—¿Estás diciendo que nuestros trabajos se han vuelto tan peligrosos que tenéis que protegernos no de los peligros de los muertos vivientes, sino de los peligros de nuestros hermanos humanos? —pregunté.
—Yo no lo hubiera dicho con esas mismas palabras, pero te has acercado.
Shaun se relajó de mala gana.
—Supongo que quedará bien en los titulares —dijo en un tono que dejaba claro que quería decir todo lo contrario.
Al menos se había calmado. Le puse la mano en el hombro y moví la cabeza hasta mirar directamente al segundo agente.
—Me llamo Georgia Mason y éste es mi hermano, Shaun Mason. ¿Tú eres…?
—Andrés Rodríguez, señora —respondió en un tono apático—. ¿Da su visto bueno?
—Esa pregunta corresponde responderla al gran jurado. Sin embargo, de momento podrías llevarnos al hotel. —
Lois
maulló y yo añadí—: Mejor que sea ahora mismo. Me parece que alguien está poniéndose de mal humor.
—La gatita no es la única —añadió Shaun.
—Compórtate —le reprendí. Sin soltarle el brazo que le tenía cogido con la mano que no sujetaba el transportín, dimos media vuelta y seguimos a los agentes hasta el coche.
Steve y Andrés se sentaron delante y a nosotros nos dejaron los asientos traseros. Un cristal de seguridad insonorizado nos separaba de los guardias y los convertía en unas siluetas imponentes apenas definidas, que perfectamente podían haber estado en otro coche. Recibí nuestro aislamiento como una pequeña bendición, si bien no fui capaz de relajarme del todo. No me merecía ninguna confianza. Me sentía como si ya nunca más pudiera confiar en nada.
Shaun abrió la boca cuando el motor se puso en marcha, pero yo le hice un gesto con la cabeza para interrumpirlo y le señalé la luz del techo. Él se mantuvo en silencio. Sin Buffy y su ejército de minúsculos dispositivos inteligentes, no teníamos manera de saber si había micrófonos en el coche. Resultaba que ni siquiera con Buffy debíamos haber confiado en que no nos hubieran colocado micrófonos en los vehículos, porque nos había vendido; sin embargo, al menos entonces creíamos que nuestra intimidad estaba a salvo.
—¿Hotel? —dijo Shaun, con la frente arrugada, articulando los labios para que se los leyera. Asentí con la cabeza. Cuando estuviéramos en nuestro espacio privado y con nuestras cosas podríamos buscar los micrófonos y activar un campo de pulso electromagnético. Después ya podríamos hablar de una manera más o menos segura… y nos urgía hablar. Teníamos que hablar de un montón de asuntos.
El viaje desde la pista de aterrizaje del CDC hasta el hotel duró cerca de veinte minutos. Lo normal habría sido que hubiéramos tardado más, pero Steve había aprovechado la ventaja de circular por el carril prioritario a disposición de los funcionarios gubernamentales y de las fuerzas de la ley; había encendido la baliza del coche y nos habíamos pasado directos al carril rápido exterior. Las cabinas de peaje nos daban luz verde en cuanto entrábamos en el radio de sus sensores. El pago electrónico de los peajes ha supuesto un aumento general de la velocidad, pero nada hace que el conductor habitual corra más que saber que otros están pagando por él; y nosotros ya debíamos de haber proporcionado paso gratuito a docenas de conductores. Eso casi compensaba el hecho de que estuviéramos adelantándolos justo cuando empezaba la hora punta, cuando cinco minutos marcan la diferencia entre llegar a casa «a una hora razonable» o hacerlo «tarde para la cena».
Lois
se había pasado maullando todo el viaje, y Shaun intentando, con cierta desgana, abrir el seguro de la puerta del coche. Mi hermano es un as con las cerraduras; pero el seguro de la puerta del coche era inexpugnable. Cuando habíamos salido de la autopista para dirigirnos hacia el hotel no había hecho ningún progreso; se dio por vencido y guardó sus herramientas para forzar cerraduras haciendo una mueca silenciosa de disgusto.
El Downtown Houston Plaza era uno de esos edificios enormes, intencionadamente mastodónticos, construidos justo después del Levantamiento, cuando todavía no se había hallado una solución para combinar la arquitectura de líneas elegantes con la seguridad. El edificio parecía una prisión envuelta por una capa de estuco rosa y galletas de jengibre glaseadas. En el exterior se había plantado palmeras, que habían fracasado en su misión de suavizar las líneas angulosas del edificio. La planta baja carecía de ventanas, y las de los pisos superiores eran de ese cristal de seguridad sin brillo reforzado con acero. Los infectados podrían pasarse años aporreándolos sin conseguir romperlos; dando por sentado, claro, que de algún modo dieran el salto intelectual necesario para averiguar cómo utilizar una escalera.
Shaun contempló el edificio mientras lo rodeábamos, pero esperó a que el coche se detuviera frente a la entrada del garaje para ofrecerme su opinión profesional.
—Es una trampa mortal.
—La mayoría de los primeros edificios «a prueba de zombies» lo son. —Me subí las gafas de sol por la nariz. Steve pasó una tarjeta de plástico por delante de los sensores, las puertas del garaje se abrieron chirriando y nos sumergimos en una oscuridad relativa—. ¿Qué lo hace especialmente mortal?
—Toda la porquería recargada de la parte delantera del edificio…
—¿Te refieres a los adornos?
—Sí, a los adornos. Se supone que sirven para decorar, ¿no? Da igual. Apuesto a que soportarían mi peso. Así que si me infecto, antes de convertirme tengo tiempo para trepar por los adornos y buscar un escondite en cualquier planta del edificio. Hay un montón de lugares donde cogerse, y podría llegar hasta la azotea, y si este hotel cumple con los protocolos actuales de seguridad, allí arriba tiene que haber una pista para helicópteros, en la que deben de desembocar un montón de corredores desde todos los rincones del hotel, para que cualquier superviviente pueda ser evacuado durante un brote. —Shaun meneó la cabeza—. Corre hasta la azotea, corre. Te la encontrarás plagada de gente que ha llegado a ella antes que tú; seres que no van en busca de ayuda, sino de la merienda.
—Encantador —dije. El coche se detuvo en una plaza de aparcamiento y el motor se apagó—. Supongo que ya hemos llegado.
La puerta del conductor se abrió y bajó Steve, que directamente cruzó el garaje en dirección a la esclusa de aire. Intenté abrir mi puerta, pero no lo conseguí; los seguros de las puertas traseras seguían bloqueados.
—¿Qué demonios…? Shaun, intenta abrir tu puerta.
Mi hermano trató de abrirla.
—Tiene puesto el seguro —dijo, con el ceño fruncido.
El intercomunicador del coche se encendió y apareció la voz de Andrés distorsionada por los altavoces.
—Señorita Mason, señor Mason, les pido que tengan un poco de paciencia, por favor. Mi colega va a pasar por la esclusa de aire y les esperará en el otro lado. El seguro de la puerta de la derecha se desbloqueará en cuanto mi compañero supere el análisis; entonces la señorita Mason podrá proceder a realizar su análisis. Una vez los resultados del análisis de la señorita Mason indiquen que está limpia, señor Mason, se le permitirá salir.
—¡Hombre! ¡Tienes que estar tomándome el pelo! —gruñó mi hermano.
El intercomunicador volvió a encenderse.
—Esas son las medidas de seguridad estándar.
—Puedes hacer un churro con esas medidas de seguridad y metértelas por el… —empezó a decir Shaun, en un tono afable, pero se interrumpió en cuanto lo agarré del brazo.
—Señor Rodríguez, parece que Steve ya ha salido de la esclusa de aire —dije en un tono educado—. ¿Sería tan amable de desbloquear mi puerta, por favor?
—De acuerdo. —El seguro de mi puerta se abrió—. Señor Mason, por favor, permanezca sentado. Señorita Mason, por favor, diríjase a… ¡Eh! ¿Qué están haciendo? ¡Deténganse!
Sin hacer caso de los gritos que salían por el intercomunicador, Shaun salió del coche y lanzó un beso al furioso Andrés antes de dar un portazo y salir detrás de mí en dirección a la esclusa de aire. Tal como había previsto, Andrés no salió del coche, y al otro lado del cristal veíamos su boca articulando maldiciones.
—Nadie tan preocupado por la seguridad va a salir a un lugar abierto y correr el riesgo de infectarse —dije; le cogí la mano a Shaun, mientras con la otra sujetaba el transportín de
Lois.
Los maullidos de la gatita iban salpicando mi aseveración—. Somos peligrosos.
—El tipo se creía que conseguiría hacernos pasar por esto separados —dijo Shaun. Cogió el transportín de
Lois
, que seguía maullando, y lo pasó por la trampilla para el equipaje. Los sensores registrarían que el bulto contenía un ser vivo, pero también registrarían su peso.
Lois
era demasiado pequeña para experimentar una amplificación viral y pasaría sin trabas—. Ese tipo es un idiota.
—No, sólo es un principiante —le corregí, colocándome frente al panel de análisis de sangre. Levanté la mano derecha. Shaun se situó junto a mí y levantó la izquierda. Uno…
—Dos.
Apretamos la palma de la mano contra los paneles.
Steve estaba esperándonos al otro lado de la esclusa de aire, meneando la cabeza.
—Seguramente el susto que le habéis dado al agente Rodríguez le dure un año —nos riñó sin demasiada convicción.
—Como el agente Rodríguez me ha provocado un enfado que va a durarme un año, yo diría que estamos en paz —repliqué, recogiendo a
Lois
del depósito del equipaje—. ¿Tenemos que esperarlo o puedes llevarnos ya a nuestras habitaciones?
—¡Y a la furgoneta! —exclamó Shaun—. Me prometiste la furgoneta.
—Vuestra furgoneta está en el aparcamiento, junto con la moto de Georgia —dijo Steve. Sacó con dos dedos dos pequeños rectángulos de plástico del bolsillo de la chaqueta y nos los entregó—. Shaun, tu habitación es la 214. Georgia, tú estás en la 217.
Mi hermano y yo nos miramos.
—Esos números no suenan a habitaciones contiguas —señalé.
—En un principio tú ibas a compartir habitación con la señorita Meissonier, Georgia, y Shaun y el señor Cousins iban a ocupar una habitación del final del pasillo —explicó Steve—. Al jefe le pareció buena idea daros un poco de intimidad después de los… últimos acontecimientos.
—Sí, claro. —Shaun le devolvió la llave de su habitación—. Me quedaré con George hasta que me consigas la llave de mi nueva habitación. Rick y
Lois
agradecerán poder estar solos, para estrechar vínculos después de pasar tanto tiempo separados. —
Lois
maulló en el momento más oportuno.
Steve arqueó las cejas.
—¿Preferís compartir una habitación vosotros dos?
Su expresión nos resultaba de lo más familiar. La hemos visto en profesores, amigos, colegas y conserjes de hoteles desde que éramos unos adolescentes. Es la cara de «¿preferís compartir una habitación con vuestro hermano del sexo opuesto en vez de disponer de una habitación individual cada uno?», y siempre consigue sacarme de mis casillas. Las convenciones sociales me enervan. Si he de tener a alguien que me cubra las espaldas si un muerto viviente irrumpe en mi habitación, con la intención de añadir a mi vida más interés del que desearía, me gustaría que ese alguien fuera Shaun. Mi hermano tiene el sueño ligero y sé que es capaz de reaccionar.
—Sí —respondí tajante—. Preferimos compartir una habitación.
Por un momento dio la impresión de que Steve iba a empezar una discusión, pero entonces se encogió de hombros y renunció a ella como diciéndose que no era asunto suyo.
—Haré que os manden una copia de la llave y que trasladen tu equipaje, Shaun. Georgia, todas las cosas y el equipaje que calificaste de fundamentales ya están en la habitación.
Eso significaba que habían sido objeto de una inspección (procedimientos de seguridad estándar), pero no me preocupaba especialmente. Tengo como regla no guardar información confidencial sin codificar en lugares que puedan caer en manos ajenas. Si el servicio de seguridad del senador Ryman quería malgastar su tiempo buscando respuestas en mis bragas, allá ellos.
—Genial. Entonces iremos a nuestra habitación, si no te importa. Siempre y cuando no te sientas en la necesidad de acompañarnos.
—Confiaré en que no haréis nada para que os maten hasta llegar al ascensor —dijo Steve.
—Te agradezco ese voto de confianza —respondí. Shaun se despidió de él con el saludo militar y nos alejamos, todavía con
Lois
maullando, siguiendo los letreros colgados de las paredes, que nos indicaban la dirección de los ascensores del vestíbulo.
El hotel era tan antiguo que los ascensores todavía subían y bajaban por unos huecos fijos. Se habría tratado de una novedad que hubiera atrapado mi interés de no ser porque estaba extremadamente tensa y exhausta. Me quedé mirando los espejos de las paredes del ascensor, intentando olvidar mi incipiente dolor de cabeza y los quejidos de
Lois
, cada vez más nerviosa. La gatita quería salir del transportín, y quería hacerlo ya. Entendía cómo se sentía.
Nuestra habitación era tan anticuada como el ascensor, con las paredes revestidas con un asqueroso papel de franjas amarillas, verdes y marrones, y con una ventana reforzada de acero, que daba al jardín central. La luz del sol reflejada en la piscina, tres pisos debajo de nosotros, convertía el agua en un gigantesco haz de luz que atravesaba directamente nuestra ventana. Automáticamente gemí, volví la cabeza de golpe y cerré los ojos con fuerza. Shaun corrió a cerrar las cortinas mientras yo entraba tambaleándome en la habitación, completamente ciega, y dejaba que la puerta se cerrara sola.
Las luces estaban apagadas, y cuando Shaun cerró las cortinas la habitación quedó sumida en la bendita oscuridad. Mi hermano atravesó la habitación y me cogió del codo.
—Ya es seguro. Las camas están por aquí.
—Ha sido una broma de muy mal gusto —me quejé, y me dejé guiar por Shaun.
—Pero divertida.
—Nada de divertida.
—Pues yo estoy riéndome.
—Estoy empezando a hacerme una idea de dónde vas a dormir tú esta noche.
—Aun así ha sido divertida. —Mi hermano se detuvo y me empujó hacia abajo por el hombro mientras me cogía el transportín de las manos—. Siéntate. Yo prepararé las cosas.
—No olvides conectar la pantalla de pulso electromagnético —le recordé, mientras me dejaba caer de espaldas en la cama. El colchón era más nuevo que la decoración. Me incorporé como un resorte—. Y conecta los servidores.