tortura así con la boca seca malbaratando de ese modo sus insomnios
y sabiendo muy en el fondo que todo es una gran postergación inútil
porque la historia no es impaciente pero mantiene sus ficheros al día
el violento autorizado tiene una descomunal tijera
para cortar las orejas de la verdad
pero después no sabe qué hacer con ellas
no entiende de símbolos y lo bien que hace porque todo las
calles las ventanas los ojos las paredes el cielo
puños los dientes son mercados de símbolos son
ferias donde el futuro se ofrece como pichincha inesperada
el violento autorizado se mete en sus metales en sus fortalezas semovientes
en su noche expugnable pero como deja un huequito para respirar
por ahí se cuela no la bala perdida sino el guijarro
tiene miedo y lo bien que hace
el violento autorizado posee una formidable computadora electrónica
capaz de informarle qué violencia es buena y qué violencia es mala
y por eso prohíbe nombrar la violencia execrable
la computadora por ejemplo advirtió que este poema
trataba de la violencia buena.
El día o la noche en que por fin lleguemos
habrá que quemar las naves
pero antes habremos metido en ellas
nuestra arrogancia masoquista
nuestros escrúpulos blandengues
nuestros menosprecios por sutiles que sean
nuestra capacidad de ser menospreciados
nuestra falsa modestia y la dulce homilía
de la autoconmiseración
y no sólo eso
también habrá en las naves a quemar
hipopótamos de wall street
pingüinos de la Otan
cocodrilos del vaticano
cisnes de buckingham palace
murciélagos de el pardo
y otros materiales inflamables
el día o la noche en que por fin lleguemos
habrá sin duda que quemar las naves
así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver
es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra
ya que será abolida para siempre
la libertad de preferir lo injusto
y en ese solo aspecto
seremos más sectarios que dios padre
no obstante como nadie podrá negar
que aquel mundo arduamente derrotado
tuvo alguna vez rasgos dignos de mención
por no decir notables
habrá de todos modos un museo de nostalgias
donde se mostrará a las nuevas generaciones
cómo eran parís
el whisky
claudia cardinale.
1967
Señores,
basta una nube
para averiguar la
verdad
JOAQUÍN PASOS
Sólo una temporada provisoria,
tatuaje de incontables tradiciones,
oscuro mausoleo donde empieza
a existir el futuro, a hacerse piedra.
Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.
Sin embargo, la infancia se empecina,
comienza a levantar sus inventarios,
a echar sus amplias redes para luego.
Es una isla limpia y sobre todo
fugaz, es un venero de primicias
que se van lentamente resecando.
Queda atrás como un rápido paisaje
del que persistirán sólo unas nubes,
un biombo, dos juguetes, tres racimos,
o apenas un olor, una ceniza.
Con luces queda atrás, a la intemperie,
yacente y aplazada para nunca,
sola con su aptitud irresistible
y un pudor incorpóreo, agazapado.
Para nunca aplazada, fabulosa
infancia entre sus redes extinguida.
Por algo queda atrás. Esa entrañable
cede paso al fervor, al pasmo, al fruto,
el azar hinca el diente en otra bruma,
somos los moribundos que nacemos,
a la carne, a la sangre, al entusiasmo,
nos burlamos del sol, de la penumbra,
manejamos la gloria como un lápiz
y en las vírgenes tapias dibujamos
el amor y su viejo colmo, el odio,
el grito que nos pone la vergüenza
en las manos mucho antes que en la boca.
El celaje se enciende. Somos niebla
bajo el cielo compacto, insolidario,
el asombro hace cuentas y no puede
mantenernos serenos, apacibles,
somos el invasor protagonista
que hace trizas el tiempo, que hace ruido
pueril, que hace palabras, que hace pactos,
somos tan poderosos, tan eternos,
que cerramos el puño y el verano
comienza a sollozar entre los árboles.
Mejor dicho: creemos que solloza.
El verano es un vaho, por lo tanto
no tiene ojos ni párpados ni lágrimas,
en sus tardes de atmósfera más tenue
es calor, es calor, y en las mañanas
de aire pesado, corporal, viscoso,
es calor, es calor. Con eso basta.
De todos modos cambia a las muchachas,
las ilumina, las ondula, y luego
las respira y suspira como acordes,
las envuelve en amor, las hace carne,
les pinta brazos con venitas tenues
en colores y luz complementarios,
les abre escotes para que alguien vierta
cualquier mirada, ese poderhabiente.
La vida, qué región esplendorosa.
¿Quién escruta la muerte, quién la tienta?
A la horca con él. ¿Quién piensa en esa
imposible quietud cuando es la hora
para cada uno de morder su fruta,
de usar su espejo, de gritar su grito,
de escupir a los cielos, de ir subiendo
de dos en dos todas las escaleras?
La muerte no se apura, sin embargo,
ni se aplaca. Tampoco se impacienta.
Hay tantas muertes como negaciones.
La muerte que desgarra. La que expulsa,
la que embruja, la que arde, la que agota,
la que enluta el amor, la que excrementa,
la que siega, la que usa, la que ablanda,
la muerte de arenal, la de pantano,
la de abismo, la de agua, la de almohada.
Hay tantas muertes como teologías,
pero todas se juntan en la espera.
Esa que acecha es una muerte sola.
Escarnecida, rencorosa, hueca,
su insomnio enloquecido se desploma
sobre todos los sueños, su delirio
se parece bastante a la cordura.
Muerte esbelta y rompiente, qué increíble
sirena para el Mar de los Suicidas.
No canta, pero indica, marca, alude,
exhibe sus voraces argumentos,
sus afiches turísticos, explica
por qué es tan milagrosa su inminencia,
por qué es tan atractivo su desastre,
por qué tan confortable su vacío.
No canta, pero es como si cantara.
Su demagogia negra usa palomas,
telegramas y rezos y suspiros,
sonatas para piano, arpas de herrumbre,
vitrinas del amor momificado,
relojes de lujuria que amontonan
segundos y segundos y otras prórrogas.
No canta, pero es como si cantara.
Su espanto vendaval silba en la espiga,
su pregunta repica en el silencio,
su loco desparpajo exuda un réquiem
que es prado y es follaje y es almena.
Hay que volverse sordo y mudo y ciego,
sordo de amor, de amor enmudecido,
ciego de amor. Olfato, gusto y tacto
quedan para alejar la muerte y para
hundirse en la mujer, en esa ola
que es tiempo y lengua y brazos y latido,
esa mujer descanso, mujer césped,
que es llanto y rostro y siembra y apetito,
esa mujer cosecha, mujer signo,
que es paz y aliento y cábala y jadeo.
Hay que amar con horror para salvarse,
amanecer cuando los mansos dientes
muerden, para salvarse, o por lo menos
para creerse a salvo, que es bastante.
Hay que amar sentenciado y sin urgencia,
para salvarse, para guarecerse
de esa muerte que llueve hielo o fuego.
Es el cielo común, el alba escándalo,
el goce atroz, el milagroso caos,
la piel abismo, la granada abierta,
la única unidad uniyugada,
la derrota de todas las cautelas.
Hay que amar con valor para salvarse.
Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos.
Hay que despilfarrar en una noche
-que puede ser mil y una- el universo,
sin augurios, sin planes, sin temblores,
sin convenios, sin votos, con olvido,
desnudos cuerpo y alma, disponibles
para ser otro y otra a ras de sueño.
Bendita noche cóncava, delicia
de encontrar un abrazo a la deriva
y entrar en ese enigma sin astucia,
y volver por el aire al aire libre.
Hay que amar con amor, para salvarse.
Entonces vienen las contradicciones
o sea la razón. El mundo existe
con manchas, sin azar, y no hay conjuro
ni fe que lo desmienta o modifique.
El manantial se seca, el árbol cae,
la sangre fluye, el odio se hace muro.
¿Es mi hermano el verdugo? Ese asesino
y dios padrastro todopoderoso,
ese señor del vómito, ese artífice
de la hecatombe, ¿puede ser mi hermano?
Surtidor de napalm, profeta imbécil,
¿ése, mi prójimo? ¿ése, el semejante?
Síndico en todo caso de la muerte,
argumento y proclama de la ruina,
poder y brazo ejecutor. Estiércol.
Por esta vez no he de mirar mis pasos
sino el contorno triste calcinado.
Miro a mi sombra que está envejeciendo,
la sombra de los míos que envejecen.
El mundo existe. Con o sin sus manes,
con o sin su señal. Existe. Punto.
El mundo existe con mis ex iguales,
con mis amigos-enemigos, esos
que ya olvidé por qué se traicionaron.
Tiendo mi mano a veces y está sola
y está más sola cuando no la tiendo,
pienso en los compradores emboscados
y tengo duelo y tengo rabia y tengo
un reproche que empieza en mis lealtades,
en mis confianzas sin mayor motivo,
en mi invención del prójimo-mi-aliado.
Ni aun ahora me resigno a creerlo.
No todos son así, no todos ceden.
Tendré que repetírmelo a escondidas
y barajar de nuevo el almanaque.
Mi corazón acobardado sigue
inventando valor, abriendo créditos,
tirando cabos sólo a la siniestra,
aprendiendo a aprender, pobre aleluya,
y quien sabe, quién sabe si entre tanta
mentira incandescente, no queda algo
de verdad a la sombra. Y no es metáfora.
Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.
Pero ¿por qué creerle a pie juntillas?
¿En qué galaxia está el certificado?
Algo aquí, nada allá. ¿Es tan distinto?
Lo propongo debajo de mis párpados
y en mi boca cerrada.
¿Es tan distinto?
Ya sé, hay razones nítidas, famosas,
hay cien teorías sobre la derrota,
hay argumentos para suicidarse.
Pero ¿y si hay un resquicio?
¿Es tan distinto,
tan necio, tan ridículo, tan torpe,
tener un espacioso sueño propio
donde el hombre se muera pero actúe
como inmortal?
La noche es inhumana. Nadie sabe
cómo se cierra esa ventana oscura
si no lo hace con su propia llave,
replegado en su sombra y sin usura,
con la memoria más que nunca alerta,
dispuesta a no pactar con la cordura.
La confidencia siempre desconcierta
y un poco más la amnesia lisa y llana,
esa que olvida a cara descubierta.
Después de todo, si nos da la gana
podemos olvidar, y es poca gloria
ese olvido. La noche es inhumana
ave de muerte, muerte migratoria
que anida en estos ojos y propone
otros que ya no ven escapatoria.
Ignoro cómo se las descompone
para ser tan oscura, tan oscura,
y conseguir que yo se lo perdone.
El pasado es un rostro que madura,
una herida en el sueño, un devaneo,
dos o tres signos para la aventura.
El futuro es un tímido rodeo
al tiempo sin revés, al tiempo muerte
que desgasta las piedras y el deseo.
Unos tienen la ruina, otros la suerte
de mirarse mirando, espejo y pozo.
De todos modos, hay que ser muy fuerte
o cobarde de un modo escandaloso
para no rechazar el desafío
y contemplar en calma ese espantoso
gesto que muere, y admitir: Es mío.
El dolor es una
desértica provincia
donde no cabe
nadie más
una parcela
tierra oscura
tú no lindas
con él
tú estás a salvo
pobre de ti
baldón
que no peligras.
Esta historia poco sagrada
de aquí abajísimo
esta nada eucarística amenaza
bomba lustral
hongo piadoso
última cena con doce judas
y ningún pobre
salvador
este bochorno calculado
este loquísimo escupitajo
en las dos caras de la eternidad
tienen su parte en mi desrezo.
Arrinconado en mis plegarias buenas
e inútiles, soberbio en mis acciones
que a nadie arriman ley o quitan penas,
aislado espectador de mis histriones,
histrión yo mismo como un árbol seco
que cabeceara para sus gorriones,
guardia solemne de un instante hueco,
cómo saber, cómo saber, dios mío,
cuándo invento virtud y cuándo peco,
cuándo confundo el cielo con el río,
cómo saber si el río es poco llanto,
cómo saber, cómo saber, dios mío,