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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (53 page)

En un gesto casi reflejo, estiró el brazo y señaló la pantalla.

—Es él.

Los norteamericanos que rodeaban al portugués lo miraron sin entender nada.

—¿Cómo?

—¡Es el hombre de Al-Qaeda!

55

T
odos miraban la pantalla, examinando de nuevo la imagen a la cual Tomás señalaba con el dedo acusador. La cara inmóvil del sospechoso, inmortalizada por la cámara aduanera, miraba al vacío junto a la imagen enviada por la Universidade Nova de Lisboa. Según las respectivas leyendas, el rostro pertenecía al ingeniero Alberto Almeida y a Ahmed ibn Barakah.

Los nombres eran distintos, pero la cara era la misma.

Después de un primer momento de silencio y aturdimiento, se multiplicaron las órdenes en la sala de operaciones de la CIA y todos se pusieron en movimiento.

—¡Don! —gritó Bellamy, sin dejar de mirar la cara que mostraba la pantalla—. ¿Dónde demonios se aloja ese
motherfucker
?

No habría necesitado dar la orden, porque Don ya tecleaba furiosamente. Las fotografías desaparecieron de la pantalla y dejaron paso a la información relativa al sospechoso.

—Alberto Almeida entró en Estados Unidos por el aeropuerto de Orlando hace exactamente… treinta y tres días, proveniente de Madrid. Según lo que dijo, se alojaba en el Marriott de Orlando.

—Llama al Marriott —ordenó Bellamy a Don.

Después miró al hombre que estaba a su lado.

—Ponme con la Casa Blanca. Quiero hablar con David Shapiro.

Don llamó a Florida desde el ordenador. Tras dos tonos de llamada, que se oyeron en los altavoces de la sala, contestaron.

—Hotel Marriott, buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?

—Con el director, por favor —ordenó Don—. Es urgente.

—Por supuesto. Espere un momento, por favor.

Se oyó una música de salón suave y luego un tono de llamada.

—Hughs al habla.

—¿Es usted el director del Marriott de Orlando?

—Sí, ¿en qué puedo ayudarle?

—Me llamo Don Snyder y le llamo desde Langley. Llamo de la CIA y necesitamos urgentemente información sobre una persona que se hospedó en su hotel.

Se hizo un breve silencio.

—¿Es una broma?

—Por desgracia, no. Podemos enviar a alguien con las credenciales necesarias, pero el caso es tan urgente que le agradecería que confiara en mí y que me diera de inmediato la información. Seguro que pueden ver mi número en su centralita y confirmar que llamo desde Langley.

Al otro lado de la línea, el hombre vaciló, como si estuviera tomando una decisión.

—Muy bien —suspiró el gerente del Marriott—. ¿Cómo se llama ese huésped?

—Alberto Almeida. ¿Quiere que se lo deletree?

—Sí, por favor.

Don deletreó el nombre y, en silencio, el director consultó la información en el ordenador del hotel.

—Es cierto. Un tal Alberto Almeida se alojó en el hotel. Era un individuo de nacionalidad paraguaya…, perdón, portuguesa. Durmió uno noche en el hotel e hizo el
check-out
a la mañana siguiente. Pagó en efectivo.

—¿No hay ninguna indicación de adónde se dirigía?

—No. Como puede imaginarse, nunca preguntamos eso a nuestros clientes.

Cuando Don colgó, Frank Bellamy ya estaba hablando con la Casa Blanca para comunicar las novedades. El responsable del NEST salió de la sala de operaciones y se encerró en un cubículo acristalado para que nadie le oyera.

—¿Y ahora? —preguntó Tomás.

—Hemos lanzado una alerta nacional para localizar a ese tipo —respondió Rebecca con expresión seria—. Pero si llegó hace un mes a Estados Unidos… No sé, no sé. Si tiene uranio enriquecido en cantidades suficientes, la construcción de la bomba es cuestión de un segundo.

Don volvió al teclado.

—Voy a hacer una búsqueda con el NORA.

—¿Qué es eso?


Non Obvious Relationship Analysis
—dijo aclarando el acrónimo—. Lo crean o no, es un sistema de cruce de datos que desarrollaron los casinos de Las Vegas. Muy eficaz, por cierto. —Se puso la lengua en la comisura de los labios en un gesto infantil y deletreó el nombre a medida que iba tecleando—: A-l-b-e-r-t-o A-l-m-e-i-d-a.

Introdujo todos los datos que constaban en la ficha aduanera del aeropuerto de Orlando y después, por cautela, añadió el nombre «Ahmed ibn Barakah». El reloj de arena comenzó a girar en la pantalla mientras el ordenador procesaba la información.

—Explícame qué estás haciendo —le pidió Rebecca, aprovechando el respiro que les concedía el ordenador.

—El NORA combina información sobre la identidad de una persona con bases de datos de compañías de tarjetas de crédito, registros públicos e información que consta en los ordenadores de los hoteles y otros lugares. El sistema funciona a través de la construcción de hipótesis basadas en información real.

—No lo entiendo.

—Este sistema lo crearon los casinos para evitar fraudes —explicó Don, con un ojo puesto en el reloj de arena del ordenador y otro en Rebecca—. El NORA puede descubrir, por ejemplo, que la hermana de un
dealer
de
blackjack
tenía un vecino dos años antes que ganó doscientos mil dólares en una partida controlada por ese
dealer
. Así se establece la relación entre el
dealer
y el ganador, lo que permite al casino saber si hicieron trampas.

—Ahora lo entiendo.

—El sistema permite establecer otro tipo de asociaciones. Un nombre árabe puede escribirse «Otmane Abderaqib» en África, o «Uthman Abd Al Ragib» en Iraq. El NORA permite emparejar estos dos nombres, lo que…

Una voz sonó por los altavoces e interrumpió la conversación.

—¡Atención todos! ¡Atención!

Era la voz ronca de Frank Bellamy. Tomás miró hacia el cubículo acristalado y comprobó que el responsable del NEST había terminado la llamada con el consejero presidencial y que ahora hablaba a través de un micrófono.

—Acabo de hablar con la Casa Blanca. En vista de la información que tenemos, el presidente ha decretado DEFCON 2. Estamos en DEFCON 2. Estamos en DEFCON 2.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala.

—Ya lo he visto en las películas… —murmuró Tomás.

—DEFCON 2 es el segundo nivel de emergencia más alto en Estados Unidos —explicó Rebecca en voz baja—. Significa que nuestro Ejército está en estado de alerta máxima ante la posibilidad de un ataque inminente. Que yo sepa, la última vez que se decretó DEFCON 2 fue durante la crisis de los misiles de Cuba.

—¿Y en el 11-S?

—Estuvimos en DEFCON 3.

—Por tanto, esto es más serio…

Rebecca lo miró fijamente.

—Tom, estamos hablando de una bomba nuclear.

El reloj de arena del ordenador dejó de girar y una avalancha de información inundó la pantalla. Don analizó las conclusiones del gigantesco cruce de datos.

—Señores —llamó—, vengan a ver esto.

Las personas de la sala se agolparon alrededor del lugar que ocupaba el operador y se concentraron en la pantalla, donde el programa NORA listaba todos los datos y proporcionaba, al fin, el paradero de Alberto Almeida, alias Ahmed ibn Barakah, alias Ibn Taymiyyah.

—El
motherfucker
está en Nueva York.

56

E
l Chevrolet blanco esperó a que el semáforo se pusiera en verde para arrancar. Cuando lo hizo, giró inmediatamente a la derecha, y avanzó por el barrio de viviendas de clase media, una zona agradable llena de árboles y zonas ajardinadas. Las nubes grises tapaban el sol, creando una luz melancólica. El río Hudson discurría lento al fondo. Sus aguas oscuras reflejaban la selva de rascacielos que se extendía en el margen opuesto.

—¿Está segura de que es aquí?

Rebecca movió la cabeza para apartarse el flequillo rubio de la cara y echó un vistazo al plano.

—Es por aquí —confirmó—. No conozco muy bien Nueva Jersey, pero no se preocupe, lo encontraré.

Tomás miró la punta sur de Manhattan, al otro lado del río. A pesar de los años que habían pasado, aún se hacía extraño no ver allí las Torres Gemelas del World Trade Center.

—¿Cómo es posible que Al-Qaeda haya introducido cincuenta kilos de uranio enriquecido en el país sin que nadie se haya dado cuenta? —preguntó, algo irritado—. ¿Montan un gran aparato de seguridad en los aeropuertos y dejan pasar algo así? ¿Cómo puede ser?

Rebecca no despegaba la vista de la carretera, buscando una señal que la ayudara a encontrar el camino.

—Traficar con grandes cantidades de uranio enriquecido en Estados Unidos no es nada difícil —observó—. ¡De hecho, es la cosa más sencilla del mundo!

—¿Disculpe?

Volvió a mirar el plano para confirmar dónde estaban.

—Mire, hace unos años, una cadena de televisión de Nueva York, la ABC, envió una maleta con siete kilos de material radioactivo desde Yakarta a una dirección en Los Ángeles. Después, esperó a ver qué pasaba. ¿Sabe qué pasó? Al cabo de un tiempo, la maleta llegó intacta al lugar previsto. ¡O sea, aquel material nuclear pasó por la
goddamn
aduana del puerto de Los Ángeles sin que nadie sospechara nada!

—¿No tienen sistemas para detectar material radiactivo en las aduanas?

—Claro que los tenemos.

—Entonces, ¿cómo es posible que no detectaran esa maleta?

—Tom, tiene que entender cómo funcionan las aduanas —dijo Rebecca—. Antes de que llegue un barco, nuestros agentes aduaneros consultan los conocimientos de embarque de los puertos de origen y determinan el grado de riesgo que comporta cada carguero. Imagine un barco que viene de Colombia. Si los agentes consideran que hay riesgo alto de tráfico de drogas, pueden decidir analizar la carga. En ese caso, someten a los contenedores del carguero a un análisis de rayos X y a otros sistemas de rayos gamma para obtener una imagen más precisa de su contenido. Si detectan algo, abren el contenedor e inspeccionan el contenido.

—Muy bien. Entonces, ¿por qué no lo hacen?

—¡Porque todos los días atracan ciento cuarenta barcos, con cincuenta mil contenedores y más de medio millón de productos procedentes de todo el mundo! ¡Por eso! ¡Sólo al puerto de Los Ángeles llegan más de once mil contenedores al día! ¿Sabe cuánto tiempo tarda un funcionario en inspeccionar un solo contenedor? ¡Tres horas! ¿Sabe cuántos puertos de aguas profundas hay en Estados Unidos? ¡Más de trescientos! Eso significa que, si pone cincuenta kilos de uranio enriquecido en una caja de productos de tenis y, al rellenar el conocimiento de embarque, pone que son raquetas, ¡puede estar seguro de que la maldita caja llegará a su destino sin grandes obstáculos! Eso fue lo que pasó con la maleta de la ABC. Y si la ABC descubrió que es así de fácil traficar con productos radiactivos, ¿cree que Al-Qaeda no lo sabe?

—De acuerdo, tiene razón.

—Las probabilidades de interceptar el material son muy bajas y sabemos que Al-Qaeda suele usar cargueros para transportar armas. Por eso, el único aspecto realmente complejo a la hora de llevar a cabo un atentado nuclear es adquirir el uranio altamente enriquecido. ¡Si han conseguido superar ese obstáculo y han logrado material nuclear en cantidad suficiente, transportarlo al objetivo y construir la bomba es un juego de niños!

Tomás miraba las viviendas frente a las que pasaban, mientras consideraba las alternativas.

—Por tanto, cree usted que la bomba ya está montada.

—No tengo la más mínima duda —dijo, enfáticamente—. Pueden haber perdido tiempo transportando el uranio enriquecido hasta aquí. Al fin y al cabo, los barcos son lentos. Pero si tienen el material y ordenaron pasar a la acción a nuestro hombre hace dos meses, han tenido tiempo de sobra para completar la operación. La bomba atómica de Al-Qaeda ya debe de estar lista.

—¿Y por qué no la han hecho explotar aún?

El coche tomó una curva a la izquierda. Rebecca comprobó de nuevo su posición en el plano, aminoró y entró a un paseo siguiendo a un coche gris oscuro.

—No lo sé —contestó ella—, pero nuestro terrorista lo sabe. —Observó las viviendas a su alrededor y, al identificar el número que buscaba, señaló hacia un tejado al fondo de la calle, donde había una casa protegida por muros altos—. Es allí.

—¿Qué?

—La casa del sospechoso.

Los dos agentes del FBI se estaban comiendo un
hot dog
y oyendo música por la radio cuando Rebecca y Tomás entraron en el coche. Cuando los recién llegados se identificaron, los hombres del Bureau les hicieron un
briefing
sobre el estado del caso.

—Fireball está dentro —señaló Ted, el hombre del FBI que parecía estar al frente de la operación.

—¿Quién?

—Es el nombre en código que le hemos dado al sospechoso. Ha llegado hace poco con una bolsa de compras. Le hemos sacado algunas fotografías.

—¿Puedo verlas? —pidió Tomás.

El compañero de Ted sacó una cámara fotográfica con un zoom que parecía un cañón. El agente del FBI mostró la pequeña pantalla de la cámara al portugués.

—Aquí lo tiene.

Las imágenes de Ahmed con las compras se fueron sucediendo en la pequeña pantalla. Se veían perfectamente hasta sus huesos afilados.

—Es él —confirmó el historiador—. Lleva la barba más larga y da la impresión de haber adelgazado, pero estoy seguro de que es él.

—Comiendo de esa manera, me sorprende que esté más delgado —bromeó Ted.

—¿Está solo?

—Eso parece. —Señaló a los alrededores—. Nuestros hombres están preguntando a los vecinos y a los dueños de las tiendas de la zona, pero parece que nunca han visto a Fireball con nadie.

—¿Y el uranio? —quiso saber Rebecca—. ¿Lo han detectado?

El hombre del FBI negó con la cabeza, mientras masticaba los últimos trozos del
hot dog
.


Nope
.

—¿Qué han hecho para intentar localizarlo?

—Poca cosa —reconoció Ted—. Cuando Fireball salió a comprar, pasamos por delante de la casa con el contador geiger. No indicó ninguna radiactividad.

—Eso no quiere decir nada —insistió Rebecca—. El uranio puede estar en el sótano de la casa, protegido por láminas de plomo. Si fuera así, el contador no lo detectaría.

—Es cierto.

—Entonces, ¿qué piensan hacer?

—Vamos a reventar el sistema eléctrico de la casa. Hemos pinchado la señal telefónica y, cuando llame para pedir asistencia, la llamada se desviará a una de nuestras unidades. La unidad desplazará un coche hasta la vivienda y se presentará para reparar la supuesta avería eléctrica.

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