
rusos en el Cáucaso.
—¿Dónde lo consiguieron ellos?
—Creo que lo robaron de unas instalaciones rusas. Es lo de menos. Lo importante es que, con la gracia de Dios, disponemos de ese material.
—¿Qué tipo de material es? ¿Uranio? ¿Plutonio?
—Uranio.
Ante las posibilidades que inesperadamente se abrían ante él, su mente de ingeniero comenzó a funcionar a gran velocidad.
—¿Cuál es el grado de enriquecimiento?
—Noventa por ciento.
—¡Por Alá, eso servirá! —exclamó, súbitamente entusiasmado—. ¿Dónde está ese uranio?
Bin Laden sonrió.
—En Jaldan.
Ibn Taymiyyah se quedó boquiabierto. ¿Había uranio enriquecido en Jaldan? ¿Dónde? Había trabajado con explosivos junto a Abu Nasiri y no recordaba haber visto ningún material radioactivo en los campos de entrenamiento. Él mismo había ido muchas veces a buscar explosivos a las grutas que servían de arsenal y…
Se golpeó la cabeza con la palma de la mano cuando dio en la tecla.
—¡Por Alá! —exclamó—. ¡La tercera gruta!
¡El uranio estaba en la tercera gruta! ¡De ahí que Abu Nasiri le prohibiera visitarla! ¡Claro! ¡Había uranio enriquecido en la tercera gruta!
—¿Cómo dices, hermano?
Su mente volvió a la galería donde estaban cenando.
—¿Yo? —se sorprendió al darse cuenta de que había hablado en voz alta—. Nada, nada. Estaba hablando… solo.
Bin Laden lo observó atentamente, como si lo evaluara.
—¿Te consideras capaz de cumplir esta misión?
—¡Sin duda! —exclamó sin vacilar—. Puede contar conmigo, jeque.
—La construcción de la bomba… no es imposible, espero.
—No, no. Si cuento con uranio enriquecido en cantidades suficientes, la bomba se fabrica sin grandes problemas técnicos. Como usted ha dicho hace poco, los principios son elementales.
—¿Y la década de la que hablabas hace un momento?
—Eso era para enriquecer el uranio o para producir plutonio. Pero si ya disponemos de uranio enriquecido, no tenemos ese problema.
Convencido de que el hombre que tenía ante él estaba a la altura de la misión, el jeque se frotó las manos.
—¡Excelente! ¡Excelente! —exclamó—. Entonces, daré instrucciones a Abu Omar y a Abu Nasiri de que te ayuden. Considerando que los
kafirun
no tardarán en llegar, debemos transportarlo a un sitio más seguro inmediatamente.
Ibn Taymiyyah enarcó las cejas.
—Hay que tener en cuenta que el material radioactivo lleva aparejados problemas serios de seguridad. Es preciso llevarlo a un lugar discreto, montar la bomba y luego trasladarla al objetivo. No es tan sencillo como podría parecer a primera vista…
—Nosotros nos ocupamos de eso. Quiero que sigas tu vida normal y que no llames la atención. Cuando llegue el momento, nos pondremos en contacto contigo. En ese momento, sólo tendrás que montar la bomba y, con la gracia de Dios, detonarla en el lugar indicado. Del resto nos encargamos nosotros.
—¿Cómo sabré que la persona que se ponga en contacto conmigo es de los nuestros?
—Te dará una contraseña con el nombre en clave de la operación. La contraseña es el versículo 16 de la sura 8 del Santo Corán.
—Versículo 16…, versículo 16…
—Es el que avisa a los creyentes de que no deben de huir de la yihad, bajo pena de ir al Infierno.
—¡Ah, ya lo recuerdo! —exclamó Ibn Taymiyyah, que recitó al fin el versículo—: «Quien vuelva entonces la espalda, a menos que sea para volver al combate o para unirse a otro grupo de combatientes, desatará la ira divina y su refugio será el Infierno».
El jeque asintió.
—Ésa es la contraseña.
—Muy bien. ¿Y el nombre de la operación?
—Ya te lo he dicho: aparece en ese versículo.