—No soy un novato —replicó Shaun en un tono inconfundiblemente jocoso, aunque no lo suficiente para ocultar su preocupación—. Tienes un aspecto deplorable.
—¿Cómo puedes saberlo con las luces apagadas?
—Ya lo tenías antes de que el malévolo astro rey te soltara un puñetazo en la cara. Ahora tienes un aspecto deplorable en una habitación a oscuras. Que no lo vea no quiere decir que no lo tengas.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque estábamos rodeados de gente y estaban empezando a aflorar tus dotes de mal bicho. No me pareció apropiado. —Un traqueteo acompañó sus pasos por la habitación; a continuación se oyó un golpazo y el ruidito metálico del cuello de una bombilla enroscándose en el portalámparas—. Estoy cambiando las bombillas de las lámparas de las mesitas de noche.
—Gracias.
—No hay de qué. Eres más agradable cuando no tienes migrañas.
—En ese caso, pásame mis superanalgésicos cuando acabes lo que estás haciendo.
Hubo un momento de silencio.
—¿De verdad los quieres?
—Voy a necesitarlos cuando acabemos de hablar. —Tomo un montón de medicamentos genéricos para los dolores de cabeza que me causan los ojos. Sin embargo, no me refiero a ellos cuando hablo de «superanalgésicos»; éstos son un combinado asqueroso de narcóticos que incluye ergolina, codeína, cafeína y otro puñado de agentes químicos con nombres más difíciles de pronunciar. Hablando claro: matan el dolor. También matan todas las funciones cerebrales superiores durante por lo menos seis horas. Evito drogarme siempre que puedo, ya que raramente puedo permitirme el lujo de perder el tiempo, pero empezaba a tener el presentimiento de que ése sería el último momento «libre» que tendríamos durante una temporada. Si pasarlo colocada y en un estado de inconsciencia significaba que recuperaría las energías para lidiar con el futuro que nos aguardaba, bueno, he hecho cosas peores en pos de la verdad.
—Georgia…
—No quiero discutir.
—Sólo iba a decirte que tenemos tiempo para que te eches una siesta antes de hablar, si quieres, y luego puedes tomarte los analgésicos. Las Hijas de la Revolución Americana siempre se tiran horas hablando.
—No, no hay tiempo. Nos quedamos sin tiempo cuando alguien decidió que ya no le servíamos. El tiempo es algo que, oficialmente, ya no poseemos. Enciende la luz cuando acabes.
—Vale. —Sonó un clic y la habitación se iluminó. Oí alejarse a mi hermano—. Hay que inicializar los servidores; encenderé las pantallas. Tu ordenador está en el escritorio, por si quieres conectarlo a la red.
—Entendido. —Cuando abrí los ojos, la cabeza me explotó, pero no le hice caso. Las bombillas de baja potencia que había puesto Shaun eran soportables, aunque no exactamente agradables; sin embargo, podía sobrellevarlo. Me senté en la cama y me incliné para abrir el transportín, que seguía en el suelo junto a mi cama.
Lois
salió disparada y se escondió en el cuarto de baño.
Me levanté y caminé hasta la silla del escritorio, me senté y empecé a conectar cables. Me movía con cuidado, intentando que mi cabeza sufriera lo imprescindible, y eso me hacía ir muy lenta. Sólo había completado la mitad del proceso cuando Shaun me gritó: «Listo.» Solté el enchufe que tenía en la mano, y un zumbido eléctrico cubrió toda la habitación y me erizó el vello de los brazos.
—¡Más vale que bajes ese equipo un poco si no quieres que salgamos de aquí electrocutados! —espeté, y seguí con lo que estaba haciendo.
—¿Por quién me tomas, por un principiante? —Shaun intentaba mostrarse ofendido, pero yo no me lo tragaba. Es fácil cometer un error cuando estás montando una pantalla protectora… en parte ése es el motivo por el que no me emociona utilizarlas. También hace que me rechinen los dientes—. Provocará un cortocircuito en cualquier aparato que esté en su radio de acción. Mientras te mantengas alejada de las paredes no te pasará nada.
—Si no funciona, me deberás una cena.
—Si funciona, me deberás un postre.
—Trato hecho. —Me volví en la silla. Shaun se había sentado en la cama, con las manos apoyadas detrás, en una postura tan relajada que no podía ser natural. Sin andarme por las ramas, dije—: Buffy nos vendió, y alguien ha intentado matarnos.
—Eso ya lo he pillado.
—¿Y has pillado también la parte en la que legalmente estuvimos muertos desde el momento que el CDC recibió la llamada informándoles de que estábamos infectados?
—Sí. —Shaun frunció el ceño—. Me extraña que quienquiera que fuera no fuera a rematarnos.
—Puedes llamar a eso nuestro último golpe de suerte —dije—. En mi opinión, no sólo iban a por Buffy. De haber sido así no se habrían molestado en llamar a los CDC cuando vieron que el camión volcaba. Fue un accidente terrible, trágico, pero no había ninguna necesidad de hacer esa clase de operación de limpieza.
—Lo que dices tiene sentido —convino Shaun, y se dejó caer de espaldas sobre la cama—. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lo recogemos todo y nos vamos corriendo a casa?
—Probablemente eso no serviría de nada, pues se supone que sabemos algo por lo que vale la pena matarnos.
—O tal vez Buffy sabía algo por lo que valdría la pena matarnos.
—Quienquiera que esté detrás de esto, ya ha dado muestras de que tanto lo uno como lo otro es cierto. No me entra en la cabeza que tengamos dos conspiraciones distintas desarrollándose en paralelo. Eso significa que quien nos reventó los neumáticos también es responsable de la tragedia del rancho.
—Y de lo de Eakly —añadió Shaun—. Ni se te ocurra olvidar lo que ocurrió en Eakly.
—Nunca lo haría. No puedo.
—A veces sueño con lo de Eakly. —Lo dijo como si nada, pero noté un dolor tan profundo que llegó a sorprenderme; a mí, que normalmente sé qué está pasando por la cabeza de mi hermano en todo momento—. Fue totalmente inesperado. No tuvieron ninguna oportunidad de evitarlo.
—Así pues, marcharnos no es una opción.
—Nunca lo ha sido.
—¿Y qué hacemos con Rick?
—Que siga con nosotros, por supuesto.
Enarqué las cejas y me incliné hacia delante para apoyar los codos en las rodillas.
—No has dudado ni un momento. ¿A qué se debe eso?
—No seas idiota. —Shaun se levantó y adoptó una postura que era como mi reflejo en un espejo—. A Buffy la mordieron, ¿no?
—Correcto.
—Buffy se estaba muriendo… Esto no es correcto. Buffy estaba muerta y lo sabía. Nos contó lo que había hecho y nos explicó la forma de averiguar algo más, ¿correcto? Rick estaba allí, y ella no lo acusó de chivato. Buffy se sentía culpable por lo que había hecho, George. Ella no quería que muriera nadie, ¿así que por qué se iría de este mundo dejándonos otro traidor en el equipo?
—¿Y si simplemente no lo sabía?
—¿Y si? —Shaun meneó la cabeza—. También intentaron matar a Rick. Si la carrocería de su coche no hubiera estado blindada o si hubiera chocado en un ángulo ligeramente distinto, habría pasado al otro mundo. No hay manera de planear algo así. Además, la llamada al CDC dijo que todos estábamos muertos, no que sólo lo estuviéramos tú y yo. ¿Qué pasa si Buffy no lo sabía? Rick no es ningún estúpido, ya habría dicho algo.
—Entonces estás diciendo que quieres que se quede.
—Lo que estoy diciendo es que no podemos permitirnos perder a nadie más. También que en ausencia de Buffy, soy el cincuenta por ciento de esta sociedad, así que levántate.
Me lo quedé mirando perpleja.
—¿Cómo?
—Que te levantes. —Shaun se puso de pie y señaló la cama—. Vas a hacer una siesta ahora mismo.
—No puedo echarme una siesta ahora. Estoy esperando la llamada de Mahir.
—Puede dejarte un mensaje en el buzón de voz.
—No. No puede…
—Georgia…
—Espera. Luego.
—No —espetó Shaun con severidad—. Yo prepararé el resto del equipo, pondré los servidores en marcha y miraré quién te llama cuando suene tu teléfono. Si es Mahir, te despertaré sin preocuparme de que eso significará que te pondrás a trabajar hasta que caigas muerta. En eso de acuerdo, pero he tomado una decisión ejecutiva, y esa decisión es que tú, Georgia Carolyn Mason, te vas a meter en la cama. Si no te gusta mi decisión, puedes decir en el juicio que te dejé inconsciente de un golpe en la cabeza en cuanto me diste la espalda.
—¿Puedo tomarme un analgésico?
—Puedes tomar dos pastillas y una almohada —respondió Shaun—. Cuando despiertes, el mundo se habrá convertido en un país de las maravillas con bastones de caramelo, unicornios y cientos de criados a tu alrededor. Y Rick se queda. ¿Trato hecho?
—Trato hecho. —Me levanté y me quité los zapatos antes de sentarme en la cama—. Cabrón.
—Cierra los ojos. —Los cerré. Shaun me quitó las gafas y me cerró la mano con dos pequeños objetos redondos en su interior—: Trágalas y te devolveré las gafas cuando despiertes.
—Eso es jugar sucio —me quejé, metiéndome las pastillas en la boca. Los analgésicos se disolvieron casi inmediatamente y me dejaron un regusto amargo a codeína. Me dejé caer estirada de costado—. Eres un tramposo —dije sin abrir los ojos.
—Lo soy. —Shaun me besó en la frente—. Descansa George. Te sentirás mejor cuando despiertes.
—No es cierto —respondí, resignándome a lo inevitable—. Simplemente será más tarde. Más tarde nunca es mejor. Más tarde sólo significa que tenemos menos tiempo.
—Duerme —insistió Shaun.
Así que dormí.
Ésta es la verdad: somos una nación acostumbrada a vivir con miedo. Para ser sincera, no sólo con vosotros sino también conmigo misma, he de decir que no sólo es un problema que atañe a nuestra nación, ni tampoco sólo algo con lo que nos hemos acostumbrado a vivir. Se trata del mundo entero, y se ha convertido en una adicción. La gente ansía el miedo. El miedo lo justifica todo. El miedo hace que nos parezca bien haber renunciado a una libertad tras otra, hasta tal punto que todos nuestros movimientos son seguidos y registrados en docenas de bases de datos a las que el hombre de la calle nunca logrará acceder. El miedo crea, define y da forma a nuestro mundo, y sin él, la mayoría de nosotros no tendríamos ni idea de qué hacer con nuestras vidas.
Nuestros ancestros soñaban con un mundo sin fronteras; nosotros, por el contrario, soñamos con establecer nuevas fronteras alrededor de nuestras casas, de nuestros hijos, de nosotros mismos. Limitamos nuestro potencial un día tras otro en nombre de una seguridad que, en realidad, nos negamos a alcanzar. Recibimos un mundo rebosante de oportunidades y lo redujimos todo lo que pudimos.
¿Ya os sentís seguros?
Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,
blog de Georgia Mason,
6 de abril de 2040
M
e despertaron las voces de Rick y Shaun discutiendo casi en susurros sobre el reconfortante fondo del zumbido de los servidores y de los ordenadores. Shaun había cumplido su palabra, y había conseguido montar toda la red y ponerla en funcionamiento mientras yo dormía. Probé a estirarme y descubrí con alegría que no me dolía la cabeza y que tampoco la sentía como si la tuviera llena de algodón. Viviría. Ya tendría que pagarlo más adelante, porque mis dolores de cabeza vienen de pequeños daños a los nervios ópticos, de modo que cuanto más abuse de estimulantes artificiales para evitar los síntomas, mayores son las probabilidades de que se conviertan en una dolencia permanente; pero de momento sobreviviría.
—… diciéndote que la dejaremos dormir hasta que se despierte. Ponte a trabajar en tu reportaje.
—Son las Hijas de la Revolución Americana. No han dicho nada nuevo desde los días, precisamente, de la Revolución Americana.
—Entonces te será fácil preparar el reportaje.
—Idiota.
—¡Eh, tío! Lo único que estoy pidiéndote es que hagas tu trabajo y dejes a mi hermana dormir un poco. ¿Es eso tan malo?
—¿Ahora mismo? La respuesta es sí.
—Cuida de tu gato y acaba el reportaje. —Shaun parecía exhausto. Me pregunté cuánto rato habría dormido, perdida en mi plácido país de las maravillas inducido por las drogas, mientras él se peleaba con los servidores y esperaba la llamada de Mahir.
Debí suspirar, porque oí el ruido de pisadas. El colchón se hundió. Shaun se había agachado apoyándose en el borde.
—¿George? —preguntó nervioso—. ¿Quieres algo?
Ocho horas más de sueño, un trasplante de ojos y que Buffy regrese de entre los muertos. Como no iba a conseguir nada de lo que quería de verdad, suspiré.
—¿Las gafas de sol? —respondió. La voz me salió seca y rasposa. Me volví a Shaun todavía con los ojos cerrados y las cejas enarcadas como silenciosos signos de interrogación.
Me tocó la mano con las yemas de los dedos antes de apretar las gafas de sol contra mi palma.
—Has estado diez horas fuera. He intentado ponerme en contacto con Mahir tres veces, pero no ha habido suerte. Becks me ha dicho que habló con él después de que lo hiciéramos nosotros para pedirle que borrara y volviera a subir unos cuantos archivos de su diario, pero ése es el último registro de una comunicación con él.
¿Becks? ¡Ah! Rebecca Atherton, la reportera que Shaun me robó cuando las cosas se torcieron en Eakly. Me puse las gafas de sol y abrí los ojos. Me tomé unos instantes para orientarme antes de incorporarme. Mis ojos tardaron un poco más en ver con nitidez. Shaun me puso una mano en la rodilla y yo la cubrí con la mía. Me volví con la vista aún borrosa hacía el resplandor lejano de los monitores reflejado en la pared opuesta y distinguí una mancha oscura e informe que parecía fuera de lugar en medio del luminoso tapiz verde.